El Mago de Oz. Capítulos 9 y 10
«El Leñador de Hojalata iba a decir algo cuando oyó un gruñido y, al volver la cabeza (que giraba muy bien sobre goznes) vio un extraño animal que se acercaba saltando por el césped. Era nada menos que un enorme y amarillo gato montés...» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.
Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010
Capítulo 9
La Reina de los Ratones del Campo
—Ahora no podemos estar lejos del camino de ladrillos amarillos —señaló el Espantapájaros, mientras esperaba junto a la niña—, pues hemos andado casi tanta distancia como la que nos llevó el río.
El Leñador de Hojalata iba a decir algo cuando oyó un gruñido y, al volver la cabeza (que giraba muy bien sobre goznes) vio un extraño animal que se acercaba saltando por el césped. Era nada menos que un enorme y amarillo gato montés, y el Leñador pensó que debía de estar cazando algo, pues tenía las orejas pegadas a la cabeza y la boca abierta, en la que se veían dos hileras de horribles dientes, mientras que los ojos —de un vivo color rojo— le brillaban como bolas de fuego. Cuando se acercó más, el Leñador de Hojalata vio que delante de la bestia corría un pequeño ratón gris de campo, y aunque no tenía corazón supo que no estaba bien que el gato salvaje tratase de matar a una criatura tan bonita e inofensiva.
Así que el Leñador levantó el hacha y cuando el gato pasaba por delante le descargó un fuerte golpe que lo partió en dos, separándole la cabeza del cuerpo, el cual rodó en dos pedazos hasta detenerse a sus pies.
El ratón campestre, ahora que había sido liberado del enemigo, se detuvo, y acercándose despacio al Leñador dijo con una vocecita chillona:
—¡Muchas gracias! Muchas gracias por haberme salvado la vida.
—No es nada —respondió el Leñador—. No tengo corazón, sabes, y entonces trato de ayudar a los que necesitan un amigo, aunque sólo sea un ratón.
—¡Sólo un ratón! —gritó el animalito, indignado—. ¡Si yo soy una reina… la Reina de todos los Ratones del Campo!
—Ah, ¿de veras? —dijo el Leñador, haciéndole una reverencia.
—Por lo tanto has realizado una gran hazaña, y has sido muy valiente al salvar mi vida —agregó la Reina. En ese momento aparecieron varios ratones corriendo a toda la velocidad que les permitían las patitas, y cuando vieron a la Reina exclamaron:
—¡Ah, majestad, pensamos que estaríais muerta! ¿Cómo lograsteis escapar del enorme gato salvaje? —Y se inclinaron tanto hacia la pequeña Reina que casi se le apoyaron en la cabeza.
—Este curioso hombre de hojalata —respondió ella— mató al Gato Salvaje y me salvó la vida. Por lo tanto, desde este momento deberéis servirlo todos, y obedecer hasta sus más mínimos deseos.
—¡Lo haremos! —chillaron los ratones, a coro. Y de pronto se esparcieron en todas direcciones, porque Totó acababa de despertar y, al ver todos esos ratones alrededor, había lanzado un ladrido de deleite y saltado al centro del grupo. A Totó siempre le había gustado cazar ratones cuando vivía en Kansas, y no veía en eso nada malo.
Pero el Leñador de Hojalata levantó al perro en brazos y lo sostuvo con fuerza mientras llamaba a los ratones.
—¡Volved! ¡Volved! Totó no os hará daño.
La Reina de los Ratones asomó la cabeza entre las hierbas y preguntó, con voz tímida:
—¿Estás seguro de que no nos morderá?
—Yo no lo dejaré —dijo el Leñador—, así que no tengáis miedo.
Uno por uno, cautelosamente, los ratones empezaron a volver, pero Totó no ladró más, aunque trataba de saltar de los brazos del Leñador y le habría mordido si no supiera muy bien que era de hojalata. Finalmente habló uno de los ratones más grandes:
—¿Hay algo que nosotros podamos hacer para recompensarte por haber salvado la vida de nuestra reina? —preguntó.
—Nada, que yo sepa —respondió el Leñador; pero el Espantapájaros, que en vano había estado tratando de pensar, porque en la cabeza no tenía más que paja, dijo rápidamente:
—Ah, sí; podéis salvar a nuestro amigo el León Cobarde, que está dormido entre las amapolas.
—¡Un león! —gritó la pequeña Reina—. Pero si nos comería a todos.
—Oh, no —declaró el Espantapájaros—. Ese león es cobarde.
