119 | LECTURAS | 7 de enero de 2004

"Dame más palabras"
Mucho más que tres palabras con el escritor Luis María Pescetti

Entrevista realizada por Fabiana Margolis

Foto de Luis María PescettiEn un diálogo matizado con muchas anécdotas y chistes, Luis María Pescetti y nuestra colaboradora Fabiana Margolis conversaron sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes; además, el escritor adelantó algunos de sus próximos trabajos y actividades.

—Te hacen un montón de entrevistas, ¿no? Por eso la primera pregunta que quiero hacerte es si te gustan las entrevistas.

—Sí, me gustan las entrevistas, cuando se puede charlar tranquilo son más gratas que cuando hay que hacerlas a los apurones por alguna razón.

—¿Hay alguna pregunta que no te gustaría responder?

—¡Nooooo...! No te preocupes... no, relájate y adelante.

—¿Cómo te gustaría ser recordado?

—En presente (risas).

—¿A qué le tenés miedo?

—A ser recordado en pasado (más risas). Bueno, profesionalmente hablando, al olvido.

—Vos que también escribís para adultos, ¿creés que hay un determinado lenguaje o ciertos temas que corresponden al campo de la literatura infantil?

—Hablando en abstracto, parecería que tuvieran que ver más con la literatura infantil los temas ligados a la vida del chico, a la vida familiar, más como si te dijera del núcleo familiar, del núcleo de amigos, del núcleo de la escuela hacia adentro, ¿no? Pero la verdad del asunto es que en la práctica de la literatura, es decir cuando vos leés y buscás libros, lo que se trata en literatura infantil es muy amplio, sinceramente es muy amplio. Obviamente quizás se excluyen todos los temas y problemáticas que tienen que ver con sexo y cosas así, porque tampoco forman parte de la experiencia con los chicos. Pero la temática en la literatura infantil es muy amplia y para mi propio gusto de hecho yo hoy siento que la vida cotidiana, es decir, la vida ordinaria, la vida normal, está más reflejada en la literatura infantil que en la literatura para adultos, donde me parece que hay más vidas extraordinarias o más vidas oscuras, raras, diferentes, que vidas "normales".

—Esto sobre todo en los últimos tiempos...

—Claro, sí. Pero eso es lo que siento, que la vida ordinaria se refugia mejor en la literatura infantil. Y parece que en la literatura para adultos entiende llamar la atención con vidas más excepcionales y destinos torcidos y cosas así.

—¿Sobre qué temas no te atreverías a hablar en un libro para chicos? Si es que hay alguno...

—Lo que pasa es que eso va muy asociado a la inspiración en el sentido, no de que se te ocurra una idea o no se te ocurra una idea, sino a la inspiración en el sentido del deseo de contar algo. Eso es sobre todo lo que yo asocio a la palabra inspiración. Entonces no me atrevería a contar para chicos de una manera impuesta un tema que no siento o una anécdota que no siento. Cuando uno escribe para chicos no se trata ni de ocultar un tema ni de imponer un tema. No ocultar un tema quiere decir no dejar de hablar de cosas sobre las que el chico está preguntando o llamando la atención y a la vez hacerlo de una manera horizontal a él. No caerle con un "baldazo de información" que lo supera en vida, en experiencia. Así como si tu mamá viniera y te contara de su experiencia de novia antes de conocer a tu papá... y en un momento dirías pará vieja, hay un punto en donde dirías eso no, porque es un dato que no es para vos.

—En una ponencia tuya decís que a veces los chicos no quieren saber todo...

—Pero quieren participar de todo...

—Claro, pero uno como adulto a veces trata de explicarles todo y quizás el chico no lo necesita.

