El Mago de Oz. Capítulos 3 y 4
Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, que iniciamos en el número anterior de Imaginaria, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto. La entrega será de dos capítulos por edición de Imaginaria. Esperamos que todos disfruten de este clásico tanto como los niños.
Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010
Capítulo 3
Dorothy salva al Espantapájaros
Al quedar sola, Dorothy comenzó a sentir hambre. Fue a la despensa y cortó un trozo de pan que luego untó con manteca. Le dio una parte a Totó. Sacó un balde de un estante, lo llevó hasta el pequeño arroyo y lo llenó de agua transparente y cristalina. Totó corrió hasta los árboles y comenzó a ladrar a los pájaros. Dorothy lo fue a buscar y vio frutos tan deliciosos colgando de las ramas que recogió algunos, segura de que era precisamente eso lo que quería para completar el desayuno.
Luego regresó a la casa, y después de tomar ella y Totó unos buenos tragos de agua fresca y transparente se empezó a preparar para el viaje a la Ciudad Esmeralda.
Dorothy sólo tenía otro vestido, pero estaba limpio y colgado de una percha junto a la cama. Era de algodón a cuadros blancos y azules; y aunque el azul estaba un poco desvaído de tantos lavados, todavía era una buena prenda. La niña se lavó cuidadosamente, se puso el vestido limpio y se ató la cofia rosa a la cabeza. Buscó una pequeña cesta, la llenó de pan que sacó de la alacena y la cubrió con un mantel blanco. Luego se miró los pies y vio lo viejos y gastados que tenía los zapatos.
—Seguramente no resistirán un largo viaje, Totó —dijo. Y Totó la miró a la cara con aquellos ojitos negros y movió la cola para demostrarle que entendía.
En ese momento Dorothy vio, sobre la mesa, los zapatos de plata que habían pertenecido a la Bruja Mala del Este.
—No sé si me servirán —le dijo a Totó—. Sin duda serían los zapatos más adecuados para un largo viaje, pues no podrían gastarse.
Se quitó los viejos zapatos de cuero y se probó los de plata, que le quedaron tan bien como si hubieran sido hechos especialmente para ella.
Por último, recogió la cesta.
—Vamos, Totó —dijo—; viajaremos hasta la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al gran Oz cómo podemos volver a Kansas.
Cerró la puerta con llave y guardó la llave en el bolsillo del vestido. Y con Totó trotándole a los talones, inició el viaje.
Había por allí cerca varios caminos, pero no tardó mucho en encontrar el que estaba pavimentado con ladrillos amarillos. Echó a andar enseguida hacia la Ciudad Esmeralda; los zapatos de plata tintineaban alegremente en el suelo duro. El sol brillaba y los pájaros cantaban y Dorothy no se sentía todo lo mal que uno puede suponer en una niña que ha sido repentinamente arrancada de su casa y depositada en el medio de un país extraño.
Mientras caminaba se sorprendió de lo bello que era ese país. A los lados del camino había unas cercas muy cuidadas, pintadas de un exquisito color azul, y detrás se extendían campos de trigo y hortalizas en asombrosa abundancia. Sin duda los munchkins eran buenos granjeros, capaces de producir grandes cosechas. De vez en cuando pasaban por delante de una casa, y la gente salía a mirarla y a inclinarse ante su paso, pues todos sabían que ella había matado a la Bruja Mala y los había liberado. Las casas de los munchkins eran muy raras: tenían forma redonda y terminaban en una enorme cúpula. Todas estaban pintadas de azul, pues en ese país del Este el azul era el color favorito.
Hacia el atardecer, cuando Dorothy se sentía ya cansada de la larga caminata y empezaba a preguntarse dónde pasaría la noche, llegó a una casa más grande que las demás. Delante de ella, en el césped verde, había muchos hombres y mujeres bailando. Cinco pequeños violinistas tocaban lo más fuerte posible y la gente reía y cantaba; a un lado había una mesa grande colmada de deliciosos frutos y pasteles y muchas otras cosas buenas para comer.
Saludaron cariñosamente a Dorothy y la invitaron a cenar y a pasar la noche con ellos, pues era la casa de uno de los munchkins más ricos del país y sus amigos se habían reunido con él para festejar su liberación de los poderes de la Bruja Mala.
Dorothy comió una abundante cena, en la que fue acompañada por el propio munchkin rico, que se llamaba Boq. Luego se sentó en un sofá y miró cómo bailaban los demás.
