Entrevistando a Elsa Bornemann
Por Gisela Schmidberg. (Publicado en la revista Compinches.) «Cuando encuentro algo que me gusta, lo leo de un trago, siempre. Así como si algo no me gusta —aunque sea el autor más promocionado—, hago un poquito de esfuerzo, trato de llegar a la página treinta y si no lo dejo. Pero para mí siempre leer es un placer enorme.»
Por Gisela Schmidberg
Entrevista publicada en el Nº 1 de la revista Compinches (Buenos Aires, abril de 2001). Imaginaria agradece a Carola Beker y a Sergio Efrón, directores de Compinches, la gentileza y autorización para su reproducción.
—¿Cómo es un día en tu vida como escritora? ¿Tenés rituales para escribir?
—En general, colmado de actividades muy distintas y de las que debo ocuparme yo, ya que no cuento con asistentes de ninguna índole. Por eso, en cada oportunidad en que es posible (cuando no tengo que salir —sí o sí— ni recibir gente en casa) me encanta escribir descalza y en pijama (de los que tengo una hermosa colección, casi todos regalos de mi mamá y de amigos que conocen ese gusto).
Me parece que lo que escribo —así ataviada y de pies libres hasta en invierno— me sale muuucho mejor… por lo que supongo que no llega a ser un ritual… aunque reconozco que se le asemeja bastante… Ah, y me quito anillos, aros, pulseras y bijoux en general.
—¿Cuál es el lugar más insólito en el que escribiste?
—Recuerdo tres. Dos, de la niñez:
a) En la pileta de natación del club al que asistía. Mientras nadaba «largos», solía componer poemas —mentalmente, claro— que transcribía en un anotador de cartoncitos sujetos por hilo sisal y hecho por mí, apenas salía de la piscina. Lo del cartón se explica porque absorbía el agua que —con frecuencia— caía sobre lo anotado.
b) En el puesto del almacén del mercado en el que hacía los mandados y mientras aguadaba mi turno de atención.
Uno, ya de crecida adolescente:
c) En los diminutos toilettes de aviones, cuando trabajaba de azafata. Éste fue uno de mis primeros trabajos, cuando terminé el secundario. Primero fue en una compañía que trabajé una semana. No me gustó, cambié a otra compañía, trabajé un mes y me fui. Yo tenía una idealización, me creía que ser azafata era lindísimo, que me iba a divertir como loca… Me gustó probarlo, pero estuve un mes y más tarde cuando me llamaron para vuelos internacionales yo dije: «¡¡Uy, no!!, si no aguanté los vuelos de acá cortitos…»
—¿A qué escritor de todos los tiempos invitarías a tomar mate a tu casa y de que hablarían? (por empezar… ¿tomás mate?)
—Tomo mate… cocido y en cantidades industriales. ¡Me encanta! Francamente, no logro concentrarme en un solo invitado. ¡Sería una multitud si nombro a tantos autores como —por fortuna— quiero y admiro hasta el delirio. Por lo tanto, haré una imaginaria regresión a mi infancia, apoyada en el recuerdo de ciertos personajes que —para mí— gozaban de tanta vida como mis amiguitos de carne y huesos… Pero tampoco puedo seleccionar uno con exclusividad.
Cinco invitados «virtuales», entonces: Alicia (la del País de las Maravillas de Lewis Carroll), Max y Moritz (esos terriblemente traviesos,creados por Wilhelm Busch), el Principito (de Saint-Exupéry) y Peter Pan (de James Barrie).
Y me disculpo —de corazón— ante las docenas de otros que también acompañaron mis años breves, varios provenientes de historietas sumados…
Me ha tocado conocer escritores cuyos libros sigo adorando pero como personas… algunos tienen una soberbia para mí insoportable.
Así como hay muchos que son un encanto, que te sorprenden, porque de pronto vos pensás que es una lástima que no escriban como son. Hay personalidades que son puestas en primerísimo nivel —escritores y escritoras— y son grandes plagiadores y plagiadoras del inglés, del alemán, del francés, del italiano y yo mucho más no puedo decir porque de repente alguien sabe turco, publica una gran, gran obra y yo la leo y digo qué maravilla. Eso existe y me duele mucho, mucho, porque ¡qué injusticia que hay, ¿no?! ¡Qué injusto, qué ladrones de palabras! No sé cómo llamarlos, ¡qué papelón!
—¿Cuál es tu mejor virtud como escritora? ¿Y tu peor defecto?
