La bicicleta epipléjica
De Edward Gorey. Reseña por Marcela Carranza. «El juego con el lenguaje, la invención de personajes de identidad incierta y nombres con musicalidad, donde el humor emerge más allá de los sentidos en el plano de la sonoridad misma; lo vago y sugerido por sobre la explicación y las certezas; todo esto sucede en Gorey, como sucede en los grandes autores del nonsense: Edward Lear y Lewis Carroll; y como ya venía sucediendo en la antiquísima tradición inglesa de las nursery rhymes.»
La bicicleta epipléjica
Edward Gorey
Ilustraciones del autor.
Traducción de Marcial Souto.
Barcelona-Madrid, Libros del Zorro Rojo, 2010.
por Marcela Carranza
“Escribo de modo que, dado que dejo de lado la mayoría de las conexiones, y muy pocas cosas están claramente explicadas, pueda sentir que estoy haciendo un daño mínimo a las posibilidades que pudieran surgir en la mente del lector.”
Edward Gorey
Edward Gorey (1925-2000) es un artista que construye su obra a partir de la convivencia en la página entre la palabra y la imagen; un norteamericano de la segunda mitad del siglo XX que nos recuerda el siglo XIX británico en sus escenas, dramas y personajes; un artista cuyas ilustraciones en tinta se asemejan a los antiguos dibujos y grabados, remontándonos a Gustave Doré, John Tenniel o incluso Goya.
Sus libros no parecen libros para adultos, tampoco libros para niños. Extranjeros respecto de los géneros establecidos, los textos de Gorey se permiten la creación de un género propio. Hasta podemos preguntarnos si cuando sus historias tratan acerca de la muerte, la violencia y el crimen (sus temas favoritos) el autor habla en serio o está bromeando. ¿La niña desdichada (1) es una historia trágica o un texto del más desopilante humor negro? Quizá con Gorey las oposiciones no nos sirvan y haya que aceptar ambas posibilidades. Sus extravagantes historias y dibujos nos tocan el hombro para incomodarnos y hacernos pensar si no estábamos equivocados; si esos límites hasta hace un instante inamovibles en nuestras cabezas, no pueden simplemente desaparecer, o al menos tambalearse un poco.
Alguna vez Gorey se declaró “irracionalmente interesado en el surrealismo y el dadá” (2). Una de las búsquedas de las vanguardias del siglo XX fue la de otorgar la mayor libertad posible al lector/espectador. Los surrealistas abrevaron en el nonsense, el absurdo del siglo XIX inglés; también fueron grandes devotos, creadores y difusores del humor negro. El nonsense y el surrealismo resuenan en la obra de Edward Gorey.
En los limericks de Edward Lear, en La caza del Snark o incluso en algunos pasajes de Las Aventuras de Alicia… de Lewis Carroll; junto al juego con el lenguaje, la transgresión a las reglas del sentido común, corre esa herejía de la risa ante la muerte. Los mundos del absurdo no son mundos amables, aunque nos provoquen risa (y no siempre), no es muy cómodo estar en ellos.
En Gorey se acentúa lo macabro; pero el tono despreocupado y neutral, muchas veces acompañado de rimas o juegos de palabras, con que se enuncian las peores atrocidades, dan cuenta de que también la muerte y el dolor de víctimas indefensas pueden ser objeto del humor.
Su predilección por el crimen y lo macabro es lo que más llama la atención entre críticos y lectores. Cuando en sus entrevistas le preguntaban por ese interés Gorey respondía: “Bien, no lo sé. Supongo que estoy interesado en la vida real. El crimen nos cuenta con detalle el modo en el que realmente viven las personas.” (3)
A diferencia de otros libros del autor, tal es el caso de Los pequeños macabros, La niña desdichada o La pareja abominable, en La bicicleta epipléjica el juego con lo imposible, lo inconexo e irracional ocupa un lugar más importante que lo ominoso y lo macabro. Lo mismo sucede en otros textos también sumidos en una alegre excentricidad como El zoo absoluto o El invitado incierto.
