Las aventuras de Pinocho. Capítulos XI y XII


Seguimos publicando Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, con traducción y notas de Guillermo Piro, acompañadas por imágenes de varios ilustradores de época, y, en esta ocasión, una ilustración realizada por Roberto Innocenti en 1988, que mostramos aquí arriba.

Carlo Collodi

Traducción y notas de Guillermo Piro

(Para bajar el texto en un archivo PDF, mejor para imprimir, click aquí.)


XI
Comefuego estornuda y perdona a Pinocho,
el cual, después, salva de la muerte a su amigo Arlequín.

El titiritero Comefuego (éste era su nombre) parecía un hombre espantoso, no digo que no, especialmente con esa larga barba negra que, a modo de delantal, le cubría todo el pecho y las piernas, pero, en el fondo, no era un mal hombre. Prueba de ello es que cuando vio que le traían al pobre Pinocho, que se debatía sacudiéndose para todos lados gritando «¡No quiero morir, no quiero morir!», comenzó a conmoverse y a enternecerse, y, después de haber resistido un buen rato, al final no pudo más y dejó escapar un sonorísimo estornudo.

Ante aquel estornudo, Arlequín, que hasta entonces había permanecido afligido y encorvado como un sauce llorón, se puso repentinamente alegre e, inclinándose hacia Pinocho, le susurró en voz baja:

-Buenas noticias, hermano. El titiritero ha estornudado, y esto es signo de que ha tenido compasión de ti, y ahora estás a salvo.


Ilustración de Attilio Mussino (1911)

Porque hay que saber que mientras todos los hombres, cuando sienten misericordia por otro, lloran o por lo menos fingen que se restriegan los ojos, Comefuego, en cambio, cada vez que se enternecía de verdad tenía la manía de estornudar. Era un modo como cualquier otro de dar a conocer la sensibilidad de su corazón.

Después de haber estornudado, el titiritero, haciéndose el huraño, gritó a Pinocho:

-¡Deja de llorar! Tus lamentos me han producido un cosquilleo aquí en el estómago… siento una angustia que casi, casi… ¡Atchís, atchís! -y estornudó otras dos veces.

-¡Salud! -dijo Pinocho.

-Gracias. ¿Viven tu padre y tu madre? -le preguntó Comefuego.

-Mi padre sí; a mi madre nunca le he conocido.

-¡Buen disgusto tendría tu viejo padre si yo ahora te hiciera arrojar a esos tizones ardientes! ¡Pobre viejo! ¡Lo compadezco!… ¡Atchís, atchís, atchís! -estornudó otras tres veces.

-¡Salud! -dijo Pinocho.

-¡Gracias! También hay que sentir compasión por mí, porque, como ves, no tengo más leña para terminar de asar ese cordero; ¡y tú, la verdad, para esto me hubieras venido muy bien! Pero ya me he apiadado de ti y hay que tener paciencia. En tu lugar, echaré al fuego a una marioneta de mi Compañía… ¡Eh, gendarmes!…

A esta orden aparecieron dos gendarmes de madera, altos, altos, flacos, flacos, con tricornios en la cabeza y el sable desenvainado en la mano.


Ilustración de Attilio Mussino (1911)

Entonces el titiritero les dijo con vos ronca:

-Agarren a ese Arlequín, átenlo bien y después arrójenlo al fuego para que se queme. ¡Quiero que mi cordero esté bien asado!


Ilustración de Carlo Chiostri (1901)

¡Imagínense al pobre Arlequín! Fue tan grande su susto que las piernas se le doblaron y cayó de bruces al suelo.

Pinocho, ante aquel espectáculo desgarrador, fue a arrojarse a los pies del titiritero, y llorando a lágrima viva y mojando de lágrimas todos los pelos de su larguísima barba, comenzó a decir con voz suplicante:

-¡Piedad, señor Comefuego!…

-¡Aquí no hay señores!… -replicó duramente el titiritero.

