Sobre árboles sin jirafas y máquinas de baño. Cuestiones sobre la crítica en el sistema de libros para niños

Por Marcela Carranza. «¿Puede la crítica cumplir algún papel dentro del sistema de los libros para niños?» Texto de la ponencia preparada por la autora para el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (Santiago, Chile, 2010), que forma parte de las Actas y Memoria del CILELIJ (Madrid, Fundación SM, 2010), obra sobre la que brindamos información en la sección“Publicaciones” de este mismo número.

por Marcela Carranza

Texto de la ponencia preparada por la autora para el CILELIJ 2010 – I Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (Santiago, Chile, 24 al 28 de febrero de 2010).

La misma forma parte de las Actas y Memoria del CILELIJ (Madrid, Fundación SM, 2010), obra sobre la que brindamos información en la sección Publicaciones de este mismo número.

¿Puede la crítica cumplir algún papel dentro del sistema de los libros para niños?

Quizá sí, quizá no. Muchos argumentos pueden llevarnos a pensar que no. Uno de ellos de orden pragmático consiste en hacernos esta simple pregunta: ¿cuántas personas leen crítica de libros para niños? Y de los que la leen, ¿cuántos se ven afectados en sus decisiones como productores o lectores/mediadores de libros infantiles?

Voy a leer a continuación dos fragmentos de reseñas realizadas por críticos del pasado:

“Las, a primera vista, tan inofensivas y divertidas caricaturas de Max y Moritz, que están apareciendo ahora, y los demás libros de Busch, son uno de los venenos más peligrosos que hacen a la juventud actual tan indiscreta, rebelde y frívola, como es la queja general.” Friedrich Seidel, 1883. (1)

Max y Moritz, de Wilhelm Busch (1865).

“El nuevo libro tiende a ocupar un puesto entre los ‘textos’ de la escuela primaria. Quiere ser un libro de lectura para niños. Desde luego, salta a la vista que el autor se ha esforzado en escribir una prosa adecuada, encuadrada en limitaciones pedagógicas: asunto indígena, lenguaje usual, aprovechamiento de conocimientos útiles (…) Horacio Quiroga (…) al someterse voluntariamente a la exigencia de una antigua y falsa pedagogía, ha empequeñecido su facultad de componer y escribir. Estoy seguro de que sus Cuentos de la selva no serán leídos dos veces. En la primera queda agotada toda su substancia. El niño sin dificultad ninguna, lo ha triturado. He aquí, para mí, el principal defecto de este y de otros libros: su excesiva facilidad.” J. Torrendell, 1918 (2)

Horacio Quiroga junto a su hija María Elena y un coatí, en la selva misionera (circa 1932).

Elegí estos dos ejemplos porque ambos tienen cuestiones en común y al mismo tiempo profundas diferencias. En común tienen que el paso del tiempo ha puesto de manifiesto que el crítico se equivocó en su lectura evaluativa de estos libros. Ambas críticas tienen en común el “enjuiciamiento de los textos”; se trata de sentencias donde los libros son acusados y declarados culpables por el crítico que actúa como juez frente a su público: los potenciales lectores. Max y Moritz y Cuentos de la selva reciben la inapelable condena de sus críticos.

La reseña de Torrendel resulta más inquietante en la medida en que sus postulados son de índole literaria. Torrendel tacha al libro de Quiroga de excesivamente simplista y sujeto a exigencias de la pedagogía. Según él, Quiroga ha obligado a su escritura a descender a la altura del niño lector subestimándolo en sus capacidades y ofreciéndole una obra pobre desde el punto de vista literario. Una crítica que muchos haríamos a buena parte de los libros editados en la actualidad.

