115 | LECTURAS / FORO | 12 de noviembre de 2003

Foto de Luis María PescettiConversación abierta con Luis María Pescetti
Invitado especial del foro de Imaginaria y EducaRed

 

Particularidades lingüísticas regionales

Roberto Sotelo (Argentina): Tenés muchos oyentes y lectores en tres países: Argentina, México y España; todos hispanoparlantes pero cada uno con sus particularidades lingüísticas regionales. ¿Cómo te las arreglás para llegar a ellos teniendo en cuenta que en tus producciones el lenguaje cotidiano y coloquial ocupa un lugar muy importante?


Luis M. Pescetti: En el caso de "Natacha", en cada edición se hicieron adaptaciones al lenguaje local (México, España y Argentina, en catalán fue directamente traducción). Y en los casos de México y España hubo varias intervenciones: argentinos que radican en cada país, y luego españoles. Para "Frin" fue más fácil y hubo adaptaciones sólo en palabras que directamente no se habrían entendido (sudadera por buzo, etc.); como la corrección se hizo en España, grabé un CD en el que yo charlaba cada propuesta de corrección y se lo mandé a la editora. En el caso de los shows, sólo repaso las palabras que pueden llevar a confusiones y lo demás lo digo como me sale, si no se afecta el ritmo del show. Pero además cabe agregar que en este caso hay un gusto por oír el propio idioma con cierto desplazamiento (en México hacia el argentino y en Argentina hacia el mexicano).


Malí Guzmán (Uruguay): Me parece empobrecedora esa maldita manía de "traducir" dentro de los países de habla hispana. Es negar el enriquecimiento que produce conocer vocabulario y modismos diferentes (a los chiquilines uruguayos les gusta encontrar en un libro de Ediciones Ekaré que "nuestra" palta es para otros, un aguacate). Y tal como lo refiere Pescetti al hablar de los shows, de la actuación ("lo digo como me sale, si no se afectaría el ritmo del show"), creo que eso justamente es lo que pasa con los textos "traducidos", se afecta profundamente el ritmo del texto (y no solo el ritmo. Cada palabra juega un papel, incluso muchos que el propio escritor no conoce. El texto en su conjunto es una red a la que no le hace bien quitarle hilos). Y por supuesto también en ese afán homogeneizante aparece como castellano "neutral" el que en realidad es castellano de metrópolis (¡oh, casualidad!). Las dificultades de comprensión de determinados giros o palabras se pueden solucionar mediante inclusión de glosario o notas al pie, sin privarnos así de conocer realmente la literatura venezolana, mexicana o argentina. Que el lenguaje y la identidad se necesitan mutuamente no es novedad, que el lenguaje comunica mucho más que lo que denota tampoco, creo entonces que es un tema bastante serio esa "traducción" que muchos editores reclaman.


L.M.P.: Estoy de acuerdo con Malí. Agrego que en la práctica cotidiana se plantean asuntos interesantes para resolver, y que no admiten una respuesta categórica, única. En más de un país los docentes se sienten incómodos si no pueden responder a las preguntas de los niños sobre el significado de tal o cual palabra. No es un tema menor, al docente no le gusta sentirse expuesto o "inferior" a la situación que se plantea en clase. Eso deriva en otro asunto y es que, entonces, no piden esos libros, por lo que los libros no se venden o se venden poco. En algún caso se dejó el argot completo (yo sé de uno concreto) y no funcionó. Es decir: la realidad de los lectores no aceptó esa iniciativa editorial, respetuosa de la diversidad de la lengua.
Un punto diferente es que hay palabras que definitivamente son otras. Eso se puede solucionar con un glosario, es cierto. Pero cuando, como en mi caso, es todo diálogo, el glosario se vuelve pesado.

Y un tercer tema es el show en vivo. Al ser humor uno no puede permitirse el lujo de un instante de "traducción" pues desaparece la risa, el ejemplo claro es que todo chiste explicado pierde buena parte de la gracia. Una de las bases de la risa es el impacto, el estallido de la conciencia al captar el significado. Si ese estallido se ve mediatizado por un momento de traducción, la risa disminuye. Si un chiste depende de que se entienda una palabra, no dudo un instante en cambiarla, así como en cambiar una que produciría un efecto no deseado (neutra en un país, fuerte en otro).
Aclarado todo esto vuelvo a decir que estoy por la diversidad del español, sólo que responder a eso no es tan liso como pareciera ni es tan políticamente correcto hacer siempre lo mismo (favorecer la diversidad), hay casos, matices y razones.

