Las aventuras de Pinocho. Capítulos XIX y XX
Seguimos publicando Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, con traducción y notas de Guillermo Piro, acompañadas por imágenes de varios ilustradores. El dibujo de la derecha es de Attilio Mussino (1911).
Traducción y notas de Guillermo Piro
(Para bajar el texto en un archivo PDF, mejor para imprimir, click aquí.)
XIX
A Pinocho le roban sus monedas de oro
y en castigo sufre cuatro meses de prisión.
El muñeco, una vez vuelto a la ciudad, empezó a contar los minutos uno a uno; y, cuando le pareció que había llegado la hora, tomó de nuevo el camino que llevaba al Campo de los milagros.
Y mientras caminaba a paso apresurado, el corazón le latía muy fuerte y le hacía tic, tac, tic, tac, como un reloj de pared cuando funciona bien. Y entretanto pensaba para sí:
-¿Y si en vez de mil monedas encontrase dos mil en las ramas del árbol?… ¿Y si en vez de dos mil encontrase cinco mil?… ¿Y si en vez de cinco mil encontrase cien mil?… ¡Oh, en qué gran señor me convertiría! Tendría un hermoso palacio, mil caballitos de madera y mil cuadras para poder jugar, y una bodega llena de licor de anís y alquermes, y una estantería llena de confituras, tortas, pan dulce, turrones y merengues.
Fantaseando así llegó cerca del campo y allí se detuvo a mirar si por casualidad distinguía algún árbol con las ramas llenas de monedas; pero no vio nada. Caminó otros cien pasos, y nada. Entró en el campo…, llegó hasta el agujero donde había enterrado sus monedas, y nada. Entonces se quedó pensativo y, olvidando las reglas de urbanidad y de la buena crianza, sacó una mano del bolsillo y empezó a rascarse la cabeza.
En ese momento llegó a sus oídos una gran risotada, y volviéndose vio sobre un árbol un gran papagayo que se despiojaba las pocas plumas que le quedaban.
-¿De qué te ríes? -le preguntó Pinocho enfadado.
-Me río porque despiojándome me he hecho cosquillas debajo de las alas.
El muñeco no respondió. Fue a la acequia y llenando de agua el zapato se puso nuevamente a regar la tierra que recubría las monedas de oro.
Otra risotada, todavía más impertinente que la anterior, se hizo oír en la soledad silenciosa del campo.
-Veamos -gritó Pinocho, enfurecido-, ¿se puede saber, Papagayo mal educado, de qué te ríes?
-Me río de esos bobos que creen en todas las tonterías que les dicen y se dejan engañar por los que son más listos que ellos.
-¿Estás hablando de mí?
-Sí, hablo de ti, pobre Pinocho, de ti, que eres tan ingenuo que crees que el dinero se puede sembrar y cosechar en los campos como se siembran porotos o zapallos. Yo también creí en eso una vez y hoy sufro las consecuencias. Hoy (¡demasiado tarde!) me he persuadido de que para reunir honestamente algún dinero hay que sabérselo ganar, con el trabajo de las propias manos o con el ingenio de la propia cabeza.
-No te entiendo -dijo el muñeco, que ya comenzaba a temblar de miedo.
-¡Paciencia! Me explicaré mejor -agregó el Papagayo-. Debes saber que, mientras estabas en la ciudad, el Zorro y el Gato volvieron a este campo, tomaron las monedas de oro que habías enterrado y huyeron como el viento. ¡Muy listo será quien les dé alcance!
Ilustración de María L. Kirk (1916)
Pinocho se quedó con la boca abierta, y no queriendo creer en las palabras del Papagayo, con las manos y las uñas comenzó a excavar el terreno que acababa de regar. Y excava, excava, excava, hizo un agujero tan profundo que en él hubiese cabido un pajar; pero las monedas no estaban.
Presa de la desesperación, volvió a la carrera a la ciudad y se fue derecho al tribunal para denunciar ante el juez a los dos malandrines que le habían robado.
El juez era un mono de la raza de los Gorilas, un viejo mono respetable por su edad, su barba blanca y, especialmente, por sus anteojos de oro, sin cristales, que estaba obligado a llevar continuamente a causa de una fluxión de ojos, que lo tenía a mal traer desde hacía muchos años.
