El Mago de Oz. Capítulos 15 y 16
«Oz trajo entonces unas tijeras de hojalata e hizo un agujero cuadrado en el lado izquierdo del pecho del Leñador de Hojalata. Luego fue a una cómoda, abrió un cajón y sacó un corazón muy bonito, hecho totalmente de seda y relleno de serrín.» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.
Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010
Capítulo 15
El descubrimiento de Oz, el Terrible
Los cuatro viajeros caminaron hasta la gran puerta de la Ciudad Esmeralda y tocaron la campana. Después de insistir varias veces les abrió el mismo guardián que habían conocido antes.
—¡Qué! ¿Otra vez por aquí? —preguntó, sorprendido.
—¿No nos ves? —contestó el Espantapájaros.
—Pero pensé que habíais ido a visitar a la Bruja Mala del Oeste.
—La visitamos —dijo el Espantapájaros.
—¿Y os dejó volver? —preguntó el hombre, maravillado.
—No lo pudo evitar, porque se derritió —explicó el Espantapájaros.
—¡Se derritió! Es una muy buena noticia —dijo el hombre—. ¿Quién la derritió?
—Fue Dorothy —dijo el León, con voz solemne.
—¡Dios mío! —exclamó el hombre, y le hizo una profunda reverencia a la niña.
Luego los llevó a su pequeña habitación y sacó las gafas de la caja grande y se las aseguró como la otra vez. Después entraron en la Ciudad Esmeralda, y cuando la gente oyó de labios del Guardián que habían derretido a la Bruja Mala del Oeste se reunió alrededor de los viajeros una verdadera multitud que los siguió hasta el Palacio de Oz.
El soldado de la barba verde montaba todavía guardia delante de la puerta, pero los dejó pasar de inmediato, y fueron recibidos de nuevo por la hermosa niña verde que los llevó enseguida a sus antiguas habitaciones para que descansasen hasta que el Gran Oz pudiera recibirlos.
El soldado hizo llegar directamente a Oz la noticia de que Dorothy y los otros viajeros habían regresado, después de matar a la Bruja Mala; pero Oz no dio ninguna respuesta. Pensaron que el Gran Mago los haría llamar de inmediato, pero no fue así. No tuvieron noticias de él al día siguiente, ni al otro, ni al otro. La espera era tediosa y aburrida, y al fin se sintieron molestos de que Oz los tratase con tanta desconsideración después de haberlos enviado a sufrir opresión y esclavitud. El Espantapájaros le pidió por fin a la niña verde que llevase otro mensaje a Oz, y le dijera que si no lo podían ver inmediatamente pedirían ayuda a los Monos Alados para saber si Oz mantenía sus promesas. Al recibir ese mensaje el Gran Mago se asustó tanto que les hizo saber que los recibiría en la Sala del Trono a las nueve y cuatro minutos de la mañana siguiente. Había conocido una vez a los Monos Alados en el País del Oeste, y no los quería ver más.
Los cuatro viajeros pasaron una noche intranquila, cada uno pensando en el don que Oz había prometido concederle. Dorothy se durmió al instante, y soñó que estaba en Kansas, y en el sueño la tía Em le decía lo contenta que estaba de tenerla de vuelta en casa.
A las nueve en punto se presentó ante ellos el soldado de barba verde, y cuatro minutos más tarde entraron todos en la Sala del Trono del Gran Oz.
Naturalmente, cada uno de ellos pensaba ver al Mago en la forma que había adoptado antes, y todos se sorprendieron mucho cuando miraron alrededor y no vieron a nadie en la habitación. Trataban de no alejarse de la puerta y de estar cerca unos de otros, pues el silencio del cuarto era más espantoso que todas las formas de Oz que habían conocido.
Por fin oyeron una voz solemne que aparentemente salía de algún sitio cerca de la cúspide de la cúpula.
—Soy Oz, el Grande y Terrible —dijo la Voz—. ¿Por qué me buscáis?
