Ser niño en tiempos de guerra
"Por la fuerza reclutan niños los ejércitos, en algunos lugares de África, Medio Oriente y América Latina. En las guerras, los soldaditos trabajan matando, y sobre todo trabajan muriendo: ellos suman la mitad de las víctimas en las guerras africanas recientes."
Eduardo Galeano
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"Era como estar en una montaña rusa" comentó un aviador estadounidense ante las cámaras de la televisión al regresar, tras un bombardeo, a la base en Italia. Causa cuando menos asombro el grado de insensibilidad al que podemos llegar los seres humanos. Nada hay más horrendo que la guerra; y, sin embargo, poco a poco la estamos convirtiendo en espectáculo cotidiano y hasta en ocasión para el disfrute, como al parecer lo fue para este piloto. Primero fue el gran audiovisual de la Operación Tormenta del Desierto; después, el de la guerra en la ex Yugoslavia. El problema ante el horror que se repite es, además, que acabamos siendo incapaces de conmovernos; y, lo que es peor, incapaces de analizar lo que está sucediendo y de reaccionar.
En "La vida es bella" la conocida película de Roberto Benigni Guido Orefice, el protagonista, inventa una gran mentira: todo lo que en el campo de concentración está pasando forma parte de un juego. El objetivo es conseguir que su pequeño hijo, Giosuè, pueda superar el difícil trance de la vida en el lager. Me pregunto si no estará sucediendo algo parecido con nuestros hijos y alumnos: la insensibilización ante el horror y el sufrimiento ajeno. Pienso especialmente en la violencia gratuita de la televisión y el cine; y en las propuestas de los videojuegos, donde masacrar marcianos o atropellar inválidos y ancianos es algo habitual.
En carne propia
Afortunadamente, no todo es así. Hay también mucha y buena literatura para niños y jóvenes que refleja adecuadamente el problema de la guerra, dejando testimonio de tanta tragedia y ayudando a pensar a los jóvenes lectores. Muchos escritores que participaron en la guerra o que durante su infancia vivieron esta experiencia vuelven sobre ella en sus novelas, convertidas en testimonios literarios de gran fuerza evocadora. Baste recordar algunas de las obras de Francisco Ayala, Delibes o Sender. Quienes fueron niños durante la guerra vivieron una experiencia que no han podido olvidar y que en todos dejó su influencia. Martín Gaite, Sánchez Ferlosio, Benet, Jesús Fernández-Santos, Ana María Matute, Aldecoa, García Hortelano, Caballero Bonald y tantos otros, han dejado páginas sobrecogedoras sobre el tema.
La infancia es un territorio aún limpio e inocente. Y es justamente esa ausencia de maldad, la inocencia que caracteriza la niñez, lo que otorga un patético relieve, un dramatismo añadido, a los libros que abordan el tema de la guerra desde la óptica de los niños o eligiendo a éstos como protagonistas o testigos involuntarios. Baste recordar la mirada de Giosuè, el pequeño de la citada película de Benigni; o el asombro de Rosa Blanca, testigo mudo, incapaz de comprender las escenas que como una horrible pesadilla se suceden ante sus ojos atónitos, en las maravillosas acuarelas de Innocenti. (1)
Infancia y guerra es, pues, un binomio especialmente doloroso, porque los niños son generalmente víctimas destacadas en todos los conflictos bélicos. De ello encontramos constancia en el relato de los propios niños. Quizá el "Diario de Ana Frank", donde se nos cuenta la vida de ocho personas escondidas en una casa de Amsterdam huyendo de la Gestapo, sea el más conocido. O el más reciente de Zlata Filipovic (2), la vida cotidiana en la ciudad de Sarajevo cercada durante la guerra de Bosnia. Estas niñas, apenas unas adolescentes, reconstruyen con las palabras un espacio y un tiempo muy distinto al que sin duda ellas hubieran deseado, la infancia destruida, el tiempo de juego y de escuela que les fue hurtado.