Mi experiencia más fuerte fue actuar en "portuñol" en Brasil. Leía las letras de las canciones en portuñol, luego las cantaba en español y el público seguía la letra en un programa (en español), y cuando hablaba lo hacía en portuñol avanzado. El resultado fue que el público disfrutaba oyendo la sonoridad de otra lengua, pero lo cierto es que también agradecía que uno hiciera el esfuerzo por acercarse.


Isabel: Hablando de ritmo, creo que en los programas de radio de "El vampiro negro" grabados en México, Luis hablaba más lento, y en los grabados en Buenos Aires hablaba más y más rápido. A mí me divirtió mucho escuchar esos cambios de ritmo.


L.M.P.: De México he traído muchos programas grabados, en los cuales al no interactuar con la audiencia sino jugar al solitario radiofónico soy más lento. Pero además en México no tengo tandas publicitarias, y en Argentina sí, y también un noticiero (que hace una ídola que es María Fernanda Garrido), pero con todo eso el programa se reduce en ocho minutos, que a mí me suenan como si ocho minutos fueran lo único que tengo de programa, ¡tanta cosa buena y tan breve la vida!, me agarra algo así.


M.G.: Totalmente de acuerdo con Luis. Cada caso merece un tratamiento distinto que contemple, sobre todo, la necesidad de no entorpecer la comunicación sino de favorecerla. Esto de las "traducciones" es un asunto que cada vez se maneja más, sobre todo ante la necesidad de buscar otros mercados, fuera de fronteras, para el libro nacional, pero indudablemente la cosa viene de lejos y los defensores de una y otra postura (y aún más de dos, como en todo) siempre se han confrontado. Da la casualidad de que estoy releyendo "Oficio de palabrera" de Laura Devetach donde cuenta su encuentro con una maestra de jardín acompañada por sus niñitos. Y cómo ante un libro de imágenes donde aparece un mburucuyá (y Laura dice que el dibujante se había esmerado en que la planta se reconociera) la maestra insistía ante los niños con que aquello era un higo. Y Laura, dale con que no era higo sino mburucuyá, hasta que la maestra la baja a tierra explicándole que es mejor que los niños tengan "vivencias" que puedan asociar con lo que leen . Y esos niños solo conocen higos. Por supuesto, en ese caso Laura reivindica el derecho que tenemos todos a conocer el mburucuyá aunque jamás vayamos a tener uno en el fondo de casa.


L.M.P.: ¡Muy buena la anécdota! Como siempre, los ejemplos dinamizan la discusión. Eso, ¿qué hacer cuando se trabaja con niños muy pequeños y el grado de abstracción que plantea ser apegados a la diversidad nos excluye o los excluye a ellos del relato?

A mí me ha ocurrido ver grupos que presentan obras en las que se habla de animales regionales, en vías de extinción, y al ver eso, que por una parte es muy meritorio, lo que yo no podía dejar de sentir es que era muy abstracto, quiero decir: una realidad ajena a esos niños, aún cuando ellos fueran de ese lugar y antes en ese lugar hubiera esa flora y fauna. No digo una respuesta conclusiva, sólo planteo que no siempre la identidad se resuelve sólo remontándose a las raíces. Y valga la aclaración: raíces y memoria son importantes, son esenciales. Pero también pienso que hay quienes quieren salir de sus raíces, porque implican códigos que los ahogan.


