Elsa Bornemann entrevistada por chicos

Dos entrevistas publicadas en la revista Compinches: la primera por Luciana Beker; la segunda por Laura, 10 años, y Dana, 11 años. «Mi mamá me leía mucho, pero mis hermanas, que eran grandes, no. ‘¡Aprendé a leer!’, me decían. Ahora, ¿vieron que mi mamá se llama Blancanieves? Todos los chicos se ríen cuando voy a los colegios y me dicen: ‘¿Cómo? ¿Sos una hija de Blancanieves?'»
Compinches1La revista Compinches, una publicación de distribución gratuita que circuló durante 10 años (2001-2011) en Argentina y cuyo contenido estaba preparado especialmente para que padres e hijos compartieran la lectura, incluia en cada número una entrevista realizada por niños a una figura de nuestra vida cultural.

Desde los inicios de la publicación, distintos equipos formados por niñas y niños —entrenados y coordinados por las periodistas Gisela Schmidberg y María Laura Efrón— dialogaron con músicos, escritores, actores, artistas plásticos, profesionales de los medios de comunicación, deportistas, historietistas, y otros representantes del quehacer cultural argentino.

Las preguntas de los pequeños periodistas, realizadas con la frescura y espontaneidad propias de la edad, reflejan un intenso trabajo previo de investigación sobre el entrevistado. Estas características hacen de lo charlado y compartido en estos encuentros una opción de lectura gratificante.

A continuación, reproducimos la entrevista a Elsa Bornemann realizada por Luciana Beker publicada en el Nº 1 de la revista Compinches (Buenos Aires, abril de 2001). Imaginaria agradece a Carola Beker y a Sergio Efrón, directores de Compinches, la gentileza y autorización para su reproducción.

Periodistas por un día: Entrevistando a Elsa Bornemann

Entrevistadora: Luciana Beker.

—¿Para qué edad pensás que es Cuentos a salto de canguro?

—Yo no estoy de acuerdo con poner las edades, pero comprendo que las editoriales, los colegios y las librerías necesitan una orientación. O sea, va una mamá y dice: «Tengo un nene de 9 y otro de 12, ¿qué les puedo llevar?», entonces los libreros se fijan en eso, porque no leen todo lo que venden. Las editoriales lo ponen también con ese propósito. Les parece que va más o menos para esa edad. Pero hay criaturas que lo que está dirigido —suponete— para 12 años lo leen a los 7 y lo entienden perfecto, y al revés, a algunos de 15 les tenés que dar un libro para 5 porque no entienden.

—¿Cuándo les ponés los nombres a los libros?

—A veces se me ocurren antes, porque tienen que ver con lo que va a pasar. Por ejemplo, cuando decidí escribir cuentos de terror, yo pensé: «Si pasa algo que le da miedo, ¿qué dice uno? «¡¡Socorro!!». Entonces dije: «Ya está, se llamará Socorro«.

—¿La historia de El niño envuelto es de verdad?

—Yo siempre les explico a los chicos que hay una gran diferencia entre la realidad y la ficción. Si yo trabajara absolutamente con la realidad, tendría que ser una excelente periodista, entonces contaría, por ejemplo: «Hoy me encontré con Luciana, a las 18 horas, un día clauroso». Ahora si yo esto lo quiero contar en un cuento, entonces tengo la libertad de agregarle cosas. Por ejemplo, como sos hija de mellizos puedo poner: «Yo no llegaba por el calor… Luciana estaba allí, pero me di vuelta, y había otra Luciana, y vi venir por la puerta de entrada a otra Luciana…», como si vos fueras trillizas… y el escritor tiene esa libertad, eso se llama ficción.

En El niño envuelto están mecladas historias mías, historias de los chicos, historias del pibe que viví a en mi casa, que es cierto. Vivía en el tercer piso, y yo desde el quinto le bajaba una canastita con libros, y él me ponía cartitas. Venía mucho a casa, me hice muy amiga de sus papás, eramos compañeritos de alguna manera. Él no se llama Andrés (como el protagonista del cuento). No le puse su nombre porque como ahí aparecían cosas que no tenían que ver con la familia de ellos, me parece que no es correcto.