Los cuatro amigos miraron otra vez hacia todos los lados pero, como no vieron a nadie, Dorothy dijo:
—¿Dónde estás?
—Estoy en todas partes —contestó la Voz—, pero para los ojos de los simples mortales soy invisible. Me sentaré ahora en mi trono, para que podáis conversar conmigo.
Y de pronto pareció de veras que la Voz salía del trono, así que se acercaron y se pusieron en semicírculo.
—Hemos venido a reclamar el cumplimiento de tu promesa, oh, Oz —dijo Dorothy.
—¿Qué promesa? —preguntó Oz.
—Me prometiste enviarme de vuelta a Kansas cuando la Bruja Mala fuera destruida —dijo la niña.
—Y prometiste darme un cerebro —dijo el Espantapájaros.
—Y prometiste darme un corazón —dijo el Leñador de Hojalata.
—Y prometiste darme coraje —dijo el León Cobarde.
—La Bruja Mala ¿está de veras muerta? —preguntó la Voz, y Dorothy creyó notar en ella un cierto temblor.
—Sí —respondió la niña—, yo la derretí con un balde de agua.
—¡Válgame Dios! —dijo la Voz—. ¡Cuán inesperado! Bueno, venid a verme mañana, pues necesito tiempo para pensarlo.
—Ya has tenido tiempo de sobra —dijo el Leñador de Hojalata, furioso.
—No esperaremos un día más —dijo el Espantapájaros.
—¡Deberás cumplir tus promesas! —exclamó Dorothy.
El León pensó que sería una buena idea asustar al Mago, así que lanzó un potente rugido, tan feroz y terrible que Totó se apartó de un salto, alarmado, y volcó un biombo que había en un rincón. Al sentir el ruido todos miraron hacia aquel sitio, y se llevaron una gran sorpresa. Pues en el mismo lugar que ocultaba el biombo vieron a un viejo chiquito de cabeza calva y arrugada, que parecía tan sorprendido como ellos. El Leñador de Hojalata alzó el hacha y corrió hacia el hombrecito, gritando:
—¿Quién eres?
—Soy Oz, el Grande y Terrible —dijo el hombrecito, con voz temblorosa—, ¡pero no me pegues, por favor!, y haré todo lo que me pidáis.
Nuestros amigos lo miraron sorprendidos y decepcionados.
—Yo pensé que Oz era una gran cabeza —dijo Dorothy.
—Y yo pensé que Oz era una terrible bestia —dijo el Leñador de Lata.
—Y yo pensé que Oz era una bola de fuego —exclamó el León.
—No, os equivocáis todos —dijo el hombrecito con humildad—. He estado fingiendo.
—¡Fingiendo! —gritó Dorothy—. ¿No eres un gran mago?
—¡No hables tan fuerte, querida! —dijo—; nos pueden oír y eso sería mi ruina. Se supone que soy un Gran Mago.
—¿Y no lo eres? —preguntó la niña.
—No, en absoluto; soy un hombre común.
—Eres más que eso —dijo el Espantapájaros, apenado—, eres un farsante.
—¡Exacto! —declaró el hombrecito, frotándose las manos como si le gustase la idea—. Soy un farsante.
—Pero esto es terrible —dijo el Leñador de Hojalata—. ¿Cómo conseguiré ahora un corazón?
—¿Y yo coraje? —preguntó el León.
—¿Y yo un cerebro? —se quejó el Espantapájaros, enjugándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.
—Amigos míos —dijo Oz—, os ruego que no habléis de esas pequeñeces. Pensad en mí y en el terrible problema que representa haber sido descubierto.
—¿Nadie más sabe que eres un farsante? —preguntó Dorothy.
—Nadie más. Sólo vosotros cuatro… y yo —respondió Oz—. Engañé a todo el mundo durante tanto tiempo que pensé que nunca me descubrirían. Cometí un gran error al dejaros entrar en la Sala del Trono. Por lo general no veo ni a mis súbditos, que entonces sospechan que soy terrible.