Para quienes como ellas vivieron la guerra en su niñez, el hecho bélico fue sin duda el acontecimiento más importante de sus vidas. Ante sus ojos llenos de asombro se despliega un mundo incomprensible. "Son cosas que pasan y uno se acuerda y las cuenta porque cree que es una forma de explicar cómo eran las personas" escribe Juan Farias, desde la óptica del adulto que rememora la infancia, en una poética trilogía sobre la guerra, en el escenario de un pueblo pequeño y sin importancia llamado Media Tarde que "no suele aparecer en los mapas ni figura en las enciclopedias". El terror, la violencia, el odio, la muerte: el mundo tranquilo y feliz de la infancia que estalla, deshecho en mil pedazos. "Ya nunca podrás soñar con manzanas". (3)
Está también el cambio en las actitudes de la gente, la ruptura violenta de la convivencia, la división y el enfrentamiento en ocasiones entre miembros de la misma familia, las amistades rotas. Todo ello conduce a situaciones absurdas e incomprensibles en otro contexto. El origen de la ruptura de una intensa amistad entre dos jóvenes, hijo de un rico aristócrata el uno y de un médico judío el otro, se encuentra en viejos prejuicios de los adultos, como sucede en "Reencuentro": "Durante siglos los judíos no existieron para los suyos: eran inferiores a los siervos, la escoria de la tierra, intocables. Los detesta. les teme, aunque nunca haya conocido a alguno. Si se estuviera muriendo y nadie pudiera salvarla, excepto tu padre, estoy seguro que no recurriría a él"." (4)
El peso de la guerra
Además del asombro y el estupor que acusa lo incomprensible, está el impacto de lo desconocido que irrumpe en la normalidad y la trastoca, haciendo aflorar una realidad que hasta el momento resultaba desconocida. "Hombres, mujeres y niños insospechados, harapientos, escribe Ana María Matute ardiendo en un odio para mí, entonces incomprensible. Gentes que jamás vi en ninguna parte, que nunca imaginé pudieran vivir en la misma ciudad que yo. Era como si alguien hubiera vaciado las aguas de un estanque, al parecer tranquilo y limpio, y aparecieran en su fondo infinidad de desechos que no podíamos suponer".
Excepcionalmente, la guerra es descrita a veces como un tiempo de aventura lleno de acontecimientos que acaban con la rutina de la vida diaria de los niños. "Yo fui feliz en la guerra", afirma Chumy Chumez en un libro de recuerdos y fantasías en el que nos cuenta, con el humor negro que le caracteriza, las experiencias que tuvieron que sufrir los niños durante la guerra civil: la huida constante, el ruido de las sirenas, el rumor de los aviones que se acercan, los bombardeos. Junto a la crueldad de muchas de las escenas macabras que describe, el niño que él era descubre la posibilidad de la aventura, el juego, los días de placer y violencia. "Entre tanto dolor y tanta desgracia yo empezaba a vivir la época más feliz de mi vida: era verano, estaba de vacaciones, no había tiempo para que la salvaje pasión de mi padre por la educación de sus hijos me matase a deberes como en años anteriores, tenía balas, había visto muertos de verdad y oía constantemente relatos espantosos de las matanzas, fusilamientos y mutilaciones que se estaban produciendo en todos los rincones de España". (5) Y es que la niñez es capaz de sacar partido a la vida con su imaginación y sus ganas de vivir incluso en las circunstancias más adversas.
Algo que se hace patente en muchos de estos libros es que, con la llegada de la guerra, los niños entran en un mundo de experiencias que no les corresponde vivir. Además del odio y la violencia, está el encuentro temprano con el dolor y la muerte; y la toma de conciencia de lo que ello significa: el final de la infancia y la inocencia. En muchos de ellos deja la sensación de una maduración acelerada, de un envejecimiento repentino y prematuro.
