Conversación
abierta con Carlos Silveyra
Invitado especial del foro
de Imaginaria y EducaRed
- Presentación
- ¿Por dónde van los nuevos tiros de la literatura infantil?
- Y... compre lo que hay...
- ¿Qué cambios se notan en los lectores?
- ¿Qué libro es un buen libro?
¿Qué cambios se notan en los lectores?
Carlos Marianidis:
Yo no creo en las estadísticas, pero que las hay, las hay... Hacia fin de siglo, el alumno primario argentino leía 1,3 libros por año, frente a los 4 de España y los 8 de Estados Unidos (*). Desde tus días de director de Billiken (**) hasta hoy, ¿qué cambios notás en los lectores?
(*) Fuente: Diario Clarín de Argentina, Abril 2000.
(**) Revista infantil argentina fundada en 1919. Se edita en la actualidad.
Carlos Silveyra:
Los lectores fuimos, somos y seremos diferentes de un momento al siguiente. Aunque tengamos el mismo documento de identidad no somos los mismos que hace un mes, un año o una década.
Es en función de que somos sujetos en permanente construcción que somos diferentes lectores. Creo que esto es un universal. Que requiere que se le sume lo particular de nuestro país. El capitalismo salvaje nos ha convertido en un país pobre. Y esto se nota mucho cuando visitás muchas escuelas, de Buenos Aires y del interior.
En los años 70, cuando comencé a colaborar en Billiken, yo era maestro. En una escuela privada no elitista: el Instituto Independencia. Ahí veías familias de clase media baja / media-media que se sacrificaban para pagar una cuota que no era de las más caras y que ponían en las valijas escolares de sus hijos un ejemplar de Cuentos de la Selva, de Platero, de Mi planta de Naranja Lima...
Treinta años después esto se podría llegar a encontrar en alguna que otra escuela súper cara. En consecuencia, los lectores en las escuelas son cada vez más "oidores" de literatura y menos lectores.
Ya no se reeditan aquellas batallas cotidianas contra la h de zanahoria o de
adhesivo, contra lo semántico de retablo, de jarcias o de albaricoque...
Esa pelea cuerpo a cuerpo con el texto. Con MI texto.
(Insisto, Carlos, que estamos hablando de Literatura y no de Libros de Texto,
que también han sufrido el cataclismo, pero de otro modo).
Sigamos: ese oyente no debe esforzarse por saber ciertas cosas, como dar la entonación a la oración o al párrafo, porque eso lo da la lectura experta de la maestra/o. Hay, cada vez más, una presencia fuerte, que muchas veces es un obstáculo, entre los libros y los chicos.
En ese contexto de declinación de la compra individual -donde antes veíamos 25 libros en un aula hoy vemos un ejemplar en la biblioteca- tenemos que se ha diversificado enormemente la oferta. Hay cada vez más rotiserías con pollos girando en la vidriera y frascos con conservas tentadoras en barrios de gente subalimentada que compra 2 papas y una calabaza. Cuando compra. Más libros para menos (¿alguien leyó mal el eslogan de Boris Spivacow?). Y no es que los libros hayan aumentado de precio, es que los sueldos bajaron. Los libros no son caros, los sueldos son baratos.
Y no quiero olvidarme del daño que causa, en ese contexto de alejamiento del libro, la ilusión de haber encontrado una solución: las fotocopias. Si hay universitarios que egresan sin haber tocado un libro, ni hablemos del uso masivo de las fotocopias en las escuelas primarias. Veo que los gobiernos siguen comprando libros que van a las escuelas, a las bibliotecas. Está muy bien. Siempre está muy bien que aumente la oferta. Pero donde faltan libros es en el interior de las casas de los alumnos. Por eso me parece muy bien que repartan en las canchas de fútbol cuentos del gordo Soriano, de Fontanarrosa, etc. Pero esto no alcanza. Tenemos que volver a poner un ejemplar de Cuentos de la Selva en cada mochila.
C. M:
Has mencionado obras de Quiroga, Jiménez y Vasconcelos, autores -entre otros grandes- esenciales para más de una generación. A través de ellos recibimos excelente literatura, pero además el traspaso de valores, modos de ver una realidad que nos pertenecía y en la que estábamos representados, filosofías de vida... Hoy, hemos pasado del Camaruco al Halloween en casi todo. ¿Creés que hay retorno? ¿Por dónde?
C.S.:
A estos escritores, o a cualquier otro, lo que tengo derecho a exigirles es eficacia. Que me engañen como es debido, que me hagan creíble eso que inventan.
