23 | AUTORES | 19 de abril de 2000

Foto de Gustavo Roldán
Gustavo Roldán
Foto de Aldana Duhalde

Gustavo Roldán

Entrevista:
El señor de los animales

por Susana Itzcovich

Gustavo Roldán prefiere utilizar en sus cuentos para niños una serie de animales que conoció cuando chico en el monte, donde vivió muchos años. Esos animales —muy argentinos— le permitieron verbalizar ciertos hechos y valores de la sociedad, desde el accionar de sus protagonistas. Así aparecen sapos, zorros, quirquinchos, tatúes, piojos, bichos colorados, ñandúes y otros tantos que ficcionalizan historias muchas veces parecidas a las de los seres humanos.

En una reciene entrevista que realizamos a este escritor, nos contó la génesis de sus cuentos, su inserción en la literatura para niños, su camino como escritor, como editor y la necesidad de ofrecerse a sí mismo y a los lectores un cambio de rumbo a partir de su último libro, Dragón. Más que un reportaje fue una conversación. Prefiero transcribirla tal como fue, para no perder la peculiaridad de su lengua y el hilván de su testimonio:

—¿Cómo te insertás en la literatura para niños y desde cuándo?

—Llegando a la década de los ochenta, mis hijos —ya grandes— me plantearon por qué no escribía los cuentos que yo les había contado cuando eran chicos. "Porque no me los acuerdo", les dije. Me acuerdo la idea, pero no los cuentos. "Nosotros sí nos acordamos". Y me contaron los cuentos que yo les relaté cuando eran chicos. Se los había narrado en la década del sesenta. Eran los cuentos que a mí me habían contado en la rutina cotidiana del monte, en el Chaco, donde yo vivía. Cuando se me acabaron esos que yo conocía desde chico, les inventé otros. Y me puse a escribirlos. Escribí el primer libro: El monte era una fiesta, que se publicó en 1984. Y me gustó el resultado. Operativamente marchó, gustó a los chicos y a los grandes. Son esas cosas del "azar" que a uno le dan un "empujoncito" y ganas de hacer otras cosas más. Me entusiasmé y seguí escribiendo libros para chicos, al mismo tiempo que realizaba mi tarea periodística en revistas para adultos.

Con la democracia, en Argentina se abre un espectro de posibilidades que no había existido hasta entonces desde el ámbito editorial. También el "azar" hace que trabaje en la Editorial Colihue —en ese entonces conjuntamente con Laura Devetach—, para dirigir colecciones de libros para chicos y en esto sigo trabajando. Obra del azar.

—¿Abandonaste tu tarea de docente?

—Al venir a vivir a Buenos Aires, había dejado de ser docente. Ya no me interesaba más hacer ese tipo de trabajo. Había descubierto desde afuera la perversidad de ese mundo donde hasta entonces me había sentido muy cómodo y contento, dando clases en la Universidad y en los Institutos de Profesorado en la provincia de Córdoba. Me parecía que era el lugar natural de mi trabajo. Durante y después del "proceso militar", sentí que no quería estar más en ese mundo. Aparecieron estos trabajos editoriales que me gustaron más. Un poco carpintero y un poco escritor, el panorama editorial me abrió la posibilidad de publicar mis textos y los de los otros. En la literatura para adultos el círculo es más cerrado. En cambio, este circuito de libros para chicos funcionó tanto, que grandes editoriales que nunca se habían dedicado a la literatura infantil comenzaron a abrir ese nuevo espacio. Aparecieron más escritores, más ilustradores y más editoriales.

—Es decir que al mismo tiempo que dirigís colecciones de libros para niños, tu propia escritura va creciendo con mayor regularidad.

—Sí, porque son espacios que se crean. Con la perspectiva de publicar y no escribir para guardar en los cajones, se produce un impulso mayor para seguir escribiendo historias.

—¿Te sentís más cómodo en la narrativa que en la poesía para niños?

—Me gustan las dos cosas. Cuando escribo narrativa produzco tanto para adultos como para chicos. En cambio poesía sólo para adultos. No creo que me "salga" bien escribir poesía para chicos. Sin embargo, creo que es importantísimo que se escriba buena poesía pra chicos; es una de las mayores carencias de las editoriales. No sé a quién se le ocurrió decir alguna vez que la poesía no se vende. Es una terrible mentira, de una gran limitación y pobreza de pensamiento. No se vende porque no se escribe buena poesía para chicos, salvo algunas excepciones. Circulan juegos de rimas, y versos tontos.

—Tampoco la escuela promociona la lectura de poesía. En general, la poesía entra en la escuela a través de las canciones patrias. Y por otro lado, los docentes tampoco son muy lectores de poesía.