A diferencia de Torrendel, los postulados de Seidel son de índole extraliteraria. Si Torrendel critica Cuentos de la selva por sujetarse a patrones extraños a la literatura: los pedagógicos, Seidel por el contrario, exige a la literatura la obediencia y servidumbre a normativas que le son externas: las morales. Seidel parte de una idea totalmente cuestionable: los libros generan conductas negativas (o positivas) en sus lectores. Pueden actuar como veneno o como antídoto en las mentes y comportamientos infantiles. Un tipo de postulado que goza de buena salud en la actualidad.

Volvamos entonces a nuestra pregunta inicial sobre cuál puede ser el papel que la crítica cumpla en el campo de los libros infantiles. Para responder a ella recurriré a Janusz Slawinski y su artículo “Las funciones de la crítica literaria”:

Para este autor el crítico ocupa un doble lugar en el canal comunicacional entre el autor y el lector; “…rompe el vínculo directo que une al autor con el mensaje, pero también se sitúa entre ese mensaje y el receptor. (…) Se esfuerza por actuar en dos frentes: ante el emisor y ante el destinatario del comunicado literario. (…) Con su comprensión y valoración del mensaje literario va al encuentro de la ignorancia e incertidumbre del autor en cuanto al destino del mensaje literario. A la ignorancia e incertidumbre del lector opone una interpretación de la obra y una propuesta de evaluación.” (3)

Pero en literatura infantil esto se complica todavía más porque el crítico no suele dirigirse directamente a los niños lectores, sino a los adultos lectores que median entre los libros y los niños. Por lo tanto, tenemos al autor, a la obra y al lector infantil. Pero en medio de estos a los adultos que entre otras acciones suelen tener a cargo la selección de los textos. Y entre el autor, la obra y los mediadores tenemos al crítico. De esta compleja relación se puede desprender una de las preguntas que los especialistas en literatura infantil se han hecho a menudo: ¿Hasta dónde el enunciado crítico debe considerar o no al niño lector? Sin tiempo para responder a esta pregunta, podemos aprovechar la oportunidad para poner de relieve la trascendencia que tiene una determinada representación del lector niño en la lectura crítica de un libro infantil. La idea subyacente de “lector niño” es el punto de partida en la mirada del crítico y forma parte del horizonte de representaciones y valores con el que encara su tarea; tema del que hablaremos más adelante.

En su lugar dentro del canal comunicacional antes nombrado, nos dice Slawinski, el mensaje crítico busca contrarrestar los factores que puedan perturbar ese acto.

“Ha de contrarrestar las pérdidas de audibilidad provocadas por el peso de los esquemas de la tradición, por las convenciones literarias en medio de las que vive el lector, por su ignorancia, su desorientación y su no conciencia de las reglas del juego, por los hábitos perceptivos establecidos, por la inercia de los gustos y aficiones del público, etc.” (4)

Esto me parece particularmente importante en el mundo de los libros infantiles porque el mensaje crítico quizá cumple su papel en el campo de la literatura infantil, en la medida en que puede proponer a los lectores adultos que median entre los libros y los niños miradas, lecturas diferentes a las establecidas, recorridos imprevistos a través de una obra. Problematizar lo naturalizado en el mundo de los libros para niños no es poca cosa. Reducir el ruido que interfiere en la lectura adulta de libros para niños dado por una serie de normas, convenciones y supuestos acerca de cómo debe ser un libro infantil, para así invitar a acercarse a la obra con menos certezas y más interrogantes.

Mostrar lo oculto, valorar lo silenciado, escapar en lo posible del lugar común, de la ley impuesta como universal e incuestionable por la costumbre, o por un estado dado de cosas en el contexto de lectura siempre histórico y culturalmente situado.

La tarea del crítico, pienso, puede ser ésta: la de invitar al otro, lector como él, a sacudir los hábitos perceptivos establecidos y de este modo hacerlos conscientes, ponerlos en evidencia; la de invitar a desnudarse de las rutinas de lectura y así dejarse sorprender, invadir por ese objeto artístico que se nos presenta como una buena ocasión para conocer y quizá también ver modificados nuestros hábitos y creencias.