—Creo que el seguir siendo una lectora apasionada, por paradójico que pueda parecer. Y no peco de falsa humildad cuando aseguro que soy mil veces mejor lectora que escritora. Cuando encuentro algo que me gusta, lo leo de un trago, siempre. Así como si algo no me gusta —aunque sea el autor más promocionado—, hago un poquito de esfuerzo, trato de llegar a la página treinta y si no lo dejo. Pero para mí siempre leer es un placer enorme. En cambio a veces la escritura se convierte en trabajo, porque no estoy conforme, soy muy terrible, porque en la editorial me dicen algo lindo y yo siempre desconfío…
Y en cuanto al peor defecto, el soñar —de ojos abiertos— con una secretísima clonación que me convierta —al menos— en siete Elsys, así repartiría el trabajo entre ellas y me dedicaría —sin que se supiera— al dolce far niente…
—¿Hay algún libro de los que escribiste que te guste o quieras más?
—No que lo quiera más, pero sí que me trajeron sensaciones que yo no pensé. Por ejemplo, El libro de los chicos enamorados fue una revolución de cartas de chicos contándome sus cosas, porque cuando apareció ese libro, nadie hablaba de esos temas, y fue quizás ahí que se dio como un golpe de timón y me dije: » Hay que escribir sobre esto, Elsy, porque el público no es el mismo que cuando empezaste, cambió la educación, el mundo…».
Ahora sueño con escribir una serie de libros de autoayuda para chicos, pero como para que ellos se mueran de risa. Para que hagan travesuras totales y no les pase nada, por ejemplo. Cosas de niños, ninguna cosa extraña, pero después pienso: «Para escribir eso me tendría que ir del país», porque todavía acá hay una gran hipocresía en el adulto. hay muchos que creen que porque crecieron lo saben todo, se ponen muy autoritarios con los hijos, suelen creerse omnipotentes e inmortales y… se olvidan cómo es el asunto.. Y también me encantaría que fueran filmados muchos de mis cuentos, los de terror sobre todo, dirigidos por Steven Spìelberg o por Tim Burton.
—¿Cómo creés que lograste conservar aún de adulta ese mundo imaginario que pareciera pertenecerle sólo a los chicos?
—No estoy convencida de ser adulta… salvo cuando me contemplo en los espejos… Aquel mundo imaginario de la niñez permanece intacto en mí, ahora muy intensificado.
Yo tuve mucha suerte, porque fui única nena entre más o menos diez varones en el barrio. Mis verdaderos amigos fueron varones. En esa época la escuela no era mixta, y en mi casa yo vivía con mi mamá y mis dos hermanas. Entonces a partir de esa conexión con los varones, yo enriquecí mi visión de la realidad. Las nenas salían a la tarde un poquito con la bicicleta. En cambio yo me iba con los varones, mis hermanas no me encontraban, hacía las travesuras de ellos, me divertí muchísimo. Con mis dos o tres amigos más preferidos teníamos códigos secretos inventados. Como a veces acordarse de todas las letras era difícil, yo escribí el código y lo puse en el escritorio de casa. Como no tenía llave en mi cajón, y el escritorio lo usaban mis hermanas, hice un dibujo de una calavera en el cajón que decía: «¡¡El que llega a tocar estos papeles quedará como este dibujo!!!». ¿Vos te pensás que mis hermanas mayores no miraban? ¡¡Todo miraban… y se morían de risa!! Yo no me daba cuenta, me enteré de grande… y todavía me siguen tratando como la más chica. Yo les digo: «¿Cuándo me van a tratar como a una adulta ustedes?». Es el drama de ser la más chica, que tiene su parte linda también, porque los padres no están tan encima, te dan más libertad, tiene sus ventajas… además agarrás a tus padres más cansados.
—¿Vos sabés varios idiomas. ¿Los estudiaste de chica?
Empecé a estudiar inglés y alemán más o menos a los ocho años. Después, en la facultad, estudié italiano que me encantó, y griego y latín clásicos que eran obligatorios, pero me gustaron también por los profesores que tuve. Griego me encantó mucho, latín no. Me gustaron siempre los idiomas, pero después me di cuenta por qué, ¿no? Es el día de hoy que escucho que alguien hace juegos de palabras y me encanta. Cuando yo era chica no me daba cuenta de la atracción que tenía por las palabras y que después iba a derivar en lo que es la literatura: el amor por la palabra por excelencia.
Artículos relacionados:
Autores: Homenaje a Elsa Bornemann (1952-2013).
Autores: Elsa Bornemann (biografía, opiniones sobre su obra, premios, distinciones y dos cuentos).
Autores: Bibliografía de Elsa Bornemann.
Lecturas: Elsa Bornemann: Una maga de la literatura infantil, por Silvina Friera.
Lecturas: Elsa Bornemann entrevistada por chicos.
Ficciones: Dos cuentos de Elsa Bornemann.
Galería: El libro Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann.
Lecturas: Los libros infantiles prohibidos por la dictadura militar en Argentina.
19/6/13 a las 19:59
un ser tibiecito y angelical… debe andar por ahí, hecha hadita de alas traslúcidas y chinelitas de franela