Cuentos populares rusos: “La pluma del halcón”


«En cuanto llegó a su casa, la joven agitó hacia la izquierda la pluma de color y al instante desaparecieron la carroza, los servidores y los atavíos. Volvió a sentarse en la ventana con sus ropas de siempre para mirar a los fieles volver a sus casas. Las hermanas no hablaban de otra cosa que de la misteriosa princesa.» Ilustraciones de Ivan Bilibin. Selección de Marcela Carranza.

Ilustraciones de Ivan Bilibin
Selección de Marcela Carranza
Traducción de Pepín Cascarón

(Versión en formato PDF.)

Había una vez un viejo y una vieja que tenían tres hijas. Mientras las dos mayores, ociosas, no pensaban en otra cosa que en engalanarse; la más pequeña era muy trabajadora, se ocupaba de las tareas de la casa, y poseía tal belleza que nadie podría describirlo: ojos de agua marina, piel de porcelana y una trenza rubia que le llegaba hasta los talones.

Un día el padre tuvo que ir a la feria de la ciudad y preguntó a sus hijas:

—Hijas mías, ¿qué regalos queréis que traiga de la ciudad?

—A mí, bátiushka (1), cómprame un vestido de seda roja —pidió la mayor.

—A mí, bátiushka, cómprame un vestido de seda azul —dijo la del medio.

—¡Cómprame una pluma de Finist, el halcón resplandeciente! —pidió la menor.

Fue el padre a la feria, pero allí nadie había oído hablar de una pluma como aquella. El viejo regresó a casa con los regalos para las hermanas mayores y con las manos vacías para su hija más pequeña, a quien le dijo:

—¡No he podido traer tu regalo, hija mía!

—No importa, padre. Será la próxima vez —respondió la más joven.

Las hermanas mayores se probaron los vestidos y se burlaron de la más pequeña.

El padre nuevamente tuvo que ir a la ciudad. Las hijas mayores le pidieron unos chales con flores. La más pequeña volvió a pedir:

—¡Cómprame una pluma de Finist, el halcón resplandeciente!

El padre buscó por toda la feria y por toda la ciudad, pero no encontró aquella pluma. Regresó a casa con los regalos para sus hijas mayores y le dijo a la pequeña:

—¡No he encontrado tu regalo, hija mía!

—No te preocupes, padre. La próxima vez tendrás más suerte —respondió la joven con una sonrisa.

Por tercera vez el padre fue a la feria. Las hermanas mayores pidieron unos pendientes de oro. La menor volvió a insistir:

—¡Cómprame una pluma de Finist, el halcón resplandeciente!

Fue el padre a la feria, compró los pendientes de oro para las mayores, pero nuevamente rebuscó en vano en tiendas y almacenes en busca de aquella pluma. Había emprendido el regreso cuando se cruzó con un viejo que llevaba una pequeña caja en la mano.

—¿Qué es lo que llevas en esa caja viejo?

—Llevo una pluma de Finist, el halcón resplandeciente.

—¿Y cuál es su precio? —preguntó el padre.

—Mil rublos es justo lo que vale.

El padre pagó lo requerido y al llegar a su casa entregó los pendientes de oro a las hijas mayores y la pequeña caja a la menor.

La hermosa joven apretó el regalo contra su corazón y al llegar la noche se encerró en su cuarto. Abrió la ventana, tomó la pluma y la depositó en el suelo mientras decía:

—¡Aparece Finist, el halcón resplandeciente! ¡Ven, mi bien amado!

De repente se presentó Finist, el halcón resplandeciente, con su plumaje de colores. Entró volando por la ventana, se posó en el suelo y se convirtió en un apuesto zarévich (2). La muchacha se sobresaltó un poco al principio, pero él le sonrió dulcemente y tomándole de la mano, comenzó a hablarle con afecto. Estuvieron conversando hasta el amanecer. Asomaba el día cuando Finist, el halcón resplandeciente, la besó y le dijo:

—Todas las noches acudiré a tu llamada, amada mía. Si tienes deseos de poseer ricos adornos, bonitos vestidos, no tienes más que agitar la pluma hacia la derecha y al instante aparecerá todo lo que desees. Cuando hagas un signo a la izquierda, todo desparecerá. La besó una vez más, se transformó en halcón y voló por encima del sombrío bosque. La muchacha siguió con la mirada el vuelo de su prometido, cerró la ventana y se acostó.

Todas las noches, a partir de entonces, Finist, el halcón resplandeciente, acudía a la habitación de la joven y se quedaba con ella hasta el amanecer.