-¡Piedad, señor Caballero!…

-¡Aquí no hay caballeros!

-¡Piedad, señor Comendador!…

-¡Aquí no hay comendadores!

-¡Piedad, Excelencia!…

Al oírse llamar Excelencia, el titiritero esbozó una tenue sonrisa, y volviéndose de pronto más humano y más tratable, le dijo a Pinocho:

-Bien, ¿qué quieres de mí?

-¡Le pido la gracia para el pobre Arlequín!


Ilustración de Enrico Mazzanti (1883)

-Aquí no hay gracia que valga. Si te he perdonado a ti, es preciso que lo eche al fuego a él, porque quiero que mi cordero esté bien asado.

-En ese caso -gritó furiosamente Pinocho, enarbolando y arrojando su gorro de miga de pan-, en ese caso sé cuál es mi deber. ¡Adelante, señores gendarmes! Átenme y arrójenme a las llamas. ¡No, no es justo que el pobre Arlequín, mi gran amigo, deba morir por mí!…


Ilustración de Attilio Mussino (1911)

Estas palabras, pronunciadas con voz fuerte y acento heroico, hicieron llorar a todas las marionetas que presenciaban la escena. Los mismos gendarmes, aunque eran de madera, lloraban como dos corderitos.

Al principio, Comefuego se quedó tan duro e inmóvil como un trozo de hielo, pero después, poco a poco comenzó también a conmoverse y a estornudar. Estornudó cuatro o cinco veces, abrió afectuosamente los brazos y le dijo a Pinocho:

-¡Eres un buen muchacho! Ven aquí y dame un beso.

Pinocho corrió enseguida y trepando como una ardilla por la barba del titiritero, le dio un bellísimo beso en la punta de la nariz.

-¿Entonces la gracia está concedida? -preguntó el pobre Arlequín, con un hilo de voz que apenas se oía.

-¡La gracia ha sido concedida! -respondió Comefuego. Luego, suspirando y moviendo la cabeza, añadió-: ¡Paciencia! ¡Esta noche me resignaré a comer el cordero medio crudo!, ¡pero la próxima vez, pobre de aquel al que le toque!…

Ante la noticia de la gracia obtenida, todas las marionetas corrieron al escenario y, encendidas las luces y las arañas como para una función de gala, comenzaron a saltar y a bailar. Amanecía y seguían bailando.


Ilustración de Carlo Chiostri (1901)


XlI
El titiritero Comefuego regala cinco monedas de oro a Pinocho,
para que se las lleve a su padre Geppetto,
pero Pinocho, en vez de hacer eso,
se deja embaucar por el Zorro y el Gato
y se va con ellos.

Al día siguiente Comefuego llamó aparte a Pinocho y le preguntó:

-¿Cómo se llama tu padre?

-Geppetto.

-¿Y qué oficio tiene?

-El de pobre.

-¿Gana mucho?

-Gana mucho, lo necesario para no tener nunca un céntimo en el bolsillo. Imagínese que para comprarme el Abecedario de la escuela tuvo que vender la única casaca que tenía encima: una casaca que, entre remiendos y zurcidos, estaba hecha una lástima.

-¡Pobre diablo! Casi me da pena. Aquí tienes cinco monedas de oro. Ve enseguida a llevárselas y salúdalo de mi parte.

Pinocho, como es fácil imaginarlo, agradeció mil veces al titiritero; abrazó una a una a todas las marionetas de la Compañía, incluso a los gendarmes, y fuera de sí de la alegría se puso en viaje para volver a su casa.

Pero todavía no había hecho medio kilómetro cuando encontró en el camino a un Zorro rengo de un pie y un Gato ciego de los dos ojos, que merodeaban por allí, ayudándose entre ellos, como buenos compañeros de desventura. El Zorro, que era rengo, caminaba apoyándose en el Gato; y el Gato, que era ciego, se dejaba guiar por el Zorro.