Todo lo que un escritor escribe, Luciana, está basado en lo que siente, en lo que piensa, en lo que sucede, pero lo puede escribir, porque por eso es escritor, incluso como le hubiera gustado que pase. Incluso, dejando el final abierto, porque aunque los grandes no lo creen, a los chicos les gustan los finales así. Por ejemplo, han pasado tantos años desde que yo escribí que una chica parece que desaparece adentro de un lavarropas. ¡¡Para qué lo habré escrito!! Me lo preguntan siempre…

—¿Vos más o menos cuánto tardás en escribir un cuento?

—Cuando empiezo, muy rápido. Tardo los días anteriores. A veces estoy meses pensando en algo, tomo notitas, pero una vez que lo voy a escribir, lo tengo todo más o menos pensado.


Compinches24Seguimos con la entrevista realizada por Laura y Dana publicada en el Nº 24 de la revista Compinches (Buenos Aires, marzo de 2006). Imaginaria agradece a Carola Beker y a Sergio Efrón, directores de Compinches, la gentileza y autorización para su reproducción.

Elsa Bornemann en la frecuencia de los chicos

Entrevistaron: Laura, 10 años, y Dana, 11 años.
Asesoría Periodística: Gisela Schmidberg.

—Sabemos que sos maestra y doctora en letras. ¿Ejerciste alguna vez?

—Sí, sí, sí. De maestra jardinera, de maestra de escuela primaria, de profesora de secundaria y en la universidad también.

—¿Y doctora?

—Y sí… ¡Curé muchas letras y muchas palabras! (Risas).

—¿Cómo eras con tus alumnos?

—Afortunadamente, me llevaba muy bien. Los chicos me tenían simpatía y yo también a ellos. Es que realmente los seres que más me gustan en la vida son los chicos. Y después de ellos, me gustan mucho también los animales.

—También sabemos que trabajaste como azafata. ¿Cómo fue?

—Yo creía que me iba a encantar ser azafata. Y después que trabajé… ¡no! Pero no porque me diera miedo el avión, sino porque tenía que estar todo el tiempo sirviendo a la gente, atendiendo a todos, asistiendo a las personas que se asustaban… Y yo dije: «Bueno, ya probé, ya está bien».

—¿Recordás alguna anécdota de esa época?

—Sí, yo decía: «Perdón, voy al baño», y me metía ahí. En realidad, era porque se me estaba ocurriendo algo para escribir. Me encerraba en el baño y escribía poemas.

—¿Te leían de chiquita?

—Mi papá, sobre todo. Pero ¿ustedes saben? Una risa… Mi papá era alemán; entonces, él me leía en alemán y me decía: «Si prestás mucha atención, lo vas a entender». Pero como él no me traducía, ¡yo me imaginaba cualquier otra cosa! Y después mi mamá me inventaba cuentos.

—En la dedicatoria del libro Tinke-Tinke escribiste: «A mi mamá, Blancanieves Fernández de Bornemann, que nutrió mi infancia con poesía».

—Claro, porque también me leía poemas. Yo le llevaba los libros para que ella me los leyera. Tenía cuatro o cinco años y estaba muy desesperada por aprender a leer. Mi mamá me leía mucho, pero mis hermanas, que eran grandes, no. «¡Aprendé a leer!», me decían. Ahora, ¿vieron que mi mamá se llama Blancanieves? Todos los chicos se ríen cuando voy a los colegios y me dicen: «¿Cómo? ¿Sos una hija de Blancanieves?»

—Y cuando empezaste a leer sola, ¿qué leías?