—Pero no entiendo —dijo Dorothy, perpleja—. ¿Cómo te me apareciste con forma de cabeza?
—Ése es uno de mis trucos —contestó Oz—. Acompañadme, por favor, y os contaré todo.
Los llevó a un pequeño cuarto detrás de la Sala del Trono, y señaló un rincón donde estaba la Gran Cabeza hecha con muchos papeles superpuestos y con la cara cuidadosamente pintada.
—La colgué del cielo raso con un alambre —explicó Oz, y yo me quedé detrás del biombo y tiraba de un hilo que le hacía mover los ojos y la boca.
—Pero ¿y la voz? —quiso saber la niña.
—Ah, soy ventrílocuo —dijo el hombrecito—, y puedo lanzar el sonido de mi voz a cualquier sitio; así, tú pensaste que salía de la Cabeza. Aquí están las otras cosas que usé para engañaros.
Mostró al Espantapájaros el vestido y la máscara que había usado cuando aparentó ser una hermosa dama; y el Leñador de Hojalata vio que el Animal Terrible no era más que pieles cosidas, con ranuras para los ojos. En cuanto a la Bola de Fuego, el falso mago también la había colgado del cielo raso. Era en realidad una bola de algodón, pero cuando se le echaba aceite ardía con violencia.
—De veras tendrías que avergonzarte de ser tan farsante —dijo el Espantapájaros.
—Sí… estoy avergonzado —contestó el hombrecito, con pena—; pero no podía hacer otra cosa. Sentaos, por favor, ahí tenéis sillas, y os contaré mi historia.
Los cuatro amigos se sentaron y escucharon mientras el hombrecito les contaba esta historia:
—Nací en Omaha…
—¡Pero si ese sitio no queda muy lejos de Kansas! —gritó Dorothy.
—No; pero sí de aquí —dijo el hombre, moviendo la cabeza con un gesto triste—. Cuando crecí me hice ventrílocuo, para lo cual conté con las enseñanzas de un gran maestro. Puedo imitar a cualquier pájaro o animal. —Maulló de una manera tan parecida a la de un gatito que Totó alzó las orejas y miró alrededor, tratando de descubrirlo—. Después de un tiempo —continuó Oz—, cansado de esa profesión me hice aeronauta.
—¿Qué es eso? —preguntó Dorothy.
—Un hombre que sube en un globo el día que viene un circo, para atraer la atención de la gente y conseguir que muchos compren entradas para ver el espectáculo —explicó.
—Ah —dijo Dorothy—, ya sé.
—Bueno, un día subí en un globo y se enredaron las cuerdas y no pude volver a descender. El globo trepó encima de las nubes, tan alto que una corriente de aire lo arrastró muchos, muchos kilómetros. Durante un día y una noche viajé en el aire, y a la mañana del segundo día desperté y encontré el globo flotando por encima de un extraño y hermoso país.
”Poco a poco fue bajando, y no me hice ningún daño. Pero allí estaba yo, entre gentes extrañas que al verme venir de las nubes pensaron que yo era un gran mago. Dejé que así lo creyeran, pues me temían, y prometieron hacer todo lo que yo quisiera.
”Sólo por diversión, y para mantener a la buena gente ocupada, les ordené que construyeran esta ciudad, y mi palacio, e hicieron todo eso muy bien y de buena gana. Luego pensé que, como el país era tan verde y hermoso, debía llamarlo Ciudad Esmeralda, y para que el nombre fuera apropiado puse a la gente gafas verdes, para que todo lo que vieran fuera verde.
—¿Entonces no es todo verde? —preguntó Dorothy.
—No lo es más que cualquier otra ciudad —contestó Oz—; pero si uno lleva gafas verdes, todo lo que ve parece verde. La Ciudad Esmeralda fue construida hace muchos años, pues yo era muy joven cuando el globo me trajo a este sitio, y ahora soy muy viejo. Pero la gente de mi pueblo ha estado usando gafas verdes durante tanto tiempo que la mayoría piensa que es de veras una Ciudad Esmeralda, y sin duda es un sitio bello, abundante en piedras y metales preciosos, y todas las cosas necesarias para hacer feliz a la gente. Yo he sido bueno con todos, y me quieren; pero desde que fue construido este palacio me encerré aquí y no quise ver a nadie más.