Llegó el domingo, las hermanas mayores se vistieron para ir a la iglesia. Se pusieron sus vestidos nuevos, se envolvieron en los chales floreados, se colocaron los pendientes de oro que les trajera su padre y se burlaron de la hermana menor.

—¿Qué vas a ponerte para ir a misa? ¡Quédate en casa con tu dichosa pluma!

—No importa, rezaré en casa —contestó la muchacha.

Cuando todos se marcharon a misa, la muchacha aguardó unos minutos, luego salió al umbral y agitó hacia la derecha la pluma de color. De repente aparecieron ante ella una carroza de cristal tirada por caballos de pura raza, con unos criados vestidos de oro y, para ella, el más hermoso vestido, un tocado de princesa y unas joyas de reina.

La hermosa muchacha se vistió en un abrir y cerrar de ojos, montó en la carroza y partió hacia la iglesia. Cuando llegó al atrio la gente contemplaba admirada su belleza. Cuando penetró en la iglesia, la multitud se hizo a un lado cuchicheando: —¡Es una princesa del otro lado de los siete mares!

En cuanto terminó el oficio, la joven salió de la iglesia, montó en la carroza de cristal y se marchó sin dejar rastro.

En cuanto llegó a su casa, la joven agitó hacia la izquierda la pluma de color y al instante desaparecieron la carroza, los servidores y los atavíos. Volvió a sentarse en la ventana con sus ropas de siempre para mirar a los fieles volver a sus casas.

Las hermanas no hablaban de otra cosa que de la misteriosa princesa.

—No te imaginas qué joven más hermosa ha estado hoy en misa. ¡Tan ricamente vestida, y de una belleza que nadie podría pintar ni describir! Debe ser alguna princesa de lejanas tierras. Pensar que tú no has visto nada…

Al domingo siguiente ocurrió lo mismo, y al siguiente. La linda muchacha engañaba a todos, nadie había podido reconocerla. Pero al desnudarse la última vez, olvidó quitarse de la trenza una horquilla de brillantes, y las hermanas, como es natural, lo descubrieron.

—¡Hermanita! ¿Qué es esto? —gritaron-. ¡Pero si parece la misma joya que lucía esta mañana la princesa en misa! ¿De dónde la has sacado?

La muchacha ahogó un gritó y escapó corriendo a su cuarto. Sus hermanas comenzaron a desconfiar, la interrogaban, la espiaban de día y de noche. Fue así como una noche sorprendieron sus conversaciones con Finist, el halcón resplandeciente, y fueron a despertar a su padre.

—¡De prisa, padre! ¡Por las noches un hombre acude a la habitación de nuestra hermana, y ahora está allí!

El padre corrió, pero no encontró a nadie. Finist, el halcón resplandeciente, había echado a volar por la ventana. El viejo se enojó con las hermanas y regañándolas las echó a sus habitaciones.

Las hermanas, molestas, espiaron todavía más a la muchacha, y un amanecer vieron a Finist, el halcón resplandeciente, salir por la ventana y volar más allá del sombrío bosque. Decidieron colocar al atardecer puñales de punta en el alféizar de la ventana de la hermana menor. Cuando llegó la noche y Finist, el halcón resplandeciente, quiso entrar en la habitación de su amada, se hirió cruelmente. La joven dormía y no se enteró de nada. Muy enfadado, Finist, el halcón resplandeciente gritó:

—¡Adiós, hermosa mía! Si deseas volverme a ver, búscame más allá de los veintinueve países, en el treintavo reino. Deberás agujerear tres pares de zapatos de hierro, gastar tres bastones de acero, roer tres panes de piedra, entonces, quizá, volverás a encontrarme ¡No antes!

La joven escuchó estas palabras en sueños, pero aún así no despertó. Cuando al amanecer vio su ventana erizada de puñales manchados de sangre, comprendió todo lo que había ocurrido y lloró amargas lágrimas. Pasó infinidad de noches sin dormir junto a la ventana de su cuarto, desolada probó agitar la pluma, pero Finist, el halcón resplandeciente, no se presentó, ni envió a sus servidores.

Una mañana la joven se presentó ante su padre y le pidió que la dejara partir muy lejos. El padre se lo permitió. Ella encargó que le forjaran tres pares de zapatos de hierro y tres bastones de peregrino de acero. Se calzó un par de zapatos, empuñó uno de los bastones, guardó tres panes de piedra en su morral y se puso en camino hacia el sombrío bosque, en la dirección por la que solía aparecer Finist, el halcón resplandeciente.