Desgraciadamente, la guerra no acaba con las últimas balas. Algo que queda evidente en muchos libros es la dificultad de superar los bandos de la guerra, el resentimiento que deja en la gente y la dificultad de que cicatricen las heridas. El ambiente y las relaciones en la postguerra quedan contaminadas y el odio de los mayores se extiende con frecuencia entre los niños. En "Muntaner, 38", (6) José A. Garriga Vela describe el aire de la derrota, la vida heroica y silenciosa de los últimos resistentes, el dolor y la dignidad de los vencidos, el paisaje urbano y el paisaje moral que queda después de la batalla, la supervivencia gris de las gentes que vivieron la guerra. La inocente curiosidad del niño protagonista, su vida y su mirada, se ven contaminadas por el fatal destino de los adultos. La sensación de asfixia que la guerra deja en el ambiente y el aire contaminado que quienes aún no habiéndola vivido se ven obligados a respirar.
Además de los sufrimientos, en ocasiones la guerra deja en los niños un sentimiento de humillación y de culpa que gravita sobre ellos. Ana María Matute acierta a describirlo en el cuento "Los chicos" (7), en el que recoge una escena que vivió siendo ella una niña. Apesar de no ser responsables de lo ocurrido incluso, de no llegar a comprender lo que ha sucedido, es patente esta sensación de culpabilidad que en algunos casos queda. Quizá haya que buscar en ello la causa de que muchos escritores hayan necesitado concretar en palabras las experiencias vividas, como si escribiendo consiguieran liberarse de un peso que les atormenta.
Nunca más
En la mayoría de estos libros hay un objetivo común: reconstruir por medio de la palabra una infancia negada, una humanidad perdida. La escritura asume así el puesto de guardiana por excelencia de aquello que en nosotros queda de humano en unos momentos en los que el odio puede prevalecer en nuestro interior.
También el deseo de dejar constancia de quien es consciente de que está viviendo un acontecimiento histórico y extraordinario. Es lo que sucede con "El diario de Ana Frank", donde a pesar de recoger experiencis íntimas, resulta evidente que fue escrito para hacer públicos sus secretos. Ana Frank es plenamente consciente de que su vida en el refugio clandestino es una experiencia única: "Imagínate que yo publicase una novela sobre nuestro refugio. ¿No crees que sería interesante? Bastaría con el título para creer que se trata de una novela policíaca. Bueno, vamos a hablar en serio. La historia de ocho judíos escondidos en un refugio, su manera de vivir, de comer y de hablar produciría un efecto extraño, diez años después de la guerra". Hay en este libro la lucidez de un historiador, con su capacidad de análisis y de comprensión del momento histórico que está viviendo, y el toque creativo del escritor capaz de tocar las fibras sensibles del lector.
Estos libros son también un acto de rebeldía e inconformismo, un acto de la razón y el espíritu que se oponen denodadamente a toda clase de totalitarismos, un gesto de resistencia civil ante la brutalidad y el odio. En el caso de Ana Frank es evidente, pues ella era plenamente consciente del peligro que corría si la Gestapo la encontraba con el diario en sus manos.
Escritos desde un campo de concentración o desde la clandestinidad, estos libros son también un grito de libertad que necesita ser comunicado, una bocanada de aire fresco que se desea compartir con otra gente, el ansia de justicia de quien un día se sintió inerme y solo ante la barbarie. Y el deseo de que quede constancia en la memoria de la humanidad de una constatación del poder de la palabra contra el empeño de los bárbaros de acabar con todas las huellas de su brutalidad. Los nazis no se conformaron con la destrucción física de los judíos y otras minorías. Siempre que pudieron intentaron hacer desaparecer la memoria de todas las acciones de destrucción y exterminio que habían cometido. Para conseguir el silencio sobre lo ocurrido, recurrieron al asesinato sistemático, no sólo de los judíos sino de muchos intelectuales no judíos, y a la destrucción de toda clase de testimonios.