—Cuentos, novelas y poesía; sobre todo poesía. Existen tantos autores extraordinarios, ¿no? Sobre todo, leo a autores españoles y argentinos, muchísimo. Era y sigo siendo muy lectora. la lectura me encanta y también la radio. La televisión no tanto. Escucho mucha radio de noche, porque yo por la noche duermo poco. Siempre, ¿eh? De chica también.

—Qué otras cosas conservás de cuando eras chica?

—Conservo recuerdos, objetos —como mi muñeca preferida, Pelusita— y características de mi personalidad. Ya desde chica escribía. En la escuela primaria sufrí mucho con las composiciiones, porque cuando tenía ocho o nueve años me llamaban de la dirección y me preguntaban: «¿Cuál de tus hermanas te escribió la redacción?». Yo no me daba cuenta de si estaba mal o bien escrita; no tenía ni la menor idea, para nada. Entonces, no entendía por qué me sentaban ahí y me decían esas cosas. Después llamaban a mi mamá y ella decía: «No, la escribió ella». Además, si yo escribía las composiciones en el aula, ¿cómo me las iban a escribir mis hermanas?

—Había Jardín de Infantes cuando vos eras chica?

—Sí, había, pero a mí no me mandaron. El jardín era el fondo de mi casa. A mi papá le gustaban muchísimo los árboles, las plantas; estaba lleno de verde, hermoso. El jardín de mi casa: ése fue mi jardín.

—¿Tenías muchos amigos?

—Siiií. sobre todo, varones. Cuando yo ea chica, en general, las mamás no querían que las nenas estuvieran con amigos varones. Pero en mi casa no pasaba eso. Era, como me decían entonces, varonera. ¿Por qué? Porque íbamos a la plaza, nos trepábamos a los árboles… Me encantaba. con ellos me divertía muchísimo.

—¿Y algún novio?

—Tuve candidatos hacia mí. Había uno, que era hijo de un ucraniano y una gallega, que vivía a la vuelta de casa. Tenía un año más que yo y desde los ocho se había enamorado de mí. El papá, cuando me veía, me decía con su acento ucraniano: «Ahí vino mi nuegga, ahí vino mi nuegga«. No sé, el otro se obsesionó y me dijo: «Estoy enamorado de vos» con su vocecita de ocho años. Y yo le contesté: «¡Pero yo no!». Bueno, entonces, ¿saben lo que hacía? Pasaba dos o tres veces por semana por la puerta de mi casa con un rebenque en la mano y gritaba: «Elsy, si no aceptás ser mi novia, vas a ver lo que hago!», y golpeaba el rebenque contra el cordón de la vereda. No nos hemos vuelto a ver desde hace mil años, pero me sigue llamando de vez en cuando para ver cómo estoy… El primer noviecito lo tuve a los catorce años; nos tocábamos de lejos con los deditos… no era como ahora…

—¿Cómo eran los chicos de antes?

—Y… quizá vivíamos una época más sana. Por ejemplo —ojo que esto que voy a decir es una generalización—, a mí me asusta muchísimo que los chicos (y digo chicos porque a los doce, trece, catorce son todavía chicos, ¿no?) tomen alcohol y droga. Acá cerquita de mi casa hay un boliche, y la madrugada del sábado, del domingo y el lunes es un bochinche impresionante, a las seis o siete de la mañana. Yo salgo al balcón, los veo y son chicos chiquitos. Y eso no pasaba antes.

—¿Por qué quisiste ser escritora?

—Porque me encantaban los libros. Y después, hay cosas que uno no sabe exactamente por qué, pero quizás hasta el día de hoy tengo ciertos problemas para comunicarme hablando y no para hacerlo escribiendo. Por ejemplo, a mí no me gusta el teléfono.

—¿Por qué?

