Cuentos populares rusos: “Morozco”
«Morozco sintió gran compasión por la muchacha, la envolvió en calientes abrigos de pieles y le regaló un baúl, grande y pesado, lleno de prendas lujosas, joyas de oro y plata, y muchísimas piedras preciosas. Envuelta en las pieles, la joven se sentó encima del baúl.» Ilustraciones de Ivan Bilibin. Selección de Marcela Carranza.
Morozco
Ilustraciones de Ivan Bilibin
Selección de Marcela Carranza
Traducción de Pepín Cascarón
Se casaron un viudo y una viuda que tenían, cada uno, una hija del primer matrimonio. A su hija, la madrastra, siempre estaba diciéndole alabanzas. A la hijastra no dejaba de regañarla y castigarla constantemente bajo cualquier pretexto.
La hijastra cuidaba de los animales, partía la leña, iba por agua, encendía la estufa y barría la casa antes de que saliera el sol. Pese a ello, a la vieja todo le parecía mal, nada la complacía. Y sin embargo la muchacha era un encanto que seguramente junto a otra persona habría vivido feliz, mientras que al lado de la madrastra no había día en el cual no vertiera amargas lágrimas.
El viento, aún después de soplar mucho, acaba aplacándose, pero cuando aquella vieja montaba en cólera, resultaba imposible calmarla; todo era buscar faltas en la joven y darle a la lengua. En fin, un día se le ocurrió a la vieja deshacerse de su hijastra y dijo al marido:
—Llévala, viejo, a donde quieras, con tal de que no vuelva a verla. Y no la lleves a casa de ningún pariente donde habrá buena lumbre, sino al campo abierto, donde apriete bien el frío.
El viejo se puso muy triste y se echó a llorar, pero ¿qué podía hacer, si era imposible entenderse con aquella mujer? Hizo subir a su hija al trineo y quiso abrigarla con una manta, pero no se atrevió. Condujo a la joven al campo abierto, la dejó sobre un montón de nieve bajo un abeto, se santiguó y regresó a su casa a toda prisa.
Aquel invierno era crudísimo. Cubrían la tierra enormes montones de nieve y los pájaros caían muertos de frío cuando intentaban volar. La joven temblaba, aterida, al pie del abeto.
En esto llegó Morozco, saltando de un lado para otro y de rama en rama al mismo tiempo que contemplaba a la linda muchacha. Se posó Morozco en el abeto a cuyo pie se hallaba la joven y le habló desde arriba:
—Oye, mocita, yo soy Morozco, el de la nariz roja —y a continuación preguntó: —¿Tienes calor, niña?
—Sí, padrecito Morozco, tengo calor —contestó la infeliz muchacha, mientras le castañeaban los dientes.
Morozco descendió un tanto haciendo gemir al abeto y volvió a preguntar:
—¿Tienes calor, niña hermosa?
La joven balbuceó con la respiración cortada:
—Sí, padrecito Morozco, tengo calor.
Morozco bajó aún más y ya muy cerca de la joven volvió a preguntarle:
—¿Tienes calor, niña hermosa? ¿Tienes calor, corazón?
La muchacha sentía que sus miembros se paralizaban, pero igual respondió con mucha dificultad:
—Sí, querido Morozco, tengo mucho calor.
Morozco sintió gran compasión por la muchacha, la envolvió en calientes abrigos de pieles y le regaló un baúl, grande y pesado, lleno de prendas lujosas, joyas de oro y plata, y muchísimas piedras preciosas. Envuelta en las pieles, la joven se sentó encima del baúl.
La perversa madrastra se levantó con el alba y se puso a freír buñuelos para el velatorio de su hijastra.
—Ve a buscar a tu hija para enterrarla —le gritó al marido.
Fue el viejo al bosque, llegó al pie del abeto y vio a su hija alegre, sonrosada, vistiendo un precioso abrigo de pieles, toda adornada con alhajas de oro y de plata. Junto a la joven se veía un gran baúl. El viejo se alegró mucho, cargó todo en el trineo, sentó en él a su hija y la llevó a casa.
La vieja seguía friendo buñuelos, cuando la perrita que estaba debajo de la mesa ladró:
—¡Guau, guau! ¡La hija del viejo viene con oro y plata; con la hija de la vieja nadie se casa!
La vieja arrojó un buñuelo a la perrita y le dijo:
—¡No ladres así! Debes decir: “La hija de la vieja se va a casar; a la hija del viejo van a enterrar.”
La perrita devoró el buñuelo y repitió:
—¡Guau, guau! ¡La hija del viejo viene con oro y plata, con la hija de la vieja nadie se casa!
La vieja daba buñuelos a la perrita, le pegaba, pero el animal repetía siempre lo mismo.
De pronto chirriaron los goznes de la puerta y entró en la isba (1) la hijastra, cubierta de oro y plata, refulgente como el sol. Detrás iba el viejo, con un baúl grande y pesado. Al ver aquello la madrastra se quedó como quien ve visiones.
—¡Engancha otro caballo! —le gritó al marido— y lleva en seguida a mi hija al mismo campo y al mismo sitio.
El viejo montó a la hija de la vieja en el trineo, la llevó al bosque, la hizo sentar sobre el montón de nieve, al pie del abeto, y se marchó. A la hija de la vieja le castañeaban los dientes.
También llegó esta vez Morozco, el de la nariz roja. Saltaba de un abeto a otro y miraba a la hija de la vieja con curiosidad. Luego le preguntó:
—¿Tienes calor, niña?
—¡Estoy helada! Siento demasiado frío. ¡Un frío enorme! —respondió la joven—. ¡No hagas crujir los árboles, Morozco!
Descendió Morozco, haciendo gemir más y más el abeto, y volvió a preguntar:
—¿Tienes calor, niña hermosa?
—¡Vete ya, viejo estúpido! Me tienes medio helada y todavía me preguntas si tengo calor. Dame los regalos y vete de una vez.
Morozco descendió hasta el mismo suelo e insistió en la pregunta:
—¿Tienes calor, niña hermosa? ¿Tienes calor, corazón?
Sintió tal ira la joven que ni siquiera se dignó a contestarle, y entonces Morozco también sintió enojo y apretó tanto, que dejó a la hija de la vieja hecha un bloque de hielo. Luego, Morozco se alejó del bosque, saltando de un abeto a otro y haciendo gemir las ramas de los árboles bajo su agudo soplo.
En cuanto amaneció, la vieja ordenó a su marido:
—¡Engancha en seguida el caballo, ve en busca de mi hija y tráela cubierta de oro y plata!
En cuanto el viejo se marchó, la perrita se puso a ladrar debajo de la mesa:
—¡Guau, guau! ¡A la hija del viejo la van a casar; a la hija de la vieja la van a enterrar!
—¡No ladres así! —le gritó la vieja—. Debes decir: “A la hija de la vieja la traen cubierta de oro y plata.”
La perrita volvió a ladrar:
—¡Guau, guau! ¡A la hija del viejo la van a casar; a la hija de la vieja la van a enterrar!
De pronto chirrió el portón, corrió la vieja al encuentro de su hija, pero sólo pudo abrazar el cuerpo frío que yacía en el trineo.
Rompió la vieja a llorar y a lamentarse, pero ya era tarde.
Nota
(1) Isba o isbá es una típica vivienda campesina rusa; construida con troncos, constituía la residencia habitual de una familia campesina rusa tradicional. Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.
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30/12/11 a las 0:21
hermosa historia
21/1/12 a las 16:08
Muy bella la historia y por ende su enseñanza