—Sí, no es que no necesita o es que no se imagina tampoco. La otra vez una amiga me contaba una anécdota singular. Lleva cierto tiempo separada, empieza a salir con una persona, esta persona llamaba a su casa y entonces los hijos le detectan la llamada y le dicen: "mamá, ¿por qué ‘Pepito’ está llamando a casa?". Y la mamá sorprendida, con unos nervios y el chico le pregunta: "¿quiere ser nuestro amigo?" Y la madre gran alivio, mientras el chico le sigue diciendo: "porque si quiere ser nuestro amigo habría que invitarlo para que vea tal cosa..." (risas). En ese sentido te quiero decir... bueno, está el chiste muy viejo del niño que va y le dice a la abuela "¿abuela qué quiere decir pene"? La abuela le pega lo manda con la mamá. "Mamá, ¿qué quiere decir pene?". La mamá le pega lo manda con el papá. "Papá, ¿qué quiere decir pene?". Y el papá también le pega y lo obliga a que le diga de dónde sacó la palabra. Y el chico "no, porque en la Iglesia el otro día el cura dijo ‘para que tu alma no pene’". (Carcajadas). Bueno, es un chiste, pero de alguna manera refleja lo mismo que explicaba la anécdota y es que hay que estar muy atento a qué está preguntando y a qué información quiere llegar.

Portada de Frin—Vos escribís para chicos chiquitos y también para adultos...

—Bueno, hay un terreno intermedio, Frin (1) no es para chicos chiquitos...

—Sí, es cierto, es para chicos de 10, 11 años; pero yo me refería a la edad que va entre los 12 y los 17: una literatura para adolescentes.

—Bueno, ahí no tengo cosas escritas pero de verdad es una zona muy rara, sobre todo en Argentina es una zona donde ya los chicos leen literatura para adultos. Por ahí en Brasil o en otros países todavía existe una literatura más intermedia porque las costumbres lectores son otras. Pero acá ya quieren peso pesado... me refiero a no estar en una franja intermedia.

—¿Creés que hay una "literatura juvenil"? ¿Qué pensás sobre la literatura para adolescentes?

Portada de Todos los soles mienten—Como toda buena y mala, pero yo he leído libros que son alucinantes. Pero además hay una problemática adolescente y una temática adolescente. Y hay cosas de volarse la cabeza. Está, por ejemplo, Todos los soles mienten (2), de Esteban Valentino, que demuestra que se puede escribir cosas que suceden en la adolescencia con mucha madurez.

—Te lo pregunto porque hay autores que creen que hay una literatura juvenil y otros que no...

—Uno no puede hablar así en general: hay que hacer no hay que hacer... primero es necesario tener talento y tema y teniendo un tema y cosas para decir sí. Si estás o trabajás todos los días con adolescentes o por alguna razón el tema de la adolescencia te toca de cerca es muy raro que no tengas algo para contar para los chicos. Si les pasan una bocha de cosas... cómo no vas a tener algo para contar y contarlo de una manera cercana, directa. El problema no es un punto de madurez en la escritura, el problema es si se quedan sin quién les cuente la vida. Si vos estás viviendo experiencias, vos Fabiana, y en tu rango de experiencias no hay ni libro donde leerlas, ni amiga con quien charlarlas, ni pareja con quien compartirlas, empieza a haber un ahogo. Bueno, lo mismo pasa con experiencias que se dan muy fuerte, muy claramente en la adolescencia. Por supuesto que hay televisión, literatura para esa franja de edad; tal vez la televisión que hay está más asociada a MTV, ¿no? En darle letra y música. Pero pasan otras cosas en la adolescencia también. No está mal que haya contenido MTV, lo que es una lástima es si eso es lo único que se ofrece. A mí me gusta tener charlas con adolescentes, voy como autor a tener charlas y es muy copado porque por una parte son como niños grandes... Están ya con un cuerpo, una vida y experiencias muy maduras, muy adultas, y por otra parte muy huérfanos de recursos para vestir sus experiencias. Portada de ¿Por qué a mí?Y hay un tema que es muy común y es que cuando termina el secundario hay que elegir y eso es vivido con mucha angustia. Hay un libro publicado Por qué a mí o Por qué yo —ahora voy a meter la pata con el título (3)— pero es el relato de una chica que cuenta sobre su primer amor. Y cuenta su propia experiencia. ¿Cómo no va a haber una literatura para adolescentes? Claro que la hay. Por eso yo creo que hablar de generalidades es una mezquindad, y además siempre se parece a cuando uno habla de generalidades como entre el ministerio y la escuela de campo. Como esas planificaciones que se hacen desde el ministerio, que el maestro en el campo dice "éstos no tienen idea". Eso se traslada en todos los terrenos... justo en el foro de Imaginaria ahora se dio una discusión: nunca hay que traducir, dentro del español mismo adaptar lo modismos de México, de España... y yo lo que trato de decir es "miren hay casos en que hay que adaptar y hay que traducir, no es que se puede decir de manera general nunca hay que hacerlo, siempre hay que hacerlo".