—¿De veras?
—Él mismo lo dice —respondió el Espantapájaros—, y nunca haría daño a nadie que fuera amigo nuestro. Si nos ayudáis a salvarlo, os prometo que os tratará con bondad.
—Muy bien —dijo la Reina—, confiaremos en ti. Pero ¿qué debemos hacer?
—¿Hay muchos de estos ratones que te llaman reina y que están dispuestos a obedecerte?
—Ah, sí; hay miles —respondió la Reina.
—Entonces pídeles a todos que vengan lo antes posible, y que cada uno traiga un trozo largo de hilo.
La Reina se volvió hacia los ratones que la acompañaban y les pidió que fueran inmediatamente a buscar a todos los demás. En cuanto oyeron la orden, los ratones echaron a correr a la mayor velocidad posible en todas direcciones.
—Ahora —dijo el Espantapájaros al Leñador de Hojalata— tú tendrás que ir hasta esos árboles de la orilla y hacer un carro para transportar el León.
Y el Leñador fue enseguida al sitio de los árboles y se puso a trabajar y pronto hizo un carro con los troncos, a los que sacó las ramas y el follaje. Unió todo con piezas de madera y fabricó las ruedas con rebanadas de un tronco grande. Tan rápido y tan bien hizo el trabajo que cuando los ratones empezaron a llegar el carro estaba listo.
Venían de todas partes, y había miles: ratones grandes, ratones pequeños y ratones medianos; y cada uno llevaba un trozo de hilo en la boca. Fue en ese momento cuando Dorothy despertó del sueño y abrió los ojos. Se asombró mucho de encontrarse tendida en el césped, rodeada por miles de ratones que la miraban con timidez. Pero el Espantapájaros le contó todo, y volviéndose hacia la augusta y pequeña soberana, dijo:
—Permíteme que te presente a su majestad, la Reina.
Dorothy asintió con solemnidad y la Reina le hizo una reverencia, y desde ese momento se hizo muy amiga de la niña.
El Espantapájaros y el Leñador comenzaron a atar los ratones al carro, usando los hilos que habían traído. Sujetaban un extremo al pescuezo de cada ratón y el otro al carro. Naturalmente, el carro era mil veces más grande que cualquiera de los ratones que lo iban a arrastrar; pero cuando todos los ratones estuvieron enjaezados lo pudieron mover con facilidad. Hasta el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata se pudieron sentar encima, y fueron rápidamente llevados por esos extraños caballitos al sitio donde dormía el León.
Después de mucho trabajo, porque el León era pesado, consiguieron ponerlo sobre el carro. Entonces la reina ordenó enseguida a su pueblo que iniciase la marcha, pues temía que si los ratones se quedaban demasiado tiempo entre las amapolas también se durmieran.
Al principio las pequeñas criaturas, a pesar de su elevado número, apenas pudieron mover el pesado carro; pero el Leñador y el Espantapájaros empujaron por detrás, y así fue más fácil. Pronto sacaron al León a los verdes campos, donde podría respirar otra vez el fresco y dulce aire y no el venenoso aroma de las flores.
Dorothy fue a esperarlos y agradeció calurosamente a los pequeños ratones por haber salvado de la muerte a su compañero. Se había encariñado tanto con el enorme León que se alegraba de haberlo rescatado.
Luego sacaron los hilos a los ratones, que se escabulleron por el césped hacia sus casas. La Reina de los Ratones fue la última en irse.
—Si alguna vez nos volvéis a necesitar —dijo—, salid al campo y gritad. Nosotros os oiremos y acudiremos en vuestra ayuda. ¡Adiós!
—¡Adiós! —gritaron todos, y allá se fue la reina, corriendo, mientras Dorothy sostenía con firmeza a Totó para que no la persiguiera y la asustara.
Después se sentaron junto al León, dispuestos a esperar hasta que despertase, y el Espantapájaros llevó a Dorothy unos frutos de un árbol cercano con los que la niña cenó.
Capítulo 10
El Guardián de las Puertas
El León Cobarde tardó en despertar, porque había estado mucho tiempo entre las amapolas respirando la mortífera fragancia; pero cuando abrió los ojos y rodó fuera del carro se sintió muy contento de estar vivo.
—Corrí lo más rápido que pude —dijo, sentándose y bostezando—, pero las flores eran demasiado fuertes para mí. ¿Cómo me sacasteis?