—¡Ustedes no fueron telefonistas de chica! Mi papá era relojero campanero y tenía el taller en el fondo de mi casa. Entonces, lo llamaban de muchos lados por trabajos y él me pedía a mí que atendiera el teléfono. Por otro lado, mi hermana mayor ya tenía sus noviecitos y me decía: «Atendé y decí que no estoy». La otra, lo mismo. Entonces, yo estaba harta de atender el teléfono. Por eso me encantó cuando salió la computadora, aunque yo —copiando a Rolando Hanglin, que habla de la Organización de Sufrimiento Argentino— llamo a mi computadora la OSA, porque hay días en que no anda nada. Un desastre, ¿no? Pero me encanta mandar y recibir mails… Y lo que extraño son las cartas escritas a mano que le llegaban a uno antes, con la letrita de cada uno de los amigos… en la que uno los podía reconocer.

—Por qué pensás que tantos chicos te escriben?

—Supongo —aunque yo no tengo la explicación, porque sinceramente no la tengo— que porque les gusta lo que escribo. Como a mí me hubiera gustado escribirle a Lewis Carroll, el autor de Alicia en el País de las Maravillas, y a tantos otros autores que ya cuando yo era chica no existían, ¿no? Estaban los libros. Había pocos autores en la Argentina que escribían para chicos, hasta que apareció la extraordinaria María Elena Walsh. Y después yo empecé escribiendo para chicos pero sobre temas de los que no se escribían acá, como el terror o el amor. Y tuve algunos problemas.

—¿Cuáles?

—Con el libro Un elefante ocupa mucho espacio, fui prohibida en el año 1977. El año anterior había recibido un premio internacional muy importante y supongo que a alguna gente le dio envidia. No creo que el general Videla (N. de la R.: primer presidente de la dictadura militar que comenzó en 1976 y durá hasta 1983) lo haya leído, ¡para nada! Pero lo prohibieron diciendo que era izquierdista, y no era para nada así. Pronto, si Dios quiere, se va a hacer una versión teatral de ese libro. Cuando me prohibieron eran momentos muy tremendos, en los que desaparecía la gente… y me acuerdo de que mi padre me dijo: «Andate a vivir a Europa. No te quedes acá porque esto es muy peligroso». Pero yo, sinceramente si me hubiera ido, me habría muerto de tristeza, sola y por esa causa… entonces, me quedé acá.

—¿Tenés una receta para que tus libros les gusten a los chicos?

—No, no, para nada. Escribo lo que siento que me gustaría leer si yo fuera chica. A mí me hubiera gustado leer poemas de amor.

—Cuando estás haciendo cualquier otra cosa, ¿se te ocurren ideas pra escribir?

—Sí. De noche… ¡no saben cuántas veces prendo una linterna chiquita para no despertar a mi marido! Tengo papelitos al lado de la cama y de pronto se me ocurre algo y lo anoto, porque después se me puede ir, se me puede volar. Sí, siempre ando con papeles y la birome para anotar cosas.. Si se me ocurre algo, ¡pic!, lo agarro.

—¿Qué cosas de la realidad te llaman la atención?

—Sobre todo, me llama la atención que desde el principio del mundo los seres humnanos no son pacíficos. Eso me pone muy mal, porque la violencia no empezó ahora. Si ustedes leen historia, la violencia, la envidia, todas esas cosas, estuvieron desde el principio de los tiempos. Eso me llama muchísimo la atención.

—¿Qué cosas te hacen reír?

—Ah, muuuuchas. Empezando por casa, mis perritas porque parecen dos nenas. Y arman un lío… Desde las seis de la mañana quieren jugar: para aquí, para allá, para aquí, para allá, para aquí, para allá… Y después me gustan y divierten mucho los chistes de Fontanarrosa, Nik, los dibujos de Sábat.

—¿Qué se puede hacer con un chico al que no le gusta leer? ¿Hay que hacer algo?

—En general, el chico al que no le gusta leer es porque en la casa nadie lee. No ve a su mamá o a su papá leyendo con placer… Después estaría la escuela: que haya un maestro, una maestra, un profesor, una profesora que les transmitan a los chicos: «¡No saben lo que se pierden!». Y que les lean algo… les cuenten… Pero, si no sucede, es muy difícil que un chico disfrute de leer.

