162 | LECTURAS | 31 de agosto de 2005

Marcas de las primeras lecturas

por Carlos Silveyra

Texto de la conferencia presentada por el autor dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Los libros no muerden" en la 16ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2005). Imaginaria agradece a Carlos Silveyra su gentileza al autorizarnos a publicar este texto.

Fotografía de Javier Pedro Fernández Ferreras
"Foto II", fotografía de Javier Pedro Fernández Ferreras; Cuarto Premio en el III Certamen Fotográfico "El placer de leer" - Biblioteca Pública Municipal (Ayuntamiento de Salamanca, España, 1996). Publicada con la autorización de los organizadores del certamen fotográfico.

En realidad, para ser ordenados, debiéramos comenzar por reconocer que las primeras marcas provienen de la oralidad y no estrictamente de lo que llamamos lecturas. Son textos, eso sí. Palabras sin soporte de papel, la materialidad de las palabras sin continente físico. Casi como el agua sin vaso. Es decir: la importancia del decir. El decir que no es un decir.

Las primeras marcas las dejan los decires, son orales: la conexión está oculta. Entonces parece mágica. Mágica y todopoderosa: sirve para nominar al mundo, para significarlo, para poblarlo de sustantivos queridos y queribles: ma-má, pa-pá, te-ta, o-so, pe-lo-ta... Pero también de palabras que suenan, que acarician, que tranquilizan:

Arroró mi niño,
arroró mi sol.
Arroró pedazo
de mi corazón.

También, que hacen reír, que juegan:

Tortitas, tortitas,
tortitas de manteca,
mamá me da la teta.
Tortitas, tortitas,
tortitas de cebada
para papá que no da nada.

O:

Este nene
se fue a París,
en un caballito gris.
Al paso, al paso,
al trote, al trote,
al galope, galope, galope.

Es decir que las palabras —todas las palabras— tienen dos caras, una que es verdadera o falsa y la otra que es bella o no lo es. Una cara que le habla a la cabeza y la otra también al corazón.

Pero esas palabras se juntan, se superponen, se rechazan en cada persona concreta, en cada chico o chica, y dejan esas marcas de verdad y belleza, esas marcas informativas y literarias que van construyendo a esa criatura. Y que ya no son dos marcas diferenciadas, perfectamente individualizables. Porque son marcas que se enciman, a veces ocultándose unas a otras, otras veces transparentes. Qué marcas, si no, dejan "hambre", "mamá", "cosquillas", "pobreza", "gol"...

A poco que lo consideramos vemos que no sólo las palabras dejan huellas. También hay conjuntos de palabras, grupos, cortejos de palabras que nos dejan marcas. Esos conjuntos dejan unas huellas más genéricas, tal vez. Por eso digo "había una vez" y vuelve una marca que podríamos denominar cuento. Pero no solamente me trae la estructura de ese tipo de narración, también me trae la agradable y tierna imagen de un ser querido, que tal vez ya no esté, contándome un cuento al costado de la cama y yo, niño, haciendo esfuerzos denodados para no cerrar los ojos y quedarme sin saber qué fue de aquellos dos hermanitos perdidos en el bosque. Dice Ana María Machado:

"Yo recuerdo perfectamente bien a cada uno de los que me introdujeron en los diferentes espacios de ese territorio constituido por los clásicos para niños.

Tal vez mi memoria se refuerce porque, como soy la mayor de una familia con muchos niños, puedo oír aquel repertorio una y otra vez.

En efecto, es así: sé exactamente qué nanas cantaban mi madre y mi padre y cuáles eran las favoritas de cada uno.

Cantar ciertas rondas me evoca directamente a algunas tías.

Ciertos juegos verbales y cuentos folklóricos me traen de vuelta a mi abuela de una manera perfectamente nítida y vívida.

Y también puedo identificar claramente que mi madre era quien acostumbraba a narrarme mayormente cuentos tradicionales y de Grimm, mientras mi padre me hizo conocer a Don Quijote, Gulliver, Robin Hood y Robinson Crusoe." (1)

Es decir que en esas marcas hay una parte de ellas que tiene que ver con los quién, cuándo, cómo, dónde, con quién y otros contextos de ese texto. Que tal vez sean las razones como para que sean esos textos y no otros los que dejan su huella.