Caminó por el bosque frondoso, atravesó ríos rápidos, arenas áridas, montañas altísimas. El primer par de zapatos de hierro se agujereó, el primer bastón de acero se estropeó, el primer pan de piedra había sido roído. Pero la joven continuaba su marcha mientras el bosque iba haciéndose más y más sombrío. De pronto se encontró frente a una isba (3) sostenida por unas patas de gallina y que giraba constantemente.

¡Choza, chocita —dijo la muchacha— recibe mi visita, da la espalda al bosque, que cubre la noche, vuélvete hacia aquí, ábrete ante mí!

La isba se detuvo al instante y la muchacha entró. Allí vivía la vieja hechicera Baba-Yaga, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.

—Pff, pff… En los viejos tiempos no se olía nunca olor de ruso por aquí, pero ahora hay algo ruso que flota en el aire, que se mete por mi nariz… ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha? ¿Estás poniendo a prueba tu valor o huyes de algo?

—Verás, abuela, yo tenía un prometido, Finist, el halcón resplandeciente, pero mis hermanas le hicieron daño y él se fue para siempre de mi lado. Lo estoy buscando y no voy a detenerme hasta encontrarlo.

—Tendrás que ir muy lejos, pequeña. Finist, el halcón resplandeciente vive a orillas del mar azul, a veintinueve países de aquí, en el treintavo reino y está comprometido con una zarevna (4). Pero voy a ayudarte.

La bruja Baba Yaga atendió a la muchacha, le ofreció de comer y de beber, le preparó un lecho, y por la mañana la despertó antes de que saliera el sol y le entregó un valioso regalo: un huso de oro y una rueca de plata. Baba-Yaga despidió a la joven con las siguientes palabras:

—Ahora irás en busca de mi hermana la del medio, cuyos consejos te serán muy útiles. Mientras, toma este regalo. Con esta rueca, tú hilarás lino y lo que saldrá es un hilo de oro. Cuando llegues a la orilla del mar ponte a hilar. La zarevna querrá comprarte mi regalo. Como pago, tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente.

Baba-Yaga tomó un ovillo de hilo y lo lanzó al camino, mientras decía: “Síguelo por todas partes y él te guiará”. La muchacha le agradeció y empezó a seguir el ovillo.

Cuanto más avanzaba, más negro y más tupido era el bosque, las copas de los árboles alcanzaban el cielo. Ya estaba destrozado el segundo par de zapatos de hierro, desgastado el segundo bastón de acero, se terminó el segundo pan de piedra. El ovillo se detuvo delante de una isba agazapada bajo los árboles y sostenida sobre unas patas de gallina que la hacían girar constantemente.

—¡Choza, chocita —dijo la muchacha— recibe mi visita, da la espalda al bosque, que cubre la noche, vuélvete hacia aquí, ábrete ante mí!

La isba se dio vuelta y la muchacha pudo entrar. Había allí una hechicera más vieja que la anterior, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.

—Pff, pff… En los viejos tiempos no se olía nunca olor de ruso por aquí, pero ahora hay algo ruso que flota en el aire, que se mete por mi nariz… ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha? ¿Estás poniendo a prueba tu valor o huyes de algo?

—Busco a mi prometido, abuela, Finist, el halcón resplandeciente. Mis hermanas le hicieron daño y él se marchó.

—Está a punto de casarse. Hoy se despide la novia de sus amigas. Pero de todos modos voy a intentar ayudarte.

La bruja Baba-Yaga se ocupó de la muchacha, le ofreció de comer y de beber, le preparó un lecho, y por la mañana la despertó antes de que saliera el sol y le entregó un valioso regalo: un huevo de oro y un platillo de plata. Baba Yaga despidió a la joven con las siguientes palabras:

—Irás en busca de mi hermana mayor, cuyos consejos te serán muy útiles. Mientras, toma este regalo. Cuando llegues a la orilla del mar, haz rodar el huevo en el platito. La zarevna lo querrá comprar. Como pago, tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente.

La muchacha le dio las gracias y siguió el camino que le indicaba el ovillo.

Cuanto más avanzaba, más negro y más tupido era el bosque. El tercer par de zapatos de hierro se había agujereado, se estropeó el tercer bastón de acero, se terminó el tercer pan de piedra. El ovillo se detuvo delante de una isba agazapada bajo los árboles, sostenida sobre unas patas de gallina que la hacían girar constantemente. La muchacha dijo:

—¡Choza, chocita recibe mi visita, da la espalda al bosque, que cubre la noche, vuélvete hacia aquí, ábrete ante mí!