Cuando Boq le vio los zapatos de plata, dijo: —Debes de ser una gran hechicera. —¿Por qué? —preguntó la niña.
—Porque llevas zapatos de plata y has matado a la Bruja Mala. Además tienes color blanco en el vestido, y sólo las brujas y las hechiceras usan el color blanco.
—Mi vestido tiene cuadros blancos y azules —dijo Dorothy, alisándose las arrugas.
—Eres muy amable al usar esos colores —dijo Boq—. El azul es el color de los munchkins y el blanco es el color de las brujas; así sabemos que eres una bruja amistosa.
Dorothy no sabía qué decir, pues todos parecían creer que era una bruja, y ella sabía muy bien que sólo era una niña común que por obra de un ciclón había llegado a un país extraño.
Cuando se cansó de mirar la danza, Boq la llevó dentro de la casa, donde le ofreció una habitación con una cama muy bonita. Las sábanas eran de tela azul, y Dorothy durmió profundamente en ellas hasta la mañana, con Totó acurrucado en la alfombra azul, a su lado.
Tomó un abundante desayuno y miró cómo un bebé munchkin jugaba con Totó y le tiraba de la cola y cacareaba y reía de un modo muy divertido. Totó era una verdadera curiosidad para todos, ya que nunca habían visto un perro.
—¿Cuánto falta para la Ciudad Esmeralda? —preguntó la niña.
—No lo sé —respondió Boq, con voz grave—, porque nunca he estado allí. No es conveniente acercarse a Oz si no es por cuestión de negocios. Pero hay una gran distancia hasta la Ciudad Esmeralda, y tardarás muchos días en recorrerla. Esta zona es rica y agradable, pero tendrás que atravesar sitios difíciles y peligrosos antes de finalizar el viaje.
Eso preocupó un poco a Dorothy, pero como sabía que sólo el gran Oz la podía ayudar a regresar a Kansas, decidió valientemente seguir adelante.
Dijo adiós a sus amigos y echó otra vez a andar por el camino de ladrillos amarillos. Después de caminar varios kilómetros pensó que debía descansar; trepó a la cerca que bordeaba el camino y se sentó. Detrás de la cerca había un inmenso maizal, y a poca distancia vio un Espantapájaros colocado en lo alto de una vara para que los pájaros no se comieran el maíz maduro.
Dorothy apoyó la barbilla en la mano y, pensativa, miró al Espantapájaros. La cabeza del Espantapájaros era una bolsa rellena de paja, sobre la que habían pintado ojos, nariz y boca para representar una cara. En esa cabeza habían puesto un viejo sombrero puntiagudo que había pertenecido a algún munchkin y el resto de la figura era un traje azul, gastado y desteñido, también relleno de paja. En los pies tenía botas viejas con punta azul, como las que usaban todos los hombres de ese país, y la figura asomaba por encima de los tallos del maíz, sostenida por la vara que tenía clavada en la espalda.
Mientras Dorothy miraba con atención la extraña cara pintada, se sorprendió al ver que el Espantapájaros le guiñaba lentamente un ojo. Al principio pensó que tenía que estar equivocada, pues en Kansas los espantapájaros nunca guiñan los ojos; pero luego la figura la saludó inclinando amistosamente la cabeza. Dorothy bajó de la cerca y caminó hacia él, mientras Totó corría alrededor de la vara y ladraba.
—Buenos días —dijo el Espantapájaros, con voz un poco ronca.
—¿Has dicho algo? —preguntó la niña, sorprendida. —Claro que sí —respondió el Espantapájaros—. ¿Cómo estás?
—Yo muy bien, gracias —respondió Dorothy, amablemente—. ¿Cómo estás tú?
—Yo no me siento bien —dijo el Espantapájaros, con una sonrisa—, porque es muy aburrido estar clavado aquí arriba día y noche para espantar los pájaros.
—¿No puedes bajar? —preguntó Dorothy.
—No, porque tengo este palo clavado en la espalda. Si por favor me lo sacas, te estaré inmensamente agradecido.
Dorothy levantó los dos brazos y alzó la figura sacándola del palo, pues como estaba rellena con paja era muy liviana.
—Muchas gracias —dijo el Espantapájaros cuando tocó el suelo con los pies—. Me siento un hombre nuevo.
Dorothy estaba intrigada. Era muy extraño oír y ver a un hombre relleno de paja inclinando la cabeza y caminando a su lado.
