Juegos de lectura en voz alta
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La revista Novedades Educativas, en su número 102 (junio de 1999), trae de regalo una verdadera joyita en forma de libro. Se trata de "Juegos de lectura en voz alta", de Luis María Pescetti.
El libro propone una serie de juegos que resultan ser un buen divertimento para llevar adelante con grupos de niños.
El espíritu de estos juegos de lectura es ayudar a perder inhibiciones y ganar confiaza a la hora de leer en voz alta frente a un grupo. Y para que todos descubran "que no hay una sola manera de leer bien en voz alta, sino muchas, muy diferentes, divertidas, emocionantes, emocionadas, tristes, solitarias, alegres, perdidas".
Además, el libro trae un reportaje a Luis María Pescetti realizado por niños de 10 años de la escuela América del Sur, desde la Argentina a México, vía Internet.
Transcribimos a continuación, con autorización de los editores, algunos de los juegos que contiene el libro.
Leer en voz alta no es un juego
son muchos
Vamos a proponerles diversos juegos que se hacen leyendo en voz alta. Algunos de ellos quizás les parezca que no están muy relacionados con la lectura. Es un poco así y es intencional. Lo que se buscó es, justamente, distraer a la persona del hecho de que estaba leyendo en voz alta. Que se olvidara de eso, que la atención fuera a otra parte, a seguir las reglas del juego, lo que fuera. ¿Por qué? Porque con esos juegos queremos, justamente, hacer que cada uno gane confianza, no se sienta tan extraño leyendo algo en voz alta, diciendo algo en voz alta frente a todo el grupo. Nos pareció que la mejor manera de empezar es dejando a un lado el hecho de «la lectura» como tal. Aquí casi no importa qué se lee, ni cómo se lo hace. De esa manera, nadie se sentirá juzgado ni presionado por el hecho de que «se debe entender» lo que lee.
Podríamos decir que en estos primeros juegos no importa si se entiende o no el sentido de lo que se lee, porque no hay ningún sentido para entender. Lo importante es que «suelten la voz» y no sientan vergüenza de estar diciendo algo en voz alta, de que el grupo los oiga. Lo vamos a repetir, en estos primeros juegos no importa el sentido de lo que se lee, todos están dirigidos al hecho de leer en voz alta, y a ganar confiaza, divertirnos, haciendo eso.
Eliminamos, muy a propósito, cualquier cosa que tuviera que «hacerse bien», acá no hay nada para «hacer bien», cada uno lo hace como quiere. Son juegos para divertirnos y para ir ganando confianza, ni más ni menos que eso.
Juegos "no tan locos"
Leer el texto, variando la intensidad según el tamaño de las letras
En el ejemplo que se da a continuación, vemos que las letras tienen diferentes tamaños; lo que debemos hacer es leer ese párrafo respetando el tamaño de las letras. Si es una letra grande la leeremos más fuerte, si es una letrra pequeñita la leeremos en voz baja. Si en un renglón las letras se achican, nosotros también iremos bajando el tono de nuestra voz.
"El mundo está preocupado porque
los tigres de Bengala se extin-
guen, por eso cada tanto mandan
a alguien para que los cuente.
"La última vez le toco a Jerónimo
Walawalkar Evans, un muy ex-
perto contador de tigres, persona
lista y meticulosa que nunca se per-
mitió distracciones en su oficio."
( Ema Wolf. Nabuco, etc. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 1998.)
¿Quién Continúa?
(¿A quién le tocará?)
El maestro preparará unos papelitos con números, del 1 al ... (tantos como niños haya en el salón). Los mezclará, bien mezclados (porque se puede mezclar mal mezclado) en una bolsa o un sombrero. Luego pasarán los niños y cada uno tomará un papelito, el cual deberá esconder, sin decirle a nadie qué número le tocó en suerte. Cada niño tendrá un número escondido en su mano, esto creará cierto misterio, porque sabemos nuestro número, pero no sabemos qué número le habrá tocado al compañero que está sentado al lado nuestro, o a la compañera de adelante.
El juego consiste en que, de a uno, cada niño deberá leer un renglón completo, o, como siempre haremos, hasta el primer punto (seguido o aparte).
Comienza con el niño al que le tocó el número 1. El debe decir «uno», y comenzar a leer (hasta terminar el renglón o hasta el primer punto, como hayamos acordado). Inmediatamente, el niño que recibió el 2, debe decir «dos» y continuar él con la lectura. Luego otro niño dirá «tres» y seguirá leyendo. Y así hasta que se terminen todos los números. De esta manera iremos leyendo el texto con un poco de expectación, de misterio, sabemos cuándo será nuestro turno, pero ignoramos quiénes estarán antes y quiénes nos seguirán. Se me ocurrió que, para agregar más misterio a este juego, se podría hacer de noche y con la luz apagada..., pero después pensé que a la noche nadie va a la escuela (y que sin luz tampoco alcanzaríamos a leer nada). O sea que descartemos esta última idea.
Variante
Cada niño escribe, en un papelito, su nombre, después hace una bolita con él y se lo da al maestro, que mezclará todos los papelitos (mezclando bien mezclado). Luego irá sacando de a uno, leyendo el nombre del niño al que le tocará leer (un renglón o hasta el próximo punto), termina ése e inmediatamente (para que no se interrumpa el ritmo de la lectura), el maestro dice el nombre del niño siguiente. Y así hasta que se acaban los papelitos..., o el texto, o suene la campana..., o vaya uno a saber qué es lo que pasa, porque así son las cosas, y habrá que seguir otro día.