—Los docentes no colaboran con la lectura de poesías. He visto algo muy frecuente en las escuela: la demanda viene por parte de las chicas. Me preguntan si escribo poesía. La piden. Pero los docentes no les hacen caso. Creo que hace falta una nueva óptica acerca del género poético. La norma es el cuento y lo hay en abundancia. Afortunadamente va a aparecer en la Argentina una editorial italiana dedicada a la poesía. Esperemos que entre las propias y las ajenas, se incentive la escritura y la lectura de poemas.

—Volviendo a tu escritura literaria. En tu obra hay ciertas temáticas recurrentes: ciertos ámbitos como el monte, ciertos animales que aparecen siempre como el sapo, el zorro, el bicho colorado. Se advierte un interés de tu parte en perpetuar una saga...

—¿Por qué los animales? Porque son mis amigos de chico. Me crié en el monte con la iguana, el quirquincho... todos los pájaros estaban ahí. Hace unas semanas volví allí con mi hijo. Lo llevé a que conociera el lugar donde yo había nacido, donde había vivido, aunque ahora, con menos pájaros y menos animales, porque la civilización mata a todos los bichos. Estos eran mis amigos y nunca terminaré de entender por qué en los cuentos para chicos los animales son otros, no son los míos. Tenemos una de las faunas y floras más ricas del mundo y muchos escritores hablan del lobo, la jirafa, el tigre rayado, el rinoceronte. Animales muy lindos, pero no nuestros. Cuando volví me pareció que ese mundo se había achicado, o yo me había agrandado. Claro, yo tenía medio metro de altura. Y ahora los árboles no me parecieron tan altos.

Mis animales me servían para contar historias en un mundo lleno de prohibiciones y limitaciones como es el que todavía vivimos hoy. Los animales me daban algún permiso más en ese mundo coartado. Yo puedo hacer que el piojo tenga alguna aventurita amorosa, pero no es lo mismo si se tratara de seres humanos. Podía incorporar alguna irreverencia hacia la autoridad, o hacia el gobierno; lo que dice la opinión pública en boca del sapo, del piojo o del bicho colorado. Si eso hubiera sido dicho por personas, la censura hubiera empezado a aparecer de manera mucho más apretada. De todos modos, algunos cuentos fueron seleccionados y otros no. Yo creo que, afortunadamente, los inquisidores siempre fueron un poco estúpidos. La censura existe de forma clara y terminante aún hoy, en Argentina y en democracia. Es una censura que ejercemos todos: desde una propia autocensura que se lleva en la sangre, hasta la que ejercen los docentes, la familia, la policía, entre otros. Con los animales como protagonistas se logra algún permiso y como los quiero y los conozco, se prestan para que las cosas ocurran dentro de ese marco, de ese mundo, y yo pueda decir lo que tenga ganas. Hay permiso para decir cosas sencillísimas sin que el cielo pueda caerse sobre nuestra cabeza. Pero hace falta decirlas con mucho cuidado, porque igual aparece la censura.

El "proceso militar" (1976-1983) nos ha dejado una enorme secuela de miedos que todavía persisten. No es casual que después de estos quince años, hoy podamos escribir en una pared: "aquí vive un asesino". Hemos pasado miedos de "procesos militares" continuos, que nos impidieron decir cosas. Los maestros no se animaron; los padres no se animaron. Había que educar a los chicos para que fueran buenitos y no se enteraran de ciertas cosas que pasaban. Pero esas cosas ocurren todos los días y las ven por televisión, las escuchan por radio y las leen en los diarios. Pareciera en cambio, que los libros deben ser "dulces, inocentes, agradables y amenos". Los lectores están cansados de leer cuentos de chicos que si se portan mal la mamá los entiende, los perdona y tienen un final feliz.

—Creo que ya pasó la etapa de los "finales felices".

—No tanto. Este año hay editoriales que piden a los autores que sus cuentos culminen con un final feliz. Cada uno sabrá qué concesiones tiene que hacer y si está dispuesto a aceptar esta nueva regla del juego.

Otro pedido editorial es el del "lenguaje neutro": limitar los localismos, para que los libros circulen por toda Latinoamérica. Esto es muy grave para los escritores argentinos, porque tenemos un idioma diferente. Entiendo que los teleteatros utilicen un idioma neutro, porque se trata de un producto de comercialización masiva. Pero no lo acepto en el área de la literatura. Cada país tiene su idioma, sus riquezas y sus pobrezas. Nosotros usamos el "voseo" y otros países latinoamericanos no. Pero es mi lengua. Mi lengua es mi heramienta de trabajo. Puedo trabajar con estas herramientas y no con las ajenas.