Salgari fue eficiente: cuando empezaba a leer uno de sus libros no lo podía largar. Muchos años después, el texto seguía hirviendo en mi cabeza. Se me ocurrió releerlo. Allí advertí que el virrey era inglés, la situación de sometimiento de la India... Quiero decir que no le pido a Salgari, a Twain o a María Elena Walsh que me "traspase valores" sino que quiero que me cuenten una historia. Y bien contada, que para algo se meten a escritores, ¿no?
No creo que volvamos al pasado. Ya no volveremos a tener guerra de baldazos de agua para Carnaval en todos los barrios. Aquello respondió a un momento en la relación de los hombres con las mujeres y viceversa. Te pongo un ejemplo: yo no peleo por volver a los villancicos del siglo XIX en las escuelas, sino que maestros y alumnos adviertan que la literatura oral de hoy (colmos, qué le dijo, tantanes, chistes de elefantes...) existe, es valiosa y, por esto, debemos ponerla en valor.
C.M.:
Tal vez el término "retorno" sonó a melancolía. Coincido en que no podemos volver a los pastelitos del 25 de Mayo (*), pero hablo de una cuestión de identidad, de continuidad de raíces, que se pierde. Hay un libro muy interesante de Berger y Luckmann, "La construcción social de la realidad", en el que se plantea que una generación pasa a la otra su cultura a través de la conversación familiar, las canciones, las costumbres y esta socialización primaria se completa en la escuela.
"Ayer pasé por tu casa, me dijeron que no estabas..., etc." son versos que se recitan en pausas creadas a tal efecto en una de nuestras danzas folklóricas (**), en las cuales el hombre de campo dice una galantería a su pareja y continúa el baile hasta que recibe la respuesta. Obviamente, no podríamos esperar que un niño, hoy, se sienta atraído hacia estos temas; sin embargo, ésta es una cuestión más del modo y el estímulo con que le pasamos nuestra cultura que de los gustos infantiles.
Comparto que no se puede volver al pasado, pero sí atravesar este presente que tenemos con una visión más responsable, más integradora. Me consta que tu producción está sintonizada en esa frecuencia. Lo que me gustaría es que hubiera voluntad política de protección de los textos con temática autóctona y latinoamericana. ¿Por qué nuestras leyendas (que son hermosas y fascinantes como las inglesas y escandinavas), historias de aparecidos, luces malas, etc. no tendrán para el mercado editorial tanta fuerza de convocatoria? (Ya era así antes de que editoriales locales pasaran a grandes grupos extranjeros.) ¿No será cuestión de asumir -entre escritores y editores- el desafío y "formar" un nuevo perfil de lector?
(*) Fiesta Patria Argentina.
(**) La danza es el "Pericón" y los versos se llaman "Relaciones".
(Aclaro que las llamadas al pie son para los amigos de otros países que lean esta página. Gracias.)
C.S.:
Las coplas han servido para piropear, para las relaciones en ciertas danzas, para adivinar (hay adivinanzas que son coplas), para jugar al truco... Fijate que los chicos de hoy mandan, espontáneamente, coplas a las revistas infantiles. Están vivas ahí.
En cuanto a la narrativa folclórica, en particular las leyendas, creo es un material muy rico aunque tal vez demasiado fuerte para el canon escolar. Muchas colegas quisieran, creo, una versión light, blanca, "adaptada" a la realidad escolar. Y políticamente correcta. Y las leyendas no son así: las mujeres se prenden fuego y se vuelven árbol (flor de ceibo) y cosas por el estilo.
De todos modos creo que los cuentos folclóricos que van por el humor (las historias de pícaros, por ejemplo) son las que más entusisman a los chiquilines.
C.M.:
Líneas atrás mencionaste a Spivacow, que a pesar de economías difíciles y dictaduras analfabetas, llevó a Eudeba a su época de oro y materializó una utopía como el Centro Editor de América Latina, gracias al cual muchos leímos clásicos editados en páginas de diario. ¿Creés que esa llama se mantiene?
C.S.:
Creo que Boris Spivacow fue un tipo excepcional. Lo respeto muchísimo por todo lo que hizo. Yo no lo conocí; mejor dicho, lo vi un par de veces de lejos nomás. Un ex compañero de trabajo, alguna vez, me dijo que lo único que faltaba en mi curriculum era haber trabajado en el CEAL.
No quiero ser rígido, pero creo que Boris vivió en otro país. Y no sé si podría volver a repetirse. Seguro que así, no. Pero Boris tuvo un contexto en Argentina y en el mundo que ha variado. ¡Y cómo! No digo que la haya tenido fácil. Para nada. Pero tenía un medio donde pudo jugar su partido. Siempre al borde de la quiebra, pero hoy, cuando recordamnos esa trayectoria, nos sentimos orgullosos de sus logros.