En El zoo absoluto cada letra del abecedario corresponde a una criatura inventada: el tímido Dawbis; el sigiloso Humglum; el Twibbit y sus dificultades, el Yawfle observador… (4)
En El huésped dudoso (5) un personaje indefinido cuya imagen es la de un ser con algo de mamífero y otro tanto de pájaro que usa zapatillas, decide instalarse en el hogar de una familia dando cuenta de conductas tan extrañas como irracionales.
El juego con el lenguaje, la invención de personajes de identidad incierta y nombres con musicalidad, donde el humor emerge más allá de los sentidos en el plano de la sonoridad misma; lo vago y sugerido por sobre la explicación y las certezas; todo esto sucede en Gorey, como sucede en los grandes autores del nonsense: Edward Lear y Lewis Carroll; y como ya venía sucediendo en la antiquísima tradición inglesa de las nursery rhymes.
De esta tradición es heredero este libro: La bicicleta epipléjica (The Epiplectic Bicycle) (1969). En la tapa el cocodrilo yace boca arriba; el hecho de sostenerse sobre una vieja bicicleta de manera inverosímil, dando la impresión de hacer malabares con unos zapatos amarillos que contienen las letras del título y el autor, nos hace pensar en una unión imposible, en ese encuentro fortuito y bello propio de las metáforas surrealistas. (6)
El adjetivo “epiplectic”, palabra inventada por Gorey, tanto en el original como en su traducción: “epipléjica”, nos remite a “epiléptica” y “hemipléjica” (“epileptic” y “hemiplegic” en inglés), es decir al padecimiento de dos enfermedades. Algo muy coherente con Gorey. (7)
En esta edición solitaria del texto se pone en evidencia la importancia del objeto libro, especialmente para una obra como la de este autor (8). Es otra cosa leer “La bicicleta epipléjica” en este libro pequeño y alargado, dando vuelta la página para cada escena con el reverso en blanco. La edición de El Zorro Rojo es un bello juguete artístico con su cubierta y tapa verde oliva.
El comienzo ya es estrambótico: “Fue el día después del martes y el día antes del miércoles”. El lector está advertido, va a tener que pensar en lo impensable, incluso en relación con una de las categorías más importantes que organizan la realidad: el tiempo.
Si la división del tiempo es transgredida, también lo es la del texto. Así este relato breve se atribuye para sí, y sin ninguna necesidad aparente, la división en capítulos, con un prólogo que consiste en una única frase. Los capítulos, por otra parte, si bien obedecen el orden numérico creciente, no respetan la sucesión habitual. Del capítulo UNO al DOS, pero luego al CUATRO, de éste al SIETE, al ONCE, y así, en forma aleatoria, hasta llegar al CAPÍTULO VEINTIDOS (Y ÚLTIMO).
La transgresión del tiempo está dada también en la resolución de la historia. Un viaje que dura más de cien años no es sin embargo algo inesperado en los relatos tradicionales, sólo que aquí el viaje de los protagonistas no se desarrolla en un mundo paralelo —como suele suceder en los relatos maravillosos— sino en uno común y corriente, a excepción del elemento de la bicicleta que se conduce sola, habla y aparece de la nada.
Algo que llama la atención en este librito de Gorey, si uno ha visto su obra, es lo despojado de los fondos. En la mayoría de las páginas vemos un recuadro en blanco con los dos personajes, la bicicleta y algún otro elemento necesario para la historia. No sucede esto en la mayoría de sus obras, valgan como ejemplo: La niña desdichada o Los pequeños macabros, donde los fondos primorosamente rayados parecen dar cuenta de una especie de horror al vacío.
Algunos momentos del libro, como el inicio ya citado, logran la sutileza del sinsentido de manera apenas perceptible. Un ejemplo es la entrada al enorme granero donde “dentro estaba tan oscuro que no se oía nada”. En la ilustración el cuadro casi por completo negro apenas exhibe dos elementos: una rasgadura en la oscuridad donde es posible ver una pequeñísima porción de la rueda de la bicicleta y un globo de texto con la pregunta “¿qué?”.
Durante el tránsito por los campos de nabos en los que no se ve nabo alguno (aquí el paso de la página es muy importante para producir el efecto humorístico) tenemos la “mirada a la cámara” (9) de cada uno de los niños; la de Yewbert primero, la de Embley, después. Mientras uno parece compartir su desasosiego mirando de frente al lector, el otro da vuelta el rostro hacia el campo de nabos sin nabos.