Entonces le contaron lo de los ratones campestres, y cómo generosamente lo habían salvado de la muerte; y el León Cobarde lanzó una carcajada y dijo:
—Siempre pensé que yo era muy grande y terrible; sin embargo, cosas pequeñas como las flores casi me mataron, y animales tan pequeños como los ratones me han salvado la vida. ¡Qué extraño! Pero, compañeros, ¿qué haremos ahora?
—Debemos viajar hasta volver a encontrar el camino de ladrillos amarillos —dijo Dorothy—; luego podremos continuar hacia la Ciudad Esmeralda.
Y con el León completamente repuesto, todos prosiguieron viaje, disfrutando de la hierba fresca y suave.
No tardaron mucho en llegar al camino de ladrillos amarillos, y por él echaron otra vez a andar hacia la Ciudad Esmeralda, donde vivía el gran Oz.
El camino ahora estaba bien pavimentado. El paisaje alrededor era muy hermoso y los viajeros se alegraron de que el bosque sombrío quedase ya tan atrás, con todos sus peligros. Volvieron a ver cercas a los lados del camino, pero ahora estaban pintadas de verde, y cuando encontraron una casita (habitada, sin duda, por un granjero), también era verde. Pasaron por delante de varias de esas casas durante la tarde, y a veces la gente salía a las puertas y los miraba, como si quisiera preguntarles algo; pero nadie se acercó ni les habló, muy asustados por la presencia del gran León. Esas gentes vestían ropas de un bello color esmeralda, y llevaban en la cabeza sombreros cónicos como los de los munchkins.
—Éste debe de ser el País de Oz —dijo Dorothy—, y sin duda nos estamos acercando a la Ciudad Esmeralda.
—Sí —respondió el Espantapájaros—, aquí todo es verde, mientras que en el país de los munchkins el color favorito era el azul. Pero la gente no parece tan amistosa como los munchkins, y no sé si podremos encontrar un sitio para pasar la noche.
—Me gustaría comer algo que no fuera fruta —dijo la niña—, y sé que Totó debe de estar medio muerto de hambre. Detengámonos en la próxima casa y hablemos con ellos.
Cuando llegaron a una gran casa de campo, Dorothy caminó resueltamente hasta la puerta y llamó. Abrió una mujer, sólo lo suficiente para ver quién estaba afuera, y dijo:
—¿Qué quieres, niña, y por qué está contigo ese enorme León?
—Quisiéramos pasar aquí la noche, si nos lo permites —respondió Dorothy—; el León es mi amigo y compañero, y no te haría daño por nada del mundo.
—¿Es manso? —preguntó la mujer, abriendo un poco más la puerta.
—Claro que sí —dijo la niña—, y además es muy cobarde. Te tendrá más miedo él a ti que tú a él.
—Bueno —dijo la mujer, después de pensarlo detenidamente y de lanzarle otra mirada al León—, si es así podéis entrar, y os prepararé una cena y un sitio para dormir.
Entonces entraron todos en la casa, donde, además de la mujer, había dos niños y un hombre. El hombre se había lastimado una pierna y estaba acostado en un sofá, en un rincón. Parecían muy sorprendidos de ver a tan extraño grupo, y mientras la mujer ponía la mesa el hombre preguntó:
—¿Adónde vais?
—A la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy— a ver al Gran Oz.
—¿De veras? —exclamó el hombre—. ¿Y estáis seguros de que Oz os recibirá?
—¿Por qué no? —preguntó Dorothy.
—Porque se dice que nunca permite que nadie se le acerque. Yo he estado muchas veces en la Ciudad Esmeralda, un sitio hermoso y maravilloso, pero nunca se me ha permitido ver al Gran Oz. Tampoco conozco a ninguna persona que lo haya visto.
—¿No sale nunca? —preguntó el Espantapájaros.
—Nunca. Está todo el día sentado en la gran sala del trono, en el palacio, y ni siquiera las personas que recibe lo ven cara a cara.
—¿Cómo es? —preguntó la niña.
—No es fácil decirlo —respondió el hombre, pensativo—. Oz, como sabes, es un gran mago, y puede adoptar todas las formas que desee. Así, algunos dicen que parece un elefante y otros que parece un gato. A otros se les aparece como una hermosa hada o un gnomo, o cualquier otra forma. Pero qué es el verdadero Oz, cuando adopta su propia forma, ningún ser vivo lo sabe.
—Eso es muy extraño —dijo Dorothy—; pero de algún modo debemos tratar de verlo; de lo contrario habrá sido inútil todo este viaje.