Pinocho, ante el juez, relató con lujo de detalles el inicuo fraude de que había sido víctima; dio los nombres, apellidos y señas de los malandrines, y terminó pidiendo justicia.
Ilustración de Carlo Chiostri (1901)
El juez escuchó con gran benignidad; se interesó muchísimo por el relato; se enterneció, se conmovió; y cuando el muñeco no tuvo más nada que decir, alargó una mano e hizo sonar una campanilla.
A ese campanillazo acudieron de inmediato dos mastines vestidos de gendarmes.
Entonces el juez, señalándoles a Pinocho, dijo a los gendarmes:
-A este pobre diablo le han robado cuatro monedas de oro; así que aprésenlo y llévenlo de inmediato a la cárcel.
Ilustración de Attilio Mussino (1911)
El muñeco, sorprendido por esta sentencia, se quedó estupefacto y quiso protestar; pero los gendarmes, evitando inútiles pérdidas de tiempo, le taparon la boca y lo llevaron al calabozo.
Allí tuvo que permanecer cuatro meses, cuatro larguísimos meses; y se hubiese quedado allí más tiempo de no haber sido por una afortunada casualidad. Porque hay que saber que el joven Emperador que reinaba en la ciudad de Atrapachitrulos, que había obtenido una gran victoria sobre sus enemigos, ordenó grandes fiestas públicas, luminarias, fuegos artificiales, carreras de caballos y de bicicletas, y en señal de regocijo dispuso que se abrieran las cárceles y fueran puestos en libertad todos los malandrines.
-Si salen de la prisión los demás, yo también quiero salir -le dijo Pinocho al carcelero.
-Usted no -respondió el carcelero-, porque no es de esos…
-Lo siento -replicó Pinocho-, pero yo también soy un malandrín.
-En ese caso tiene toda la razón -dijo el carcelero; y quitándose respetuosamente el gorro y saludándolo, le abrió las puertas de la prisión y lo dejó escapar.
XX
Liberado de la prisión,
se dispone a volver a la casa del Hada;
pero en el camino encuentra una horrible serpiente
y después queda aprisionado en un cepo.
Imagínense la alegría de Pinocho cuando se vio libre. Sin pensarlo dos veces salió rápidamente de la ciudad y retomó el camino que debía conducirlo a la casita del Hada.
A raíz del tiempo lluvioso, el camino se había vuelto un pantano y uno se hundía en él hasta la rodilla. Pero el muñeco no se daba por enterado. Atormentado por el deseo de volver a ver a su padre y a su hermanita de los cabellos azules, corría a saltos como un galgo y al correr las salpicaduras del barro le llegaban hasta el gorro. Mientras corría decía para sí: «Cuántas desgracias me han sucedido… ¡Y me las merezco! ¡Porque soy un muñeco testarudo y quisquilloso… y siempre quiero hacer las cosas a mi modo, sin atender a los que me quieren y tienen mil veces más juicio que yo! Pero de ahora en adelante me propongo cambiar de vida y convertirme en un niño juicioso y obediente… Tanto más cuanto que he visto que los niños desobedientes se dan la cabeza contra la pared y no hacen una bien. ¿Mi padre me habrá esperado?… ¿Lo encontraré en casa del Hada? ¡Pobre hombre, hace tanto tiempo que no lo veo que me consumen las ganas de acariciarlo y comérmelo a besos… Y el Hada, ¿me perdonará la mala jugada que le hice?… ¡Y pensar que he recibido de ella tantas atenciones y tantos cuidados amorosos!… ¡Y pensar que si hoy sigo vivo es gracias a ella!… ¿Existirá un niño más ingrato y sin corazón que yo?…
Mientras se decía esto se detuvo de repente, espantado, y retrocedió cuatro pasos.
¿Qué había visto?
Ilustración de Attilio Mussino (1911)
Había visto una gran serpiente atravesando el camino, de color verde, con los ojos de fuego y la cola apuntando hacia arriba, que humeaba como si fuera una chimenea.