Digo "arroró" y evoco una canción y una voz tierna y un suave y tibio vaivén, siempre en el mismo lugar y todo esto conduce al sueño porque, como dice Bettelheim, la repetición da seguridad contra lo imprevisible de la vida...

Sin embargo, también hay que decirlo, algunas palabras y algunos textos dejan huellas tan profundas como camino de campo en invierno, y otras, parafraseando a Graciela Montes, dejan huellas de morondanga, marquitas, ¡bah!. Y es más, algunos pasan sin quedar registro alguno. Sé, por ejemplo, que Melquíades es un nombre propio, masculino, singular (¿vieron que en 4º grado a veces atendía un poco?). Pero tengo un registro liviano, casi nulo, una nada. Sin embargo tal vez no sea así para un chico —ya sea argentino o mexicano— que se entusiasmó con Aníbal y Melquíades de Francisco Hinojosa. (2) Fíjense como empieza la presentación de este libro en el catálogo de la editorial, si no es para dejar una huella ancha, generosa: "Uno era el más fuerte y temido de la escuela. Podía cargar el escritorio de la maestra con todo y maestra; era capaz de matar alacranes con la mano y comerse una lata de ajíes sin sudar. El otro era tan débil y flacucho que chupaba los caramelos porque no tenía fuerza para morderlos."

Pero volvamos. Me quiero ocupar ahora de esos cortejos de palabras, de esas procesiones donde las palabras se ubican de cierta forma, no de cualquiera, una detrás de otra, una conectada con otra. Sí, estoy hablando de los textos, que cuando son literarios traen, además, la construcción de ciertos personajes, que como las personas, son únicos e irrepetibles. Hasta los arquetipos son únicos. A los que, además, les pasan cosas que, a falta de mejor nombre, llamo historias. Historias parecidas a las que me sucedieron, ocasionalmente o siempre-siempre; historias que me gustaría mucho que me sucedieran pero nunca me suceden; que ojalá que le sucedan siempre a los del cuento y a mí no; que a mí no me suceden pero son las cosas que siempre le suceden a fulano o fulana; digo yo: ¿por qué a mí no?...

Y estos personajes y estas historias nos dejan marcas cuando se juntan dos elementos: si las historias están bien contadas y si nos llegan justo en un momento en que las podemos recibir, tan buen momento como para apropiarnos de historias y personajes, como para darles volumen. Retomando un concepto que pareciera haber caído en desuso: si la obra abierta que propusiera Umberto Eco se uniera a un lector también abierto, no sólo receptivo del discurso ajeno sino con voluntad y capacidad de coautor. Me apresuro a aclarar que esa voluntad y esa capacidad frecuentemente es momentánea.

Para ir cerrando esta parte de la exposición, también diré que hay otras marcas que no tienen que ver con las palabras sino con las escenas de lectura, con ciertos contextos: el olor a frito del saco de lana de la abuela mientras nos lee un cuento, sentados en su falda; el leve hormigueo en los brazos de cuando nos acostábamos boca arriba sobre el fresco de las baldosas del patio y sosteníamos el libro por sobre la cabeza, paralelo al piso y a la parra zumbante de abejas; el aroma lejanamente picante de papel, tinta y cola al abrir un libro nuevo; el dolor de vejiga por aguantar el pis porque, ¿cómo voy a dejar a mi héroe ahora, en medio de esta peripecia, por este mundano deseo de orinar?

Estos contextos también están inscriptos en marcas de las lecturas, son tan marcas como aquel "pan herrumbrado" con que, alguna vez, me sorprendió Tito Camilli, sí ese mismo Ernesto Camilli de El sol albañil (3), que hoy, vaya a saber por qué, aflora.

Dije hace un momento que esas marcas suelen ser literarias o informativas. Pues bien: estas dos líneas seguirán durante toda la vida. A veces paralelas, otras veces no. Junto a las marcas que dejaron en mi Stevenson, Salgari, Twain también está la marca de Jorge W. Abalos, que además de Shunko (4), escribió ¿Qué sabe usted de víboras? (5), uno de los libros de divulgación más interesantes (y que no envejeció). También hay alguna marca dejada por los libros de Illin, otras por unos libros flaquitos de la Editorial Kapelusz de los cuales ya no recuerdo ni quiénes fueron sus autores ni el nombre de la colección, pero que los estoy viendo… Estoy seguro de que, en los últimos 15 años han dejado marcas los textos informativos de Leonardo Moledo, Miguel Ángel Palermo, Carla Baredes e Ileana Lotersztain —las directoras de la editorial Iamiqué—, entre otros. Y estoy seguro porque sus textos —otra vez— están bien escritos y se refieren a temas interesantes para niños o jóvenes.