—¿Por qué queréis ver al terrible Oz? —preguntó el hombre.
—Yo quiero que me dé un cerebro —dijo el Espantapájaros, ansioso.
—Ah, eso a Oz le resultará fácil —declaró el hombre—. Cerebro es lo que le sobra.
—Y yo quiero que me dé un corazón —dijo el Leñador de Hojalata.
—Eso no será problema —continuó el hombre—, porque Oz tiene una gran colección de corazones, de todos los tamaños y formas.
—Y yo quiero que me dé coraje —dijo el León Cobarde.
—Oz guarda un gran pote de coraje en la sala del trono —dijo el hombre—, que ha tapado con un plato de oro para que no se le derrame. Te lo dará encantado.
—Y yo quiero que me mande de vuelta a Kansas —dijo Dorothy.
—¿Dónde está Kansas? —preguntó el hombre, sorprendido.
—No lo sé —respondió Dorothy, apenada—; pero es donde vivo, y tiene que estar en algún sitio.
—Es muy probable. Bueno, Oz puede hacer cualquier cosa, así que sabrá dónde queda Kansas, supongo. Pero primero tendréis que llegar a él, lo cual no es tarea fácil, pues el Gran Mago no quiere ver a nadie, y por lo general lo consigue. Y tú, ¿qué quieres? —continuó, dirigiéndose a Totó. Totó se limitó a mover la cola, pues, por extraño que parezca, no hablaba.
La mujer los llamó diciendo que la cena estaba lista; se reunieron alrededor de la mesa, y Dorothy comió un delicioso potaje y un plato de huevos revueltos, acompañados por pan blanco; una cena deliciosa. El León comió un poco del potaje, pero no le gustó, y lo dejó diciendo que estaba hecho con avena y que la avena la comían los caballos y no los leones. El Espantapájaros y el Leñador de Hojalata no comieron nada. Totó comió un poco de todo, muy contento de volver a probar una buena cena.
La mujer le preparó a Dorothy una cama para dormir, y Totó se acostó a su lado, mientras el León montaba guardia en la puerta del dormitorio para que nadie fuera a molestarla. El Espantapájaros y el Leñador de Hojalata se quedaron quietos en un rincón toda la noche aunque, naturalmente, no durmieron.
A la mañana siguiente, al salir el sol, reiniciaron el viaje, y pronto vieron allá adelante, en el cielo, un hermoso resplandor verde.
—Eso debe de ser la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy.
A medida que avanzaban crecía el resplandor… y todo indicaba que se acercaba el fin del viaje. Sin embargo, no llegaron a la gran muralla que rodeaba la ciudad hasta el atardecer. La muralla era alta y ancha, de un resplandeciente color verde.
Delante de ellos, y al final del camino de ladrillos amarillos, había una puerta grande, tachonada de esmeraldas que brillaban tanto al sol que cegaron hasta los ojos pintados del Espantapájaros.
Había un timbre junto a la puerta, y Dorothy apretó el botón y oyó que del otro lado resonaba un tintineo de plata. Entonces, muy despacio, la enorme puerta se empezó a abrir; pasaron todos y se encontraron en una sala alta y abovedada, de paredes en las que resplandecían incontables esmeraldas.
Delante de ellos había un hombrecito más o menos del tamaño de los munchkins. Estaba todo vestido de verde, de la cabeza a los pies, y hasta en la piel tenía un tinte verdoso. A su lado había una enorme caja verde.
Al ver a Dorothy y sus compañeros, el hombre preguntó:
—¿Qué buscáis en la Ciudad Esmeralda?
—Venimos a ver al Gran Oz —dijo Dorothy.
Esa respuesta sorprendió tanto al hombre que se sentó a pensar.
—Hace muchos años que nadie me pide ver a Oz —dijo, meneando la cabeza, perplejo—. Es poderoso y terrible, y si venís por diversión o por alguna tontería a molestar las sabias reflexiones del Gran Mago, se enfurecerá y os destruirá a todos en un instante.
—Pero no es diversión, ni una tontería —replicó el Espantapájaros—; es algo importante. Y nos han dicho que Oz es un buen Mago.
—Lo es —dijo el hombre verde—, y gobierna bien y con sabiduría la Ciudad Esmeralda. Pero para los que no son sinceros, o se acercan a él por curiosidad, es sumamente terrible, y pocos se han atrevido a querer verle la cara. Yo soy el Guardián de las Puertas, y como me pedís ver al Gran Oz, deberé llevaros al palacio. Pero antes tendréis que poneros estas gafas.