Para ejemplificar lo que digo leeré una cita de Gilbert K. Chesterton en un artículo referido al absurdo:

«Mientras veamos un árbol como un objeto obvio, creado natural y razonablemente para servirle de alimento a las jirafas, no podemos maravillarnos ante él. Sólo cuando lo consideremos una prodigiosa ola viviente que se eleva del suelo hacia el cielo sin ninguna razón particular, nos quitaremos el sombrero para perplejidad del guarda del parque.» (5)

Desde esta perspectiva la actitud del crítico se aproxima a la del humorista. Una actitud lúdica y a la vez ávida de conocimiento, reflexiva y cuestionadora. Más que dar respuestas, soluciones, sentencias inapelables; el crítico se hace preguntas e invita al lector a hacérselas él también.

Pero para esto hay algo que debe quedar claro: la lectura del crítico es sólo una lectura posible entre tantas. No es “la lectura”, la única y verdadera. Ni siquiera la mejor o más profunda. Para ello es recomendable que nadie tome demasiado en serio al crítico, ni siquiera, y ante todo, él mismo debe tomarse en serio.

Lewis Carroll señala en una carta escrita a un amigo:

“Con respecto al significado de ‘Snark’, me temo que no es más que una palabrería sin sentido. Sin embargo, sabes que las palabras significan más cosas de las que pretendemos cuando las usamos; de manera que un libro completo debe tener muchos más significados de los que el autor cree haber depositado en él. Así pues, estaré más que dispuesto a aceptar cualquier sentido o significado positivo que halles en el libro. Lo mejor que he visto es una dama (…) cuyo libro es una alegoría de la búsqueda de la felicidad. Yo creo que es hermoso en muchas formas. En particular, me gustó cómo emplea las ‘máquinas de baño’ (6) como una metáfora para explicar lo que le pasa a la gente cuando se cansa de la vida. Ella dice que cuando esto ocurre, la gente es incapaz de conseguir la felicidad en pueblos o en libros, y entonces corre desesperadamente a las orillas del mar para descubrir qué pueden hacer las máquinas de baño por ella” (7)

A mí me gusta el gesto de Carroll de dar un paso al costado y decir que acepta cualquier sentido que se halle en su libro. Pocos autores, incluso pocos adultos mediadores estarían dispuestos a aceptar una cosa así.

En contrapartida aparece el ejemplo de la dama y su alegoría sobre las máquinas de baño. Y uno piensa en esa actitud compulsiva de hallar el sentido a todo. Todo elemento del libro se transforma en símbolo, alegoría dispuesta a darnos la clave oculta, el mensaje subliminal, el tesoro escondido por el autor o el saber popular, que sólo algunos pocos iniciados, los críticos por ejemplo, serían capaces de develar.

La duquesa de Alicia en el País de las Maravillas que le busca moraleja a todo, o personajes similares que le buscan sentido a todo y no pueden aceptar que o bien no hay un sentido definido, o bien los sentidos son múltiples, abiertos, inaprensibles y quedan librados a la libertad de cada lector.

Consideremos por ejemplo cómo la propia obra de Carroll para niños es también un excepcional texto crítico sobre la literatura infantil de su época. Los personajes y sus diálogos continuamente ponen en jaque, descolocan, importunan ideas, creencias y costumbres acerca de cómo debe ser un libro para niños. Los elementos críticos en la obra de Carroll exceden incluso el campo de la literatura infantil, como suele suceder cuando la literatura para niños se piensa a sí misma ante todo como literatura.

Slawinski define a la crítica como un fenómeno que hace pública la conversación sobre un hecho literario. Esto derrumba cualquier pretensión de verdad única o de monólogo conclusivo por parte del crítico. Se trata entonces de un diálogo abierto del lector/crítico con la obra, del crítico/lector con otros lectores, entre los cuales puede contar, claro está, el autor del libro.

Pero las cosas no siempre se dan así.

