Palabras manzana
De Jorge Luján y Manuel Marín. Reseña por Raúl Tamargo. «Es una obra compuesta por treinta y cinco poemas de naturaleza y temas variados. A pesar de esa diversidad, podría decirse que hay en todos (o en su gran mayoría) una suerte de tensión que progresa hacia los límites del lenguaje.»
Jorge Luján
Ilustraciones de Manuel Marín.
Madrid, Editorial Anaya, 2003. Colección Sopa de Libros.
por Raúl Tamargo
Treinta y cinco poemas de naturaleza y temas variados componen Palabras manzana. A pesar de esa diversidad, podría decirse que hay en todos (o en su gran mayoría) una suerte de tensión que progresa hacia los límites del lenguaje.
El poema se vuelve forma en los caligramas. Su lectura es incompleta o insuficiente si sólo busca significado en la sucesión de signos. Esa sucesión ha dejado de responder a las convenciones del lenguaje escrito (puntuación, párrafo, horizontalidad de la escritura) para someterse a las necesidades de la expresión visual.
En «De noche», la forma sugiere una llama; la lectura del texto constata la sospecha. El caligrama opera en este caso como una campana de anuncio; atiende al sentido de la vista (lo estimula) como un precalentamiento de la lectura. De hecho, podría funcionar como adivinanza si, mirando la página a la distancia, se jugara a pronosticar sobre el contenido del poema. La voz del poema habla de una fantasía nocturna: una fogata con sus colores y oscilaciones. Hacia el final (en la base de la página, en el nacimiento del fuego) nos enteramos que hemos transitado una noche, el sueño de una noche.
Imagen tomada del libro del poema «De noche» acompañado por la ilustración de Manuel Marín.
En «El sol» el trabajo visual se vuelve algo más abstracto. La figura que presenta la disposición del texto en la página es un triángulo rectángulo en cuyo vértice superior leemos el artículo «El». En la base del triángulo aparece el verso completo («el sol da vueltas y vueltas y no se atreve a tocar a mi puerta»). Entre ambos, siete versos que van agregando palabras si se los lee según las convenciones (de arriba abajo) o bien restando palabras si se los lee en dirección inversa. El sentido del poema, podría decirse, está en el verso final. Sin embargo, el desarrollo completo (por acumulación) y el resultado de una figura que va de menor a mayor, agregan sentido; parecen sugerir el giro y retroceso («da vueltas y vueltas y no se atreve») del sol.
Imagen tomada del libro del poema «El sol» acompañado por la ilustración de Manuel Marín.
Además de jugar con las palabras y su disposición sobre el papel, Luján explora también las posibilidades de la letra, el átomo o la molécula sobre los que crece el lenguaje.
En la página 26, leemos:
Una O que se cayó del CIEL»
En la página 22, un poema anagrama del alfabeto. La primera letra del primer verso es la «A»; la primera del último verso, la «Z». Veintiocho versos, uno para cada letra y un todo que nos habla del arca de Noé, del génesis, de los comienzos del hombre, así como las letras nos hablan de los orígenes de la escritura.
En «El galó pedé» es la escritura la que se pone en crisis. La separación de las palabras no sigue las reglas del lenguaje escrito, sino las de cierta acentuación de lectura, a ritmo de galope; la tilde está presente en todas las vocales acentuadas (incluso allí donde no corresponden).
A través de estos procedimientos de exploración, se llega a uno de los momentos de mayor intensidad lírica del libro. Se trata del poema de la página 64:
Las ilustraciones (una por cada poema, todas en páginas impares) también juegan su aporte sugestivo y de sentido.
Tomando los dos ejemplos ya citados, en «De noche», una abstracción construida sobre planos geométricos parece sugerir la figura de un cuerpo (¿humano? ¿el del soñante?) en posición horizontal, encendido en llamas.
En «El sol», cierta cantidad de figuras, otra vez geométricas, evocan los planos de despiece de alguna maquinaria (en este caso, la casa a cuya puerta el sol no se atreve a tocar). La disposición de esas piezas sobre la hoja remeda la de las palabras del texto al que acompaña.
Es interesante observar los recursos de que se vale Manuel Marín para agregar imagen a poemas que ya son imágenes. Todas sus ilustraciones tienen como materia prima el plano geométrico coloreado. Con él construye figuras y conceptos.
Uno de los grados más altos de abstracción se encuentra en la ilustración del poema «El viejo poeta» (*). Allí representa al yo del texto no con figuras humanas sino con dos conos cuyos vértices apuntan hacia arriba uno («cuando tiembla de frío / pronuncia la palabra sol») y hacia abajo el otro («cuando tiembla de poesía / se interna en el ocaso»).
Si algunos de los dibujos de Marín pueden resultar inquietantes porque no lo ilustran todo, algunos de los poemas de Luján lo son por las resonancias que produce su lectura. En «El encargo», el yo del poema ha perdido su rostro y apela a un interlocutor (que bien podría ser el lector) para recuperarlo; en «Dios a cargo», una sucesión de errores le han dejado «al mundo entre las manos».
Como la manzana del Edén, estas Palabras manzana resultan del todo tentadoras y contienen una dupla de textos e imágenes que busca moverse en sus extremos y que armoniza deliciosamente; para tranquilidad de todos, ningún lector será castigado.
Ilustración de Manuel Marín para la contratapa del libro.
Nota de Imaginaria
(*) En la sección «Ficciones» publicamos cinco poesías de este libro con las ilustraciones que Manuel Marín preparó para cada una de ellas; aquí.
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Autores: Jorge Luján.
Ficciones: Poesías del libro Palabras manzana de Jorge Luján.
11/7/12 a las 17:01
MUY BUENA PUBLICACION LOS FELICITO SUSANA
14/12/14 a las 9:34
«Palabras manzana» despierta dulcemente a quienes teníamos la poesía dormida.