134 | EVENTOS | 4 de agosto de 2004

Concurso "Terminemos el cuento" VI edición (Argentina)

Unión Latina y la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA) convocan a todos los jóvenes, de entre 14 y 18 años, y residentes en la República Argentina, a la sexta edición del Concurso Literario "Terminemos el Cuento". Los participantes deberán redactar el final del cuento "Caramelos de fruta y ojos grises", de la escritora argentina Liliana Bodoc.

El evento cuenta con el auspicio de Ediciones SM, la Oficina Cultural de la Embajada de España, la Fundación El Libro, la Cámara Argentina del Libro y la Revista Electrónica Imaginaria.

La participación se ajustará a las siguientes bases:

Bases

1) Podrán participar en el concurso todos los jóvenes residentes en la República Argentina, cuyas edades estén comprendidas en el período del 1 de enero al 31 de diciembre de 2004, entre los 14 y 18 años.

2) Aquellos que deseen participar en el concurso deberán redactar el desenlace final del cuento titulado "Caramelos de fruta y ojos grises", iniciado por la escritora Liliana Bodoc, que se adjunta a estas bases. El desenlace del cuento deberá redactarse en idioma castellano, ser original e inédito, estar escrito por una sola persona, en una extensión de 2 páginas, tamaño A4 (210 x 297mm) mecanografiadas a doble espacio por una sola cara en letra arial 11.

Deberá enviarse un original abrochado o en folio junto al relato que se finaliza. Cada original irá firmado e indicará el nombre, apellidos, dirección y correo electrónico personal del concursante. También se consignará el correo electrónico de la institución educativa a la que pertenece —en el caso de que lo posea— y teléfono de contacto del participante. Con el original será imprescindible adjuntar declaración firmada por los padres o tutores del participante, indicando sus propios datos personales y documento de identidad, autorizando a su hijo a participar en el concurso y manifestando que aceptan expresamente las bases y condiciones.

3) El original debe enviarse a la Oficina de Buenos Aires de la Unión Latina, Azcuénaga 1517, 2° piso, dpto. "E", (C1115AAO) Ciudad de Buenos Aires, indicando claramente en el sobre Concurso "Terminemos el cuento" VI edición. El plazo de admisión de las obras se cerrará el 30 de septiembre de 2004 tomándose como comprobante de la fecha de envío el sello postal del correo empleado.

Las entidades organizadoras no se hacen responsables de las posibles pérdidas o deterioros de los originales, ni de los retrasos o cualquier otra circunstancia imputable a los servicios de correos o a terceros que pueda afectar a los envíos de las obras participantes en el concurso. Una vez hecho público el fallo, los originales no premiados y su copia serán destruidos sin que quepa reclamación alguna en este sentido. No se mantendrá correspondencia con los remitentes ni se facilitará información alguna relativa al seguimiento del concurso.

4) El jurado estará compuesto por un mínimo de 3 y un máximo de 5 miembros, dos de ellos representantes de las entidades convocantes, y el resto, entre los que se elegirá un Presidente, destacadas personalidades del mundo artístico y literario de Argentina. La composición del jurado no se hará pública hasta el mismo día de la concesión del premio

5) El premio se otorgará a aquella obra de las presentadas que por unanimidad o, en su defecto, por mayoría de votos del jurado, se considere merecedora de ello. En caso de discrepancias el Presidente tendrá voto dirimente, pudiendo quedar desierto el concurso si a juicio del jurado ninguna obra merece ser premiada.

6) El fallo del jurado será inapelable y se hará público en un acto que se celebrará durante el mes de diciembre de 2004, reservándose la entidad organizadora el derecho a modificar esta fecha a su conveniencia.

7) Se entregará al ganador un único premio consistente en un equipo informático (PC). El relato ganador será publicado en el sitio oficial en Internet de Unión Latina y en Imaginaria, revista electrónica quincenal de literatura infantil y juvenil.

8) El Premio no podrá ser canjeado por su valor en efectivo ni por ninguna otra prestación aún cuando el ganador no pudiera gozar del mismo, total o parcialmente, cualquiera fuese su causa o naturaleza.