¿Qué sucede cuando el crítico presta menor atención al texto que tiene frente a sí que a un sistema de postulados que él opone, o busca ajustar como un molde a la obra que está leyendo?

Todo comunicado crítico señala Slawinski produce un exceso de información entre la obra y sus lectores. Pero este exceso de información puede actuar de manera ambivalente. Si, como ya dijimos, puede contrarrestar los ‘ruidos’ entre la obra y el lector, también el texto crítico puede él mismo llegar a ser uno de los factores que ahogan ese diálogo.

“A saber, cuando el enunciado crítico trata la obra como un motivo que le permite al crítico formular proyectos y postulados propios. Éstos introducen perturbaciones en el diálogo, bloquean el canal comunicacional que une al creador con los receptores” (8)

De este modo, agrega Slawinski, la postulación actúa como un proceder opuesto al conocimiento. Independientemente de cuál sea el carácter de los postulados, cuando son éstos los que predominan, el enunciado crítico resulta ser “…en menor medida un enunciado sobre la obra, y en mayor medida, un enunciado con motivo de la obra” (9)

El texto literario, e incluso el lector, pasan así a un segundo plano. Ambos son una excusa para dar a conocer otra cosa: las ideas y creencias del crítico, y su proyecto. Esto puede verse con facilidad en muchas lecturas psicoanalíticas, feministas, ecologistas, moralizantes a cargo de críticos que buscan en la obra la confirmación de sus postulados e ideas. Para ello no dudan en forzar los textos hacia interpretaciones similares a la de la señora y sus máquinas de baño citada por Carroll, o bien enjuician negativamente los textos por no ser obedientes a los postulados de su teoría científica, política, estética, moral, literaria inclusive; ya que este tipo de crítica no se limita a postulados extraliterarios. Estos pueden pertenecer estrictamente a la literatura, y estar a merced de un “deber ser” de los libros para niños según las ideas del crítico.

Esto no debe entenderse como la prohibición de recurrir a saberes de diversas disciplinas tanto literarias como extraliterarias para reflexionar sobre los libros infantiles. La endogamia no es beneficiosa para nadie y menos para el campo de la literatura infantil. La literatura para niños es parte de un campo más vasto, el de la literatura, y más aún, el de los productos artísticos y culturales. Desoír lo que otros estudios tanto literarios como de otros campos puedan decirnos acerca de nuestro objeto es negar ese vínculo, esa permeabilidad que los libros infantiles hacen evidente, y por lo tanto debilitar su estudio.

Un ejemplo claro de lo que estoy diciendo es la necesidad de atender a conocimientos de la gráfica, la imagen y las artes plásticas para el análisis de libros infantiles donde históricamente la ilustración ocupa un espacio fundamental tanto desde el punto de vista estético como en la producción de sentidos. En 1982 Margareth Meek, por ejemplo, denunciaba en un ensayo la pobre lectura de los libros ilustrados realizada por los críticos. (10)

Lecturas encorsetadas en un enfoque teórico-metodológico, en modelos preestablecidos que, pueden provenir incluso del campo de los estudios literarios, y que pretenden ser acabadas y definitivas, no favorecen el conocimiento sino que lo obstaculizan. Aumentan el ruido.

En lugar de invitar a una mirada inusual y abierta sobre la obra, la lectura se torna miope y pretende imponerse de manera autoritaria a otras lecturas posibles. No hay rigor crítico aunque se apele a conceptos científicos, porque no se está atendiendo a ese objeto estético particular, no se lo está leyendo realmente, no se lo está escuchando. El objetivo es llegar a conclusiones ya previstas y probadas como ciertas de antemano.

Una lectura crítica unívoca desoye además toda concepción de la libertad interpretativa de los lectores frente a un texto literario. Si no es bueno que el maestro imponga su lectura a los alumnos, tampoco lo es que el crítico la imponga al maestro. Así de sencillo.

