Dos capítulos de Una casa de secretos, novela de Paula Bombara

«Este hombre de la ciudad, tan viajado, tan extraño, me ha hecho un regalo exquisitamente bello, tan atinado a mí como si me hubiera estado espiando. Me ha regalado una casa de muñecas que adquirió en Holanda especialmente. Me pareció extraño. ¿Especialmente para mí? ¿Sin conocerme?» Reproducimos los primeros capítulos de esta novela de Paula Bombara, ganadora del 10º Premio de Literatura Infantil “El Barco de Vapor” 2011 de Argentina.

Reproducimos los primeros capítulos de la novela Una casa de secretos de Paula Bombara, obra ganadora del 10º Premio de Literatura Infantil “El Barco de Vapor” 2011 de Argentina, que publicó Ediciones SM en la Serie Roja de su colección “El Barco de Vapor” (Buenos Aires, 2011).

Paula Bombara nació en Bahía Blanca el 3 de diciembre de 1972 y a los 4 años se trasladó a Buenos Aires, donde vive desde entonces. Estudió Filosofía y se graduó como bioquímica en la Universidad de Buenos Aires. Además de escribir y publicar obras de literatura infantil y juvenil escribe libros de divulgación científica para niños y dirige la colección “¿Querés saber?”, publicada por Eudeba.

Imaginaria agradece a Lidia Mazzalomo y a Cecilia Repetti, de Ediciones SM de Argentina, la autorización y las facilidades proporcionadas para la reproducción de estos textos.

La ilustración de la tapa del libro es de Sebastián Barreiro.


Una casa de secretos

Por Paula Bombara

“¡Qué pena que yo sea de verdad
y no pueda entrar en esta casita y vivir en ella!”
Siri Hustvedt, El verano sin hombres.

1. Odile Rey, 1889

Vendredi, le 11 janvier 1889 (*)

Cher Cahier:

Estoy rendida, apenas si puedo tomar la pluma, pero quiero escribir sobre mi fiesta. Me ha emocionado más de lo que creía, ¡ha sido toda una fantasía, la más luminosa que pudiera imaginar! Desde los preparativos, con Blanche ajustándome el elegante vestido que me regaló tía Jo, empolvando mi nariz y trenzando mi cabello en un peinado alto, hasta las confidencias de mis queridas amigas, también arregladas para la ocasión. Desde la llegada de los invitados hasta las miradas de los jóvenes, tan acicalados como nosotras mismas, luciendo sus guantes y sus pañuelos.Las voces sonaban armoniosas en mis oídos, tanto como la melodía, suavemente interpretada por los músicos que Madre contrató para placer de todos.

Se notaba en el aire el ambiente propicio a la formación de parejas; Madre invitó a muchos hombres con ese objetivo, puedo adivinarlo pues la conozco. Y me fijé en uno de ellos, a decir verdad. Tal vez fuera porque su pelo rojizo me trajo recuerdos dolorosos, tal vez fuera porque su nariz aleteaba con fuerza y sus ojos despedían ese brillo que pude ver en aquellos otros ojos… Aquellos otros que no puedo olvidar aunque me esfuerce. Lo sé, mon Dieu, lo sé. No pude cumplir con mi deber, no seré la mujer que Madre espera. El impacto del primer hombre que me cautivó es muy difícil de matar sin morir un poco al mismo tiempo. Nadie podrá acusarme de nada pues mi sentimiento siempre fue solo para mí y eso me tranquiliza. Podré decir que este hombre que hoy atrajo mi atención tiene sus atributos personales y no estaré faltando a la verdad. Hoy lo vi por vez primera y tiene algo… algo que me hacía girar la cabeza hacia donde él estaba. Madre lo observó toda la noche, tan atenta como yo a las miradas que intercambiamos. Más tarde me hizo saber que no cree que sea un hombre para mí, aunque goza de buena fortuna y Padre tiene gran opinión sobre él. Ella dice que ha viajado demasiado, que es un hombre de derecho, que vive en París y difícilmente se fije en una niña del Sur como yo. Pero en el brillo de los ojos de Madre vi un poco de envidia por mi suerte. Ella es así, sé que me ama, que desea lo mejor para mí, pero también me parece que quisiera ser yo, haber crecido como lo he hecho yo, tener mi suerte.