M.G.: Me gustó eso que planteaste, Luis, sobre la abstracción, los chiquitos, etc. Por supuesto, no tengo respuesta. Una tiene algunas certezas o sospechas (me refiero a supuestas complicidades con los niños, vasos comunicantes, etc.), pero siempre hay una zona de riesgo. Y una se equivoca para bien y para mal. (Es cierto que hay cosas que pueden "quedar grandes" porque requieren grados de abstracción, etc., que algunos aún no tienen y lamentablemente quedan fuera del asunto, pero también te sorprenden con otras cosas que es a una que le "quedan grandes".) En definitiva los lectores, los espectadores, podemos no enganchar con una obra por mil motivos (carencias del lector, carencias de la obra) y al preocuparnos por las cosas que nos diferencian de los muy chiquitos no creo que la capacidad de abstraer sea de las que habría que priorizar. Además, cuando dabas el ejemplo de las obras con especies en vías de extinción, vinieron a mi mente muchos ejemplos, muchas situaciones en las que me vi ante espectáculos llenos de buenas intenciones pero... (Y no sé cómo anda mi capacidad de abstracción, pero juro que ya pasé el jardín de infantes. Sin embargo no sentí nada. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.) Si la obra en cuestión es conmovedora, removedora, si uno puede acercarse a ella por otras vías que no sea la "aprobación intelectual del tema elegido", creo que los chiquitos las disfrutan (y yo, también agradecida, porque las otras son un plomo).


Anahí Rossello (Argentina): Agrego una anécdota propia para responderle a la maestra que quería transformar en un higo aburrido el mburucuyá escandaloso de Laura.

Trabajaba yo hace unos días con un grupo de chicos de siete años en el Taller de Literatura del Instituto Vocacional de Arte. Sale el tema vampiros y acudo prontamente, en mi repertorio de recursos, a cantar (¡pobres chicos..., con mis dos atados diarios!) "de memoria" "El vampiro Negro". Al llegar a la estrofa del auto, aúllo, según lo que recordaba "las ruedas le pinché", ante lo cual saltan algunas voces cuyos dueños escucharon tu CD: "¡NOOOOOOO, LAS LLANTAS LE PONCHÉEEEE!"

No sé si la cosa pasa por una comprensión exacta. Hay algo que trasciende, en la lectura y en la escucha, aquello de la capacidad de abstracción.

Quizás en esas obras donde mencionan los animales en vías de extinción, los chicos perciben cierto tufillo didáctico, y eso sí que no lo perdonan. El chamigo Aguará de Dolly tiene muchísimos seguidores, y no creo que sea estrella del Animal Planet.

Quizás no se trata de salir de las raíces, puede uno secarse. Pero sí intentar que no te ahoguen con sus tentáculos.


Norya García (Alemania): Me he leído de cabo a rabo esta discusión, porque todos los temas propuestos me interesan muchísimo. Debe ser porque ser criada por argentinos en Venezuela, un país donde conocés tanto de otros dialectos del castellano, me hace pensar mucho en esto de las "traducciones". Tengo muy presente aún mi niñez (y no pretendo que se vaya así nomás), y recuerdo mis problemas para entenderme con mi maestra, cuando yo decía birome y ella bolígrafo. O cuando yo decía que me dolía la pancita, y ella se reía (y yo me sentía sumamente ofendida) porque para ella no era pancita, sino "barriguita", palabra que me sonaba sumamente vulgar, aún no sé por qué.

Es cierto que los niños de hoy aprenden más rápido, y cada día están más preparados para entender cualquier dialecto del castellano (nada más observemos los programas de cable que ven, la diversidad de lenguas que escuchan). Pero los maestros no están preparados. En mi universidad contemplaba con terror la calidad de los que estudiaban para ser "los educadores del mañana". Gente que no sabía distinguir qué era literatura infantil, pero pretendía enseñarla.

En cuanto al nivel de abstracción, cabe señalar que los chicos de hoy llegan al nivel de abstracción a eso de los 6 años, cuando hace unos 50 años los chicos llegaban a la abstracción a los 8. Por lo tanto, mientras no se eduque al maestro para seguirles los pasos, y los padres no estén atentos a lo que hace el maestro, los chicos pasarán por toda clase de cosas como las que menciona Malí con el relato de Laura.

¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Cómo abordar las traducciones? El problema de la traducción es obvio: el marketing. Lo que no se entiende, no se vende. Supongo que el problema más grave es ése: que los adultos son los que compran los libros para chicos, y mientras siga siendo así, los chicos están en problemas.

