Las aventuras de Pinocho. Capítulos XXIX y XXX

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Seguimos publicando Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, con traducción y notas de Guillermo Piro, acompañadas por imágenes de varios ilustradores de época. La imagen de arriba es un fragmento de una ilustración de María L. Kirk (1916).

Carlo Collodi

Traducción y notas de Guillermo Piro

(Para bajar el texto en un archivo PDF, mejor para imprimir, click aquí.)

XXIX
Vuelve a la casa del Hada, la cual le promete
que al día siguiente ya no será un muñeco, sino un muchacho.
Gran desayuno de café con leche para festejar este gran acontecimiento.

Mientras el pescador estaba a punto de arrojar a Pinocho en la sartén, entró en la gruta un gran perro atraído por el agudo y tentador olor de la fritura.

-¡Fuera de aquí! -gritó el pescador, amenazándolo sin soltar al muñeco enharinado.

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Ilustración de Attilio Mussino (1911)

Pero el pobre perro tenía un hambre de locos, gimiendo y moviendo la cola parecía decir:

-Dame un bocado y te dejaré en paz.

-¡Fuera de aquí, te digo! -le repitió el pescador, y levantó una pierna para darle una patada.

Entonces el perro, que cuando tenía hambre de verdad no se andaba con bromas, se dirigió gruñendo al pescador, mostrándole sus terribles colmillos.

En ese instante se oyó en la gruta una vocecita débil, muy débil, que decía.

-¡Sálvame, Alidoro! ¡Si no me salvas, estoy frito!… (1)

El perro reconoció enseguida la voz de Pinocho y con grandísima sorpresa se dio cuenta de que la vocecita había salido de ese bulto enharinado que el pescador tenía en la mano.

¿Qué hizo entonces? Pegó un gran salto, tomó suavemente con los dientes aquel bulto enharinado y salió corriendo como un relámpago de la gruta.

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Ilustración de Carlo Chiostri (1901)

El pescador, enojadísimo porque le habían quitado de las manos un pescado que tantas ganas tenía de comerse, trató de perseguir al perro; pero dio unos pocos pasos, le dio un ataque de tos y tuvo que volver para atrás.

Mientras tanto Alidoro, encontrada la senda que conducía al pueblo, se detuvo y posó delicadamente a su amigo Pinocho en el suelo.

-¡Cuánto te agradezco! -dijo el muñeco.

-No hay de qué -replicó el perro-: tú me salvaste a mí, y en este mundo todo tiene su recompensa. Ya se sabe: en esta vida hay que ayudarse unos a otros.

-¿Pero cómo fue que acabaste en aquella gruta?

-Estaba tendido en la playa, más muerto que vivo, cuando el viento me trajo de lejos un olorcito a fritura. Ese olorcito me despertó el apetito y le seguí el rastro. ¡Si hubiese llegado un minuto más tarde!…

-¡No me lo digas! -gritó Pinocho, que todavía temblaba del miedo-. ¡No me lo digas! Si hubieses llegado un minuto más tarde, a esta hora ya estaba bien frito, comido y digerido. ¡Brrr!… ¡Me vienen escalofríos de sólo pensarlo!…

Alidoro, riendo, extendió la pata derecha al muñeco, el cual se la estrechó bien fuerte en señal de gran amistad. Y después se separaron.

El perro retomó el camino a su casa. Y Pinocho, solo, se fue a una cabaña no muy distante y le preguntó a un viejito que estaba en la puerta, calentándose al sol:

-Dígame, buen hombre, ¿sabe algo de un pobre muchacho herido en la cabeza que se llama Eugenio?…

-El muchacho fue traído por unos pescadores a esta cabaña, y ahora…

-¡Ahora está muerto!… -interrumpió Pinocho, con gran dolor.

-No, todavía esta vivo, y ya volvió a su casa.

-¿De verdad? ¿De verdad? -gritó el muñeco, saltando de alegría-. ¿Entonces la herida no era grave?

-Pero podía haber sido gravísima, e incluso mortal -respondió el viejito-, porque le tiraron en la cabeza un gran libro encuadernado en cartón.

-¿Y quién se lo tiró?

-Un compañero de escuela, un tal Pinocho…

-¿Y quién es este Pinocho? -preguntó el muñeco, haciéndose el desentendido.

-Dicen que es un mal chico, un vagabundo, un verdadero malvado…

-¡Calumnias! ¡Son todas calumnias!

