34 | LECTURAS | 20 de setiembre de 2000

El desafío de editar libros para niños y jóvenes

por Canela
(Ilustraciones de Douglas Wright.)

Hay muchas formas de describir la función, el trabajo del editor. Tantas como los variados roles que los editores pueden desempeñar en sus respectivas empresas. Y aún estas empresas pueden ser muy diferentes entre sí: desde una internacional con representación en distintos países hasta un pequeño emprendimiento independiente de características artesanales.

Me animo a pensar, sin embargo, que hay algo común y compatido entre todos aquellos que nos dedicamos a la edición y la la producción de libros. El editor es, siempre y al mismo tiempo, un productor de artículos de consumo y un agente cultural. Productor de artículos de consumo ya que editar libros implica someterse a las normas de cualquier producto de mercado. Un producto muy peculiar sin embargo, que reproduce en grandes cantidades la pieza única, el original; que está destinado a la mente, al intelecto de un solo individuo: el lector. Agente de la cultura en tanto que la publicación de un libro implica la elección de un texto, su divulgación, la difusión de ideas, historias, pensamientos. A veces es un verdadero descubridor cuando estimula la escritura u orienta a un autor, aún cuando el cáustico Umberto Eco diga que "un autor debe buscar siempre la ruina de un editor" no es imaginable el mundo de los libros sin editores, así como no lo podemos concebir sin autores.

Ilustración de Douglas Wright
"Un autor debe buscar siempre la ruina de un editor" (Umberto Eco)

El editor se encuentra, en el centro de diversas tensiones. Por un lado, el mercado de consumo ejerce presión en forma creciente sobre sus decisiones; por otro, los creadores, autores, ilustradores, diseñadores, junto a críticos y lectores depositan en él necesidades y exigencias.

Aparece aquí un tema que bien podría abrir un debate entre nosotros: ¿el editor es en ocasiones un creador o su tarea es siempre subsidiaria, de servicio al autor y al mercado?

Pero otro es el tema propuesto hoy: las leyes del mercado y las leyes de la creación requieren competencias muy diversas que el editor debe conocer y sintetizar. Ambas representan las tensiones a las que aludíamos. Y si editar libros no es una tarea inocente, sabemos que menos inocente aún es editar libros para niños y adolescentes.

En la tarea cotidiana de elegir un texto, un ilustrador, de proyectar una colección o un libro singular entrarán en juego sutilmente las fidelidades del editor. Fidelidad a las propias ideas y convicciones, fidelidad a un proyecto cultural y, por fin, fidelidad a las normas de la empresa y las exigencias del marketing que naturalmente apuntan al acierto comercial. Ya que a pesar de las palabras de Umberto Eco, el editor no puede permitirse ir a la ruina.

No es lo mismo producir remeras o zapatillas que libros. No digo alimentos ya que en cada país hay códigos alimentarios acerca de lo que está permitido y lo que está prohibido producir y vender. El libro también se ingiere. De tal modo que el escritor Joseph Brodsky llega a sostener: "somos lo que leermos". Pero, por suerte, las normas acerca de lo que se puede escribir y editar no están escritas, ya que estaríamos hablando de limitaciones o de la odiosa censura. En este contexto, resulta obvio que cada uno de nosotros se guía por sus propios códigos y valores personales.

Ilustración de Douglas Wright

Como productor de un bien de consumo, no parece positiva la resistencia ciega a los cambios. Joost Nijhoff nos ha ilustrado acerca del libro interactivo (historias en CD-ROM), una alternativa que parece irreversible. Formaremos parte o no de ese cambio pero no podremos fácilmente torcer el rumbo que nos propone el futuro. Sí podremos conocer ese rumbo, analizar si es favorable a nuestro propio proyecto editorial, decidir si es positivo incorporarlo a nuestra empresa, proponerlo a nuestros autores. Pero negarlo, detractarlo, convertir al libro electrónico en enemigo del libro tradicional es, desde mi punto de vista, una pérdida de tiempo y energía.

Si creemos que las nuevas tecnologías sólo son asimilables para el caso de ciertos libros, de ciertas producciones de nuestro fondo editorial, sumaremos posibilidades, experiencias y desafíos, mientras seguiremos creando libros en el soporte tradicional. Los mejores libros posibles.

Lo mismo sucede con los sistemas de distribución y venta, y los de pormoción. Mientras sea ético, cualquier acción es buena para que cada libro llegue a cada lector potencial. En los cambios siempre algo se pierde, pero si todos cuidamos la multiplicación y calidad de los autores, la multiplicación de los lectores, la capacidad de elección, la estimulación de la escritura y de la lectura como una necesidad vital todos saldremos ganando. Poco importa si lo escrito se lee sobre papel, sobre una pantalla o sobre cualquier otro soporte que el futuro quiera inventar.

Pasemos a los contenidos. Me place mencionar a Ana María Machado, la autora brasileña que acaba de ganar la máxima distinción de la literatura infantil, el premio Hans Christian Andersen. "Hay libros —dice Ana María— que no valen la pasta de papel con que están hechos". Mis reflexiones apuntan naturalmente a quienes producen libros de autor, literatura. Y me refiero también a los libros para los más pequeños, en algunos de los cuales hay pocas o ninguna palabra. Pero la idea, el guión de la ilustración, tiene un sentido que se sustenta en una elección. Ese sentido será más libre cuanta mayor y mejor información tenga el editor. No acerca del mercado del libro. Ésta puede asegurar la venta de una edición o de una colección completa si el molde, la receta sobre la que el editor trabaja, es más de lo mismo: el terror, lo fantástico, la aventura romántica para adolescentes o las reproducciones de sabrosos y tradicionales relatos populares adaptados y limados hasta el sinsabor. En estos casos, no hay riesgo, no hay temor al fracaso, no hay creación.