El acto crítico comienza en la misma selección del texto cuya lectura se hará pública. Ya en la selección el crítico, también el mediador que elige un libro para un niño, pone en juego su concepción acerca de lo valioso en la literatura infantil. En los enunciados descriptivos e interpretativos del mensaje crítico hay ya una escala de valores, un posicionamiento en juego, no sólo respecto a la obra, sino también y especialmente acerca del lector/niño y los libros infantiles en general. Referencias directas o indirectas a cuestiones del campo, incluso a un estado de cosas que el crítico percibe y decide considerar. Todo esto puede ser leído fácilmente en un texto crítico si es sometido a un análisis.

Siempre se parte de un horizonte ideológico y por detrás de toda lectura, y especialmente de la del crítico, hay una serie de conceptos incluso de postulados presentes. Pero estos postulados no deben convertirse en ruido dentro del diálogo entre la obra y el propio crítico, la obra y sus potenciales lectores. La teoría puede ser una herramienta eficaz para poner en evidencia todos aquellos ruidos que perturban la relación del lector (incluida la del crítico) con la obra.

Como sostiene el especialista inglés Peter Hunt: “La teoría es algo incómoda e inquietante, ya que al tratar de explicar lo que habíamos creído que era obvio, centra la atención en algunos problemas ocultos (…) La teoría podría no resolver estos problemas en forma directa, pero nos obliga a hacerles frente” (11)

Continuamente el crítico va y viene entre la teoría y la práctica. Recurre a la teoría para ingresar al texto, o para dejarse ingresar por él, pero del mismo texto, de su lectura, extraerá también teoría.

Hay una cuota de enigma, de absurdo en nuestra tarea de lectores, y cualquier saber teórico debe estar a favor de ese enigma en lugar de intentar acallarlo.

No se trata entonces de traducir, o reducir la obra a los hábitos o previsiones de un “lector-medio”, como sucede en aquellos mensajes críticos que buscan a toda costa adecuar los textos, incluso los más “inadecuados”, a los prejuicios en boga de la literatura infantil alimentando formas de recepción cristalizadas. Este tipo de lectura al responder a hábitos y expectativas ya establecidos es conservadora y suele estar ligada a objetivos de tipo publicitario. El uso de la literatura para la transmisión de valores morales es un buen ejemplo de esto último.

Volviendo a la cita de Chesterton, no podemos seguir mirando a los árboles pensando en que han sido creados para dar de comer a las jirafas. Sería bueno que dejáramos de pensar también que la crítica existe para decir, por ejemplo, cuándo un libro es o no es apropiado para un niño de determinada edad, cuáles son los requisitos formales y de contenido que debe tener un texto para ajustarse a tal o cual etapa evolutiva del niño y cosas por el estilo. Tales enunciados se limitan a repetir y reforzar supuestos, esquemas y reglas establecidos socialmente que, a mi entender, constituyen el material sobre el que el crítico debe actuar para su problematización y desmontaje.

Cuando digo que el crítico no debe tomarse demasiado en serio a sí mismo, no estoy menospreciando su hacer, sino todo lo contrario. Despojar la tarea del crítico de la persecución de un “deber ser” cualquiera en torno a los libros para niños, no implica ignorar el peso de la crítica dentro del campo ni, por lo tanto, su peso social. La búsqueda de formas desprejuiciadas de leer los textos, el volver opacos los esquemas perceptivos que rigen mayoritariamente el encuentro con los libros para niños es en definitiva un gesto político en absoluto inocente. En este gesto se están poniendo en juego formas de representación no sólo de la literatura infantil, sino también de los lectores-niños, del lugar que ocupa la literatura en la vida de las personas y del vínculo que los adultos estamos dispuestos a establecer con las nuevas generaciones a través de la literatura y el arte. La lectura pública del crítico implica por lo tanto un alto grado de responsabilidad y al mismo tiempo la alegre aceptación de que su trabajo se parece mucho al de quien arroja botellas al mar.