-¿Tú lo conoces a este Pinocho?

-¡De vista! -respondió el muñeco.

-¿Y qué concepto tienes de él? -le preguntó el viejito.

-A mí me parece un buen muchacho, lleno de ganas de estudiar, obediente, cariñoso con su padre y su familia…

Mientras el muñeco soltaba con total desfachatez todas estas mentiras, se tocó la nariz y se dio cuenta de que se le había alargado un palmo. Entonces, asustado, comenzó  a gritar.

-No haga caso, buen hombre, a todo lo que le he dicho; ¡conozco muy bien a Pinocho y yo también puedo asegurarle que es un mal chico, desobediente y haragán, que en vez de ir a la escuela se va con sus compañeros a hacer travesuras!

Apenas terminó de pronunciar estas palabras su nariz se acortó y volvió a su tamaño natural, como antes.

-¿Y por qué estás todo blanco? -le preguntó de pronto el viejito.

-Le diré… sin darme cuenta me restregué contra una pared que recién había sido encalada -respondió el muñeco, avergonzándose de confesar que lo habían enharinado como un pescado, para después freírlo en una sartén.

-¿Y qué hiciste con tu chaqueta, tus pantalones y tu gorro?

-Me encontré con unos ladrones y me desnudaron. Dígame, buen viejo, ¿no tendría alguna ropa que pueda ponerme, tanto como para que pueda volver a mi casa?

-Muchacho mío, en cuestión de ropa no tengo más que esta pequeña bolsa, donde guardo los lupines. Si quieres, tómala, allí está.

Y Pinocho no se lo hizo decir dos veces; tomó enseguida la bolsa de los lupines, que estaba vacía, y después de haberse hecho con las tijeras un pequeño agujero en el fondo y dos agujeros a los lados, se la puso como si fuera una camisa. Y con esa ligera vestimenta se dirigió al pueblo.

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Ilustración de Carlo Chiostri (1901)

Pero por el camino no estaba muy tranquilo. Tanto es así que daba un paso adelante y uno atrás, y, discurriendo consigo mismo, iba diciendo:

-¿Cómo me presentaré ante mi buena Hadita? ¿Qué dirá cuando me vea?… ¿Querrá perdonarme esta segunda fechoría?… ¡Apuesto a que no me la perdona!… ¡Oh! Seguro que no me la perdona… ¡Y me lo merezco, porque yo soy un bribón que siempre promete cambiar, pero nunca cumple sus promesas!

Llegó al pueblo ya entrada la noche, y como hacía mal tiempo y el agua caía a cántaros, se fue directamente a la casa del Hada, decidido a golpear la puerta y pedir que le abriesen.

Pero cuando estuvo allí sintió  que le faltaba el valor, y en vez de llamar se alejó corriendo una veintena de pasos. Después volvió por segunda vez a la puerta, y lo mismo. Después se acercó por tercera vez, y nada. La cuarta vez tomó, temblando, la aldaba de hierro, y dio un pequeño golpecito.

Espera que te espera, finalmente, después de media hora se abrió una ventana del último piso (la casa tenía cuatro pisos) y Pinocho vio asomarse a un gran Caracol que tenía una pequeña lámpara encendida en la cabeza, el cual le dijo:

-¿Quién es a esta hora?

-¿El Hada está en casa? -preguntó el muñeco.

-¡El Hada duerme y no quiere que la despierten! ¿Pero tú quién eres?

-¡Soy yo!

-¿Quién es yo?

-Pinocho.

-¿Qué Pinocho?

-El muñeco, el que vive con el Hada.

-¡Ah! Entiendo -dijo el Caracol-. Espérame, que ahora bajo a abrirte.

-Apúrate, por favor, que me muero de frío.

-Hijo mío, soy un Caracol, y los Caracoles nunca están apurados.

-Pasó una hora, pasaron dos, y la puerta no se abría. Por lo que Pinocho, que por el miedo y el agua que tenía encima temblaba de frío, se armó de valor y golpeó por segunda vez, y esta vez golpeó más fuerte.

A ese segundo golpe se abrió una ventana del piso de abajo y se asomó el mismo Caracol.

-Caracolito lindo -gritó Pinocho desde la calle- ¡hace dos horas que espero! Y dos horas, con esta noche, se hacen más largas que dos años. Por favor, apúrate.

