5 | FICCIONES | 11 de agosto de 1999

Anticipo de la novela "Frin", de Luis María Pescetti

Foto de Luis María PescettiImaginaria tiene la primicia de publicar el primer capítulo de la novela "Frin", de Luis María Pescetti, talentoso escritor y músico argentino. "Frin" será editada próximamente, en México, Argentina y España, por la editorial Alfaguara. Luis María Pescetti es autor, entre otros libros para niños, de "Natacha", "El pulpo está crudo", "Historias de los señores Moc y Poc" y "Caperucita Roja (tal como se lo contaron a Jorge)". En 1997 ganó el Premio Casa de las Américas (Cuba) con su novela para adultos "El ciudadano de mis zapatos". Se puede ver mucha más información (y muchos otros textos) en el website del autor: http://www.pescetti.com/


Frin

1

Odiaba el deporte. Esas estúpidas clases de educación física. Que a Frin le gustara o no correr es otra cuestión, de hecho no le entusiasmaba mucho; pero no al punto de odiarlo.

La clase de educación física era otra cosa, estúpidamente odiosa. La clase, el profesor, y Ferraro y todos sus atléticos preferidos que lo iban a hacer figurar en alguna olimpíada.

Podrían ser hermosas mañanas sintiendo un poco de frío, de no tener que estar a las siete en la cancha para la clase de educación física. A ese tipo sólo le importaba lo que él hacía; entrenar a los que iban a participar de las olimpíadas. Frin no hubiera conseguido competir ni aunque se hubiera enfermado el salón completo. Desde un primer momento el profesor supo que a él no le apasionaba el deporte, y Frin supo que sería un largo año de clases de gimnasia con ese tipo que lo había desechado de entrada. Dado que él no lo iba a querer, Frin decidió correr más lento, saltar más bajo o más cerca, estirarse lo menos posible y, cada vez que el tipo estuviera mirando a otra parte, hacer una flexión menos. Cuando el tipo lo descubría lo hacía trotar alrededor de la cancha. Frin no decía nada, se levantaba y trotaba. Lento. Desesperadamente lento.

—¡Frin! ¡Si te sigues haciendo el gracioso vas a trotar hasta que termine la clase! (gritó el tipo).

Las primeras veces nadie le prestó atención al asunto. Cuando lo volvieron a mandar a dar vueltas a la cancha, Ferraro, el más grande del salón, gritó:

—¡Frin! ¡Corres como una gallina!

Como el profesor no lo retó, otro hizo una broma.

—¡Frin va a competir en las olimpíadas de aquí a cinco años, porque a estas no llega!

Tampoco le dijo nada. El grupo entendió perfectamente y aprovecharon para burlarse. Pero él seguía a su paso que apenas llegaba a ser trote. Parecía que se iba a caer en cualquier momento, que había sido el único sobreviviente de una explosión o algo así; pero no, era que estaba trotando. Hacia la mitad del año ya nadie le hacía bromas, no porque se hubieran vuelto buenos, sino porque había dejado de ser novedad. Que Frin estuviera haciendo ejercicios con todos, o dando vueltas solo, daba lo mismo.

Iba más despacio que si caminara. El tipo se desesperaba y le gritaba. Entonces Frin sentía que le ganaba. Iba a trotar despacio hasta que al tipo le explote el cerebro como una olla de espaguetis. Una vez le aplicó una sanción. Frin le dijo:

—No es justo, sólo porque no corro como usted quiere (él sabía que no era por eso).

—Me vas a decir a mí lo que es justo o no.

El tipo lo suspendió por dos días. Esa tarde Frin fue a la dirección, pidió una cita. Esperó, esperó. Cuando lo atendieron dijo:

—No quiero dejar de venir a la escuela.

Fue una excelente primera frase, porque en la Dirección se oyen cualquier clase de argumentos, Lo olvidé antes de salir, Mañana se lo traigo, No podré venir porque mi papá, mi tío, un abuelo; lo que sea, pero nunca nadie va a pedir que lo dejen seguir yendo a la escuela.

—¿Y por qué no vendrías?

—Me suspendieron por no correr rápido.

La Directora llamó al profesor de gimnasia y, delante de él, retó a Frin; pero no fue un verdadero reto. Frin se dio cuenta de que actuaba de enojada con él, no estaba realmente enojada. En el fondo, él estaba ganando, porque le hizo prometer que iba a tratar de correr más rápido, cosa a la que Frin dijo que sí, sin mentir. Iba a tratar de correr más rápido, los primeros diez metros, los últimos tres minutos, el año que viene. Había mil maneras de decir que sí, sin mentir. La Directora se sintió satisfecha y levantó la sanción. El tipo no dijo ni una palabra; pero estaba furioso, él sabía exactamente qué había pasado ahí.