Conviene advertir que con frecuencia estas obras no son fáciles de leer, especialmente para niños y jóvenes acostumbrados a una vida cómoda y sin problemas. Hay niños que se resisten a leer este tipo de libros. La experiencia de Primo Levi con sus hijos resulta paradigmática. El escritor italiano, de origen judío, se pregunta por qué los demás se niegan a escuchar a quien cuenta sus terribles experiencias; y él mismo se responde: "porque uno es molesto y pesado... revive los sufrimientos, quiere infligir sus sufrimientos, quiere destacar sobre otro infligiéndole sus sufrimientos y eso puede molestar. Es el caso de mis hijos, incluyendo a Renzo, que nunca ha querido que yo hablase de ello...". (8) Y concluye que, como Ulises, que se gana la gloria a posteriori contando sus aventuras, los portadores de una experiencia tan terrible como la suya son un poco como el héroe de la Odisea, "nosotros también somos así, nosotros también intentamos alcanzar un poco de gloria, ¿cómo decirlo?, intentamos embellecernos con esta experiencia." Josefina R. Aldecoa insiste en el tema con una hipótesis complementaria. Para la autora de "Historia de una maestra" y "Mujeres de negro", en quienes cuentan su infancia en guerra siempre existe la búsqueda de la estima, el deseo de que los otros les comprendan mejor y les quieran. (9)
Por eso, quizá en algunos casos estos libros reclamen, antes de su lectura, una cuidadosa reconstrucción del contexto en el que fueron escritos, labor que muy bien podemos hacer los padres y profesores que tratamos con los niños y jóvenes lectores.
En cualquier caso, estos testimonios son un camino esencial para comprender cómo ha sido posible la existencia de tanto horror, de tanto dolor acumulado; para tratar de encontrar una explicación al hecho de que se siga repitiendo la tragedia. Pero, sobre todo, nos plantean a todos la obligación de buscar nuevas formas de relaciones entre las personas y entre las naciones que hagan posible evitar la amenaza de nuevos horrores.
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Innocenti, Roberto. Texto de Christophe Gallaz. Rosa Blanca. Salamanca, Lóguez, 1987.
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Filipovic, Zlata. Diario de Zlata. Madrid, El País/Aguilar, 1994.
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Farias, Juan. Crónicas de Media Tarde. Madrid, Gaviota, 1996.
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Uhlman, Fred. Reencuentro. Barcelona, Tusquets, 1997. 2ª. edición. Pág. 94.
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Chumez, Chumy. Yo fui feliz en la guerra. Barcelona, Plaza y Janés, 1986. Pág. 48.
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Garriga Vela, José A. Muntaner, 38. Madrid, Debate, 1996.
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Matute, Ana María. Historias de Artámila. Barcelona, Destino, 1987. 4ª. edición.
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Levi, Primo. Entrevistas y conversaciones. Barcelona, Península, 1998. Pág. 47.
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Rodríguez Aldecoa, Josefina. Los niños de la guerra. Madrid, Anaya, 1983.
Otros libros sobre el tema
Esta breve bibliografía completa los libros que han sido citados en el artículo. El número entre paréntesis indica la edad de lectura que se recomienda.
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Benigni, Roberto y Cerami, Vincenzo. La vida es bella. Barcelona, Mondadori, 1999. (+14) Guión de la película del mismo título.
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Bruckner, Karl. Sadako quiere vivir. Barcelona, Noguer, 1987. (+12) Una niña de Hiroshima, superviviente a la primera bomba atómica, cae enferma diez años más tarde, víctima de las radiaciones.
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Cañozo, José Antonio del. ¡Canalla, traidor, morirás! Madrid, SM, 1994. (+14) Sobre la Guerra Civil española.
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Castillo-Puche, José Luis. El perro loco. Madrid, SM, 1984. (+12) Un niño, su animal querido y, al fondo, la guerra civil como tajo profundo en la vida de las personas.
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Cosey. Saigón-Hanoi. Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1994. (+14) Unos veteranos del Vietnam regresan al escenario de su experiencia bélica (como fondo al diálogo telefónico que mantienen una niña y uno de ellos la última noche del año). Premio al mejor guión en el salón de Angulema 1993 (cómic).