Imposible imaginarse el miedo del muñeco; el cual, alejándose más de medio kilómetro, se sentó sobre un montón de piedras, esperando que la serpiente se fuese de una buena vez y dejara libre el camino.
Esperó una hora; dos horas; tres horas; pero la serpiente seguía allí, e incluso de lejos se veían brillar sus ojos de fuego y la columna de humo que le salía de la punta de la cola.
Entonces Pinocho, armándose de valor, se acercó a pocos pasos de distancia, y emitiendo una vocecita muy dulce, insinuante y sutil, le dijo a la serpiente:
-Disculpe, señora Serpiente, pero ¿me haría el favor de hacerse un poquito a un lado para dejarme pasar?
Fue lo mismo que hablarle a una pared. Nadie se movió.
Entonces volvió a decir con la misma vocecita:
-Señora Serpiente, debe usted saber que voy a casa, donde está mi padre que me espera y al que hace tanto tiempo que no veo… ¿Me permite entonces que siga mi camino?
Esperó una señal de respuesta a esa pregunta, pero la respuesta nunca se hizo oír; por el contrario, la Serpiente, que hasta ese momento parecía llena de vigor y de vida, se volvió inmóvil y casi rígida. Los ojos se le cerraron y la cola dejó de echar humo.
-¿Estará muerta de verdad?… -dijo Pinocho fregándose las manos de contento; y sin perder más tiempo intentó pasarle por encima para ir al otro lado del camino. Pero no había terminado de levantar la pierna cuando la Serpiente se irguió de repente, como un resorte; y el muñeco, al echarse para atrás asustado, tropezó y cayó al suelo.
Cayó con tanta mala suerte que quedó con la cabeza enterrada en el barro del camino y con las piernas tiesas, suspendidas en el aire.
Ilustración de Roberto Innocenti (1988). Gentileza Kalandraka Editora
Al ver a aquel muñeco que pataleaba cabeza abajo con una rapidez increíble, a la Serpiente le dio tal ataque de risa que rió, rió, rió, y al final, a fuerza de tanto reír, se le reventó una vena del pecho; y entonces murió de verdad. (1)
Entonces Pinocho empezó a correr para llegar a la casa del Hada antes de que anocheciera. Pero durante el camino, no pudiendo resistir los mordiscones terribles del hambre, saltó a un campo con la intención de tomar unos pocos granos de uva moscatel. ¡Hubiera sido mejor que no lo hiciera!
Apenas estuvo debajo del viñedo, crac… sintió que le aprisionaban las piernas dos hierros filosos, que le hicieron ver todas las estrellas del cielo.
El pobre muñeco había caído en un cepo colocado por algunos campesinos para atrapar comadrejas, que eran el flagelo de todos los gallineros de la vecindad.
Nota del traductor:
(1) Los críticos han encontrado en este episodio el modelo literario de Margutte, que en el popular poema el Morgante (1842), del escritor florentino Luigi Pulci, sufre la misma muerte.
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- Capítulos XIII y XIV
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- Capítulos XVII y XVIII
Lecturas: «Qué cómico resultaba cuando era un muñeco», por Guillermo Piro
Lecturas: Pinocho, el leño que habla, por Graciela Pacheco de Balbastro
2/4/09 a las 10:52
Estimados: soy maestra jardinera y cuando estudiaba el profesorado, tuve la suerte de tener una excelente Profesora de literatura. Ella insistia en que fueramos a las fuentes, que buscasemos las versiones originales de los cuentos tradicionales!!!!! gracias por recordarme esa epoca, y en especial por difundir este material!!!!!!!
Podrian decirme en que otros envios de IMAGINARIA encuentro
esta tematica con otros «CLASICOS»?????????
Muchas Gacias ANA
28/4/09 a las 10:01
Comence ahora el postitulo del cepa de Literatura. Me recomendaron la página y hasta aqui llegue con la lectura de Pinocho que es una de las obras a analizar. En todo momento sentí ganas de leer más. Creo que hay mucha acción, aunque esta versión original es un poco dramática y extremista. Me recuerda en algun punto las primeras obras de teatro de títeres de la epoca Moderna.