—¿Quién eres? —preguntó el Espantapájaros, después de bostezar y desperezarse—, ¿y adónde vas?
—Me llamo Dorothy —dijo la niña—, y voy a la Ciudad Esmeralda, a pedir al gran Oz que me mande de vuelta a Kansas.
—¿Dónde está la Ciudad Esmeralda? —preguntó el Espantapájaros—; y ¿quién es Oz?
—¡Cómo! ¿No lo sabes? —dijo Dorothy, sorprendida.
—No, de veras no lo sé; no sé nada. Como ves, estoy relleno de paja, así que no tengo cerebro —respondió con tristeza el Espantapájaros.
—Ah —dijo Dorothy—. Lo siento mucho.
—¿Crees —preguntó el Espantapájaros— que si yo fuera contigo a la Ciudad Esmeralda el gran Oz me daría un cerebro?
—No te lo puedo asegurar —dijo la niña—, pero me puedes acompañar si quieres. Aunque Oz no te dé un cerebro, no estarás peor que ahora.
—Es verdad —dijo el Espantapájaros—. Sabes —prosiguió en tono confidencial—, no me importa tener las piernas y los brazos y el cuerpo rellenos, porque así no me lastimo. Si alguien me pisa los dedos de un pie o me clava un alfiler, no importa, porque no lo siento. Pero no quiero que la gente me llame tonto, y si en mi cabeza sigue habiendo paja en vez de cerebro, ¿cómo voy a poder aprender cosas?
—Sé muy bien cómo te sientes —dijo la niña, que estaba de veras apenada—. Si vienes conmigo le pediré a Oz que haga todo lo posible por ti.
—Gracias —respondió el Espantapájaros.
Volvieron hacia el camino, y Dorothy lo ayudó a pasar por encima de la cerca, y echaron a andar por los ladrillos amarillos hacia la Ciudad Esmeralda.
Al principio a Totó no le gustó el nuevo miembro de la expedición. Olfateaba alrededor del hombre de paja como si sospechara que podía albergar un nido de ratas, y a menudo le gruñía de un modo nada amistoso.
—No te preocupes por Totó —le dijo Dorothy al nuevo amigo—. Nunca muerde.
—Ah, no tengo miedo —respondió el Espantapájaros—; no me puede hacer daño en la paja. Déjame llevar la cesta porque no me canso. Te diré un secreto —prosiguió, mientras caminaban—. Sólo hay una cosa en el mundo que yo temo.
—¿Qué es? —preguntó Dorothy—. ¿El granjero munchkin que te hizo?
—No —respondió el Espantapájaros—, un fósforo encendido.
Capítulo 4
El camino en el bosque
Después de unas pocas horas el sendero se empezó a volver escabroso, y resultaba tan difícil caminar que el Espantapájaros tropezaba a menudo en los ladrillos amarillos, que estaban puestos de modo muy irregular. A veces simplemente faltaban o estaban rotos, y en su sitio había agujeros sobre los que Totó saltaba y que Dorothy esquivaba. En cuanto al Espantapájaros, como no tenía cerebro caminaba en línea recta y pisaba los agujeros y caía cuan largo era sobre los duros ladrillos. Sin embargo, nunca se lastimaba, y Dorothy lo ayudaba a levantarse mientras el Espantapájaros se reía alegremente de su propia torpeza.
Las granjas no estaban tan cuidadas como las que quedaban atrás. Había menos casas y menos árboles frutales, y cuanto más avanzaban más triste y solitario se volvía el paisaje.
Al mediodía se sentaron en el borde del camino, cerca de un pequeño arroyo, y Dorothy abrió la cesta y sacó un poco de pan. Ofreció un pedazo al Espantapájaros, que no lo aceptó.
—Nunca tengo hambre —dijo—, lo cual es una gran ventaja, porque mi boca sólo está pintada. Si tuviera que hacerle un agujero para comer, por ahí saldría la paja con la cual estoy relleno, y eso arruinaría la forma de mi cabeza.
Dorothy entendió instantáneamente que eso era cierto. Asintió y siguió comiendo el pan.
—Cuéntame algo de ti, y del país de donde vienes —dijo el Espantapájaros, cuando ella terminó de comer. Dorothy entonces le habló de Kansas, y de lo gris que era allí todo, y cómo el ciclón la había llevado a ese extraño País de Oz.
El Espantapájaros la escuchó con atención y después dijo:
—No entiendo por qué quieres irte de este hermoso país y volver al sitio seco y gris que llamas Kansas.