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Farias, Juan. Los pequeños nazis del 43. Salamanca, Lóguez, 1987. (+14) Historias de la infancia en la España de la postguerra.
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Giardino, Vittorio. Jonas Fink. Brcelona, Norma, 1998. (+14) La historia de Jonas comienza en la Praga de 1950, cuando su padre, acusado de actividades antisocialistas, es encarcelado. Jonas tiene que sobrevivir en un mundo que desconoce (cómic).
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Haar, Jaap ter. Boris. Barcelona, Noguer, 1985. (+12) Las aventuras de un niño y una niña en la ciudad de Leningrado, asediada por el ejército alemán durante la II Guerra Mundial.
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Hernández Palacios. Eloy. Ikusager,1979. (+14) Cómic sobre la Guerra Civil. Exhaustiva documentación para reconstruir los escenarios y acontecimientos importantes de la guerra y un buen número de personajes históricos.
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Janer Manila, Gabriel. Han quemado el mar. Barcelona, Edebé, 1995. (+12) La guerra del Golfo Pérsico. Con el fondo de los jets invisibles, las bombas guiadas por láser, los lanzamisiles, los carros de combate, los raids aéreos sobre Basora y Bagdad, la abuela Hafida le cuenta al nieto aún no nacido historias de su tierra.
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Joffo, Joseph. Un saco de canicas. Barcelona, Mondadori, 1998. (+14) Dos niños obligados a sobrevivir separados de su familia en la Francia ocupada por el ejército alemán.
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Giménez, Carlos. Paracuellos. Madrid, Ediciones de la Torre, 1979. (+14) La infancia en un centro de Auxilio Social durante la postguerra española. El miedo y la angustia de unos niños que sufren una educación carcelaria (cómic).
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Kerr, Judith. Cuando Hitler robó el conejo rosa. Madrid, Alfaguara, 1983. (+12) Relato de carácter autobiográfico: el periplo de una familia de origen judío que decide huir de Alemania en los momentos previos a la victoria electoral del partido nacional-socialista.
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Lecomte, Christian. El día que me torcí un pie en una estrella. Madrid, PPC, 1997. (+12) La vida cotidiana en la ciudad de Sarajevo durante el asedio. Con una dura crítica a la labor de periodistas, diplomáticos, responsables políticos y militares; y, en general, a un mundo insolidario e indiferente ante la tragedia ajena.
- Lowry, Lois. ¿Quién cuenta las estrellas? Madrid, Espasa-Calpe, 1996. (+12) Ambientada en la Dinamarca ocupada por los nazis, nos cuenta la solidaridad de los daneses con los judíos.
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Martínez Menchén, Antonio. Una infancia perdida. Madrid, Mondadori, 1992. (+14) Libro de relatos sobre la infancia y la postguerra, desde el prisma de la niñez. El hambre, la miseria, la represión política, el sistema educativo impregnado de los valores del nacional-catolicismo. Un libro teñido de nostálgica melancolía sobre la España de los años cuarenta.
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Matas, Carol. Jesper. Barcelona, Edebé, 1998. (+12) II Guerra Mundial. Dinamarca ocupada por el ejército alemán. El racionamiento, la censura de prensa, la resistencia.
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Mattingley, Christobel. Asmir no quiere pistolas. Madrid, Alfaguara, 1996. (+12) Peripecia de un niño bosnio musulmán en el estallido bélico en Sarajevo. El horror que provoca el fanatismo y la esperanza de un futuro mejor.
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Metter, leo. Cartas a Bárbara. Salamanca, Lóguez, 1992. (+14) Leo Metter, escenógrafo e ilustrador alemán, fue detenido por la Gestapo a causa de sus actividades antifascistas y transportado a Ucrania. Desde allí escribió a su hija estas cartas, ilustradas con sus propios dibujos.