Sin embargo cuando leemos ficción requerimos de la información de la no ficción. Es decir, cuando Salgari, gran embustero, desarrollaba sus historias se servía de palabras reales para construir su verosímil: decía selva, puñal, jarcia, estribor y esas palabras se correspondían al significado del diccionario. Lo que no existe, ni existió jamás, es esa historia jugada por esos personajes.

Es evidente que estas marcas importan, más allá de la historia personal de cada sujeto, en la medida en que nos dan información sobre la historia de los lectores. Si asumimos la tarea de formar lectores, de crear lectores (porque, lamento desilusionarlos, los lectores no germinan de los porotos) debemos saber por qué algunos nos hemos dado al "Vicio impune" como decía la querida Graciela Cabal, cómo y por qué se genera ese vínculo positivo entre los sujetos y los libros y, sobre todo, cuáles son los caminos que conducen a consolidar, profundizar y desplegar ese lazo. Por esto es importante que nos situemos en el terreno de la recepción, que rompamos con el criterio funcionalista que utilizaron —con la mejor intención, por supuesto— los profesores de nuestra escuela secundaria, especialmente, para quienes todo lo indagable en el campo de la literatura transcurría, "objetivamente", en el terreno de la obra, del autor y de sus supuestas intenciones.

Entonces, ¿la interpretación de un texto literario es propia de cada sujeto, única, diferente de todas las demás? Cada lector lee el texto que quiere y que puede según su historia y sus circunstancias. Pero, como dijo Umberto Eco, "acepto la propuesta de que un texto puede tener muchas significaciones, y rechazo la afirmación de que un texto puede tener todos los sentidos; en realidad, el propio texto lleva implícita la posibilidad de convertirse en el único parámetro de sus aceptables interpretaciones." (Eco, 1992, citado por Mendoza Fillola, 1995). (6)

Es indudable que esas lecturas que fueron importantes para cada sujeto, lecturas que disfrutamos como oyentes o como lectores autónomos, van conformando una cadena que podemos enhebrar mediante la competencia literaria. Es decir que, partiendo de unos pocos axiomas (por ejemplo, mientras estoy leyendo —o escuchando— me creo que "esto" sucede de verdad) cada nuevo texto permite que ese lector vaya siendo cada vez mejor lector porque autoconstruye e incrementa su competencia literaria. Por ejemplo, y para no apartarme demasiado, esa competencia literaria le permite desarrollar las conexiones entre diversos textos que denominamos intertextualidad. Así, para ser más concreto todavía, en estos días estoy leyendo la novela La sombra del viento (7) de Carlos Ruiz Zafón (que recomiendo calurosamente) y todo el tiempo me asaltan imágenes de La historia Interminable (8), de Michael Ende, y de La guía fantástica (9), de Joles Sennell. En las tres novelas hay un libro misterioso, una aventura iniciática, etcétera.

Quisiera referirme, aunque sea muy brevemente, al destacado papel de quien acerca un texto que deja marca. El mediador, mejor dicho el recomendador, que puede ser un familiar, un docente, otro chico, un periodista. Alguien confiable permite transferir esa corriente de confianza de la persona al texto. Funciona como una nodriza que, como dice Pennac, "da de leer" (10). Este recomendador, en definitiva, nos facilita vivir otras vidas, otras historias, que se integran a nuestras vidas y a nuestra historia. Quienes tenemos la experiencia de sugerir libros a través de los medios, ya sean gráficos, radiales o televisivo, sentimos esa gran responsabilidad pero también ese enorme placer de recomendar "nuestros" libros. Demás está decir que lo que esperamos del recomendador es que sea un lector intenso y extenso.