—No lo entiendes porque no tienes cerebro —respondió la niña—. Por muy tristes y grises que sean nuestras casas, nosotros, las personas de carne y hueso, preferimos vivir allí antes que en otro país, por muy hermoso que sea. No hay ningún sitio como el hogar de uno.
El Espantapájaros suspiró.
—Claro que no lo puedo entender —dijo—. Si vuestras cabezas estuvieran llenas de paja, como la mía, tal vez viviríais en sitios hermosos, y no quedaría nadie en Kansas. Para Kansas es una suerte que tengáis cerebro.
—¿Por qué no me cuentas una historia mientras descansamos? —le pidió la niña.
El Espantapájaros la miró arrugando el entrecejo y respondió:
—Mi vida ha sido tan corta que en realidad no sé nada. Me fabricaron hace sólo dos días. Lo que sucedió en el mundo hasta ese momento lo desconozco. Por fortuna, cuando el granjero me hizo la cabeza, una de las primeras cosas de las que se ocupó fue de pintarme las orejas, así que oí todo lo que pasaba. Estaba con él otro munchkin, y lo primero que oí fue la voz del granjero diciendo:
”—¿Qué te parecen estas orejas?
”—No son rectas —respondió el otro.
”—No importa —dijo el granjero—. Igualmente son orejas. —Lo cual era verdad.
”—Ahora le haré los ojos —dijo el granjero. Y me pintó el ojo derecho, y en cuanto estuvo terminado descubrí que yo miraba al granjero y todo lo que había alrededor con gran curiosidad, porque ésa era mi primera imagen del mundo.
”—Un ojo bastante bonito —comentó el munchkin que miraba al granjero—. La pintura azul es la más adecuada para los ojos.
”—Me parece que el otro lo voy a hacer un poco más grande —dijo el granjero; y cuando estuvo terminado el segundo ojo vi mucho mejor que antes. Luego me hizo la nariz y la boca.
”Pero no hablé porque en ese momento no sabía para qué servía la boca. Me divertí viendo cómo me hacían el cuerpo y los brazos y las piernas y, cuando al fin me colocaron la cabeza, me sentí muy orgulloso, porque pensé que era un hombre tan bueno como cualquiera.
”—Este sujeto espantará muy rápido a los pájaros —dijo el granjero—. Parece un hombre.
”—Pero si es un hombre —dijo el otro, y yo estuve totalmente de acuerdo. El granjero me llevó bajo el brazo hasta el maizal y me clavó en la punta de un palo alto, donde me encontraste. El granjero y su amigo pronto se fueron, dejándome solo.
”No me gustó que me abandonasen de esa manera, y traté de seguirlos, pero no podía tocar el suelo con los pies y me vi forzado a quedarme en el palo. Era una vida solitaria, porque no tenía nada en qué pensar, al haber sido creado hacía tan poco tiempo. Muchos cuervos y otros pájaros iban a posarse al maizal, pero en cuanto me veían se volvían a ir, pensando que yo era un munchkin; eso me agradaba, y me hacía sentir una persona importante. Un cuervo voló durante un rato a mi alrededor y, después de examinarme con atención, se me posó en un hombro y dijo:
”—No sé si ese granjero habrá pensado que me iba a engañar de una manera tan burda. Cualquier cuervo con un poco de sentido común se daría cuenta de que sólo estás rellenado con paja.
”Luego saltó a mis pies y comió todo el maíz que quiso. Los otros pájaros, al ver que yo no le hacía daño, vinieron también a comer maíz, y en un instante me vi rodeado por una gran bandada.
”Eso me entristeció, porque me demostraba que, después de todo, yo no era tan buen espantapájaros; pero el viejo cuervo me consoló diciendo: «Si tuvieras cerebro en la cabeza, serías tan buen hombre como cualquiera, y mejor que algunos. El cerebro es la única cosa que vale la pena tener en este mundo, sea uno cuervo u hombre».
”Cuando se fueron los cuervos pensé detenidamente en el asunto, y decidí hacer todos los esfuerzos necesarios para conseguir un cerebro. Por fortuna apareciste tú y me sacaste de la estaca, y por lo que dices estoy seguro de que el gran Oz me dará un cerebro en cuanto lleguemos a la Ciudad Esmeralda.
—Eso espero —dijo Dorothy con fervor—. Pareces tan ansioso.