Ilustración de Enrico Mazzanti (1883)

-Buen día, Pinocho -le dijo el Zorro, saludándolo cortésmente.

-¿Cómo es que sabes mi nombre? -preguntó el muñeco.

-Conozco muy bien a tu padre.

-¿Dónde lo has visto?

-Lo he visto ayer en la puerta de su casa.

-¿Y qué hacía?

-Estaba en mangas de camisa y temblaba de frío.

-¡Pobre papá! ¡Pero si Dios quiere, de hoy en adelante no temblará más!…

-¿Por qué?

-Porque me he convertido en un gran señor.

-¿Tú, un gran señor? -dijo el Zorro, y comenzó a reír con una risa descarada y burlona; y el Gato también reía, pero, para que no se viera, se peinaba los bigotes con las patas de adelante.

-¡No veo motivo de risa! -gritó Pinocho, molesto-. Siento mucho que se les haga agua la boca, pero estas que tengo aquí, para que sepan, son cinco monedas de oro.

Y sacó a relucir las monedas que le había regalado Comefuego.

Al oír el simpático sonido de aquellas monedas, el Zorro, en un ademán involuntario, alargó la pata que parecía encogida, y el Gato abrió los ojos de par en par, como si fueran dos linternas verdes; pero los cerró inmediatamente y Pinocho no se dio cuenta de nada.


Ilustración de Roberto Innocenti (1988).
(Click en la imagen para verla más grande.)

-Y ahora -le preguntó el Zorro-, ¿qué vas a hacer con esas monedas?

-Primero -respondió el muñeco- quiero comprarle a mi padre una linda casaca nueva, toda de oro y plata y con botones de brillantes; después quiero comprar un Abecedario para mí.

-¿Para ti?

-Sí, porque quiero ir a la escuela y estudiar de verdad.

-Mírame -dijo el Zorro-: por la tonta pasión de estudiar he perdido una pierna.

-Mírame -dijo el Gato-: por la tonta pasión de estudiar he perdido la vista de los dos ojos.

En ese momento, un mirlo blanco (1), que había anidado en un seto del camino, se puso a cantar y dijo:

-¡Pinocho, no hagas caso a los consejos de las malas compañías, si no, te arrepentirás!

¡Pobre Mirlo, nunca hubiese debido decir eso! El Gato, dando un salto, se abalanzó sobre él, y sin darle siquiera tiempo a decir ay se lo comió y se limpió la boca, cerró los ojos otra vez y siguió haciéndose el ciego, como antes.

-¡Pobre Mirlo! -dijo Pinocho al Gato-, ¿por qué lo has tratado tan mal?

-Hice eso para darle una lección, así la próxima vez aprenderá a no interrumpir la conversación de los demás.

Habían hecho ya la mitad del camino cuando el Zorro, deteniéndose de improviso, dijo al muñeco:

-¿Quieres duplicar tus monedas de oro?

-¿Qué?

-¿Quieres convertir tus cinco miserables monedas en cien, mil, dos mil?

-¡Claro! ¿Y de qué manera?

-La manera es facilísima. En vez de volver a tu casa, deberías venir con nosotros.

-¿Y a dónde me quieren llevar?

-Al País de los Badulaques.

Pinocho lo pensó un poco, y después, resueltamente, dijo:

-No, no quiero ir. Ahora estoy cerca de casa, y quiero volver allí, donde mi padre me espera. Quién sabe, pobre viejo, cuánto ha suspirado ayer al ver que no volvía. Lamentablemente he sido un mal hijo, y el grillo parlante tenía razón cuando decía: «Los chicos desobedientes no conseguirán anda bueno en este mundo». Y lo he experimentado en carne propia, porque me sucedieron muchas desgracias; sin ir más lejos ayer por la noche, en casa de Comefuego, he corrido peligro… ¡Brr! ¡De sólo pensarlo me da escalofríos!

-Entonces -dijo el Zorro- ¿de verdad quieres ir a tu casa? ¡Ve, entonces, peor para ti!