“Uno de mis mayores miedos tenía que ver con las Brujas, pues mientras yo carecía de todo poder mágico pronto descubrí que las Brujas podían realmente hacer cosas maravillosas. Había cuatro en este país, y mandaban a la gente que vive en el Norte, en el Sur, en el Este y en el Oeste. Por fortuna, las Brujas del Norte y del Sur eran buenas, y yo sabía que no me harían ningún daño; pero las Brujas del Este y del Oeste eran muy malvadas, y si no me hubieran creído más poderoso que ellas sin duda me habrían matado. Así viví muchos años aterrorizado, y podréis imaginar mi alegría cuando oí que tu casa había caído sobre la Bruja Mala del Este. Cuando acudisteis a mí yo estaba dispuesto a prometer cualquier cosa para que acabarais con la otra Bruja Mala; pero ahora que la habéis derretido, me avergüenzo de deciros que no puedo cumplir mis promesas.
—Pienso que eres un hombre muy malo —dijo Dorothy.
—Oh, no, mi querida, soy de veras un hombre muy bueno; pero, debo admitirlo, soy un mal mago.
—¿No me puedes dar un cerebro? —preguntó el Espantapájaros.
—No lo necesitas. Todos los días aprendes algo. Un bebé tiene cerebro, pero no es mucho lo que sabe. La experiencia es lo único que te da conocimientos, y cuanto más tiempo estás sobre la tierra más experiencia acumulas.
—Quizá tengas razón —dijo el Espantapájaros—, pero yo seré muy desdichado si no me das un cerebro.
El falso Mago lo miró con atención.
—Bueno —dijo, lanzando un suspiro—, como ya dije, de mago no tengo gran cosa; pero si vienes a verme por la mañana te pondré un cerebro dentro de la cabeza. Sin embargo, no te podré enseñar a usarlo; eso lo tendrás que descubrir solo.
—¡Ah, gracias, gracias! —gritó el Espantapájaros—. Encontraré la manera de usarlo, no te preocupes.
—Y ¿qué me dices de mi coraje? —preguntó el León, impaciente.
—Lo que te sobra es coraje, de eso estoy seguro —contestó Oz—. Todo lo que necesitas es confianza en ti mismo. No hay ser vivo que no sienta miedo cuando se encuentra en peligro. El verdadero coraje consiste en enfrentarse al peligro cuando uno está asustado, y ese tipo de coraje no te falta.
—Sí, tal vez, pero de todos modos tengo miedo —dijo el León—. De veras seré muy desdichado si no me das esa clase de coraje que le permite a uno olvidar que tiene miedo.
—Muy bien; te daré esa clase de coraje mañana —respondió Oz.
—¿Y mi corazón? —preguntó el Leñador de Hojalata.
—Bueno, en tu caso —dijo Oz—, pienso que cometes un error al querer un corazón. A la mayoría de la gente el corazón le trae desdicha. Si lo supieras, te sentirías afortunado de no tener corazón.
—Supongo que es cuestión de pareceres —dijo el Leñador de Hojalata—. Por mi parte, sobrellevaré la desdicha sin una queja, si me das un corazón.
—Muy bien —respondió Oz, con humildad—. Ven a verme mañana y tendrás un corazón. He hecho el papel de mago durante tantos años que bien puedo continuar otro poco más.
—Y ahora —dijo Dorothy—, ¿cómo volveré yo a Kansas?
—Eso lo tendremos que pensar —respondió el hombrecito—. Dame dos o tres días para estudiar el asunto, y trataré de encontrar el modo de hacerte cruzar el desierto. Mientras tanto, todos seréis tratados como huéspedes, y mientras viváis en el palacio mis súbditos os atenderán y os obedecerán hasta en los más mínimos deseos. Sólo pido una cosa a cambio de mi ayuda, por pequeña que ésta sea. Debéis guardar el secreto y no decir a nadie que soy un farsante.