—Seguro. ¿Qué consejos le darías a un chico que no lee?

—Yo no soy un especialista en promoción de la lectura...

—No, pero te lo pregunto desde tu propia opinión.

—Sí, ya sé, pero... ¿qué le decís a un chico que no lee? Habría que ver por qué se llegó a esa pregunta.

—Por una obligación seguramente.

Claro, o porque le dijeron "mirá, leer es importante o convendría que leyeras". Yo no sé si se llega a la lectura así o se llega compartiendo algo de lectura que atrape y después que él diga "pero yo quiero seguir leyendo eso". Si le das un pedazo de historieta que lo deja picando o un tema de algún libro "bestia" que lo deja picando... más bien lo que te va a decir es "¿por qué no puedo seguir leyendo yo?". Portada de Como una novelaYa sé que no es fácil, pero habría que ver por qué se llegó a esa pregunta. Daniel Pennac tiene ese libro Como una novela (4) que es una maravilla: su experiencia con los adolescentes y la lectura. Si un chico adolescente me preguntara para qué leer, le diría "mirá, yo te voy a contar mis razones, que son las mismas razones de por qué amar, por qué besar, por qué tener amigos, por qué defender una causa; ésas son mis razones que ojalá te pueda transmitir a vos". Son razones de pasión y de entusiasmo. Es como no conocer el amor o la pasión y cuando la conocés ya después no te tienen que explicar para qué estar enamorado, ¿no?

—Sí, por supuesto. Quería preguntarte por tu método de trabajo: ¿cuándo, dónde, cómo, con quién escribís?

—En general salvo los libros que hice con Rudy (5) y con Jorge Maronna (6) escribo solo. Suelo escribir bastante cuando estoy en épocas de batalla, suelo ser... no, suelo no, soy muy disciplinado. Escribo todas las mañanas, preferentemente no atiendo el teléfono cuando estoy escribiendo, pero tengo el contestador y si reconozco alguna voz o algún pedido especial por supuesto atiendo, pero trato de no desconcentrarme. Me gusta tener el día libre, muchas horas, seis, siete, ocho. En realidad las horas de escritura no son tantas, suelo despertarme por las mañanas, reviso el correo, contesto algo, si hay. Después me preparo el desayuno y leo. Leo un poco y luego escribo. Como para ponerme en sintonía, en tono. Cuando escribo tengo notas o sé bien de dónde seguir de lo del día anterior. Esto cuando es novela, que te obliga a algo de largo aliento, no sabés cómo continuar una conversación y generalmente los períodos de escritura en mi caso intenso son de dos horas o algo así. Después descanso, paro. Y lo que yo aprendí de mí mismo es que mi biorritmo, por decirlo de alguna manera, para escribir es muy... mi disciplina no pasa por una concentración que no se interrumpe, sino al contrario, por una concentración con mil interrupciones. Entonces yo prefiero no recibir llamadas, pero puedo hacer veinte. Escribo quince minutos, me levanto, tomo unos mates, vuelvo a la computadora, sigo escribiendo, sigo escribiendo, sigo escribiendo... vuelvo, hago una llamada, me preparo un café.

—Es que eso es lo que hace uno cuando está en su casa, ¿no?

—Exacto. Necesito mucho tiempo para disponer de la concentración de esta manera dispersa. También escribo libros simultáneamente porque sobre todo, a veces pasa que di con el final de un cuento que ya llevaba uno o dos meses. A veces el tiempo de escritura es igual al tiempo de tipeado. Vale decir lo que demores en taca-taca-taca-taca (onomatopeya de Luis para indicar el ruido del teclado). Pero el tiempo de llegar a una idea no es el tiempo de tipeado ni de escritura. Y tenía un cuento, que después en todo caso te lo muestro, que es un chico al que le van diciendo "no, gracias" por todas partes y él quiere ayudar. "¿Quiere que la ayude con esto? No, gracias". Una viejita se cae en la calle, "¿quiere que la ayude a levantarse? No, gracias". Y así está. "No, gracias" le dicen a cada rato. Entonces está un día muy atormentado porque nadie le acepta sus ofrecimientos y pasa frente a un templo y se arrodilla para decir una oración y se oye una voz potente que viene de ninguna parte que le dice "No, gracias" (risas). Y hasta ahí había llegado y no sabía cómo seguirlo... a lo mejor tendrían que haber venido los lectores que dijeran "no, gracias" (más risas). Pero sin embargo eso hubiera sido una solución fácil y después de dos meses hoy encontré el final (7).