Este hombre de la ciudad, tan viajado, tan extraño, me ha hecho un regalo exquisitamente bello, tan atinado a mí como si me hubiera estado espiando. Me ha regalado una casa de muñecas que adquirió en Holanda especialmente. Me pareció extraño. ¿Especialmente para mí? ¿Sin conocerme? Madre dice que es para demostrarle a Padre su agradecimiento por un negocio que dio buenos dividendos. Recién pude verla y admirarla cuando la fiesta terminó y él hacía rato se había retirado. Esta casa de muñecas invita a jugar como niña pero posee tal delicadeza e intimidad que es perfecta para este momento de mi vida. ¿Quién será ese hombre? Madre no quiso decirme. Le pediré las señas a Padre; no podrá negármelas pues es de buena educación escribir una corta misiva agradeciendo este regalo.

Otra sorpresa fue encontrarme con unas disculpas del tío Félix acompañadas por un pequeño lienzo en el que había una flor pintada, inconfundible, nerviosa, anaranjada y roja, que me hizo estremecer. Y en el estremecimiento volvieron aquellas sensaciones como si nunca las hubiera arrancado de mí. Oh, cher Cahier. Qué desdicha mezclada con cuánta felicidad. Ver esas pinceladas, saber que nacieron de sus manos, de sus ojos, de su mundo y ya no poder verlo a él. Pero no voy a seguir recordando lo amargo. Ahora tengo el instante de esa flor. Las disculpas decían algo así como que pronto vendría a verme y me traería un verdadero presente, que este era apenas un compensatorio. ¡Si supiera!

§

Jeudi, le 7 février, 1889

Cher Cahier:

Han pasado ya varias semanas desde la fiesta de mi cumpleaños. El hombre que me regaló la casa de muñecas se llama Monsieur François Rivet. Tiene 26 años, once más que yo. Le escribí unas palabras de agradecimiento que pronto fueron respondidas. Pasa gran parte del año en París, estudiando y trabajando con un republicano. Su familia posee una gran fortuna, tierras y viñedos. Vino a mi casa la otra tarde y pidió conversar conmigo. Madre accedió, mas no sin advertirme que solo lo hacía por buena educación. No perdí la ocasión y le confesé a Monsieur Rivet cuán encantada estoy con mi casa de muñecas. Como respuesta buscó en su bolsilllo y me entregó una bolsa diminuta con un par de llavecitas y las instrucciones para encontrar dónde usarlas. Una sonrisa acompañó su nuevo regalo, y una frase que me hizo sonrojar: “Usted, mademoiselle, debe guardar muchos secretos”. ¿Será que se me nota o que solo lo notan él y su mirada penetrante? Me dijo que no estará en Arlés por mucho tiempo pero que su interés por mí es profundo. Que adora mi piel, mi cabello negro y mis gruesas pestañas. Que París no tiene brillo comparado con el que irradia mi persona. Me gustó que fuera atrevido y que no tuviera remilgos en confiarme sus sentimientos. Pero veremos cuán verdaderas son sus palabras con el paso de los meses. Yo respondí con sonrisas y silencios, aunque no pude evitar mirarlo un instante a los ojos y creo que ese gesto también atrevido delató mi alegría.

A veces veo tan claro el futuro que me entristezco. Madre dice que las sorpresas no son buenas para las mujeres, que cuanto más definido esté nuestro futuro, mejor es a nuestros intereses. Hay un plan trazado por mis padres y difícilmente pueda apartarme de él. En gran parte dependo de Monsieur Rivet. Si él no responde como Padre espera, lo más probable es que termine desposada con algún viejo rico de la zona, que me triplique en edad, sin importar mis sentimientos, como le sucedió a Madre. Dios mío, al dejar la infancia ya no hay aventuras posibles y eso te hace tan fundamental, cher Cahier. Aquí en tus páginas reviviré lo que vaya muriendo en la vida real.

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2. La encomienda

Esa mañana, el día de la familia De Vitta comenzó a las diez y unos minutos. Tarde, dirán algunos. Temprano, dirán los que conocen a la familia.

Sonó el timbre y los cuatro suspendieron el viaje de las tazas a los labios. Fue un sonido corto primero y uno largo después. Un toque extraño.

—¿Quién será? ¿Esperás a alguien? —preguntó Érica.

—No. ¿Ustedes? —respondió Alejandro mirando a Magalí y a Julián.

Los chicos negaron con la cabeza y siguieron tomando sus desayunos.

Érica ya estaba respondiendo al timbrazo:

—¿Sí, quién es?