Aceptaron no decir nada de lo que habían descubierto, y volvieron a sus habitaciones muy entusiasmados. Hasta Dorothy tenía esperanzas de que “El Grande y Terrible Farsante”, como ahora lo llamaba, encontrase la manera de enviarla de vuelta a Kansas, y si eso se cumplía estaba dispuesta a perdonarle todo.
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Capítulo 16
La magia del gran farsante
A la mañana siguiente, el Espantapájaros dijo a sus amigos:
—Felicitadme. Voy a que Oz me ponga por fin un cerebro. Cuando vuelva seré como cualquier otro hombre.
—Siempre me gustaste como eras —dijo Dorothy con sinceridad.
—Eres muy amable en eso de que te guste un Espantapájaros —respondió el Espantapájaros—. Pero sin duda tendrás un mejor concepto de mí cuando oigas los espléndidos pensamientos que creará mi nuevo cerebro.
Luego se despidió de todos muy contento. Fue a la Sala del Trono y golpeó en la puerta.
—Adelante —dijo Oz.
El Espantapájaros entró y encontró al hombrecito sentado junto a la ventana, sumido en profundos pensamientos.
—He venido a buscar mi cerebro —dijo el Espantapájaros, un poco incómodo.
—Ah, sí; siéntate en esa silla, por favor —le respondió Oz—. Tendrás que disculparme, pero necesito sacarte la cabeza para meterte el cerebro en el sitio adecuado.
—Está bien —dijo el Espantapájaros—. Tienes mi total consentimiento para sacarme la cabeza, con tal de que cuando me la vuelvas a colocar sea mejor.
El Mago le desmontó entonces la cabeza y le sacó la paja. Luego fue al cuarto trasero y buscó un poco de salvado, que mezcló con muchos alfileres y agujas. Después de agitar bien todo rellenó la parte superior de la cabeza del Espantapájaros con la mezcla, y el espacio sobrante con paja, para que conservara la forma. Cuando terminó de asegurar de nuevo la cabeza del Espantapájaros al cuerpo, le dijo:
—Desde ahora serás un gran hombre, pues te he dado un cerebro grande y flamante. (*)
El Espantapájaros estaba contento y orgulloso de ver cumplido su mayor deseo, y después de agradecer a Oz calurosamente volvió junto a sus amigos.
Dorothy lo miró con curiosidad. La parte superior de la cabeza del Espantapájaros abultaba bastante, a causa del cerebro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la niña.
—Me siento verdaderamente sabio —respondió el Espantapájaros, muy serio—. Cuando me acostumbre a usarlo, lo sabré todo.
—¿Por qué te salen de la cabeza todas esas agujas y esos alfileres? —preguntó el Leñador de Hojalata.
—Eso es prueba de que es un hombre de inteligencia aguda —comentó el León.
—Bueno, tengo que ir a que Oz me ponga el corazón —dijo el Leñador. Caminó hasta la Sala del Trono y golpeó en la puerta.
—Adelante —gritó Oz, y el Leñador entró y dijo:
—He venido a buscar mi corazón.
—Muy bien —le respondió el hombrecito—. Pero tendré que hacerte un corte en el pecho para colocártelo en el sitio correcto. Espero que no te duela.
—Ah, no —respondió el Leñador—. No sentiré nada.
Oz trajo entonces unas tijeras de hojalata e hizo un agujero cuadrado en el lado izquierdo del pecho del Leñador de Hojalata. Luego fue a una cómoda, abrió un cajón y sacó un corazón muy bonito, hecho totalmente de seda y relleno de serrín.
—¿No es una belleza? —preguntó.
—¡Sí, claro que sí! —respondió el Leñador, muy contento—. Pero ¿es un corazón bondadoso?