También el episodio de la tormenta reserva la carga humorística en el dibujo. La manera inverosímil en que los personajes logran sostenerse sobre la bicicleta durante todo el viaje (es lindo seguir sólo este detalle de la ilustración), se exacerba aún más en el episodio de la “horrible tormenta”, con la proximidad del rayo y su descarga persecutoria.
La pérdida de los catorce pares de zapatos amarillos y el chaleco de piel de lunares por parte de los niños resulta tan bizarra como desconcertante. Descubrir estos objetos insólitos en la contratapa del libro (también en la tapa para los zapatos), junto a un personaje, el pájaro, cuya función en la historia nunca quedó muy clara (salvo el dar a los niños una advertencia que parece parodiar el decir de los adultos: “Cuidado con esto y con aquello”) da cuenta de una existencia de estos objetos de la que los lectores no tendrían que haberse permitido dudar.
Contratapa de La bicicleta epipléjica de Edward Gorey
A pesar de su traducción en España, Edward Gorey sigue siendo prácticamente un desconocido en Argentina, ya que no existen ediciones de este autor en nuestro país y las publicaciones españolas citadas resultan tan difíciles de hallar en las librerías como una bicicleta epipléjica detrás de un muro.
Notas
(1) Gorey, Edward. La niña desdichada. Ilustraciones del autor. Traducción de Marcial Souto. Barcelona-Madrid, Libros del Zorro Rojo, 2010.
(2) Según cita Óscar Palmer Yáñez en su prólogo “El hombre de los mil nombres”. En: Gorey, Edward. Amphigorey. Traducción de Óscar Palmer Yáñez. Barcelona, Editorial Valdemar, 2002. Colección Avatares.
(3) Según cita Óscar Palmer Yáñez en su prólogo “El hombre de los mil nombres”. En: Gorey, Edward. Amphigorey. Op. cit.
(4) Gorey, Edward. El zoo absoluto. Ilustraciones del autor. Traducción de Marcial Souto. Barcelona-Madrid, Libros del Zorro Rojo, 2011.
(5) Gorey, Edward. El huésped dudoso. Ilustraciones del autor. Traducción de Marcial Souto. Barcelona-Madrid, Libros del Zorro Rojo, 2011.
(6) A la manera del encuentro fortuito de una máquina de coser, y un paraguas sobre una mesa de disección pensado por Lautréamont. Nota de Imaginaria: La autora se refiere a una de las imágenes de Los Cantos de Maldoror (sección VI-1), del poeta surrealista Conde de Lautréamont (seudónimo de Isidore Lucien Ducasse (Montevideo, Uruguay, 1846-París, Francia, 1870). Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre.
(7) En la traducción que Óscar Palmer Yañez hizo para la editorial Valdemar el título de este texto es: “La bicicleta epiléptica” perdiéndose la riqueza del neologismo de Gorey. En: Gorey, Edward. Amphigorey además. Traducción de Óscar Palmer Yáñez. Barcelona, Editorial Valdemar, 2005. Colección Avatares. Págs. 45-62.
La obra completa de Edward Gorey se halla reunida en los libros Amphigorey (2002), Amphigorey también (2003), Amphigorey además (2005) y Amphigorey de nuevo (2009) ; cuatro antologías editadas por Ediciones Valdemar con la traducción de Óscar Palmer Yáñez en edición bilingüe. El texto reseñado integra el tercer tomo de esta serie de antologías.
(8) En cuidadas ediciones —además de la que reseñamos en esta ocasión— la editorial Libros del Zorro Rojo ha editado varias obras de Edward Gorey: La niña desdichada (2010), El huésped dudoso (2011), El Wuggly Ump (2011) El zoo absoluto (2011) y La fábrica de vinagre. Tres tomos de enseñanza moral (2010). Este último título es un tríptico conformado por: Los pequeños macabros; El dios de los insectos y El ala oeste. La edición —que incluye un cuadernillo biográfico sobre Gorey preparado por Marcial Souto— “recupera —según señalan sus editores— el espíritu y el estilo original de aquella obra triple, publicada en Nueva York por Simon and Schuster hace casi medio siglo”.