—Carta para Alejandro De Vitta —dijo una voz neutra y metálica a través del portero eléctrico.

—Carta para vos —anunció Érica a su marido.

Mientras él bajaba por el ascensor y ella volvía al diálogo inconcluso que sostenía con su taza de café, Julián se puso a hablar del trabajo práctico que tenía que hacer para el taller de Cine.

—… porque no sé qué contar, ma. ¿Me estás escuchando?

—No, hijo, perdón. ¿Qué decías? —respondió Érica mientras dejaba la taza vacía en la mesa.

—Que tengo que escribir para Cine algo raro que me haya pasado en la vida real y no sé qué escribir.

—¿Y por qué no contás de la vez que fuimos con los abuelos al parque de diversiones? —sugirió Magalí, al tiempo que acotaba—: Ay, Juli, sos un asqueroso…

Julián se limpió la frente con saliva.

—¿Así estoy mejor?

—¡Julián, sos un asco! ¡Mami! ¡Decile que es un asqueroso! ¡Se limpió los mocos con saliva!

Pero Érica ya no los escuchaba: repasaba mentalmente todo lo que tenía que hacer en su día laboral. Pasar por la oficina y salir enseguida para Retiro. Ir luego a una reunión en la otra punta de la ciudad. Volver a la oficina y leer el documento que su jefa… La voz de Alejandro la sacó de sus pensamientos con un sobresalto.

—Tengo que ir a buscar un paquete a la Aduana.

—¿A la Aduana? Qué raro… ¿Querés que te lleve? Tengo que ir para Retiro.

—¿Ahora? Me esperan en el estudio.

—Como quieras, pero mirá que me parece que no hay mucho tiempo para retirar los paquetes de la Aduana. ¿Qué dice el aviso del Correo?

—Ah, tenés razón… Tengo cuatro días hábiles y después me empiezan a cobrar. Uy, pero mañana ya empiezo con el caso… —Alejandro pensó un instante mientras terminaba su café de un sorbo—. Bueno, esperame un ratito que aviso y me llevás.

Los chicos dejaron el desayuno en la cocina y siguieron la voz de su papá, que estaba instalada en el living comedor, explicándole a su jefe que debía ir a la Aduana a retirar un paquete que le habían enviado desde París.

Ahí también estaba Érica, leyendo la carta que habían recibido.

—¿Qué le mandaron? —preguntó Magalí.

—Tu papá tiene que retirar un paquete que le manda una prima de la bisabuela Anne Marie desde París.

—¿Tenemos familiares en París? —preguntó Julián asombrado.

—Ale, querido, les debés una charla a los chicos —dijo Érica como única respuesta.

—Sí, Juli, tenemos a esta señora, Charlotte, la que manda el paquete, pero parece que no por mucho tiempo —respondió Alejandro.

Julián y Magalí siguieron con la mirada a su papá hasta que entró al baño y luego a su mamá, que ya estaba poniéndose el abrigo y buscando la campera del papá.

—¿Podemos faltar a la escuela? —preguntó Julián aprovechando el súbito desorden de sus padres.

—Terminen el desayuno. ¿Qué tiene que ver esto con faltar a la escuela? —le respondió la mamá ya desde adentro del ascensor—. Ale, apurate, ¡llego tarde!

El papá pasó como una ráfaga de viento y cerró la puerta con un “después nos vemos, chicos”.

—Yo creo que nos dijeron que podemos faltar —reflexionó en voz alta Magalí, mirando a su hermano.

—Yo también —sonrió Julián.

Nota

(*) Tanto los fragmentos del diario de Odile como las cartas de Charlotte y de Anne Marie son textos que, en sus versiones originales, fueron escritos en francés. Al traducirlos, se han mantenido en lengua francesa los encabezamientos, apelativos, nombres propios y tratamientos de cortesía (señor, señorita, etc.), entre otras expresiones.


Una casa de secretos © Paula Bombara, Ediciones SM, Buenos Aires, marzo de 2012.


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Reseñas de libros: El mar y la serpiente, de Paula Bombara.

Eventos: 10º Premio de Literatura Infantil “El Barco de Vapor” Argentina.

 

2 comentarios sobre “Dos capítulos de Una casa de secretos, novela de Paula Bombara”

  1. maria dice:

    me pareció hermoso el relato de la quinceañera Odile, con detalles muy profundos
    gracias por compartirlo!
    maria


  2. ainara romero dice:

    el libro esta re bueno