—Sí, estoy ansioso —respondió el Espantapájaros—. Es tan incómoda la sensación de saber que uno es tonto. —Bueno —dijo la niña—, en marcha. Y entregó la cesta al Espantapájaros.
Ahora no había cercas a los lados del camino, y la tierra estaba totalmente descuidada. Hacia el anochecer llegaron a un gran bosque, donde los árboles eran tan altos y apretados que las ramas se tocaban por encima del camino de ladrillos amarillos. Bajo esos árboles apenas había luz, pues las ramas casi ocultaban el sol; pero los viajeros no se detuvieron y se internaron en el bosque.
—Si este camino entra en el bosque, en algún momento debe salir —dijo el Espantapájaros—, y como la Ciudad Esmeralda está en el otro extremo, debemos seguirlo.
—Eso lo sabe cualquiera —dijo Dorothy.
—Sí, claro; por algo lo sé yo —respondió el Espantapájaros—. Si para darme cuenta necesitara un cerebro, nunca lo habría mencionado.
Al cabo de una hora se fue la luz, y se encontraron tropezando en la oscuridad. Dorothy no veía nada, pero Totó sí, porque algunos perros ven bien en la oscuridad; y el Espantapájaros declaró que veía tan bien como de día. Dorothy, entonces, lo tomó del brazo y pudo caminar bastante bien.
—Si ves una casa o cualquier sitio donde podamos pasar la noche —dijo—, debes anunciármelo, pues es muy incómodo caminar en la oscuridad.
Un momento más tarde el Espantapájaros se detuvo.
—Veo una casita a nuestra derecha —dijo—, hecha con troncos y ramas. ¿Entramos en ella?
—Sí, por supuesto —respondió la niña—. Estoy muy cansada.
El Espantapájaros la guió entre los árboles hasta que llegaron a la casita, y Dorothy entró y encontró una cama de hojas secas en un rincón. Se acostó enseguida, y con Totó a su lado pronto se quedó profundamente dormida. El Espantapájaros, que nunca se cansaba, se quedó en otro rincón y esperó pacientemente a que llegara la mañana.
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30/6/10 a las 14:29
El descubrimiento del país de Imaginaria me posibilitó magníficas travesías más allá de tiempos y espacios.
Hace un tiempo con Pinocho y ahora acompañando a Dorothy. Me dejé llevar por ellos y encontré libros ilustrados con sueños de la infancia y la voz de mi madre insuflándoles vida nuevamente. Esperaré los próximos capítulos con la misma ansiedad que entonces, antes de dormir, confiaba en que mamá volvería a sentarse entre nuestras camitas con los dos personajes guardados en los queridos libro.
Muchas gracias
Cristina
30/6/10 a las 15:18
Excelente! Una oportunidad de poder tener ediciones casi imposibles. Un lujo. ¿Sería mucho pedir los capítulos en PDF, al igual que Pinocho? Sería un golazo. Un abrazo y gracias de nuevo!
2/7/10 a las 9:57
Otro gran acierto de ustedes. Muchas gracias por esta sorpresa (Pinocho fue la otra). Los alumnos de mi colegio quedaron encantados.
Como pide María en el comentario anterior:¿Se podrá editar los capítulos en PDF?. Saludos y muchas gracias.
13/7/10 a las 17:35
Lamentablemente, no tenemos autorización para publicar los capítulos en PDF.
4/9/10 a las 16:09
nos encanta el mago de oz …a nosotras nos pone muy triste que no este la peli para alquilarla pero la pelicula se hizo gace muchos año un beso …
belen y lorena
8/9/11 a las 12:50
Muy feo este capitulo!!
3/5/15 a las 22:06
Me gustó muuucho es para el colé♥♥
19/10/15 a las 11:45
Teneis que madar raipidamente los demas capitulos ya que a mis alumnos les encantó estes capitulos y estan ansiosos por escuchar los siguientes para continuar su lectura.
Gracias por todo.
19/10/15 a las 11:46
Siento lo de rápidamente, hay llevé una gran falta de ortografía, esperamos su respuesta.
19/10/15 a las 15:43
En Imaginaria están publicados todos los capítulos de este libro. En el índice de la sección Ficciones, bajo Collodi, está el link a los demás: http://imaginaria.com.ar/indice-ficciones/
21/11/15 a las 21:23
Me re gusto este cuento o novela lo que sea es igual que de los capitulos del anime que veo yo en la tele!! EL MARAVILLOSO MAGO DE OZ!!! :)