—¡Por supuesto! —dijo Oz. Puso el corazón dentro del pecho del Leñador y luego volvió a colocar en su sitio el cuadrado de lata, y se lo soldó cuidadosamente—. Ahí tienes —dijo—, un corazón del que cualquier hombre se sentiría orgulloso. Lamento haber tenido que dejarte ese remiendo en el pecho, pero no había otra solución.
—El remiendo no tiene importancia —exclamó el feliz Leñador—. Te estoy muy agradecido, y nunca olvidaré tu bondad.
—No tienes nada que agradecer —le respondió Oz.
Luego el Leñador de Hojalata volvió junto a sus amigos, que le desearon toda clase de felicidades con motivo de tan buena fortuna.
El León fue entonces a la Sala del Trono y llamó a la puerta.
—Adelante —dijo Oz.
—He venido a buscar mi coraje —anunció el León, entrando en la habitación.
—Muy bien —le respondió el hombrecito—; pronto lo tendrás.
Fue a un aparador y estiró un brazo hacia un estante alto y sacó una botella verde cuadrada, cuyo contenido vertió en un plato verde-oro, hermosamente tallado. Lo puso delante del León —que lo olfateó como si no le gustara— y dijo:
—Bebe.
—¿Qué es? —preguntó el León.
—Bueno, si lo tuvieras dentro sería coraje. Como ya sabes, el coraje se lleva dentro, así que esto no podrá ser llamado coraje mientras no lo hayas tragado. Te aconsejo por lo tanto que lo tragues lo antes posible.
El León no vaciló más y bebió hasta que el plato quedó vacío.
—Ahora ¿cómo te sientes? —preguntó Oz.
—Lleno de coraje —respondió el León, que volvió muy contento junto a sus amigos, a contarles de la maravillosa suerte que había tenido.
Oz, a solas, sonrió pensando en el éxito que había tenido al dar al Espantapájaros, al Leñador de Hojalata y al León exactamente lo que ellos creían que deseaban. “¿Cómo puedo dejar de ser un farsante —se dijo—, si toda esa gente me obliga a hacer cosas que todo el mundo sabe que son imposibles? Fue fácil hacer feliz al Espantapájaros, al León y al Leñador de Hojalata porque se imaginaban que yo era capaz de lograr cualquier cosa. Pero necesitaré algo más que imaginación para llevar a Dorothy de vuelta a Kansas, y estoy seguro de que no sé cómo hacerlo.”
Nota
(*) Bran-new: juego de palabras con bran, salvado, y brand-new, nuevo, flamante. (N. del T.)
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¿Cuántos capítulos faltan? Se hace muy larga la espera hasta la proxima publicación!!
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que fantastico! que sigan !!espero los proximos capitulos!
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SE HACE MUY LARGO PERO ESTA BUENISMO!!!! ESPERO LOS PROXIMOS!!!
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Se hace re larga la espera hasta el proximo capitulo!
Esta muy bueno!!
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¿como puedo saber cuando Dorothy llega a kansas?
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ME RE ENCANTO LO QUE HAN HECHO EN EL CUENTO Y LO QUE HAN PODIDO FORMAR EN EL,PORQUE ES MUY EMOCIONANTE LEER UN CUENTO QUE ESTÁ HECHO POR UNOS HOMBRES O MUJERES QUE SON MUY-MUY BUENOS ESCRITORES …YO, IARA, DESEARIA QUE ESTE CUENTO Y OTROS ESTEN POR TODAS PARTES.
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HOLA ME GUSTO QUELINDO CUENTO ES EMOSIONANTE TENER ESE LIBRO TAN HERMOSO QUE ENSEÑA A LOS NIÑOS A AYUDARSE ENTRE SI Y A NO TENER MIEDO A LOS BRABUCONES
30/11/11 a las 13:22
Yo y mis amigos leímos este cuento y nos encantó. Nos encanta leer y escuchar atentamente. Me encataria que siguieran agregando más capitulos. Me encantaría ser una escritora como esas personas que espresan imaginacion…
yo Marian Santi