-Hijo mío -le respondió aquel animal pacífico y flemático desde la ventana-, hijo mío, yo soy un Caracol, y los Caracoles nunca se apuran.

Y la ventana volvió a cerrarse.

Poco después sonaron las doce. Después la una, después las dos, y la puerta seguía cerrada.

Entonces Pinocho, que ya había perdido la paciencia, aferró con rabia la aldaba de la puerta para golpear de tal modo que temblara toda la casa; pero la aldaba, que era de hierro, se volvió de pronto una anguila viva, que escurriéndosele entre las manos desapareció en el reguero de agua que corría en medio de la calle.

-¡Ah! ¿Sí? -gritó Pinocho, cada vez más cegado por la cólera-. Si la aldaba desapareció, seguiré llamando a fuerza de patadas.

Y echándose un poco hacia atrás le dio una solemnísima patada a la puerta de la casa. El golpe fue tan fuerte que el pie penetró hasta la mitad la madera; y cuando el muñeco trató de sacarlo, fue inútil, porque el pie le había quedado adentro, como un clavo remachado.

¡Imagínense al pobre Pinocho! Tuvo que pasar el resto de la noche con un pie en el suelo y el otro en el aire.

A la mañana, al despuntar el alba, finalmente la puerta se abrió. A aquel buen animal, el Caracol, sólo le había tomado nueve horas bajar desde el cuarto piso hasta la calle. ¡Hay que decir que había sudado de lo lindo!

-¿Qué haces con el pie metido en la puerta? -le preguntó riendo al muñeco.

-Ha sido una desgracia. Caracol lindo, líbrame de este suplicio.

-Hijo mío, para esto se necesita un leñador, y yo jamás lo he sido.

-¡Ruégale al Hada de mi parte!…

-El Hada duerme y no quiere ser molestada.

-¿Pero qué quieren que haga clavado todo el día a esta puerta?

-Diviértete contando las hormigas que pasan por la calle.

-Tráeme, al menos, algo de comer, que estoy agotado.

-¡Enseguida! -dijo el Caracol.

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Ilustración de María L. Kirk (1916)

En efecto, tres horas y media después Pinocho lo vio volver con una bandeja de plata en la cabeza. En la bandeja había un pan, un pollo asado y cuatro damascos maduros.

-Aquí tienes el desayuno que te manda el Hada -dijo el Caracol.

A la vista de aquella gracia divina, el muñeco se consoló. ¡Pero cuál no sería el desengaño cuando, al comenzar a comer, se dio cuenta de que el pan era de yeso, el pollo de cartón y los cuatro damascos de alabastro pintado!

Quería llorar, quería desesperarse, quería tirar la bandeja con todo lo que contenía; pero en vez de eso, tal vez a causa del gran dolor o el gran vacío de estómago, el caso es que cayó desvanecido.

Cuando volvió en sí, se encontró tendido en un sofá, y el Hada estaba junto a él.

-También por esta vez te perdono -le dijo el hada; ¡pero ay de ti si me haces otra de las tuyas!…

Pinocho prometió y juró que estudiaría y que siempre se portaría bien. Y mantuvo la palabra durante todo el resto del año. Efectivamente, en los exámenes de verano tuvo el honor de ser el mejor de la escuela; y su comportamiento, en general, fue juzgado tan digno de alabanza y tan satisfactorio que el Hada, muy contenta, le dijo:

-¡Mañana, al fin, tu deseo será cumplido!

-¿Cuál sería?

-Mañana dejarás de ser un muñeco de madera y te convertirás en un niño como es debido.

Quien no haya visto la alegría de Pinocho ante esta noticia tan anhelada, nunca podrá imaginársela. Todos sus amigos y compañeros de la escuela debían ser invitados para el día siguiente a un gran desayuno en casa de Hada para festejar juntos el gran acontecimiento. Y el Hada había hecho preparar doscientas tazas de café con leche y cuatrocientos bollos untados con manteca por arriba y por abajo. Aquel día prometía ser muy lindo y alegre, pero…

Desgraciadamente, en la vida de los muñecos de madera siempre hay un pero que echa todo a perder.

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Ilustración de Carlo Chiostri (1901)

XXX
Pinocho, en vez de convertirse en un niño,
parte a escondidas con su amigo Mecha al País de los Juguetes.