—¿En serio? Bueno, felicitaciones...

—Sí, y fue un gran alivio... Eso es nuevo en mí. Yo antes me quedaba más enganchado, hasta que no lo terminaba... y ahora no. Sé que hay cosas que hay que dejarlas y después las retomo con enorme placer.

—¿Cuál es el libro que más te ha costado escribir?

Portada de El ciudadano de mis zapatos—Hubo una novela que me costó mucho escribir, tanto que nunca la terminé. Si es el costo en términos de tiempo, el que más demoré en escribir es la novela El ciudadano de mis zapatos (8) que fueron tres años de escritura y un año de corrección. No por difícil, sino porque escribí mucho, taché y eliminé mucho y disfruté mucho corrigiendo. Pero además me demoré en encontrar algunas respuestas, algún final, cosas así.

—Leí la novela y me parece que sí, se nota un trabajo...

—Bueno, lo ideal sería que no se notara...

—No, no, lo digo porque me parece que hay mucho de vos en la novela. En ese sentido lo decía. Quería saber cuál es el momento que más disfrutás: ¿cuando se te ocurre una idea, mientras estás escribiendo o cuando terminás el libro?

—Los tres son momentos de placer muy distinto y muy grandes, ¿no? Cuando se te ocurre la idea es bárbaro. Ahora me acaba de ocurrir una anécdota... lo que pasa es que no es una anécdota para ser contada en un libro de literatura infantil...

—¿Ves? Ahora aparece lo de la censura que te preguntaba antes. De qué no hablar en un libro para chicos...

—No, bueno, porque en realidad... ya vas a ver por qué. Lo que te quiero decir es que no es que no se pueda contar el hecho en sí, sino la conciencia que hay sobre el hecho no forma parte de un libro de literatura infantil, sino de un libro para adultos. La otra vez venía viajando de Santa Fe para Buenos Aires manejando yo. Había pasado con mucho trabajo unos camiones infernales, en estas rutas podridas de apenas doble sentido, ya había avanzado y venía. De repente, retén policial. Paro, "¿y usted de dónde viene?": "de tal lado", "¿y adónde va?": "a tal otro". Mientras tanto los camiones llegan todos y paran ellos también. Y entonces me pregunta "¿y qué hace?": "tengo un programa en radio nacional", que es una cosa que evita cualquier pedido de coima y cosas así. "¿A ver si lo conoce a éste?" Y llama a otro policía que era de mi mismo pueblo. Mientras tanto, seguían acumulándose camiones atrás. Y el otro dice: "¡sí, pero cómo no! Si nosotros éramos vecinos de tal cuadra..." Y se apoya para charlar conmigo. Nos ponemos a conversar y me corro un poco al costado de la ruta. Poco a poco van pasando los camiones que yo había pasado antes y pienso "nooooo..." (risas). Bueno, ya nos estábamos despidiendo, yo empiezo a arrancar y él me dice "lo que siempre me acuerdo es que una vez estábamos en el patio de tu casa y yo te estaba enseñando cómo tenías que agarrártela, vos eras muy chiquito, cuatro o cinco años, y justo llegó tu mamá y me sacó chiflando de la casa... (más risas) y nunca más volví". Esto es como para escribirlo en un libro con Rudy y preguntarle "che, Rudy, ¿a vos nunca te la enseñó a agarrar un policía?" (carcajadas). La anécdota es de un absurdo absoluto. Ahí tenés un ejemplo de que el contenido de la historia no es que no se puede contar... Pero un chico no le va a encontrar el mismo grado de absurdo y disparate que un adulto. Esta es una anécdota super para un libro mío con Rudy. (Y agrega, en un tono más serio) Entonces, siguiendo con este ejemplo, a veces no es un tema de anécdota, qué contás en la literatura infantil o en la literatura para adultos, si no, qué luz echás sobre lo que contás, qué sentido le extraés a lo que contás.

—¿Sos de extrañar a tus personajes cuando terminás de escribir un libro?