Hacer crítica es leer. En definitiva, la idea que tengamos acerca de la tarea del crítico está íntimamente relacionada a nuestra idea acerca de la lectura.

Me gusta pensar en mi trabajo como parte de una conversación sobre un hecho literario. Como en toda conversación habrá discusiones, desacuerdos y acuerdos. Detrás de las palabras escritas en la pantalla habrá siempre un destinatario: otro lector. Y lo único que puedo ofrecerle es mi lectura. Una lectura que busca algo bastante difícil de lograr: renovar la capacidad de asombro, como el personaje que se quita el sombrero ante cada árbol del parque.



Notas

(1) Este comentario crítico de Friedrich Seidel, realizado en 1883, es citado por Friedrich Bohne en el “Epílogo” del libro Max y Moritz. Una historia de chicos en siete travesuras, de Wilhelm Busch. Traducción de Víctor Canicio. Madrid, Editorial Alfaguara, 1982. Pág. 67.

(2) Torrendel, J. “Cuentos de la selva”. Reseña publicada en la sección “El libro de la semana” de la revista Atlántida del 28 de noviembre de 1918. En: Alvarado, Maite y Guido, Horacio (compiladores). Incluso los niños. Apuntes para una estética de la infancia. Buenos Aires, La Marca Editora, 1993. Colección Cuadernillos de géneros, pp. 56.

(3) Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”. En: Criterios, Nº 32; La Habana, julio-diciembre 1994, págs. 233-253. Disponible en: http://www.criterios.es/pdf/slawinskifunciones.pdf (Fecha de consulta: mayo de 2011).

(4) Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”. Op. cit.; pág. 16.

(5) Chesterton, Gilbert K. “Defensa del Absurdo”. En: Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos). Selección y prólogo de Alberto Manguel. Traducción de Miguel Temprano García. Barcelona, Editorial Acantilado, 2005. Págs. 361-362.

(6) Las cabinas o máquinas de baño eran casillas individuales cerradas, sobre ruedas, arrastradas por caballos, que en los balnearios del siglo XIX servían para conducir al bañista aguas adentro hasta un sitio elegido, para que pudiera gozar de su baño protegido de miradas indiscretas por una especie de sombrilla. Las máquinas de baño aparecen evocadas en las obras de Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas y La caza del Snark. (Información extraída de las notas de Eduardo Stilman en Los libros de Alicia. La caza del Snark. Cartas. Fotografías, de Lewis Carroll. Buenos Aires, Ediciones de la Flor-Best Ediciones, 1998.)


(7) Este fragmento de la carta de Lewis Carroll está citado por Paul Heins en el artículo “Andando por las ramas con los críticos literarios: Algunas digresiones fortuitas sobre el estado actual de la crítica de libros para niños.” (Traducción de Brenda Bellorín.). En: AAVV. Un encuentro con la crítica y los libros para niños. Caracas, Banco del Libro, 2001. Colección Parapara Clave. Pág. 52.

(8) Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”. Op. cit.; pág. 16.

(9) Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”. Op. cit.; pág. 22.

(10) De esto da cuenta la siguiente observación de Margaret Meek: “Elaine Moss (1981) ha demostrado concluyentemente que los críticos adultos hacen una pobre lectura de los libros ilustrados, que son simultáneamente la primera lectura de los niños y sutiles sistemas semióticos. (…) Sólo los libros ilustrados, con su variedad de perspectivas y puntos de vista, técnicas artísticas y formas de enseñar convenciones respecto a imagen y texto, ofrecen la oportunidad y los medios para definir la poética de una literatura que se dirige exclusivamente a los niños”. Extraído de: Meek, Margaret. “¿Qué se considera evidencia en la teoría sobre literatura para niños?” (Traducción de Pedro L. González.) En: AAVV. Un encuentro con la crítica y los libros para niños. Caracas, Banco del Libro, 2001. Colección Parapara Clave. Pág. 23.