Como es natural, Pinocho le pidió  enseguida al Hada permiso para ir a dar una vuelta por la ciudad a hacer las invitaciones, y el Hada le dijo:

-Ve a invitar a tus compañeros para el desayuno de mañana, pero acuérdate de que debes volver a casa antes de que se haga de noche. ¿Has entendido?

-Prometo volver en una hora -replicó el muñeco.

-¡Cuidado, Pinocho! Los niños prometen con mucha facilidad, pero la mayoría de las veces no cumplen sus promesas.

-Pero yo no soy como los demás; yo, cuando digo una cosa, la cumplo.

-Ya veremos. Total, si desobedeces, será peor para ti.

-¿Por qué?

-Porque los niños que no atienden a los consejos que les dan los que saben más que ellos, siempre se encuentran con alguna desgracia.

-¡Yo ya lo he experimentado! -dijo Pinocho-. Pero no volveré a caer en eso otra vez.

-Ya veremos si dices la verdad.

Sin agregar más palabras, el muñeco saludó a su buena Hada, que era para él una especie de mamá, y juiciosamente salió de la casa. (2)

En poco más de una hora, todos sus amigos fueron invitados. Algunos aceptaron enseguida y con agrado; otros, al principio, se hicieron rogar un poco; pero al saber que los bollos para mojar en el café con leche tendrían manteca también por la parte de afuera, terminaron diciendo: «También nosotros iremos, para darte el gusto».

Ahora conviene saber que Pinocho, entre sus amigos y compañeros de escuela, tenía uno que era el predilecto y el más querido, el cual se llamaba Romeo, pero a quien todos llamaban con el sobrenombre de Mecha, por su aspecto seco, enjuto y enflaquecido, igual que la mecha nueva de una lámpara.

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Ilustración de Attilio Mussino (1911)

Mecha era el chico más perezoso y travieso de toda la escuela, pero Pinocho lo quería mucho. De hecho fue a buscarlo enseguida a su casa para invitarlo al desayuno y no lo encontró; volvió  por segunda vez, y Mecha no estaba; volvió una tercera vez, e hizo el viaje en vano.

¿Dónde podía encontrarlo? Busca que te busca, finalmente lo encontró escondido bajo el pórtico de una casa de campesinos.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó Pinocho, acercándose.

-Espero a que se haga la medianoche, para partir…

-¿A dónde vas?

-¡Lejos, lejos, lejos!

-¡Y yo que fui a buscarte tres veces a tu casa!…

-¿Qué querías?

-¿No sabes del gran acontecimiento? ¿No sabes la suerte que tengo?

-No.

-Mañana dejaré de ser un muñeco y me convertiré en un niño como tú y como todos los demás.

-¡Que te aproveche!

-Mañana, entonces, te espero a desayunar en mi casa.

-Pero si te he dicho que parto esta noche.

-¿A qué hora?

-¡A medianoche!

-¿Y a dónde vas?

-Me voy a vivir a un país… que es el mejor país del mundo, ¡una verdadera jauja!…

-¿Y cómo se llama?

-Se llama el País de los Juguetes. ¿Por qué no vienes tú también?

-¿Yo? ¡No, de ninguna manera!

-¡Te equivocas, Pinocho! Créeme, si no vienes, te arrepentirás. ¿Dónde piensas encontrar un país tan sano para nosotros como ése? Allí no hay escuelas ni maestros ni libros. En ese país bendito no se estudia nunca. Los jueves no se va a la escuela, y las semanas están compuestas de seis jueves y un domingo. Imagínate que las vacaciones de verano comienzan el primero de enero y terminan el último día de diciembre. ¡Ése es un país como a mí me gusta! ¡Así es como deberían ser todos los países civilizados!…

-¿Pero cómo se pasan los días en el País de los juguetes?

-Se pasan jugando y divirtiéndose de la mañana a la noche. A la noche se va a dormir, y a la mañana se vuelve a empezar. ¿Qué te parece?

-¡Hum!… -dijo Pinocho, y movió ligeramente la cabeza, como diciendo: «¡Es una vida que yo también llevaría de buena gana!»

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Ilustración de Attilio Mussino (1911)

-Entonces, ¿quieres venir conmigo? ¿Sí o no? ¡Decídete!

-¡No, no, no y no! Le prometí a mi buena Hada que sería un niño como es debido y quiero mantener mi promesa. Es más, como veo que el sol se está poniendo, te dejo y me voy corriendo. Así que adiós y buen viaje.

-¿A dónde vas con tanta prisa?