-¡Peor para ti! -dijo el Gato.

-Piénsalo bien, Pinocho, porque estás perdiéndote una oportunidad.

-¡Una oportunidad! -repitió el Gato.

-Tus cinco monedas, de hoy a mañana, se transformarían en dos mil.

-¡Dos mil! -repitió el Gato.

-¿Pero cómo es posible que se conviertan en tanto? -preguntó Pinocho, quedándose con la boca abierta por el estupor.

-Enseguida te lo explico -dijo el Zorro-. Debes saber que en el País de los Badulaques hay un campo bendito, al que todos llaman el Campo de los milagros. En ese campo tú haces un pequeño agujero y pones dentro, por ejemplo, una moneda de oro. Después vuelves a cubrir de tierra el agujero, lo riegas con dos baldes de agua de la fuente, esparces encima un puñado de sal, y a la noche te vas tranquilamente a la cama. Durante la noche, la moneda germina y florece, y a la mañana siguiente, cuando te levantas, ¿qué es lo que encuentras? Encuentras un hermoso árbol cargado de muchas monedas de oro, tantas como granos puede tener una buena espiga en el mes de junio.

-Así que -dijo Pinocho, cada vez más aturdido-, si yo enterrase en ese campo mis cinco monedas, ¿a la mañana siguiente cuántas monedas encontraría?

-Es una cuenta muy fácil -respondió el Zorro-, una cuenta que se puede hacer con los dedos. Supón que cada moneda te dé un racimo de quinientas monedas; multiplica quinientos por cinco, y a la mañana siguiente te encuentras con dos mil quinientas monedas contantes y sonantes en el bolsillo.

-¡Oh, qué cosa estupenda! -gritó Pinocho, bailando de alegría-. Apenas recoja esas monedas, me guardaré dos mil para mí y las otras quinientas se las daré de regalo a ustedes dos.

-¿Un regalo para nosotros? -gritó el Zorro, desdeñoso y haciéndose el ofendido-. ¡Dios te libre!

-¡Te libre! -repitió el Gato.

-Nosotros -continuó el Zorro- no trabajamos por el vil interés; trabajamos únicamente para enriquecer a los demás.

-¡Los demás! -repitió el Gato.

«Qué buenas personas», pensó Pinocho para sí; y olvidándose en el acto de su padre, de la casaca nueva, del Abecedario y de todos los buenos propósitos que tenía, les dijo al Zorro y al Gato:

-Vámonos. Voy con ustedes.


Ilustración de Attilio Mussino (1911)


Nota del traductor:

(1) un merlo bianco: presencia surreal (en tanto los mirlos tienen plumaje oscuro), que, como el Grillo parlante, parece encarnar la voz de la conciencia.


Artículos relacionados:

Ficciones: Las aventuras de Pinocho en Imaginaria; traducción y notas de Guillermo Piro:

Lecturas: «Qué cómico resultaba cuando era un muñeco», por Guillermo Piro

Lecturas: Tres clásicos entre la obediencia y la desobediencia (Primera parte), por Marcela Carranza (contiene el artículo «Las aventuras de Pinocho y la sátira»)

Ficciones: Tres clásicos entre la obediencia y la desobediencia (Segunda parte); se incluye el capítulo XVII deLas aventuras de Pinocho (1881), con comentarios de Marcela Carranza

Lecturas: Pinocho, el leño que habla, por Graciela Pacheco de Balbastro

8 comentarios sobre “Las aventuras de Pinocho. Capítulos XI y XII”

  1. josefina muñoz valenzuela dice:

    Estimados: notables las ilustraciones de Pinocho, la de Innocenti es extraordinaria. Me gustaría saber si estos capítulos del libro corresponden a a un libro impreso y, si es así, saber cuál para comprarla.
    Aprecio mucho su revista y la divulgo siempre por su valor para la lectura y la educación. Saludos