—No, no, quedo muy pleno y no me despido finalmente. Soy de extrañar... extraño volver a escribir Frin para la radio. Eso sí lo extraño, porque además ir semana a semana escribiéndolo era muy grato y ahora con los viajes eso se interrumpe mucho y es más difícil de hacer. Extraño mucho la experiencia de contar una novela que vas escribiendo para la próxima vez.

—¿Y en Frin la gente intervenía? ¿Los oyentes podían cambiar el rumbo de la historia?

—No, de manera muy vaga... era con llamadas diciendo "me gusta esto, me gusta lo otro".

—Pero no cambiaban...

—No, no, no. Yo la contaba. Y ahora estoy extrañando el grado de sentimiento que se da cuando escribo Frin y los sentimientos que evoco cuando escribo Frin y me ha pasado ya que muchos chicos me dicen "¿cómo sigue? ¿qué les pasa a los personajes?".

—Es que vivís muchas cosas con los personajes y te quedás con ganas de más...

—Bueno, yo también me quedé con ganas de más. Eso pasa. Pero no es por extrañarlo, sino por... bueno, finalmente sí (¡admitió, por fin!) es por extrañarlos, es como extrañar a un amigo.

Portada de Cpaerucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge)—¿Cómo es tu relación con los dibujantes que ilustraron tus libros? ¿Trabajan juntos? Sobre todo pensando en Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge) (9), donde la imagen es tan importante, ya que es la que va contando la historia...

Portada de El pulpo está crudo—En realidad, ahí lo que se dio es que yo tuve que darle un guión de lo que iba en cada dibujo, pero como yo viajaba, toda la comunicación fue por fax en dibujos y yo le comentaba las correcciones por teléfono y así fue también la ilustración de El pulpo está crudo (10), y de Natacha (11), donde me mandó una Portada de NatachaNatacha y yo después le decía cosas sobre el personaje. Hasta que nos conocimos creo que después de Frin.

—Siempre trabajás con el mismo, ¿no?

—Sí, con O'Kif. Es una linda relación y además admiro muchísimo sus dibujos. Ahora en México va a salir un libro que va a tener como ocho o diez ilustradores diferentes. Como no pudo ilustrarlo O’Kif, fui a buscar otros ilustradores. Entonces nos pusimos a revisar un catálogo de ilustradores y señalábamos como veinte que eran muy lindos y el editor me dijo que tenía que elegir porque no podían ser todos y yo le pregunté: "¿por qué no pueden ser todos?". La frase sonó a desafío y él respondió: "sí, verdad, ¿no?". Como era una historia contada a través de fragmentos de lo que ocurría en diferentes familias, daba para que cada ilustrador hiciera su segmento. Y la verdad, quedó muy lindo.

—La portada del libro El pulpo está crudo cuenta acerca de todo lo que uno se puede enterar leyendo el libro, y después agrega: "de lo que no podrá enterarse jamás es de por qué el autor le puso el título que le puso. Ése es su gran secreto".

—Sí, y ahora no te lo voy a decir... (risas). No, lo que pasó fue que yo estaba actuando en Cuba y me había olvidado de ponerle título al libro... también me había olvidado de ponerle título al espectáculo... entonces una vez, en una entrevista, una periodista me preguntó cómo se llamaba el show y yo por decirle cualquier cosa rápido le dije el remate de un chiste que causaba mucha gracia en ese tiempo en el teatro en Cuba, que es "el pulpo está crudo". Es un tipo que lo llama al mozo y le dice: "mozo, mozo, el pulpo está crudo" poniéndose la mano en la cara; más que crudo estaba ahí atacándolo... Entonces hice una llamada a Argentina a Adela Basch a quien le había dejado las llaves, esas cosas que uno hace... y me dijo que me faltaba ponerle el título al libro y era una llamada de Cuba, costaba como cuatro dólares el minuto... le dije rápido lo primero que se me vino a la cabeza, además había sido un título que en Cuba pegó mucho y dije: "El pulpo está crudo". Después explico, pero nunca expliqué...

—Y quedó también como una de las respuestas obvias de los señores Moc y Poc...

—(Risas) Claro...

—¿Cuáles son tus futuros proyectos?