La isba se dio vuelta y la muchacha pudo entrar. Había allí una hechicera mucho más vieja que las dos anteriores, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.

—Pff, pff… En los viejos tiempos no se olía nunca olor de ruso por aquí, pero ahora hay algo ruso que flota en el aire, que se mete por mi nariz… ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha? ¿Estás poniendo a prueba tu valor o huyes de algo?

—Yo tenía un amigo, abuela, Finist, el halcón resplandeciente. Mis hermanas intentaron asesinarlo y él se alejó volando por encima del bosque y las montañas, más allá de veintinueve países, hasta el treintavo reino. Y desde entonces le estoy buscando.

—¡Pero muchacha, si se ha casado ya con una zarevna! Pero de todos modos voy a intentar ayudarte.

La bruja Baba-Yaga se ocupó de la muchacha, le ofreció de comer y de beber, le preparó un lecho, y por la mañana la despertó antes de que saliera el sol y le entregó un valioso regalo: un bastidor de oro y una aguja de plata. Baba-Yaga le explicó lo que tenía que hacer:

—Al llegar a la orilla del mar, coge este bastidor, y la aguja empezará a bordar por sí sola. La zarevna te lo querrá comprar. Como pago, tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente.

La muchacha le dio las gracias a Baba Yaga y siguió al ovillo.

El bosque se hizo menos sombrío, los árboles menos altos, la maleza menos espesa. Llegó a la orilla del mar azul, anchuroso e inmenso, y vio brillar a lo lejos, como llamaradas, las cúpulas de oro de un palacio de mármol blanco. Era el reino de Finist, el halcón resplandeciente, su hermosa capital.

La muchacha se dirigió a orillas del anchuroso mar y se sentó sobre la blanca arena, cogió la rueca y comenzó a hilar lino. En la rueca el lino se convertía en un hilo de oro. De pronto se acercó por la orilla la zarevna con sus ayas, sus nodrizas y sus fieles servidoras. Vio la rueca y el huso prodigiosos y quiso comprarlos de inmediato. Pero la muchacha se negó a venderlos y dijo:

—Si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo zarevna.

—Finist, el halcón resplandeciente está ahora dormido y ha ordenado que no le moleste nadie. Pero te lo dejaré ver si me regalas la rueca y el huso —respondió la zarevna.

Cuando la muchacha le dio la rueca y el huso, la zarevna corrió al palacio, prendió en las ropas de Finist, el halcón resplandeciente, un alfiler mágico para que su sueño fuera más largo y más profundo. Luego ordenó que dejaran entrar en el palacio a la linda muchacha para que contemplara a su esposo, y ella salió a dar un paseo.

Al ver dormir a su bien amado, la muchacha quiso despertarlo. Le imploró, le suplicó:

—¡Despierta, abre los ojos, mi dulce amigo! Durante días y meses te he buscado, a costa de terribles penalidades te he reencontrado. He roto tres pares de zapatos de hierro, he gastado tres bastones de acero, he roídos tres panes de piedra por el camino. ¡He cruzado ríos veloces, áridas arenas, profundos bosques, montañas altísimas, para volverte a ver a ti, amor mío!

Pero Finist, el halcón resplandeciente, no abrió los ojos. Toda la noche la muchacha se lamentó en vano y, por la mañana la zarevna la hizo expulsar del palacio por sus doncellas.

—¡Cuánto tiempo he dormido! —dijo el zarévich al despertarse. Me parecía que alguien lloraba a mi lado y yo no podía abrir los ojos por más que lo intentaba.

—Habrá sido una pesadilla —contestó la zarevna—, porque aquí no ha entrado nadie.

Al día siguiente estaba otra vez la muchacha sentada sobre la blanca arena junto al mar, hacía rodar el huevo de oro en el platillo de plata. Cuando la zarevna salió a dar su paseo quiso comprar el bonito juguete.

Pero la muchacha no quiso atender a razones y se negó a venderlo diciendo:

—Si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te lo regalo zarevna.

La zarevna aceptó, y de nuevo clavó el alfiler en las ropas de Finist, el halcón resplandeciente. Cuando éste quedó dormido, hizo venir a la muchacha.

Estuvo la joven toda la noche llorando y lamentándose junto a su amado sin lograr despertarle. Al llegar la mañana, la zarevna la hizo expulsar por sus doncellas.