Una vez más, volvemos. Un texto informativo y otro literario están construidos con el mismo sistema lingüístico; lo que varía es la intencionalidad de su uso. ¿Cómo advierte el lector, sobre todo si ese lector es un niño o un joven, esa distinta manera de utilizar el mismo sistema? Nuevamente acudo a Mendoza Fillola: "Es decir que un lector reconoce el uso artístico del sistema lingüístico gracias a su competencia literaria". (11)

A esta altura debemos preguntarnos por el vínculo, si es que existe, entre la lectura y/o escritura de ficción y la lectura y/o escritura de no ficción. Sabemos empíricamente que "la lectura estética es lo que convierte a las personas en lectores motivados para toda la vida", como dicen Winograd y Smith (1999) citados por Rosa Tabernero y José Domingo Dueñas (2003) (12). Dado que el lector de no ficción a veces acude al texto para cubrir una necesidad del momento, pasajera, probablemente se de el caso de que la lectura informativa conduzca menos frecuentemente hacia los textos literarios. Es decir que, cuando proponemos a los niños actividades de escritura y de lectura de textos ficcionales estamos facilitando el vínculo de ese niño, que antes que alumno o estudiante es niño, con la lectura y escritura de textos informativos.

Dicho de otro modo: no conozco ningún caso de un buen lector-productor de ficción que no comprenda lo que lee, a menos que los textos no ficcionales no estén bien estructurados o planteen temáticas totalmente ajenas a la niñez. Porque, digámoslo una vez más, son los textos interesantes los que forman lectores porque dan deseos de leer otros textos. Para mi generación, quienes lograron formar mayor cantidad y calidad de lectores fueron Salgari, Verne, Stevenson, Wilde y Dickens. Hoy, aunque suene a herejía, hacen más lectores Rowling, Montes, Pescetti, Roldán, Wolf, Devetach o Tolkien, que cientos de tratados y de conferencias como ésta sobre promoción de la lectura. Es decir, son aquellos autores leídos cuando no existe ninguna obligación quienes fabrican lectores.

Me parece que podríamos intentar resolver las "graves dificultades que chicos y jóvenes tienen para entender o interpretar textos escritos", como dicen algunos funcionarios, proporcionándoles textos que les interesen y que estén bien escritos, en vez de reducir los contactos de esos chicos con la literatura, ya sea en propuestas de escritura como de lectura. Si nos encaminamos hacia el reemplazo de los textos literarios por los pragmáticos, seguramente terminaremos por proponerles a los alumnos que en la clase de plástica pinten las paredes del aula porque es tanto más útil...

Pero miremos hacia el Jardín de Infantes y revisemos los libros informativos que ponemos en el rincón (aunque muchos de los cuales, verdaderamente y sin ironías, sería deseable ponerlos en penitencia en el rincón). Todavía existen esos libros que son un mero enumerar de objetos, elementos. Los animales de la granja puede ser un bello ejemplo. Una foto, o dibujo, de un cerdo (mejor, cerda con cerditos), en la página enfrentada un pavo, en la página siguiente una gallina (o mejor la familia completa: gallo – gallina – pollitos, así trabajamos valores, contenidos transversales), y así hasta el final del libro. ¿Nadie se pregunta a quién le interesa eso? Se me ocurre que debe ser tan espantoso para un chico como para nosotros, adultos, si un señor en el colectivo se nos acercara y nos explicara, con enjundia, los plegamientos del terciario o el Ciclo de Krebs. Más que una preparación para la lectura, estamos: a) ejercitando su motricidad fina, b) preparándolo para el indispensable hojear de revistas en cualquier peluquería (ya sea masculina como femenina). Pero de ganar lectores, nada.

Demás está decir que cada vez me parece más inadecuada esa expresión de trabajar un cuento. Leer, narrar, contar, conversar sobre... ¿no son expresiones más felices, y sobre todo, más ajustadas?

También quisiera referirme, muy pero muy brevemente, a esta cuestión de los valores y/o contenidos transversales. Creo que buscar cuentos con ese plus de valores nos ubica en los años cincuenta o sesenta cuando buscábamos cuentos para enseñarles a los chicos a lavarse las manos antes de comer o a prestar los útiles. Creo que este tipo de relatos termina, definitivamente, matando a la literatura. ¿Se imaginan a Borges, a Cortázar, a Bioy Casares escribiendo con valores. Lo que está provocando esta moda malsana es que los catálogos de las editoriales parezcan pasados por lavandina... Todo queda lavado, aséptico, políticamente correcto...