—¿Por qué? —preguntó Dorothy.
—Porque sin gafas el brillo y la gloria de la Ciudad Esmeralda te cegarían. Hasta los que viven en la ciudad deben usar gafas día y noche. Todas están guardadas bajo llave, pues así lo ordenó Oz cuando fue construida la ciudad, y yo tengo la única llave que permite llegar a ellas.
El hombre levantó la tapa de una caja grande, y Dorothy vio que estaba colmada de gafas de todas las formas y tamaños. Todas tenían cristales verdes. El Guardián de las Puertas encontró unas apropiadas para Dorothy y se las puso sobre los ojos. Tenían unas bandas doradas que el Guardián pasó por detrás de la cabeza de Dorothy, donde las sujetó y las cerró con una llavecita que le colgaba de una cadena que llevaba al pescuezo. Después que las tuvo puestas, Dorothy no se las habría podido sacar aunque quisiera pero, por supuesto, no quería que el resplandor de la Ciudad Esmeralda la cegase, así que no dijo nada.
Después el hombre verde puso gafas al Espantapájaros y al Leñador de Hojalata y al León, y hasta al pequeño Totó; todas las aseguró con la llave.
A continuación el Guardián de las Puertas se puso sus propias gafas y dijo a los viajeros que estaba preparado para llevarlos al palacio. Sacó una enorme llave de oro de un gancho en la pared y abrió otra puerta, y todos lo siguieron hacia las calles de la Ciudad Esmeralda.
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11/8/10 a las 11:27
Gracias por la publicación de este cuento, es muy bueno, nunca había leído la versión original, lo estoy armando para imprimirlo y encuadernarlo.
Gracias otra vez
12/8/10 a las 13:02
el mago de oz es uno de los mejores cuentos que existe y existira por siempre,tiene bien merecido este homenaje…
12/8/10 a las 18:27
que aburridooooooo
19/8/10 a las 15:29
Es una novela fantástica. A los chicos les encanta. Varias maestras se la están leyendo a chicos de tercer grado. Los chicos fascinados. Muchas gracias por darle la oportunidad a chicos de escuelas públicas de formar parte de una comunidad mundial de lectores.
27/7/11 a las 13:09
Es tuvo muy bueno el cuento
19/9/11 a las 12:34
esta mortal
19/9/11 a las 12:38
es lo mejor qe puede ver enel cuento
19/9/11 a las 13:05
ami me encanta el cuento lo leo todo los lunes chauchitoooooooo
19/9/11 a las 13:08
soy marianela conti de 5c dela manuel belrano el cuento esta mortal jajaja
19/9/11 a las 13:11
Es una novela fantástica. A los chicos les encanta. Varias maestras se la están leyendo a chicos de tercer grado. Los chicos fascinados. Muchas gracias por darle la oportunidad a chicos de escuelas públicas de formar parte de una comunidad mundial de lectores.
19/9/11 a las 13:12
ta muy bueno el cuentoo esstee cheee megusto la parte donde las amapolas la hace dormir al leoon
19/9/11 a las 13:14
lo massss
19/9/11 a las 13:15
hola
19/9/11 a las 13:17
Estuvo mui bueno el cuentoo.. ta mortall,, gracias x entretenerme un poco Jjaja..
Bueno creo ke ya no hai mas qe ponerr Chee alto cuentito e.e!
copadoo eii,, bueno ojala ke le aiga creado claro qee de mi parte Esta re-bueno!
19/9/11 a las 13:19
esa chica escrivio que el cuento era una novela esta rreeeeeeeeeeeeeeee mal aprende a escrivirrrrrrrrr jajaja pd. joda
19/9/11 a las 13:22
soy marianela conti de nuevo me olvide de desirle elcuento esta suuuper
1/10/12 a las 9:13
es rre piola todos los dias lo leo
1/10/13 a las 11:32
esta fero lo leo siempre en el colejioooo
3/10/13 a las 11:13
esta mortal me encanta lo leo en el cole XD
4/10/13 a las 11:33
El Mago de Oz es lo mas en el cole lo estamos leyendo esta muy bueno , es muy entretenido y lo mejor de todo es que te divertis vastante :)
5/10/13 a las 11:25
El Mago de Oz me encanta es muy entretenido y muy bueno
12/11/13 a las 9:45
Mi mamá me lo compro el LIBRO me encanta lo leo todas la noches :)