Cuando despertó, el zarévich suspiró y dijo:

—¡Cuánto tiempo he dormido! Me parecía que alguien lloraba a mi lado y me llamaba, pero yo no podía abrir los ojos y sentía una pena muy grande.

—No ha sido más que un mal sueño —aseguró la zarevna—. Nadie ha estado aquí.

Al tercer día estaba la joven a la orilla del mar, muy triste y abatida, cogió el bastidor de oro y entonces la aguja de plata empezó a bordar por sí sola. La aguja corría por encima de la seda trazando unos dibujos de oro salpicados de perlas. La zarevna salió a pasear con sus doncellas y sus damas. Quiso comprar el bastidor y la aguja, pero la muchacha no atendió a razones y se negó a venderlos.

—Si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo zarevna —dijo la joven.

La zarevna aceptó de inmediato, corrió al palacio y pidió a su esposo:

—Deja que te rebusque en la cabeza.

Se sentó a su lado a rebuscarle en la cabeza y le clavó el alfiler en el pelo, dejándole profundamente dormido al momento. Luego envió a sus ayas en busca de la linda muchacha.

La muchacha trató de despertar a su amado abrazándole y besándole anegada en lágrimas. Pero él no se despertaba. Entonces se puso a acariciarle el pelo y dejó caer por casualidad el alfiler mágico. Finist, el halcón resplandeciente, se despertó de repente. Se tomaron las manos, se dijeron palabras dulcísimas y olvidaron todas sus penas.

Ella le contó todo lo ocurrido: cómo sus hermanas envidiosas habían querido matarle, cómo había vagabundeado por el mundo entero, cómo había convencido a la zarevna con aquellos regalos para poder verle.

Más enamorado que nunca, él besó los dulces labios de su amada y convocó a los boyardos (5), los nobles y todos lo hombres de alto rango. Cuando estuvieron reunidos les preguntó:

—Quiero que me digáis con quién debo compartir mi vida entera. ¿Con la mujer que me vendía o con la mujer que me volvía a comprar? ¿Con aquella que por amor a mí ha pasado por mil pruebas y tribulaciones o con aquella que me cambiaba por baratijas de oro?

Todos los boyardos, los nobles y los hombres de alto rango, tras haber meditado y discutido, decidieron de común acuerdo:

—¡Es con la mujer que lo ha buscado y reencontrado, amado y vuelto a comprar, con quien Finist, el halcón resplandeciente debe vivir! ¡Es con ella con quien debe terminar sus días!

Entonces sonaron las trompetas y tronaron los cañones anunciando la boda de Finist, el halcón resplandeciente, con su fiel amiga. Y vivieron felices hasta el último día de sus vidas.


Notas

(1) Bátiushka: Padrecito. También se emplea como tratamiento deferente y expresa sumisión, humildad y vasallaje. (Definición extraída del “Vocabulario”. En Afanásiev, Alexandr N. Cuentos Populares Rusos. Traducción de Isabel Vicente. Madrid, Editorial Anaya, 1983-1984. Colección Laurín.)

(2) Zarévich: Literalmente, significa “hijo del zar”.

3)  Isba o isbá es una típica vivienda campesina rusa; construida con troncos, constituía la residencia habitual de una familia campesina rusa tradicional. Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.

(4) Zarevna: Denominación equivalente a infanta o princesa (la hija o nieta del zar).

(5) Boyardo: es el título de los nobles terratenientes eslavos, aunque se emplea sobre todo en el ámbito ruso, serbo, búlgaro y rumano (incluyendo Moldavia). Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.


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5 comentarios sobre “Cuentos populares rusos: “La pluma del halcón””

  1. Patricia Maya dice:

    Gracias por el regalo, es un privilegio.


  2. Carola Pizarro Araya dice:

    Conocía el relato (que le da la vuelta a la pasividad femenina de otras historias), pero además las ilustraciones son de maravilla…. gracias mil…


  3. Laura dice:

    Muchísimas gracias por este aporte tan importante sobre la cultura rusa. No dejen de hacerlo!


  4. marcela noboa dice:

    Qué bien poder recibir este tipo de literarura. muy interesante. Espero seguir recibiendo.
    Marecla


  5. Belem Trompet dice:

    Hermosos cuentos y bellas ilustraciones.Gracias por resucitar el placer de leer un cuento..ojala que la vida me conceda el privilegio de contsrsrlos a mis nietos.