Dejé para el final un tipo muy especial de marcas que dejan las lecturas. Son las marcas de la no lectura, en realidad. Cuántos de entre nosotros tenemos una marca adversa llamada Platero y yo o El Quijote de la Mancha o Los Miserables. Son los textos que llegaron a destiempo, los textos que llegaron en presentación supositorios, los textos impartidos, administrados considerando su relevancia para la cultura universal antes que su importancia para este o estos receptores concretos. Son textos que nos vacunan contra la lectura. Entiéndaseme bien: no me niego a la lectura de los clásicos. Antes bien, soy un defensor de ellos. Pero pensando previamente en el receptor y, una vez más, en la calidad de la traducción o versión, etcétera. Como diría Jauretche, esas marcas negativas son un "pianta-votos" de la lectura. Son un resultado que después hay que intentar remontar.

Ojalá que estas reflexiones que hoy intenté compartir con ustedes en estas Jornadas, logren que en uno solo de los presentes, chiquita, tembleque, balbuceante, haya dejado una marca. Muchas gracias.


Notas

(1) Machado, Ana María. "Palabras que superan la brecha generacional". Ponencia leía en el 28° Congreso de IBBY (International Board on Books for Young People), realizado en Basilea (Suiza) entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre de 2002, en el tema: "Los libros para niños. un puente entre los adultos y los niños". Traducción de Alicia Salvi

(2) Hinojosa, Francisco. Aníbal y Melquíades. México, Fondo de Cultura Económica, 1995. Colección A la orilla del viento.

(3) Camilli, Ernesto. El sol albañil. Libro de lectura para Tercer Grado. Ilustraciones de Raúl Fortín y Héctor Atanasiú. Buenos Aires, Editorial Estrada, 1967.

(4) Abalos, Jorge W. Shunko. San Miguel de Tucumán, Editorial La Raza, 1949. Reedición: Buenos Aires, Editorial Losada, 1959. Colección Lecturas Selectas Escolares.

(5) Abalos, Jorge W. ¿Qué sabe usted de víboras?. Buenos Aires, Eudeba, 1964. Colección Libros del Caminante. Reedición ampliada y corregida, con ilustraciones de J. Warde y fotografías del autor y de I. Di Tada y M. Doucet: Buenos Aires, Editorial Losada, 1977.

(6) Mendoza Fillola, Antonio. De la lectura a la interpretación. Buenos Aires, AZ Editora, 1995. Serie Ciencias del Lenguaje.

(7) Ruiz Zafón, Carlos. La sombra del viento. Barcelona, Editorial Planeta, 2003.

(8) Ende, Michael. La historia interminable. Ilustraciones de Roswitha Quadflieg. Traducción de Miguel Sáenz. Madrid, Editorial Alfaguara, 1982. Colección Juvenil Alfaguara.

(9) Sennell, Joles. La guía fantástica. Ilustraciones de Horacio Elena. Traducción de María Brossa. Barcelona, Editorial Juventud, 1985. Reedición: con ilustraciones de Max. Madrid, Editorial Anaya, 2000. Colección Sopa de libros.

(10) Pennac, Daniel. Como una novela. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1993. Colección La pequeña biblioteca. Editado tambien en Editorial Anagrama (Barcelona, 1993; colección Argumentos).

(11) Mendoza Fillola, Antonio. Op. cit.

(12) Tabernero, Rosa y Dueñas, José Domingo. "La adquisición de la competencia literaria: una propuesta para las aulas de infantil y primaria". En Intertextos: Aspectos sobre la recepción del discurso artístico. Antología coordinada por Antonio Mendoza Fillola y Pedro C. Cerrilo Torremocha. Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2003. Colección Arcadia.


Foto de Carlos SilveyraCarlos Silveyra es escritor, docente y periodista. Además de su obra narrativa, se ha dedicado a la investigación de la literatura y los libros para niños y jóvenes y del folclore infantil; este trabajo está recogido en numerosos libros, entre recopilaciones y ensayos. En Imaginaria publicamos un extenso informe sobre Carlos Silveyra que incluye datos biográficos, su bibliografía completa y varios de sus textos.


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