C.M.:
Hablando de esos logros... ¿Cómo ubicás la colección Capítulo dentro de nuestra literatura? A pesar del cambio de contexto, ¿te parece que hoy podría intentarse algo similar?
C.S.:
Creo posible una colección de ese tipo pero que debiera ser el Capítulo del siglo XXI. Es decir, diferente de aquella gloriosa Capítulo. Hoy, por la proliferación de agentes literarios y complejos contratos de derechos de autor con divisiones de territorios, entre otras cosas, no sería tan sencillo conseguir la cesión de derechos de escritores contemporáneos, por ejemplo. Tanto si pensamos un Capítulo universal como latinoamericano o argentino.
C.M.:
Una colección así debería recopilar lo más significativo a partir de donde quedó la anterior...
Éstas son palabras de Noé Jitrik, al aparecer en 1999 el primer volumen de la enorme obra realizada bajo su dirección, es decir, la Historia crítica de la literatura argentina:
"Los clásicos tienen una acumulación de lecturas que se proyecta sobre su obra y permite que veamos más cosas. Para que los contemporáneos reciban un trato igual falta tiempo."
¿Qué pensás?
C.S.:
Es un camino, claro. Y muy respetable. Pero las colecciones implican ideologías, concepción de la literatura, etc., etc., del momento en que se hacen. Y aquel país no es éste. Editar hoy a Quiroga, Liliana Hecker, Abelardo Castillo, Ricardo Piglia, Mempo, Tizón o a Osvaldo Soriano... no es lo mismo que en 1970. De todos modos esto, por lo menos para mi, es una hipótesis fantástica, como decía el bueno de Rodari.
C.M.:
El bueno de Rodari también decía algo sobre un Barón Lamberto, que había contratado gente para que repitiera su nombre sin cesar, a fin de no ser olvidado.
¿Creés que la literatura infantil está presa de un grupo de nombres que se repiten?
C.S.:
No. No creo que sea una cuestión de autores o de ilustradores. Creo
más en cofradías, o grupos de nombres que se repiten, que son determinadas
por razones comerciales.
C.M.:
Una pregunta para jugar un poco: tenés el poder de viajar en el tiempo y conversar con tres autores. ¿A quiénes elegirías?
C.S.:
Sin dudas: Carroll, Dahl y Scorza. Suplente: Ende.
C.M.:
Y una más...
¿Qué regalo les darías y qué te gustaría traerte de ellos al siglo XXI?
C.S.:
En realidad tengo sus libros, que es lo que importa. Les llevaría sus
derechos de autor. Carroll creo que se sorprenderá.
Andrés Sobico:
Opino lo mismo sobre lo de "traspasar valores", creo que en literatura primero está la verosimilitud, aunque el mundo creado sea de máxima fantasía.
Porque si no se produce el tufillo de lo "políticamente correcto" o "panfletario" que temina abrumando lo que el relato tenía de divertido, en el sentido de "verterse por otro lado".
En todo caso, si el relato es genuino, tendrá lo que el escritor tenga.
C.S.:
Absolutamente de acuerdo, Andrés. Lo políticamente correcto y lo panfletario son categorías extraliterarias. Por lo menos para nuestro tiempo.
Tal vez antes de lo verosímil, cronológicamente, esté
la necesidad de contar algo. Tener algo que decir, ni más ni menos. Por
ahí se empieza.
Si estás seguro de que tenés algo para contar ya verás de
qué modo seducirás al lector. Uno de los mecanismos, el más
potente, está en la misma naturaleza de la historia. El segundo es (no
sé si lo debo separar de lo anterior) la verosimilitud.
A.S.:
Carlos, quisiera preguntarte si te pasa que, cuando comenzás a escribir, "el tener algo que contar" sería como la ignición del motor, pero que te das cuenta que vas bien si enseguida empezás a "contarte" el cuento y vos te vas sorprendiendo casi como si lo estuvieras leyendo, ¿te pasa eso?
C.S.:
Si, eso sucede. Es como una fiebre por seguir escribiendo. No querés dejar porque tenés la sensación de que tu historia queda a la deriva, y el personaje desprotegido.
Algunas veces me sucedió que el personaje se impuso por sobre el escritor (o sea yo). Había planeado ciertas cosas que, cuando se las intenté atribuir al personaje no le calzaban. El personaje "me pedía" otras acciones.
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