Yo me pregunto qué pasa en el mundo de la literatura para chicos. ¿Es que todavía sigue sin encontrar un espacio? A ningún país se le ocurriría cambiar una letra de tango y sin embargo tiene términos imposibles de entender hasta para un argentino. El tango sí se ha ganado un lugar. Tal vez no hayamos ganado aún el lugar de la literatura ifantil. Un texto autoral se acepta en bloque o no se acepta. Las palabras desconocidas se aclaran al pie de página o con un glosario. Creo que para los chicos es un enriquecimiento leer textos de diferentes países que hablan de otra forma que la suya. Los argentinos somos más respetuosos. No se nos ocurriría "tocar" a Rulfo. Borges escribía como Borges y Cortázar como Cortázar. ¿Por qué se pretende homogeneizar y neutralizar el discurso de la literatura infantil?

—Quizás este pedido de homogeneización de la lengua se vincule con la venta de muchos paquetes accionarios a editoriales extranjeras.

—Es cierto. Estamos viviendo la desaparición de las editoriales argentinas, salvo algunas excepciones. Los primeros editores argentinos —aunque fueran extranjeros— amaban el libro. Ahora lo fundamental es la comerdicalización. La unión de libro-editor-autor-lector argentino ya no existe más. Ahora los dueños son ingleses, alemanes, italianos... a quienes no les importa el idioma argentino. Son editoriales multinacionales. Sin embargo, hay escritores que aceptan estas dos condiciones con tal de seguir publicando.

—¿Creés que los escritores para chicos también hacen concesiones con sus temáticas, es decir que escriben lo que los chicos piden?

—Creo que sí, y los escritores para grandes también. Estos años hubo en Argentina una demanda del lector adulto acerca de personajes de la historia argentina. Y allí estuvieron los escritores para escribirlas.

—¿Cómo decidiste cambiar tus bichos por un dragón? ¿Dragón también es parte de tu infancia?

Portada de "Dragón"
Portada de "Dragón"

—Los piojos, los bichos colorados, los sapos, son bichos de abajo. Dentro de ese mundo real del monte, las cosas imaginarias también son parte de la realidad. Aquí en la ciudad tenemos claro qué es realidad y qué es fantasía. En el medio del monte, y sobre todo para un chico, no hay diferencias entre una cosa y la otra: la luz mala, el lobizón, los seres maléficos y benéficos que habitan en la selva son también la realidad. Visto desde aquí, y racionalmente, todo es imaginería, una mitología del litoral paraguayo-argentino, que toma esa zona de herencia indígena con cruce de herencia europea. Pero en el monte no hay una diferencia entre lo cierto y lo imaginario. Cualquier chaqueño va a decir que el lobizón existe y hasta la mayoría lo ha visto medio de lejos.

Todo eso formó parte de mi primera y fundamental educación. Eran las historias que se contaban en la rueda del mate, alrededor del fogón, especialmente de noche, cuando alejarse de ese fogón, aunque fueran unos veinte o treinta metros, era entrar en la oscuridad total. Yo, ni loco lo hubiera hecho. Los secretos ruidos que se producen en el monte, dan miedo. Si se los piensa después, puede ser sólo el aleteo de un pájaro o el deslizarse de una iguana. Son explicables. Pero en esa situación no. Todos nos sentimos muy racionales y lo hablamos con amigos en un café, pero andamos con una cinta roja en la muñeca o con un ojo hindú colgado de una cadena. Son elementos mágicos que te protegen de algún tipo de males, aún para la gente racional y civilizada.

El paso al dragón es acceder a algo que no había aparecido en mis cuentos. Hasta ahora, eran animales visibles a los que inclusive podemos visitar en un zoológico. Esos otros, como el dragón, configuran una enorme riqueza casi tan importante como los otros de la "realidad". Voy a tomar un nombre de herencia universal: dragón. Dragón es una síntesis de toda esa otra mitología. En el monte no había dragones. Yo comencé a conocer dragones por historias librescas y al ir creciendo seguí viendo dragones de oriente, de occidente, dragones chinos, cristianos... Y me fui haciendo amigo de los dragones también. Cofiguran la síntesis de toda esa otra mitología que para la gente del monte es realidad, como lo son también otros personajes: los desaparecidos en el monte, las chicas embarazadas por la siesta al meterse en el monte; personajes que no son de la realidad y producen efectos de realidad.

—Pero además de tomar esta "otra realidad", cambia tu estilo de escritura. De un humor picaresco, pasás a una ficción más poética y onírica.