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Orlev, Uri. Soldados de plomo. Madrid, Bruño, 1997. (+14) El asedio al gueto judío de Varsovia. Bombardeos, denuncias, detenciones; y, más tarde, el campo de Bergen-Belsen, la liberación y el viaje a Palestina atravesando el paisaje de desolación que ha dejado la guerra.
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Orlev, Uri. Lidia, reina de Palestina. Barcelona, Noguer y Caralt, 1998. (+12) El descubrimiento de lo que significa ser judío en Rumania durante el estallido de la II Gran Guerra. A través de los ojos inteligentes de una niña revoltosa que quiere ser actriz.
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Oz, Amos. Una pantera en el sótano. Madrid, Siruela, 1998. (+14) Un chaval de 12 años en la Jerusalén de 1947, a finales del mandato británico en Palestina. Sobre la amistad y la confianza; también, para conocer una parte de la historia del Estado de Israel.
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Parera, Hilda. Mai. Madrid, SM, 1986. (+12) Historia de una niña huérfana vietnamita que es adoptada por una familia latinoamericana.
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Pausewang, Gudrun. Los últimos niños. Salamanca, Lóguez, 1983. (+14) El estallido de una bomba atómica con sus secuelas, y la adaptación de los supervivientes a unas nuevas formas de vida.
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Pausewang, Gudrun. La nube. Salamanca, Lóguez, 1988 (+14) Años después del accidente nuclear de Chernobyl, otro mucho más grave sucede en Alemania. Unos niños, cuyos padres han salido de viaje por unos días, intentan huir del peligro en sus bicis.
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Puente, Luis Antonio y Lalana, Fernando. Hubo una vez otra guerra. Madrid, SM, 1990. (+14) Documento novelado sobre la guerra civil española en el que se entretejen las historias de tres generaciones.
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Reilly Giff, Patricia. Relato de un verano. Madrid, SM, 1999. (+12) Durante la II Guerra Mundial, la llegada al pueblo de un refugiado húngaro. La guerra que todo lo trastoca.
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Reiss, Johanna. La habitación de arriba. Madrid, Espasa-Calpe, 1987. (+12) Holanda durante la II Guerra Mundial. Dos niñas viven encerradas en la habitación de una granja para no ser descubiertas por el ejército alemán. Obra de carácter autobiográfico.
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Schami, Rafik. Un puñado de estrellas. Madrid, Alfaguara, 1989. (+14) Un niño vive en la ciudad de Damasco la pobreza, la injusticia, la persecución política, el miedo y la lucha clandestina. Escrito en forma de diario por el hijo de un panadero. Schami sabe de lo que habla: nacido en Damasco, fue en sus años jóvenes editor y coautor de un periódico mural en el barrio viejo de la ciudad.
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Sierra i Fabra, Jordi. Las alas del sol. Madrid, SM, 1994. (+12) Las vivencias de un niño vietnamita en un campo de refugiados.
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Sommer, Manfred. Frank Cappa. Barcelona, Norma, 1981. (+14) (Cómic) Un corresponsal de guerra, evocación del fotógrafo Robert Cappa, es testigo y protagonista a la fuerza, en ocasiones de conflictos que se desarrollan en África, Nicaragua, Brasil.
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Spiegelman, Art. Maus. Barcelona, Norma, 1972. (Nota de Imaginaria: También en Editorial Emecé, Buenos Aires, 1994) (+14) La supervivencia de un judío polaco en los campos de exterminio. Ratones y gatos representan a judíos y nazis en este cómic que consiguió el Premio Pulitzer.
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Westall, Robert. Cielo negro sobre Kuwait. Madrid, Alfaguara, 1996. (+14) Sobre el absurdo de la guerra; en este caso, la del Golfo Pérsico.
José Luis Polanco es profesor en Santander, especialista en literatura infantil y forma parte del equipo de redacción de la revista Peonza.
Este artículo fue extraído, con autorización de sus editores, de la revista Peonza N° 50, Santander (Cantabria, España), octubre de 1999.
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