—Hasta luego, profesor (dijo Frin).

El tipo se retiró apenas despidiéndose de la Directora.

* * *

Lo cierto es que a Frin le hubiera encantado ganar en una olimpíada, ¿a quién no? Que ella lo viera ganando. Sólo que él sabía que no era de los mejores, ni siquiera de los que podrían haber llegado segundos o terceros. ¿Por qué no había olimpíadas para todos? ¿Cuál es la ventaja para la humanidad que un tipo salte dos metros de alto? A Frin le costaba encontrar algún beneficio. Las olimpíadas no representan un beneficio a la humanidad. Esa era su conclusión. Por uno que salta muy alto, hay montones que son dejados de lado. Por unos pocos que lo hacen muy bien, hay muchos que ni lo intentan.

En una revista que compró en la papelería de Elvio había leído de una maratón en la que participaba todo el mundo, grandes, chicos, mujeres, hombres, gente en sillas de ruedas, viejos. Lo importante era participar como cada uno pudiera, sea corriendo o caminando. Frin no lo podía creer ¿Existía realmente algo así? Era como si le estuvieran dando la razón; el título de esa nota podría haber sido: El tipo está equivocado (hubiera sido maravilloso). Pero además, y esto es lo más importante, porque sentía que en el mundo había un lugar para él. Había un lugar, seguramente habría más, y tal vez muchos lugares en los que no pensaban como el tipo. Frin sintió que le hubiera gustado correr en esa maratón. Sería divertido así, junto a ella, charlando, haciendo amigos, caminando al lado de alguien que fuera en una silla de ruedas, trotando otro poco. Si lloviera sería más divertido todavía.

Cometió un error. Recortó la nota y la llevó a la clase de gimnasia para mostrársela al tipo. ¿Qué pensó? ¿qué el tipo organizaría eso mismo para el próximo fin de semana? El tipo ni siquiera la miró. La tomó sin leerla, y mientras le decía a los demás que prepararan las jabalinas, se la devolvió. Frin se enojó consigo mismo por haberle dado una oportunidad tan servida al tipo. Con ese sólo gesto había conseguido hacerse sentir rechazado y perder la buena sensación que la nota le había dejado.

* * *

El mal humor le duró el resto del día, y lo tomó de sorpresa que, precisamente, Ferraro lo invitara a cazar esa tarde. No era algo que pasaba todos los días, y aceptó; no por el hecho de ir a cazar, sino porque Ferraro le daba miedo y más vale hacerse amigo del que te da miedo. Un pensamiento no muy glorioso que digamos, ¿pero qué hacer con uno que te lleva como dos cabezas?

No era a cualquier cosa, era a cazar. De eso recién se dio cuenta cuando le ofrecieron el rifle de aire comprimido a él también. Se puso contento porque eso quería decir que Ferraro lo había invitado de verdad, no para que cargara con algo. Esta sensación lo hizo sentir muy fuerte. Por un instante se le cruzó la imagen de amigarse con su profesor. Cuando apoyó el mentón en la culata del rifle se dio cuenta de qué estaba haciendo. A él no le gustaba cazar. Matar animales le parecía odioso; pero se había acordado un poco tarde. Ahí estaban todos esperando su tiro, y ahí estaba ese pájaro en una rama a varios metros. No sabía cómo salir de la situación. Entonces se le ocurrió que podía errar el tiro a propósito. Nadie se daría cuenta. De hecho todos tenían mala puntería. No habían cazado nada en toda la tarde. Sólo que tampoco quería que lo dejaran de invitar a otras cosas. No a cazar, pero a cualquier otra cosa. No se suponía que dejaran de invitarlo por errar un tiro. Todos lo habían hecho. Y no pasaba nada. Erraban el tiro, hasta se hacían bromas. Su cabeza pensaba todo lo rápido que se pueda. En un campo cercano pasó un avión fumigador, pero el ave no se movió. Entonces sucedió algo raro adentro suyo. Le apuntó al pájaro, porque si daba en el blanco les demostraría a Ferraro y a los demás que él no sólo era el que trotaba alrededor de la cancha; pero a la vez lo tranquilizaba saber que su puntería era pésima, por más que apuntara no le daría. Sintió un fugaz alivio, porque le pareció que había encontrado una manera de resolver las dos situaciones al mismo tiempo y apretó el gatillo. El pájaro cayó fulminado, los demás gritaron contentos y lo felicitaron. Hasta le dieron palmadas en la espalda. Él devolvió el rifle con un nudo en el estómago. Decidieron regresar porque ya se hacía noche.

© Luis Pescetti


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