A veces el lenguaje no es tan importante, sino el gesto, la manera en que se lee un cuento. Nunca olvidaré que en ese mismo Jardín de infancia, donde la maestra se reía de mi dialecto, tenía una compañerita coreana, que no hablaba nada nadita de español. Pero a ella y a mí nos unía una sola cosa: las galletitas de agua que mi mamá me preparaba con dulce de leche (que conseguíamos en un mercado especial). Hay cosas que superan lenguajes, niveles diferentes de abstracción, y barreras ideológicas.


L.M.P.: Hay un libro de Todorov que se llama "El hombre desplazado", sobre su experiencia como búlgaro que vive en Francia y va a dar clases a EE.UU., muy interesante. Hoy en día, el desplazamiento es cada vez mayor: tanto físico como en el lenguaje. Los chicos ven el Chavo y se acostumbran al lenguaje mexicano (aunque en México suelen creer que su español es más neutro, tiene muchos localismos), y también me ocurrió que actuando en Argentina los chicos me corrigieran porque yo había adaptado el guión, pero ellos ¡querían escucharlo como en el disco! Ésto sólo sirve para reforzar que "lo más cercano" es a veces lo más familiar, y eso puede ir incluso por arriba de la propia lengua. Con lo cual creo que les estoy dando la razón a quienes hablan de la diversidad del español (yo entre ellos, ya sé), pero el punto es no ser un fanático de eso. Hay casos en los que hay que traducir y punto.

Anoche, luego de contestar me quedé pensando en los ejemplos dados, y lo que quería decir es que si bien un dibujo o una canción pueden nombrar a un objeto desconocido por el niño, y llamar la atención sobre él (ave en extinción o fruta diferente) eso está lejos de constituirse como experiencia. Está más cerca de "enchufarles" un valor ("la identidad local entendida de equis manera") que de acercarles una experiencia nueva.


N.G.: Totalmente de acuerdo. Con esta conversación recordé que me habían contado que los chicos de Holanda, cuando se le preguntaba cómo era una vaca, respondían que blanca con manchitas moradas (totalmente Milka), así que les hicieron un zoo con animales de granja, para que pudieran "observarlos".


M.G.: Muy interesantes las reflexiones de Norya sobre el magisterio, incluida su anécdota de la pancita  A una se le disparan miles de preocupaciones sobre la educación, sobre el tipo de relaciones que les proponemos a los niños (con los adultos, con la realidad, etc.). Y qué lindo también cuando se encuentran actitudes distintas. Hace un tiempo estaba de visita en un jardín (niños de 4 o 5 años) y presencié cómo un chiquito le preguntó a la maestra ¿qué quiere decir ... (ya no recuerdo qué era)? Y la maestra con mucha naturalidad le dijo que no estaba muy segura, y agregó "¿te animás a pedir en la biblioteca un diccionario y averiguamos bien?". Fue un gesto mínimo, pero ¡me gustó tanto! Esos chiquitos estaban aprendiendo tanto con esa maestra... además del significado de esa palabra -asunto que se resolvió en 10 minutos al traer el diccionario- sobre la sinceridad, la curiosidad siempre fresca, la capacidad de indagar, de crecer.

Otra: Luis me dejó pensando si un dibujo o una canción permiten "contrabandos" distintos que los textos (eso de "enchufarles" que bien describe Luis). Pero creo que es lo mismo. En este mismo foro leí algo sobre alguien que escuchó su programa radial para niños (lamentablemente en Uruguay no lo conocemos) donde Luis pasaba Los Beatles. En definitiva, creo que siempre la cosa se reduce a la existencia o no de valores artísticos. Por supuesto, en ninguna rama del arte las fronteras entre lo "bueno y lo malo" pueden definirse con precisión y siempre que se abre un juicio las dudas les ganan a las certezas. No pretendo entonces que nos pongamos de acuerdo sobre qué es y qué no es arte. Pero creo que esa pregunta es la que debe "atormentar" al que crea algo y no tanto la capacidad del público de entenderla porque eso siempre será un misterio.