—Publicar novelas para adultos, para mis lectores que han crecido (carcajadas). De verdad. La biblioteca Pescetti lo acompañará a lo largo de toda su vida. Libros para la tercera edad, todo... Mis proyectos son ahora terminar de mezclar dos discos, el tercero y el cuarto que son Boca sucia y Qué público de porquería. Acabo de terminar un libro que se llama Nadie te creería, un libro de cuentos, que es una especie de continuación de El pulpo está crudo, mucho más gordo, como Frin, pero son cuentos sueltos. Luego me iré a México en noviembre, en enero haré una temporada en el Centro Cultural San Martín (12) con un espectáculo nocturno para chicos, que se llama No quiero ir a dormir, que va a ser de jueves a sábados a las ocho de la noche.

—Qué bueno, porque no suele haber espectáculos para chicos a la noche...

—Sí, es como una transgresión, para que vayan con los padres. Y después, en febrero voy a España y así. Eso es por ahora.

—Qué linda que es la vida del escritor, ¿no?

—Bueno, vos sabés que sí... los que tenemos, en fin, la suerte, un mundo de privilegios (risas).

—Y para terminar... Si tuvieras que elegir tres palabras con las cuales definir tu obra, ¿cuáles elegirías?

—(Silencio meditativo...)

—Porque vos en tus libros hablás mucho de las palabras y de lo difícil que es elegir y encontrar las palabras adecuadas, ¿no? Me acuerdo de un pasaje ya al final de El ciudadano de mis zapatos, donde dice que desde chiquitos nos tendrían que enseñar más palabras para poder expresar lo que sentimos, lo que nos pasa...

—Por eso escribo novelas, porque necesito muchas palabras... (risas). ¿Pueden ser tres mil palabras? (Ante la negativa de la entrevistadora, Luis piensa un poco y se decide) Bueno: "dame más palabras". Esas tres, que es una mezcla de "dame más vida" con "seguime contando", ¿no?


Notas de Imaginaria

(1) Pescetti, Luis María. Frin. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2000. Colección Infantil, Serie Naranja. Ilustraciones de O'Kif.

(2) Valentino, Esteban. Todos los soles mienten. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Alfaguara Juvenil, Serie Roja. Ilustraciones de Edgardo Carosia.

(3) Pescetti se refiere al libro ¿Por qué a mí?, de Valéria Piassa Polizzi (Madrid: Editorial Alfaguara, 2001; Colección Alfaguara juvenil, Serie Roja). Se trata de un libro autobiográfico en el que "Valéria Piassa Polizzi —joven brasileña que contrajo el megavirus en su primera relación sexual a los quince años— narra los acontecimientos que la llevaron hasta esa situación" (texto extraído del catálogo de la editorial Alfaguara).

(4) Pennac, Daniel. Como una novela. Barcelona, Editorial Anagrama, 1993; colección Argumentos. También en: Bogotá, Grupo Editorial Norma, Portada de La vida y otros síntomas1993. Colección La pequeña biblioteca.

(5) Rudy y Luis María Pescetti. La vida y otros síntomas. Neuróticos on-line. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000.

Portada de Copyright(6) Maronna, Jorge y Luis María Pescetti. Copyright. Buenos Aires, Plaza & Janés, 2001.

(7) El cuento completo (con el final buscado) está publicado en Imaginaria en "Conversación abierta con Luis María Pescetti. Invitado especial del foro de Imaginaria y EducaRed", "Un cuento cuyo final se demoró en llegar"

(8) Pescetti, Luis María. El ciudadano de mis zapatos. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Colección Narrativas argentinas. También editado en Cuba (Ed.Casa de las Américas) y en Colombia (Ministerio de Cultura).

(9) Pescetti, Luis María (texto) y O'Kif (ilustraciones). Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge). Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1998. Colección Infantil, Serie Amarilla.

(10) Pescetti, Luis María. El pulpo está crudo. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Infantil, Serie Morada. Ilustraciones de O’Kif.

(11) Pescetti, Luis María. Natacha. Buenos Aires, Alfaguara, 1998. Colección Infantil, Serie Naranja. Ilustraciones de O’Kif.

(12) Centro Cultural San Martín: Sarmiento 1551, Buenos Aires


Fabiana Margolis (fabimargolis@hotmail.com) es Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Actualmente integra el GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realiza trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil. Próximamente, la editorial Libresa, de Ecuador, publicará su libro Sueños con gusto a frutilla, recomendado por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba".


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