-A casa. Mi buena Hada quiere que vuelva antes de que caiga la noche.

-Espera dos minutos más.

-Se me hace tarde.

-Sólo dos minutos.

-¿Y si después el Hada me grita?

-Deja que grite. Cuando haya gritado bastante, se callará -dijo aquel bribón de Mecha.

-¿Y cómo haces? ¿Te vas solo o acompañado?

-¿Solo? Iremos más de cien chicos.

-¿Y el viaje lo hacen a pie?

-A medianoche pasará por aquí un carro que nos recogerá y nos llevará dentro de los confines de ese dichoso país.

-¡Lo que daría porque ahora fuese medianoche!…

-¿Por qué?

-Para verlos a todos juntos irse.

-Quédate otro poco y nos verás.

-No, no: quiero volver a casa.

-Espera otros dos minutos.

-Ya me he retrasado demasiado. El Hada estará preocupada por mí.

-¡Pobre Hada! ¿De qué tiene miedo? ¿De que te coman los murciélagos?

-Pero -agregó Pinocho-, ¿tú estás verdaderamente seguro de que en ese país no hay escuelas?…

-Ni sombra de una.

-¿Y tampoco maestros?…

-Ni uno siquiera.

-¿Y no estás obligado a estudiar?

-¡Nunca, nunca, nunca!

-¡Qué lindo país! -dijo Pinocho, sintiendo que se le hacía agua la boca- ¡Qué lindo país! ¡No estuve nunca allí, pero me lo imagino!…

-¿Por qué no vienes tú también?

-¡Es inútil que me tientes! Le prometí a mi buena Hada que sería un niño juicioso y no quiero faltar a mi palabra.

-Adiós, entonces, ¡y dale mis recuerdos a las escuelas!… y también a los institutos, si los ves por el camino.

-Adiós, Mecha, que tengas buen viaje, diviértete y acuérdate alguna vez de los amigos.

Dicho eso el muñeco dio dos pasos como para irse; pero después, deteniéndose y volviéndose hacia su amigo, le preguntó:

-¿Pero estás seguro de que en ese país todas las semanas se componen de seis jueves y un domingo?

-Segurísimo.

-¿Y estás seguro de que las vacaciones comienzan el primero de enero y terminan el último día de diciembre?

-¡Indudablemente!

-¡Qué lindo país! -repitió Pinocho, escupiendo a modo de consuelo.

Después, con ánimo resuelto, agregó  apresurado:

-Entonces, adiós de verdad, y buen viaje.

-Adiós.

-¿En cuánto tiempo partirán?

-¡En dos horas!

-¡Qué lástima! Si para la partida faltase sólo una hora, casi me atrevería a esperar.

-¿Y el Hada?…

-¡De todos modos ya se me ha hecho tarde!… y volver a casa una hora antes o una hora después, es lo mismo.

-¡Pobre Pinocho! ¿Y si el Hada te grita?

-¡Paciencia! Dejaré que grite. Cuando haya gritado bastante, se callará.

Entretanto ya se había hecho de noche, y noche cerrada. Cuando de pronto vieron una lucecita que se movía en la lejanía… y oyeron el débil sonido de unos cascabeles y un sonar de trompeta, ¡tan débil y sofocado que parecía el zumbido de un mosquito!

-¡Aquí está! -gritó Mecha, poniéndose de pie.

-¿Quién es? -preguntó en voz baja Pinocho.

-Es el carro que viene a recogerme. Entonces, ¿quieres venir? ¿Sí o no?

-¿Pero es verdad -preguntó el muñeco- que en ese país los chicos no tienen nunca la obligación de estudiar?

-¡Nunca, nunca, nunca!

-¡Qué lindo país!… ¡Qué lindo país!… ¡Qué lindo país!…

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Ilustración de Enrico Mazzanti (1883)


Notas del traductor

(1) «Son fritto»: modo de decir, frecuentemente también en castellano, que en este caso une la acepción metafórica con su significado literal.

(2) «cantanto e ballando, uscì dalla porta di casa»: la expresión no debe ser tomada al pie de la letra, sino que expresa un comportamiento juicioso. (Véase Luigi M. Reale, nota a Le Avventure di Pinocchio, Edizioni Guerra, 1995).


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Un comentario sobre “Las aventuras de Pinocho. Capítulos XXIX y XXX”

  1. adriana dice:

    muchisimas gracis por la nueva entrega

    saludos adriana