55 | BOLETÍN DE A.L.I.J.A. (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) | 11 de julio de 2001

"Donde el diablo perdió el poncho"
Crónicas del Taller del Discutidor en la Feria del Libro

Dibujo de Douglas Wright
"Cuentos de Apolo (1947), de Hilda Perera, cuenta la dura vida de un niño negro..."
(Ilustración de Douglas Wright)

Tercera entrega

Auspiciado por ALIJA, durante la 27° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires se presentó la quinta edición de "El Taller del Discutidor". Este año, el espacio, coordinado por el licenciado Eduardo González –y ya convertido en un "clásico" de la Feria–, se subtituló "Donde el diablo perdió el poncho" y la temática para los encuentros giró en torno a los orígenes y saberes de lo popular en el teatro, la historieta y la literatura. El Taller contó con la presencia de destacados invitados como Graciela Cabal, Mercedes Mainero y Joel Franz Rosell entre otros. Continuamos con la tercera de las crónicas sobre lo sucedido en el Taller, narrada por el mismísimo Discutidor:

Círculo Tercero
A donde viven los buscadores de tesoros sumergidos, los rastreadores de enigmas, los dueños de palabras encantadas.

"Era una oreja que había venido a menos. Una oreja muy pobre y de contra tan prendada de tambores, guitarras, timbales, guayos y maracas, que se olvidaba de vender a buen precio su cerilla. O dándosela a crédito a alguna beata de su parroquia para la lamparilla de sus Santos, no se acordaba luego de cobrarla..."

Lidia Cabrera ("El mosquito zumba en la oreja", Cuentos negros de Cuba)

Sones de Cuba desembarcan en la Feria del Libro. Don Joel Franz Rosell se anima a atravesar el tercer círculo del averno a donde el diablo perdió el poncho. Nos dice que desde tiempos inmemoriales lo desvela un enigma; El enigma del folclore perdido de su Cuba natal.

Se pregunta por qué, en Cuba, a diferencia de otros países latinoamericanos, no hay una tradición oral cohesionada por personajes comunes: tío Conejo y tío tigre o Pedro Urdemales; de la misma manera que no hay cuentos que se repitan a lo largo de la isla.

Relata don Rosell, que el folclore tiene una muy modesta presencia en la literatura cubana y señala que la transformación emprendida por la Revolución Cubana, ha perjudicado a las culturas primigenias y raigales. Es como si para el cubano medio el folclore sólo fuese sinónimo de música y danzas afrocubanas, desconociendo las fuentes hispánicas y por consiguiente los sectores de la cultura directamente dependientes de la lengua: literatura, cancionística, teatro; ni con manifestaciones con antecedente europeo: ópera, ballet, cine.

"Cuba tiene una cultura "bicolor" conformada por capas sucesivas de migraciones españolas y africanas que se mezcló con la cultura originaria aborigen. Los aborígenes cubanos, de origen arahuaco, sólo pudieron dejarnos unas pocas huellas -aunque perceptibles y persistentes- en la arquitectura, la cocina y la toponimia -una toponimia desprovista de etimología y alterada por el mal oído de los conquistadores españoles". Otro aporte étnico fue el de los chinos -50.000 inmigrantes entre 1840 y 1880-.

Plantea Rosell, que en las últimas cuatro décadas del siglo XX predominó una dirigencia ideológica ilustrada sobre las clases cultas. Las masas, instruidas perentoriamente, terminaron desvalorizando su "saber de pueblo" marginando la necesaria preservación del legado folclórico y su incorporación a la cultura oficial. Se consideró a las tradiciones como ejemplos de atraso y apego a las lacras del pasado. Frente a las tradiciones culturales del pueblo cubano, el "Fidelismo" (también llamado "Castrismo"), sintetizó una suerte de folclore revolucionario que tomó rápidamente el lugar del otro.

El folclore cubano se retrotrajo a la música y danza populares y a las entonces nada prestigiosas religiones afrocubanas, mientras las manifestaciones culturales más eficaces en la vehiculización de mensajes se ponían al servicio de la creación del llamado "hombre nuevo".

Seguimos avanzando con Rosell por la literatura. Nos habla de Fernando Ortiz, de Lydia Cabrera,Ramón Guirao, José Zacarías Tallet, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Alejo Carpentier, Dora Alonso y Miguel Barnet.

La literatura infantil es la depositaria tradicional del folklore. En Cuba, sin embargo, los ejemplos de literaturización del "saber del pueblo" son escasos, sobre todo en comparación con la abundante producción de libros infantiles tras la revolución de 1959. La poesía se revela como mayor recreadora de formas y contenidos de la tradición hispano-cubana (culta y popular) en títulos como Juegos y otros poemas (1974), de Mirta Aguirre y La flauta de chocolate (1980), de Dora Alonso. Contenidos y algún elemento formal afrocubano aparecen en "Por el Mar de las Antillas anda un barco de papel" (1978) de Nicolás Guillén y sobre todo en Cantos para un mayito y una paloma (premio Ismaelillo 1979) y La noche (1989), donde Excilia Saldaña refleja alto grado de conciencia de mulatez. Lo singular en Saldaña es que une su perfecto dominio de la versificación castellana con su interiorizada identidad de pertenencia al pueblo negro de Cuba.

Las más conocidas obras de la narrativa infantil cubana que tienen a un niño negro como protagonista, abundan en la tendencia a reducir al negro a una clase social. Lo curioso es que esto se manifiesta en autores de épocas y formaciones muy diferentes (blancos los tres): Cuentos de Apolo (1947), de Hilda Perera, cuenta la dura vida de un niño negro y pobre en un pequeño pueblo cercano a La Habana pre-revolucionaria. En todo el texto no hay la menor referencia a la cultura afrocubana y la religiosidad y valores -patentes en más de un relato- son estrictamente católicos. Algo similar ocurre con Román Elé (1976), de Nersys Felipe, y ni siquiera dos libros recientes, escritos por jóvenes autores negros -que han expresado por otras vías su descontento por la situación todavía mejorable de la "gente de color" dentro de la sociedad castrista- hacen otra cosa que insistir en la visión social del negro, sin valerse de recursos expresivos o valores propios de ese sector de nuestra identidad.

Joel Franz Rosell abandona el tercer círculo del averno. Nos deja pensando. Y recuerdo el final de su libro Vuela, Ertico, vuela (Ediciones SM, 1997), un libro lleno de olores, donde la sabiduría popular se evoca muy sutilmente, y siento un perfume a libertad que brota de sus palabras.

"Fue entonces cuando la abuela, por una vez en la vida, les dio un consejo:

"—¿Qué importancia tiene que no os dejen llevar a Complexus (la alfombra voladora de Ertico) al colegio? Pensad que dentro de unas semanas comienzan las vacaciones de verano.

"—Ertico vio que su abuela le hacía un guiño: su ojo derecho se cerró con gracia cómplice, y lo mismo hicieron el vidrio de aumento y el aro derecho de sus gafas.

"—Lo que cuenta es que nadie puede impediros ser amigos –concluyó".

Eduardo González


Eduardo González es maestro y licenciado en Psicología. Realizó estudios de Composición y trabajó como músico en grupos de teatro para niños. Fue columnista en Radio El Mundo y FM News. Actualmente es psicoanalista de niños y adolescentes; asesora en escuelas y dicta seminarios articulando la literatura infantil y juvenil con el género policial. Como escritor ha publicado cuentos policiales en la revista A-Z diez y es autor de Cementerio Clandestino (Ediciones Colihue) y El fantasma de Gardel ataca el Abasto (Grupo Editorial Norma).


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