Variante (de la variante)
Esto sólo se puede hacer una vez, porque luego ya pierde la gracia, pero puede ser divertido. Que el maestro haga trampa y repita el nombre de algún niño al que ya le tocó leer. Si el maestro tiene buena relación con el grupo, siempre causa risa cuando el maestro, jugando (atención: ju-gan-do) hace una trampa y los niños lo descubren.
Juegos "locos"
(incluye unos "juegos muy locos")
Notitas de amor
Cada niño deberá escribir una notita de amor en un papel pequeño. Puede ser una declaración de amor, o un reproche amoroso, y debe tener, por lo menos, dos renglones. Las notitas son secretas, nadie le puede decir a nadie qué fue lo que escribió. A medida que van terminando de escribirlas, hacen un bollito de papel (para que no se vea cuál es o qué dice) y lo dejan en la mesa del maestro, en la que vamos haciendo dos montañitas. Una con los mensajes escritos por los varones y otra con las notas escritas por las niñas (mientras tanto, el maestro va mezclando cada montoncito, por separado, lo mejor posible).
Cuando todos terminaron, empezamos el juego, que consiste en esto.
El maestro explica que éstos son mensajes de amor para los niños de este salón, que el cartero dejó encima de su mesa, así que deberán pasar a leer en voz alta el que le haya tocado.
Los chicos irán pasando de a uno a tomar uno de los mensajes (con los ojos cerrados y al azar, sin saber cuál agarran) y leyéndolo en voz alta. De esta manera: pasa un varón, toma un mensaje de la montañita de las mujeres, lo lee en voz alta y se va a sentar; pasa una niña, toma un mensaje del montoncito de los varones, lo lee en voz alta y se va a sentar. Y así sigue.
Lo divertido del juego es que parece que el que lo lee en voz alta hubiera recibido ese mensaje, fuera algo realmente dirigido para él (¡incluso el maestro puede sacar un papelito..., a ver cómo le va!).
Para leer... leyendo
juegos para leer en serio
En enero de 1994 fui a tomar un curso sobre Filosofía para Niños a New Jersey. Matthew Lipman, Ann Margaret Sharp y los otros profesores nos hicieron leer de diferentes maneras. Cada uno de estos modos era divertido y estimulante en sí mismo. Hacía que uno estuviera atento a cuándo le tocaba leer, que conociéramos la voz de todos, incluso la de los que hablaban muy poco (a los que hablábamos mucho a veces nos tocaba un renglón pequeñísimo, por esas cosas del azar y de la justicia). Del recuerdo de esas prácticas y de la experiencia de la profesora Gloria Arbonés, también de Filosofía para Niños, comparto con ustedes las siguientes maneras de leer. Una sugerencia antes de empezar: si la cantidad de niños del salón lo permite, si el tamaño mismo del salón lo permite, es mejor hacer estos ejercicios sentados en rueda.
Sólo tres renglones
Para esta manera de leer, y las siguientes, es mejor que cada niño tenga un ejemplar del libro o una copia del texto. Es mejor, pero no quiere decir que solamente así se pueda hacer. Si hay un solo texto, o unos pocos, se lo irán pasando de compañero en compañero. Se trata de que cada niño lea tres renglones y luego siga otro compañero. Tres y sólo tres (o dos y sólo dos, o cuatro y sólo cuatro, lo importante es que sea una cantidad fija de renglones, igual para todos, y que la lectura fluya bien). No importa si esos renglones terminan con una frase por la mitad, o si alguno es muy corto y el que le sigue es muy extenso. Si el azar hizo que me tocara leer unos renglones largos, bien; si fueron cortos, de una sola palabra, bien también; si era la frase más importante del cuento, bien; y si era una frase sin la más mínima importancia, bien también.
Hay algo muy democrático en esta cosa que, a primera vista, parece un poco arbitraria, ya que nadie lee más «porque lea mejor». Dicho de otra manera, si «leer bien» fueran moneditas, no se hace leer más a los que tienen más de esas monedas. Tengan las monedas que tuvieren, a todos se les pide el mismo esfuerzo.
Recuerdo una anécdota que me contaba mi padre, cuando él cantaba en el coro de la escuela y la directora decía: «A ver, a ver..., usted, Pescetti, cállese (y se hacía un silencio en el que él se callaba y todas las miradas... y oídos... se concentraban en él, y ella completaba asintiendo) ¡ah, ya me parecía que era usted el que desafinaba!»
En general, los coros escolares están llenos de actitudes como ésas, que son muy buenas para la afinación, pero muy malas para las ganas de cantar, y para la autoestima de aquél a quien hicieron callar. Leer en voz alta es, de alguna manera, muy parecido a cantar. Nos sentimos expuestos frente a los demás, sentimos que hay algo «que tenemos que hacer bien» y que todos nos estarán juzgando. Entonces será bueno que quienes trabajamos con los niños recordemos que hacer leer en voz alta no es un fin en sí mismo, sino una manera más de desarrollar el gusto por la lectura y, sobre todo, el gusto por la palabra. La palabra leída, la palabra en nuestra boca, en la boca de los compañeros. La palabra que aquí suena dulce; allá, tímida; allá, demasiado fuerte; en otro, quebrada por la emoción o el susto. En suma, el pensamiento y el sentimiento hechos sonido.
Lo democrático del asunto radica en que más allá de quién sea cada uno, deberá leer el renglón que le tocó en suerte.
Luis María Pescetti
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