Florencia Ortiz (Argentina): Cuando hablan de diferencias de lenguajes, de la capacidad de abstracción de los niños que ahora es mayor a menor edad, de la destinación de lo artístico más allá de la edad... recuerdo una lectura que me pegó mucho y quisiera compartirla. Leí que muchos autores afirman que  la frontera entre los niños y los adultos se ha diluido, en muchos sentidos. Se ha erosionado el límite entre infancia y adultez: la cultura del consumo, la informática, inclusive en otro extremo niños que actúan como adultos (trabajan, cuidan a sus hermanos, etc.). Lo que más me impactó de esa tesis es que permite pensar en el arte como un fenómeno que saca provecho de esa erosión de los límites entre las edades, como fenómeno cultural. Me movilizó mucho porque me hizo pensar en la máscara que a veces nos ponemos los adultos, sin saberlo o sin tomar conciencia de ello. En fin, ¿hay algo nuevo en nuestra época? ¿Los adultos vemos a los niños de otra manera, o los niños nos hacen vernos a nosotros de otra manera?


L.M.P.: Leo que lo que puso Florencia y por una parte es verdad que los niños tienen más voz frente a los adultos, y que los adultos pueden permitirse emociones más infantiles, así como bajarse del caballo de la autoridad Sin embargo, en la parte de niños actuando como adultos, eso me parece que es viejo como la humanidad. Antes los niños eran tratados como adultos más tempranamente, o ahora la infancia dura más

Tratando de regresar al punto, eso de que las fronteras se han diluido es más cierto cuando uno actúa o se dirige a público familiar o de un margen de edades muy amplio. Si te encontrás con un paquete de adultos, o con uno de niños, es menos cierto. Concreto: en una platea con público familiar, adolescentes y jóvenes que hayan venido sueltos, y adultos que hayan venido sin hijos, podés hacer reír con chistes ingenuos, tanto como con chistes o frases muy elaboradas. Ese mismo público, segmentado por edades, reacciona completamente distinto.


Adriana (Escuela 259, Argentina): En la Escuela los chicos escribieron relatos y contadas hace unos años, que los maestros nos encargamos de corregir, aclarando al pie algunos términos considerados por nosotros regionalismos.

El resultado fue un texto prolijo que, al estilo del Perito Moreno, exponía producciones de los niños avasallando solapadamente su espontaneidad. Es que, con el tiempo que ha pasado, veo que lo que hicimos fue utilizar textos para hacer un libro muy escolar. Además, como dice el amigo Sigmund y destaca Florencia, la interpretación es y será siempre libre. Voy a este punto: ¿qué querían los pibes cuando escribieron sus relatos? ¿Explicar qué es un michay o contar algo, simplemente? Estamos por armar otro libro y quisiéramos saber qué otros errores podríamos cometer.

En cuanto al límite entre las edades, les comento que tenemos la respuesta: se consideran niños y hasta adolescentes a quienes no tienen ingenuidad, saben todas las respuestas y con desparpajo y sin dudas nos dicen su verdad. Las ilusiones, la candidez y ese deporte de darse la cabeza contra la pared ha quedado en este siglo absolutamente en territorio de los adultos y de nuestros queridos viejos.


Carlos Marianidis (Argentina): Adriana dejó picando un tema que ya se veía venir y es el límite de las edades. Ningún maestro desconocerá la obra de Piaget y su minucioso estudio sobre la maduración y los sucesivos estadios. Esto parece haber quedado grabado a fuego, sin posibilidad de mínimos ajustes y se observa en el lomo de los libros para niños (para tal edad, para mayores de). Personalmente he comprobado que importantísimas editoriales realizan una suerte de disección de los textos, separando lo que encaja completamente en una edad, lo que puede caber y lo que suponen va a desbordar el molde. Esto me sugiere un modelo de niño o adolescente único, standard, impermeable a la realidad y a las vivencias singulares, con compartimientos estancos para algunos temas como, por ejemplo, la sexualidad y compartimientos abiertos indefinidamente para otros temas menos delicados y más fáciles de manejar.

¿Es posible ignorar que según la zona geográfica, medios de comunicación, situación social, estímulo familiar y comunitario, etc., un niño de -por caso- doce años no es igual en todas partes? ¿Tiene la misma información uno de ciudad con acceso a Internet, que otro que cuida ovejas en Esquel o vende naranjas en Concordia?