(9) “La mirada frontal (…) conecta fuertemente el espacio enunciado en la imagen con el espacio de la enunciación (del Observador). Hasta tal punto es fuerte esta conexión, que es la propia imagen la que parece dirigirse al espectador (y no al revés) (…) si el personaje mira la cámara, entonces mira a los espectadores y se dirige a ellos. Y si esto sucede, la separación entre los mundos de la ficción y de la realidad se borra.” En: Alessandria, Jorge. Imagen y metaimagen. Buenos Aires, Instituto de Lingüística. Facultad de Filosofía y Letras. Cátedra de Semiología y Oficina de Publicaciones Ciclo Básico Común. Universidad de Buenos Aires, 1996. Págs. 69-70.
Existen distintas posibilidades en la posición del cuerpo cuando el personaje realiza una mirada frontal, señala también Alessandria en el artículo citado. Cuando el cuerpo se halla de perfil pero la mirada es frontal, es decir está dirigida al Observador —como en el caso de Embley y Yewbert—, el efecto de sentido logrado es el de complicidad. El personaje continúa integrado en su propio mundo, y la mirada dirigida al espectador es desde ese otro mundo.
Esta mirada de complicidad del personaje que sin abandonar su mundo de ficción dirige su mirada, como en un aparte teatral, al espectador, es frecuente en películas humorísticas.
Artículos relacionados:
Lecturas: La herejía de lo macabro, por Marcela Carranza.
Lecturas: Edward Lear, los limericks, y el Zoo Loco de María Elena Walsh, por Marcela Carranza.
23/5/12 a las 9:24
Maravillos todo. La invención. El notable inteligente humor.
Creo que cuentos de esta índole curan todos los problemas y cualquier enfermedad
23/5/12 a las 11:41
Muy buen artículo el de Marcela Carranza. Lástima que no se consigan en la Argentina libros de este autor. Por lo que cuenta Carranza, seduce tanto a niños como a adultos.
23/5/12 a las 13:50
Buenisimo el trabajo sobre Gorey, Marcela! Como siempre!
Un beso
23/5/12 a las 16:52
La editorial Libros del Zorro Rojo que edita a E. Gorey estuvo presente en la última feria del libro de Bs. As., y según informaron los editores habrá una mejor distribución de sus libros en Argentina. Es una buena noticia.
24/5/12 a las 8:52
Muy buen artículo, Marcela. Gracias!
24/5/12 a las 16:23
La Niña Desdichada es el cuento más triste y deprimente que he leido!
El de La Bicicleta Epipléjica está bueno.
Hay otros libros como «El Ala Oeste» y «Los Pequeños Macabros» que están muy buenos.
Siempre es mejor leer sus cuentos en inglés por la rima, los españoles le quitan esa parte súper importante al traducirlos!
26/5/12 a las 17:40
Qué interesante! No lo conocía!! Me gustó mucho lo de lo de «tan oscuro que no se oía nada» y el diccionario de animales inventados. Como maestra de primer grado vi pasar millones de libros de palabras que empezaban con las letras del abecedario (solían ser bastante llanos) y esta vuelta me encantó!!
Saludos desde Finlandia!
28/5/12 a las 11:02
desde q me postie en este sitio, estoy muy feliz x poder conocer ilustradores y autores de esta indole, los cuales no son de uso unicamente comercial como lo son muchos en la actualidad.
la creatividad me conmueve, y este ilustrador es un icono a seguir dentro de mi humilde carrera artistica q comiienza paso a paso.
nuevamente GRACIAS y espero conocer muchos mas!
ya estoy tratando de conseguirlos con la data de la editorial!
28/5/12 a las 21:03
Los quiero toooooodoooss…
Buena reseña Marcela!!!
Abrazo
Diana
2/6/12 a las 0:55
Muy lindos, pero para mí un tanto oscuritos para niños. Estaría bueno ver qué recepción tienen en los niños más allá de que los padres instruidos los consideren inquietantes (para ellos, por supuesto).
2/6/12 a las 0:56
¿De qué depende la aprobación para hacer un comentario?
2/6/12 a las 6:51
María Laura:
La aprobación depende de varios factores: el comentario no puede ser insultante, no puede estar fuera de tema, no puede ser spam. Cosas así.
2/6/12 a las 15:30
Muchas gracias. Cariños