—¿Por qué un libro o un autor se convierten en «clásicos»?

—Porque le gusta a una generación, y después a otra, a otra y a otra. Si pasan varias generaciones —muuuuuchos años— y se sigue leyendo, es un clásico.

—¿Qué es lo que tiene que pasar para que eso suceda?

—¡Ah… qué intriga tengo… no sé!

—¿Leés tus libros?

—Sí, antes de publicarlos, sí. Los leo para corregirlos, recorregirlos, ver si repetí palabras… Pero no después de publicados. Sería como rascarse el ombligo, ¿no?

Elsa Bornemann y las 5 preguntas con vueltas

1) ¿Cuál era tu juego favorito?

Jugar con las muñecas, andar en bicicleta, caminar, jugar a la escondida. Después, jugar al ludo, al ta-te-ti, a todo ese tipo de juegos.

¿Y cuál, el que menos te gustaba?

El truco, porque nunca lo aprendí.

2) ¿Qué es lo que más te gustaba del colegio?

Encontrarme con mis compañeras.

¿Y lo que menos te gustaba?

Los exámenes de matemáticas. Pero, ojo, ¿eh? Siempre salía bien. Sin embargo, era un esfuerzo… porque no me gustaba para nada…

3) ¿Qué te asustaba?

Por supuesto, perder a los seres queridos. Otra cosa, la verdad no me acuerdo.

¿Frente a qué te sentías valiente?

Y… para cuidar a mis animalitos, siempre. Y también cuando mi papá tuvo que viajar a Europa por trabajo. Se fue por siete meses y se quedó por siete años por problemas económicos. Lo extrañé muchísimo, como se imaginarán. Me hacía sentir valiente ayudar a mi mamá para que se sintiera mejor.

4) ¿Por qué «macanas» te retaban?

Me retaban, como a todos los chicos… Mi mamá salía a la puerta y me decía: «¡Nenaaaa, vení a tomar la lecheeeee!» porque yo seguía y seguía jugando…

¿Por qué cosas te felicitaban?

Mi familia no era muy felicitadora. Pero siempre sentí mucho afecto de mis padres y de mi familia y de vecinos queridos, o sea que no me puedo quejar.

5) ¿Qué era lo que más te gustaba cuando ibas a la casa de tus abuelos?

Únicamente llegué a conocer a mi abuelo materno, que era español y vivía en Lomas de Zamora. Me gustaban los animalitos que tenía y que me regaló una gallinita pigmea. Era chiquitita, blanca y se llamaba Coquita. Vivió como once años. Venía, entendía palabras.. era muy graciosa, una cosa increíble.

¿Y lo que menos te gustaba?

La esposa con la que se había casado mi abuelo, porque era antipática y tenía celos, ¡seguro!, de nosotros.


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Lecturas: Entrevistando a Elsa Bornemann, por Gisela Schmidberg.

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Galería: El libro Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann.

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4 comentarios sobre “Elsa Bornemann entrevistada por chicos”

  1. Georgina Arias dice:

    Soy una maestra cubana retirada y he leido con mucho pesar la triste noticia de la perdida de Elsa Bornemann. Mis alumnos de primaria la conocen porque han disfrutado de algunos de sus libros que llegaron a mis manos, primeramente, a traves de amigos argentinos, que hace tiempo me la dieron a conocer; adoro El libro de los chicos enamorados. Me uno al dolor de sus lectores.


  2. Fernando G.D. dice:

    Muchas gracias por subir esta entrevista, Bornemann queda como referencia cultural hacia todas las generaciones, aun tengo algunos libros de cuando era yo un peque XD.


  3. Fernando G.D. dice:

    Me olvidaba, espero que suban más material sobre la autora, fue y será una genia de la pluma. Muchas gracias


  4. Sabrina dice:

    Que buena entrevista