Cuentos con luz propia
«Los discípulos le preguntaron al maestro:
—¿Por qué siempre nos cuentas cuentos pero nunca nos explicas su significado?
Y el maestro les respondió:
—¿Les gustaría que alguien les ofreciera fruta y la masticara antes de dársela?»
Este relato budista pertenece a una vasta tradición de cuentos breves, a menudo muy antiguos y que han sido utilizados para transmitir ciertas enseñanzas que se podrían inscribir en el orden de la sabiduría. Aún hoy, son cuentos que nos producen un resplandor interno al ser leídos o escuchados. Cuentos que nos dejan pensando. Cuentos que, a veces, recordamos en situaciones difíciles y pueden alumbrarnos algún camino diferente. Cuentos que sobreviven en el tiempo y ha llegado hasta nosotros por vía oral o por recopilaciones escritas. En suma, cuentos con luz propia.
Moralina vs. sabiduría
Una función no siempre explicitada (ni aceptada) de la literatura es la de enseñarnos cosas acerca de la vida y del cómo vivir. Pero existe una vasta tradición de cuentos cuya principal función es, precisamente, ésa. No se trata de cuentos con moralina, como los de Perrault con su "Caperucita Roja", ni de fábulas con moraleja, como las de Esopo. No proponen "pequeñas lecciones de adaptación a la vida en sociedad" sino que presentan de un modo inmediato ciertas leyes generales que hacen a una sabiduría muy profunda. Han sido transmitidos oralmente o por escrito, igual que los cuentos populares y con la misma genuidad pero con el fin de "desplegar, en quien los lee o los escucha, la visión de un mundo diferente". Por ejemplo, ¿qué puede enseñarnos éste cuento?:
El mono que salvó a un pez
—¿Qué demonios estás haciendo —le pregunté al mono cuando lo vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
—Estoy salvándolo de morir ahogado —me contestó el mono.
Si nos ponemos a reflexionar sobre este pequeñísimo relato, seguramente encontraremos que nos habla acerca de las consecuencias de nuestras "buenas intenciones". Pero en un sentido más profundo, también podría indicarnos que es necesario comprender y respetar el hecho de que cada uno debe vivir según las reglas de su propia naturaleza, como en aquel conocido cuento de la rana y el escorpión que popularizó la película El juego de las lágrimas (1).
La rana y el escorpión
Cierta vez, un escorpión le pidió a una rana que lo llevara sobre su lomo hasta el otro lado de un arroyo.
—Si lo hago, me clavarás tu aguijón —dijo la rana atemorizada.
—Te aseguro que no —repuso el escorpión—. Si me cruzas al otro lado, te daré lo que más desees.
No del todo convencida, la rana aceptó el trato y comenzaron la travesía. Pero en el medio del arroyo, el escorpión clavó su aguijón en el lomo de la rana. Mientras ambos se hundían, la rana alcanzó a exclamar:
—¡Ahora, los dos moriremos! ¿Por qué has hecho esto?
Y el escorpión contestó:
—Está en mi naturaleza.
Otro ejemplo:
Los dos ratones
Dos ratones se cayeron en un balde de leche. Uno se asustó, y se ahogó. El otro nadó toda la noche en círculos y a la mañana siguiente pudo pararse sobre la manteca y salió del balde.
Este cuento habla del valor que cada quien tiene para rescatar su propia vida. Aunque esta versión haya sido tomada de la película Ceremonia secreta (2), de Joseph Losey, proviene de una estirpe muy antigua, de raíz hinduísta, en la que se emplea para señalar la lucha del alma por su purificación.
De maestros a discípulos
A menudo, estos pequeños relatos fueron utilizados por los maestros de las grandes tradiciones místicas para transmitir a sus discípulos ciertos conocimientos que de otra manera hubieran sido demasiado abstractos. Los han empleado los sufíes en el islamismo, los jasídicos dentro del judaísmo, los maestros zen en el budismo y, desde luego, podemos recordar las parábolas de Jesús en el evangelio.
Y es muy posible que estos grandes maestros recurrieran a ellos no sólo para acercar esas enseñanzas a personas simples, que no podían comprender enunciados muy generales, sino también con pleno conocimiento de que el poder de multisignificación de esos relatos (que es también el poder la literatura) haría estallar muchas más resonancias en cada uno de sus discípulos.
Porque la característica de estos cuentos (como también de la mejor literatura) es que admiten ser leídos en diversos niveles: desde el más sencillo y literal hasta el más complejo y metafísico.
Sus planteos son muy variados. Algunos pueden rozar los límites del absurdo, como éste, protagonizado por un personaje llamado Nasrudín, que aparece muy frecuentemente en los cuentos sufíes:
Nasrudín y el anillo
Un vecino encontró a Nasrudín en la plaza del pueblo buscando algo de rodillas.
—¿Qué andas buscando —le preguntó.
—Mi anillo. Se me ha perdido.
—Te ayudaré a encontrarlo —dijo el vecino. Y arrodillados los dos, escarbaron entre el pasto. Al cabo de un rato, el vecino preguntó:
—¿Dónde perdiste tu anillo?
—En mi casa— contestó Nasrudín.
—¡Santo cielo! ¿Y por qué lo buscas aquí en la plaza?
—Porque aquí hay más luz.
¿Cuál puede ser la enseñanza que transmite este cuento? ¿Qué sólo los locos buscan las cosas en el lugar equivocado? ¿Qué es mejor buscar en la luz que en la oscuridad? Cada lector podrá sacar su propia conclusión...