De acuerdo a la experiencia de cada uno en su actividad, ¿no creen ustedes que en general hay una subestimación de los géneros infantil y juvenil y, en consecuencia, de sus destinatarios?


L.M.P.: Estoy de acuerdo con Carlos, pero les recuerdo a todos, o les propongo mejor que mediemos entre lo real y lo ideal. Los libros "deberían", y las editoriales "deberían", eso ni se discute (lo que propone Carlos, me refiero). Luego el otro costado dice que los libros los compran los adultos, con desconocimiento del mercado de autores infantiles (por lo general), en librerías atestadas de títulos, en su mayoría por pedidos hechos por docentes que tampoco tienen tiempo de leer todos los libros. En muchos casos a ellos se los presentan los vendedores, que tampoco tienen tiempo de leer todos los libros. Pero además están los editores que deben rendir cuentas por un plan editorial exitoso y que dé ganancias. Todo esto es pura descripción, no lo digo con ironía ni menosprecio (si no sería una hipocresía aceptar los pagos por derechos de autor). El punto es que hay un ausente: el estado editor. Ahí sí las cosas tienen que ser lo más cercanas posible a lo que "debería" ser. Como en México está el Fondo de Cultura Económica, o los libros de la SEP, o "Libros del Rincón", entre otras publicaciones del estado, son varias más. Pero si no interviene un ente sin fines de lucro, y alguien que regule la cosa, las leyes del mercado no siempre dejan márgenes muy amplios. Dicho de otro modo: un mercado sin reglas siempre tenderá a ser lo más caníbal posible, en todos los sentidos, incluido "comerse" los valores o fundamentos en los que se hace un libro, o un plan editorial. Si interviene el estado con colecciones pensadas desde otro lugar (no el mero rédito económico), la cosa cambia. Ni qué decir que este razonamiento es válido para radio y TV (en relación con los espacios de publicidad).


C.M.: Volviendo al tema de las particularidades lingüísticas, he tenido el placer de disfrutar textos para niños de Skármeta, con todo ese condimento que le da el perfume característico a especia chilena y creo que un cuento no puede meterse dentro de un autoclave para eliminar todos los microorganismos locales que le dan fisonomía, en la idea de que al pequeño lector le faltarán anticuerpos para comprender el texto. ¿Qué piensan?


Gragry (Argentina): Respecto de las traducciones yo soy partidaria de darles una oportunidad a los chicos de que elaboren su propio significado al escuchar una palabra. Gracias al uno a uno (un peso un dólar) que vivimos en la Argentina pude formar una rica biblioteca con muchos textos españoles y mexicanos. En ellos no había zapatillas, había tenis, o championes (si es que escuchábamos a Jaime Roos cantar). Y mis tres hijos pudieron entender enseguida qué eran, y nunca se equivocaron al pedir el calzado: siempre siguieron siendo zapatillas, o "zapas".

¿Qué quiero decir? Que si yo me convierto en un diccionario viviente los chicos no tendrán forma de apropiarse del idioma, de sus juegos, de sus matices. Y lo que pasa ahora, con el habla cotidiana en todos los ámbitos, es que carece de matices. Porque no contamos, dice Graciela Montes en un artículo que publicó en un diario de por acá.

Los pibes pueden entender qué son unos tenis, aún sin que la maestra les muestre los dibujitos [yo no les muestro los dibujitos a mis hijos cuando les leo antes de dormir, si no no se duermen más]. La voz, el relato mismo va llevando a que puedan apropiarse de ese significante nuevo.

Otra anécdota. Fui a narrar a un jardín de infantes de Lugano, y elegí una poesía: "Vamos a cazar un oso". Es muy divertida y da mucho pie para jugar. El texto que yo tengo es de una traducción hecha por Ekaré que respeta en mucho su original inglés. Hay una frase en este poema que se repite mucho: "Por arriba no podemos pasar, por abajo no podemos pasar, ni modo, lo tendremos que atravesar." Escuché mil y una críticas por mi decisión de mantener esa expresión. "Los chicos no van a entender eso que decís, no saben lo que es 'ni modo', te van a interrumpir para preguntar..."

Nadie preguntó. Todos entendieron. Y jugaron. Y gozaron.


G.: Adriana, tu planteo me generó algunos interrogantes:

¿Es un regionalismo la palabra "morondanga" tan común en los textos de Graciela Montes? ¿No será más bien que esa palabra tiene un peso por sí misma que la hace adecuada para la trama que recrea el autor?

Cuando un autor (profesional o amateur, adulto o niño) emplea una palabra para describir una idea ¿no está convocando ideas, formas, colores, olores, recuerdos, saberes, músicas en ella atrapadas y que el autor desea transmitir? No sé, me acuerdo de Arlt inventando palabras habiendo tantas en el diccionario...


G.: Carlos, creo que la literatura se siente. Es algo casi físico. El otro día mi hijo de 8 años me dijo que tenía que llevar al colegio poesías que a mí me gustaran (¡a mí, que no me gustan las poesías!). Empecé a buscar y a rebuscar entre las "apropiadasparachicosde8añosquehacenunatareadelengua" y ninguna me convencía. Y el pibe dale que dale, que cuándo me das la poesía, que la tengo que llevar, que todos llevaron y vos que leés mucho no me diste nada, es un papelón... Ufa, mamá, decime, ¿cuál te gusta?

Mirá, Patri, la que más pero más me gusta es una que recito muy seguido, pero me parece que es medio complicada para un chico de 8 años (empecé a decir yo).

Dale, leémela, decímela y yo te digo si es complicada.

Y ahí me despaché con el primer monólogo de Segismundo (¿se acuerdan?, ese de la libertad). Fascinado el pibe, y los compañeros que la leyeron al día siguiente, y la maestra...

Es que si no les transmitís pasión, no reciben nada. ¿Cómo aprende un pibe que hay que gritar un gol hasta quedarse afónico tironeándose la camiseta? Aquí hay algo bello, algo que merece la pena porque produce alegría, euforia, emoción, sería el mensaje. Y después dejarles la libertad de disentir y encontrar sus propios caminos.


C.M.: Respecto a lo que escribe Gragry... Una vez le escuché decir a Borges -en un reportaje radial- que aún traduciendo correctamente la palabra "luna" por "moon", no se le podría hacer llegar a un lector inglés o norteamericano lo que "luna" significa en su totalidad para un hispanoparlante. Esto tiene relación directa con el concepto significado-significante de Saussure. La palabra con que definimos una idea, una imagen, está cargada doblemente por aquello a lo cual remite colectivamente y también en forma personal e íntima. Por otra parte, estoy de acuerdo conque no es necesario inventar palabras nuevas, sino tener ingenio para redondear un concepto con los términos que ya existen: en última instancia, la carencia es nuestra, no del idioma.


L.M.P.: A la muchachada en flor. La cosa cambia si hablamos sobre generales o particulares. Lo que dice Gragry es cierto, siempre y cuando no se trate de humor, ahí la necesidad de impacto inmediato es mucho mayor. Y hay un margen del cual uno no puede zafar, si ciertas cosas no se entienden, o se traducen o se descartan, pero no se pueden usar, o uno se arriesga a que lo miren como del "Animal Planet", con una sonrisa de antropólogo, pero sin entender un comino. Igual se puede responder a lo que dice Carlos, es cierto, pero hay casos en la práctica que, al menos hoy, no son fáciles de resolver y el vértigo cotidiano termina eligiendo por uno, si uno no prevé la situación o se mantiene purista. En concreto y para terminar antes de que se hierva el agua, creo que hemos expresado todas cosas que son ciertas, sólo que no todas son aplicables siempre, o al menos hay casos en las que caben otras respuestas. Por eso decía que no se puede responder pretendiendo abarcar todas las situaciones: "nunca conviene traducir", "nunca deben señalarse edades". Hay muchas circunstancias, y bien de la práctica cotidiana, en las que la necesidad de traducir salta con mucha naturalidad, así como la necesidad de responder "No, está demasiado chico para ese libro".



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Autores: Luis María Pescetti

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