(11) Citado por Cathryn M. Mercier en el artículo “Discernimiento y descubrimiento: claves para el esclarecimiento de la crítica de textos” (Traducción de Sashenka García.) En: AAVV. Un encuentro con la crítica y los libros para niños. Caracas, Banco del Libro, 2001. Colección Parapara Clave. Pág. 180.


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Lecturas: La crítica es bella. Cómo analizar los libros para niños, por Ana Garralón.

Publicaciones: Actas y Memoria del CILELIJ (Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil).

6 comentarios sobre “Sobre árboles sin jirafas y máquinas de baño. Cuestiones sobre la crítica en el sistema de libros para niños”

  1. Mercedes Charles dice:

    Muy interesante texto. Gracias Marcela por ampliar nuestra mirada sobre la crítica literaria.


  2. Lidia Blanco dice:

    Creo firmemente que la crìtica colabora -sea justo o no-a la venta de un libro. Las reseñas, los comentarios de determinadas instituciones relacionadas con las publicaciones de LIJ, inciden en que un autor logre mayor inserción en el campo cultural. Es decir, la crìtica es una herramienta de las editoriales y de los críticos que tienen alguna relación de pertenencia a esas editoriales, para ayudar a la circulación o a la inhibición de una obra literaria de cualquier especie.

    El análisis del discurso literario debe construirse como herramienta que permita al mediador reflexionar acerca de su elección, y descubrir que en el texto hay elementos de «copia» o reproducción de ciertas formas del discurso consideradas «exitosas» para acercarse a un lector infantil o juvenil. Muchas oras muy recomendadas son símiles y no verdaderas obras literarias.
    Creo que es necesario fortalecer un campo de crítica lieraria LIJ, independiente de las editoriales, y apoyado en ámbitos académicos y autónomos. Este pensamniento es el que impulsò durante toda su gestión Graciela Montes, y sus principios me siguen pareciendo actuales y justos. Hay que volver a leer «La frontera indómita».


  3. ALICIA ORIGGI dice:

    Coincido con Carranza en este interesante artículo en que la literatura (y por ende la crítica literaria) «para niños es parte de un campo más vasto, el de la literatura, y más aún, el de los productos artísticos y culturales.»
    En ese campo intelectual, como diría Pierre Bourdieu, se desarrollan luchas de poder. Luchas entre los escritores, los editores y las editoriales para llegar a un público cada vez más numeroso con cada vez más novedades. El rol del crítico literario honesto es mediar en esas disputas y tratar de esclarecer los valores de una obra, entre las numerosas ofertas, para tratar de aconsejar al adulto mediador. En esta tarea por supuesto, el crítico, que debiera ser independiente, estará comprometido únicamente con su ideología.
    Coincido con Lidia en la creación, desarrollo y sostén de una crítica académica, con un marco teórico que jerarquice las obras con destinatario infantil, que destaque el verdadero trabajo de los autores y que no sea un apéndice al servicio de una determinada empresa editorial.
    Felicito a Imaginaria por ser un foro donde podamos abrir el juego sobre este tema tan poco tratado.


  4. Mariana dice:

    muy bueno, subrayo la última frase en la que se compara con el personaje que se quita el sombrero ante cada árbol.
    felicitaciones para quien escribió este texto, tanto por el contenido, como por la manera en que está escrito!


  5. Bettina Caron dice:

    Coincido absolutamente con Carranza, con Blanco y Origgi y recuerdo en este momento aquel maravilloso seminario del 89 de LIJ en Filo, que ponía en el tapete académicamente por primera vez desde la UBA esta problemática y luego aquel maravilloso producto de ese trabajo crítico que la querida Lidia nos facilitó a través de Colihue. Emocionadamente, Bettina


  6. Julieta Carolina Gonzalez dice:

    Me gusto mucho e articulo hay una problematizacion relevante a lo que pasa hoy