—Acá está operando otra cosa. Creo que en 1983-1984 hubo en Argentina un salto muy grande en la literatura para chicos, en cantidad y en calidad. Aparecieron y se produjeron formas distintas, escritoras que fueron armando un panorama muy fuerte, muy inteligentes. Pero pasaron diez o quince años y las cosas siguieron igual. Todos empezamos a repetirnos dentro de un esquema ya de éxito. Como todo funcionaba bien, quedamos entrampados. Sin duda esa era la manera. Pero diez años después la manera tiene que ser otra. Conviene a la literatura infantil en general y a cada uno en paticular. Yo me hago mi propia crítica. Nos hace falta un salto, escribir algo diferente, no quedarnos estancados. Se produce un empobrecimiento y un retroceso. Creo que son un peligro. El "caminito marcado" es seguro. La función del escritor es mover las piezas del tablero y empezar a armarlo de nuevo. Comenzar a pensar qué hacer con la litertura infantil argentina. El riesgo hay que correrlo. Por supuesto que me costó salir de la comodidad y meterme en la incomodidad de escribir otras cosas. Intenté no ponerme limitaciones, darme permiso, conseguir permisos. Y si no les gusta a los chicos, mala suerte. Hago lo mejor que puedo.

—Es una buena postura, es una "poética" nueva. A mí me sorprendió leer Dragón.

—Ésa es la palabra que un escritor debería tener siempre como una zanahoria delante del burro: "sorprender"... Porque el público, que también está acostumbrado a lo mismo, quiere de nuevo la misma historia con variantes o falsos cambios. El público vuelve a pedir un libro parecido. Es un juego perverso de comodidad para el lector y el autor. Lo que uno tiene que lograr es eso, "sorprender" al lector y darle un libro distinto. No responder a la misma expectativa. Cuando leí a Cortázar me gustó mucho Bestiario, pero para mí como lector fue muy importante llegar a Rayuela, que es diferente. Cortázar logró ese cambio, esa "sorpresa".

—¿Te llevó mucho tiempo de escritura?

—Fue posiblemente el libro más trabajoso de todos los que escribí, porque me surgieron mis propias dudas. Hay mezcla de géneros, no es un libro convencional. Por otra parte, mi encuentro con el ilustrador —Luis Scafati— fue algo de maravilla, porque le dio al libro un vuelo fabuloso y lo convirtió además en un objeto-libro fuera de serie. Scafati diseñó y diagramó cada página con toda libertad, sin esquematismos, la ilustración se integra al texto. Él mismo se entusiasmó con el libro y le imprimió una creatividad enorme, sin fijarse en tiempo de trabajo. Lo importante era editar un libro de calidad sin grandes costos, para que fuera accesible al público argentino. Y en vez de hacer los dibujos a color, prefirió el blanco y negro que tienen tanta fuerza como el color. Gardel y Casablanca deben seguir en blanco y negro. Cuando los colorean, no es lo mismo. Gardel ya no canta tan bien en color.

—¿Y después de Dragón, que estás escribiendo?

—Sigo trabajando en lo que estaba haciendo junto con Dragón. Lo que pasa es que Dragón se independizó del libro que estaba escribiendo, que es un bestiario fantástico, donde incluyo la mitología tradicional, con pequeñas historias individuales. Ahora sigo escribiendo con unicornios, sirenas, centauros, basiliscos, entre otros. Todos ellos pertenecen también a esa otra realidad de los pueblos.

Es interesante observar cómo después de quinientos años de convivencia entre los españoles y los indígenas, se integran las historias. Al recopilar relatos de los indios matacos, guaraníes, tobas, las historias universales se cuentan como propias. Yo sé que no, que muchas de ellas pertenecen al mundo occidental y oriental, pero para los aborígenes son suyas. Cuando estuve en Paraguay descubrí en un pueblito que trabaja en cerámica algo muy curioso: había figuras de sirenas. Paraguay está lejos del mar y sin embargo los artesanos modelaban sirenas. Pero lo más curioso es que para que se perpetuaran, inventaron "sirenos". Para estos pueblos no existe la mitología tal como la entendemos nosotros. Los mundos mágicos y de la realidad están intercalados, forman parte de una cultura. Por eso este libro va a conformar una serie de relatos breves, con montones de mitos. Dragón creció solo. Yo no mando ahí. Se me van saliendo de las manos.


Texto extraído, con autorización de la autora, de Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil N° 10, editada por Fundalectura-Sección Colombiana de IBBY; Bogotá, julio-diciembre de 1999.

Susana Itzcovich es Profesora en Letras (Universidad Nacional de La Plata), docente, crítica literaria y periodista especializada en literatura infantil y juvenil. Como ensayista e investigadora es autora, entre diversos artículos teóricos y periodísticos, de los libros Cuentos para leer y contar (Librería Huemul) y Veinte años no es nada. La literatura y la cultura para niños vista desde el periodismo (Ediciones Colihue).


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