9) El autor del relato ganador, representado por sus padres o tutores si fuere menor de edad, cede a la Unión Latina y a ALIJA el derecho exclusivo de reproducción y distribución, comunicación pública y traducción a todos los idiomas de su relato, en todas las modalidades de edición y para todo el mundo, con posibilidad de cesión a terceros, por el plazo máximo de duración que para cada modalidad a ejercitar establezca la legislación aplicable en materia de propiedad intelectual, en el caso de que se edite y/o publique el relato ganador.

10) El autor del relato ganador se obliga a suscribir el oportuno contrato de edición según los términos expuestos en estas bases y en la legislación de Propiedad Intelectual, y cuantos contratos y documentos sean necesarios para la protección de los derechos de explotación cedidos.

11) El ganador autoriza expresamente a las entidades convocantes a utilizar con fines publicitarios su nombre e imagen en los actos de presentación y material promocional que se considere apropiados para la mejor difusión de la obra.

12) La participación en este concurso implica de forma automática la plena y total aceptación, sin reservas, de las presentes bases y el compromiso de no retirar la obra una vez presentada. Para cualquier diferencia que hubiese de ser dirimida por vía judicial, las partes, renunciando a su propio fuero, se someten expresamente a los Juzgados y Tribunales Ordinarios de Argentina.

Para mayor información o retiro de bases, dirigirse a:

Unión Latina
(Oficina de Buenos Aires)
Azcuénaga 1517 - 2° piso - "E"
(C1115AAO) Buenos Aires
Horario de atención: de lunes a viernes de 9:30 a 17:30 horas.
Telefax: (00 54 11) 4803-1636 / 4801-3231
Email: ulprensaydifusion@unilat.org.ar
Página web: http://www.unilat.org


Caramelos de fruta y ojos grises

por Liliana Bodoc

Ellos vendían caramelos de fruta en los bares. Y, algunas veces, estampitas de la Virgen. Pero la virgencita no era para vender sino para pedir colaboración. Aunque, la verdad es que resultaba mejor con los caramelos. Y mucho mejor si los ofrecía Magui, porque era chiquita y tenía ojos grises. A Tomás, la calle le había enseñado que los ojos grises vendían más que los ojos marrones.

Los dos hermanos tenían su clientela fija: viejos hombres de bar que compraban caramelos y los olvidaban en sus bolsillos. Los viejos hombres de bar no podían comer caramelos porque tenían la boca ocupada con cigarrillos negros y palabras para arreglar el mundo. Tomás solía pensar que, cuando los bares cerraban, los viejos hombres permanecían inmóviles, con el cigarrillo a medio terminar, la palabra a medio pronunciar y la taza de café a mitad de camino entre la mesa y los labios. A la mañana siguiente, el sonido de la persiana metálica los ponía en funcionamiento.

Era sábado... Tomás y Magui terminaron de vender sus caramelos mucho antes de lo acostumbrado. ¡Buena suerte que las personas anduvieran ese día con ganas de masticar azúcar!

Los niños empezaron a caminar hacia la estación de trenes. Cada una hora, salía el tren que los dejaba más allá de los suburbios industriales. En un lugar donde las calles no tenían nombre y las casas no tenían vidrios.

Tomás iba pateando la cajita de cartón vacía donde habían estado los caramelos. De pronto, Magui se detuvo.

—¿Qué hay? —preguntó su hermano.

Magui señaló en dirección a la plaza que tenía juegos.

—Quiero ir al tobogán —dijo.

—Mejor nos vamos —contestó Tomás, pensando que llegaba a tiempo para jugar un rato a la pelota.

Magui sacudió la cabeza para decir que no, que por favor, que fuera bueno. Magui sacudió la cabeza, y su hermano entendió por qué la gente le compraba caramelos.

—Está bien... —aceptó.

Era sábado, y mediodía de otoño. La plaza estaba casi desierta. Solamente había un niño con una mujer que lo cuidaba.

Magui corrió hasta el tobogán. Tomás, en cambio, se sentó en un banco de cemento. Él ya estaba grande para esas cosas. Tenía ganas, pero mejor que no. Porque si llegaba a verlo algún otro de la calle le iba a gritar de todo; y encima iba a andar diciendo que Tomás era nena.

Tomás se acurrucó en el banco, del lado del sol. Tanteó la bolsita que su madre le ataba a la cintura, debajo de la ropa, para que guardara la ganancia. ¡Qué suerte que ese sábado las personas anduvieran con ganas de masticar azúcar!