Me permito hablar aquí del maíz, base alimentaria de los indígenas originarios de estas tierras. Más aún, el Popol Vuh, libro sabrado de los mayas, cuenta que los dioses crean al hombre a partir del dorado maíz.

Un día me regalaron un cesto con maíces muy diversos: los había claros casi blancos, amarillos, rojos, hasta negros. Algunos de granos grandes, otros eran una mazorca muy apretada. Nunca los había visto en el supermercado. Quien me los dio me dijo que los indígenas de nuestro noroeste solían favorecer una gran variedad en sus cultivos de modo tal que si una plaga afectaba a los rojos podían nutrirse de los amarillos, si se destruían los blancos siempre podrían contar con los negros. En el mundo de hoy, me dijo, la biodversidad no es un valor que se aprecie, los cultivos híbridos han logrado un máximo rendimiento, pero una plaga podría dejarnos sin un solo maíz en los campos.

La sociobiología, que incluye la sociología de la conducta, explica que la biodiversidad contribuye a la supervivencia, a la interacción de las especies y a las acciones enriquecedoras dentro de la misma especie. En el mundo de los libros, podemos notar una tendencia a la hibridación a causa del temor a que la diversidad, la invención, la osadía pongan en riesgo el éxito tan ansiado. Pero en la capacidad de enfrentar esta tendencia pueden nacer nuevos autores, nuevos éxitos, nuevos lectores.

Es en el contenido —y llamo contenido a todas las variables estéticas y éticas de un libro— donde entra en juego la más porfunda y rica dimensión de nuestra tarea. En un mundo violento, en el que en nombre de la competencia los hombres se canibalizan entre sí. En el que se ensancha dramáticamente la brecha entre los ricos y los pobres. En el que está amenazada la salud de nuestro entero planeta. En el que, guerra, represión y tortura siguen estando en los titulares de los diarios con los que desayunamos cada mañana. ¿De qué nos serviría producir más libros y vender infinitamente más ejemplares, si esos libros no ayudaran a mejorar la condición humana? Parece una exageración tratándose de libros para jóvenes y niños.

Cuando al autor argentino Julio Cortázar le preguntaban "¿De dónde vienes?", él respondía invariablemente: "Vengo de mi infancia". Todos venimos de nuestra infancia. Y allí en la infancia hay un libro, hay una página que nos ha marcado, que nos ha iluminado o nos ha ensombrecido. Huellas profundas ya que el libro impone una comunión con el autor de la que no salimos indemnes. Mucho menos en la infancia.

Ilustración de Douglas Wright
"¿De dónde vienes?" Julio Cortázar: "Vengo de mi infancia."

Cuando el editor elige un texto, una ilustración, no puede eludir el rol sustancial que le compete: ser el nexo, el puente, entre el autor y el lector. Entre muchos autores y una incalculable cantidad de lectores. Esto hace más interesante el ejercicio de su libertad.

Ya dijimos que podrá elegir más libremente cuanta mayor sea su formación e información. Pero todavía queda algo. El editor puede ser muy sensible a las necesidades del mundo de la infancia, y muy claro en sus intenciones de producir buenos libros, pero sólo será realmente libre y honesto si aprende a reconocer sus propias limitaciones. Es especialmente en la literatura y en la producción de libros para niños en donde los aspectos más negativos de su ideología —los prejuicios, la autocensura, la discriminación, la tendencia al estereotipo— encuentran terreno fértil. A menudo nuestro afán por educar y transmitir valores a través de los libros encubren nuestras propias falencias. El desafío, entonces, impone estar atentos a los mensajes que construimos para seducir y conquistar lectores, justamente porque el editor, con el autor, es responsable por lo que hace y por lo que deja de hacer e incide en una dimensión que no se puede calcular en la vida de cada niño lector y en la cultura de su tiempo.


CanelaCanela (Gigliola Zecchin de Duhalde) nació en Vicenza, Italia, y vive en Argentina desde los diez años. Estudió Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Tiene una destacada trayectoria en el medio radial y televisivo como periodista y conductora de programas culturales. Es la Directora Editorial del Departamento de Literatura Infantil y Juvenil del Grupo Editorial Sudamericana. Escribe libros para niños y publicó, entre otros, Marisa que borra (Premio White Ravens 1990, Munich, Alemania), Boca de sapo, Letras en el jardín y la serie Lola.

Esta ponencia fue presentada por la autora en las Jornadas Previas al Congreso Mundial de Editores, realizado durante la 26ª. Exposición Feria Internacional de Buenos Aires, El Libro del Autor al Lector, en abril de 2000. Posteriormente publicada en la revista La Mancha N° 12 (Buenos Aires, julio de 2000), es reproducida en este número de Imaginaria con autorización de la autora y los editores.


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La Mancha - Papeles de literatura infantil y juvenil N° 12; Buenos Aires, julio de 2000