  2. Cande dice:

    Se lo estoy leyendo a mis alumnos. Cambie mi imagen de Pinocho para siempre, sera esta version con tanta onda o que? Pude soportar el horror de mis recuerdos de los niños convertidos en burros para siempre!!! (aunque todavia no llego esa parte, ni la de la ballena). Pude superar lo de Pinocho malherido viejo-hospital-de-los-muñecos, que tetrica esa cancion!!!! Pude -esta parte fue sorpresa para mi- superar esa version que aprendi y que use para hacerme la canchera para enfrentar el miedo de que me crezca la nariz, esa de que Pinocho es malo porque quiere enseñarles a los niños a ser obedientes! Que paso? Con mis recuerdos, malas sensaciones, discursos aprendidos en el profesorado? Lei el libro, y es divertido, Collodi no nos reta tanto, nos cuenta con humor. Que paso? Mis alumnos me hacen reflexionar (se lo estoy leyendo a mis alumnos, parte de un proyecto institucional), me dicen, por ejemplo, que en la escuela de Pinocho tiene que haber titeres, que a Pinocho le gustan los titeres, o que su papa lo tiene que acompañar al primer dia de clases. Les da pena, aunque Gepetto tambien (se pueden poner en el lugar de todos). Se identifican y esperan capitulo a capitulo con ganas, porque ademas saben que todo va a salir bien.
    La idea del colegio era trabajar «valores». Cuantas cosas van saliendo de la lectura! Cuantos chicos que reflexionan, por ejemplo, «que hago yo cuando tengo hambre» y me cuentan unas historias medio mentirosas de grandes expediciones a la cocina para robar empanadas cuando todos duermen (a raiz del capitulo en el que Pinocho se muere de hambre). Los valores! Mezclados con los deseos, con las travesuras, pura infancia.
    Charlamos de la escuela. La mayoria la defiende con amor, Pinocho tiene que ir. Pero tambien pueden charlar mis alumnos más rebeldes, que no vaya, que no vaya! Y yo aprovechar para contarles de la escuela en la epoca de Pinocho, de la escuela ahora, de los esfuerzos que hacemos para que la escuela sea mejor para ellos… wow, contarles a los chicos las cosas que aprendi en pedagogia, mis propias preocupaciones, fue genial.
    En fin, Pinocho, un clasico. Me alegra haberle tomado cariño. Gracias Imaginaria. Mañana leo estos dos capitulos. Apenas llego al aula. Los chicos se despiertan enseguida.
    Saludos y perdon por escribir tanto, me entusiasme.


  3. Nora dice:

    A Cande: ¡Qué afortunados son tus alumnos de tenerte como maestra! Son muy pocas las que destinan tiempo a leerles a sus alumnos y hacerlos disfrutar de sus lecturas. Ojalá fueras la maestra de mi hija.

    A Imaginaria: Gracias por acercarnos estos clásicos de la literatura infantil que sólo conocemos en la «desviación» de Disney. Debemos volver a las fuentes.


  4. anonimo dice:

    me gusto


  5. justin bieber dice:

    a mi no


  6. rocio dice:

    bueno este cuento me parecio re mortal esta re bueno los dibujos emm….me encantaria estar en ese cuento porq esta genial: :)


  7. anonimo dice:

    21/1/09 a las 13:17
    Estimados: notables las ilustraciones de Pinocho, la de Innocenti es extraordinaria. Me gustaría saber si estos capítulos del libro corresponden a a un libro impreso y, si es así, saber cuál para comprarla.
    Aprecio mucho su revista y la divulgo siempre por su valor para la lectura y la educación. Saludos

    Cande dice:

    27/4/09 a las 23:08
    Se lo estoy leyendo a mis alumnos. Cambie mi imagen de Pinocho para siempre, sera esta ve


  8. admin dice:

    Acá hay información sobre el libro con las ilustraciones de Innocenti, publicado por Kalandraka: http://www.kalandraka.com/blog/wp-content/uploads/2009/09/Las-aventuras-de-Pinocho.pdf