Magui se deslizaba por el tobogán agarradita de los costados. Y claro, era chiquita. No iban a compararla con él que se tiraba con un envión, daba una vuelta completa en el suelo, y se levantaba sin apoyarse en las manos.

El sol de otoño a la hora de la siesta era como un zumbido.

Ahí estaba Magui subiendo de nuevo la escalera del tobogán. Ahí estaba el chico con su abuela. ¿Era su abuela o su mamá? Más bien parecía su abuela...

Tomás no quería dormirse, pero el sol quería que se durmiera. Lo envolvió en una manta con olor a aire libre, le trajo buenos sueños desde allá arriba. Y, en pocos minutos, le ganó la pelea.

Dormido, hecho un ovillo, Tomás estuvo soñando cosas lindas. Sueños muy distintos a la vida. Tan pero tan distintos como unos ojos grises de unos ojos marrones.

Sin embargo, no debió dormir mucho tiempo. Porque cuando despertó, el sol estaba en el mismo lugar, y los pinos de la plaza tenían la misma altura. Lo único diferente era que el niño y su abuela se habían marchado. Tomás se restregó la cara y miró el tobogán: Magui no estaba.

Llevaba algunos años vendiendo caramelos por los bares; más precisamente la mitad de su vida. Y había aprendido que en las calles nada desaparece porque sí.

—¡Magui! —llamó— ¡Magui!

Lo primero que hizo fue recorrer la plaza por si a Magui le había dado por esconderse atrás de algún árbol. Pero, no. A lo mejor, detrás de los arbustos podados con forma de paraguas. Tampoco...

El monumento era un buen lugar, con caballos y todo. Seguramente Magui estaba calladita detrás de un soldado. Tomás miró los rostros de aquellos militares de metal a ver cuál de todos aguantaba la risa para no descubrir el escondite. Dio una vuelta completa al monumento, con los dedos cruzados y el corazón golpeando fuerte. Pero Magui tampoco estaba allí.

Tomás miró hacia todos lados. Nunca la ciudad le había parecido tan grande. Tal vez por eso, él eligió las calles familiares.

En su esquina de siempre, encontró al lustrabotas que los conocía.

—Don, ¿no la vio a la Magui?

—¿A tu hermanita? —encogió los hombros—. No.

Tomás siguió en dirección a los bares donde vendían. Entró en cada uno. Y en todos repitió la misma pregunta:

—¿No vieron a la Magui?

Los viejos hombres de bar parecían preocuparse. Hasta le preguntaron qué pasaba, y quisieron saber dónde se había perdido. Pero ninguno abandonó su silla.

Al principio, Tomás sólo preguntaba... Después, espió a ver si su hermana estaba adentro de las tazas de café con leche. A ver si, de tan flaquita que era, se había metido entre el pan de los sandwiches que la gente devoraba sin pena.

Un viejo hombre de bar leía el periódico. Tomás se detuvo en seco porque creyó reconocer a Magui en una foto. Se puso a espaldas del hombre para mirar bien. Y entonces comprendió que se había equivocado; no era Magui la que miraba desde el papel. De todos modos, se empeñó en leer las palabras escritas sobre la foto: Cifras negras. Aumenta el número de niños desaparecidos.

Cuando terminó con los bares que conocía, Tomás empezó a caminar más rápido, más rápido. Observó la expresión de las personas que pasaban a su lado. Y caminó más rápido todavía. Miró el interior de los autos, las cosas que ofrecían las vidrieras. Dobló la esquina, y empezó a correr. Se detuvo en el puesto de revistas. ¿No vio a la Magui? Corrió a la parada de taxis. ¿No la vieron? Siguió corriendo... Cruzó, una vez más, con el semáforo encima. Pero siguió... Iba esquivando gente y atropellando gente. Los insultos no lograban alcanzarlo.

Tomás corrió sin sentido. No necesitaba sentido para correr.

—Doña, ¿no vio a la Magui?, ¿no vio a la Magui?

Llegó corriendo a la estación de trenes.

—Tiene ojos grises, ¿nadie la vio?

(A partir de aquí, el final deberá ser completado por el participante.)


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