Otros relatos son luminosos en su simpleza, como este cuento budista:
El pequeño pez
—Usted perdone —le dijo un pez a otro—. Usted es más viejo y tiene más experiencia que yo, y probablemente pueda ayudarme. Dígame, ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He buscado por todas partes y no lo puedo encontrar.
—El Océano —respondió el viejo pez— es donde estás ahora mismo.
—¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano —contestó el joven pez. Y se marchó decepcionado a buscar en otra parte.
O pueden aportarnos alguna verdad sencilla pero contundente, como este diálogo jasídico:
El lugar de cada uno
Cierta vez le preguntaron a un hombre sabio:
—Se dice que, en el mundo, cada cosa tiene su lugar. Y el hombre también tiene su lugar. Entonces, ¿por qué la gente vive tan apretada?
Y el sabio respondió:
—Porque cada uno quiere ocupar el lugar de otro.
Cuentos antiguos, cuentos modernos
La notable eficacia de estos relatos hace que, a pesar de los siglos de antigüedad que tienen y la diferencia de lugares y de contextos históricos, podamos leerlos, sorprendernos y reflexionar con ellos.
Seguramente, mejor que explicarlos es dejar que hablen por ellos mismos.
Por eso, presentamos una pequeña selección tomada de diversas recopilaciones pertenecientes a Idries Shah, Anthony de Mello y otros.
Cuentos sufíes
La razón
El Mulá Nasrudín fue a ver a un hombre rico.
—Deme algo de dinero.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Quiero comprar... un elefante.
—Sin dinero, mal puedes mantener un elefante.
—Yo vine —dijo Nasrudín— en busca de dinero, no de consejo.
El camello número veinte
Había una vez un árabe que viajaba en la noche, y sus esclavos, a la hora del descanso, se encontraron con que no tenían más que diecinueve estacas para atar a sus veinte camellos. Cuando consultaron al amo, éste les dijo:
—Simulad que claváis una estaca cuando lleguéis al camello número veinte. Pues como el camello es un animal tan estúpido, se creerá que está atado.
Efectivamente, así lo hicieron, y a la mañana siguiente todos los camellos estaban en su sitio. Y el número veinte al lado de lo que se imaginaba que era una estaca, sin moverse de allí. Al desatarlos para marcharse, todos se pusieron en movimiento menos el número veinte, que seguía quieto. Entonces, el amo dijo:
—Haced el gesto de desatar la estaca de la cuerda, pues el tonto aún se cree atado.
Así lo hicieron y el camello entonces se levantó y se puso a caminar con los demás.
Cuentos jasídicos
Rabí Pinjas
Rabí Pinjas dijo: "Cuando un hombre está cantando y no puede elevar la voz y otro llega y canta con él —otro que puede elevar la voz—, entonces el primero podrá también hacerlo. Este es el secreto del vínculo entre espíritu y espíritu."
Demasiada prisa
El Rabí de Berditshev, al ver a un hombre que andaba de prisa por la calle, sin mirar a derecha ni a izquierda, le preguntó:
—¿Adónde corres así?
—A ganarme el sustento— respondió el hombre.
—¿Cómo sabes con certeza —replicó el Rabí— que tu sustento galopa delante de ti y que has de perseguirlo a la carrera? ¿Quién sabe? Tal vez esté detrás de ti y sería más conveniente esperarlo en lugar de huir de él como lo haces.
Cuentos budistas
El ladrón y la luna
Un hombre sabio vivía en una cabaña al pie de una montaña. Cierta noche, un ladrón entró en la choza, sólo para descubrir que allí no había nada que robar. El sabio volvió entonces y lo sorprendió.
—Tal vez hayas hecho un largo camino para visitarme —le dijo al ladrón— y no debes irte con las manos vacías. Por favor, acepta mi ropa como regalo.
El ladrón quedó desconcertado, tomó la ropa y se fue sin decir nada. El sabio, desnudo, se sentó a mirar la luna.
—Pobre hombre —pensó—. Ojalá pudiera darle esta hermosa luna.
La taza de té
Cierta vez, el sabio Nan-in recibió a un vanidoso profesor universitario que lo visitaba para conocer sus enseñanzas.
Nan-in le sirvió té. Llenó la taza de su visitante y cuando la misma rebalsó, siguió vertiendo la infusión.
El profesor se quedó mirando cómo el líquido se derramaba y pensando que el sabio era un tonto. Finalmente no pudo contenerse:
—Está colmada —exclamó—. ¡Ya no cabe más!
—Como esta taza —dijo Nan-in—, usted está lleno de sus propias opiniones y prejuicios. ¿Cómo puedo mostrarle la verdadera sabiduría a menos que vacíe su taza antes?
Artículo extraído, con autorización de la autora y los editores, de la revista La Mancha N° 3, Buenos Aires, marzo de 1997.
Notas de Imaginaria
(1) El juego de las lágrimas (The Crying Game), con guión y dirección de Neil Jordan (Irlanda, 1992). Fotografía: Ian Wilson. Música: Anne Dudley. Reparto: Stephen Rea, Forest Whitaker, Jaye Davidson, Miranda Richardson, Adrian Dunbar, Jim Broadbent, Tony Slattery, Birdie Sweeney.
(2) Ceremonia secreta (Secret Ceremony), con dirección de Joseph Losey (Gran Bretaña, 1968). Guión: George Tabori. Fotografía: Gerry Fisher. Música: Richard Rodney Bennett. Reparto: Elizabeth Taylor, Mia Farrow, Robert Mitchum, Peggy Ashcroft, Pamela Brown. Basada en la novela homónima (1960) del escritor argentino Marco Denevi.
Graciela
Pérez Aguilar (gracielaperezaguilar@speedy
Artículos relacionados: