Cuentos populares rusos: “El sollo mágico”

| Ficciones | 18/10/11 | Comentarios desactivados en Cuentos populares rusos: “El sollo mágico”

“Los baldes iban solos por la aldea, la gente los miraba llena de asombro, y Emelia los seguía, riéndose a carcajadas. Entraron en la casa y se colocaron en su sitio. Emelia se tumbó en el rellano de la estufa.” Ilustraciones de Ivan Bilibin.  (También en formato PDF.) Selección de Marcela Carranza

El sollo mágico

Guardas de Ivan Bilibin
Selección de Marcela Carranza
Traducción de Pepín Cascarón

(Versión en formato PDF.)

Éranse una vez tres hermanos. Dos de ellos eran listos y hacendosos; el menor, Emelia, era tonto y perezoso.

Los hermanos mayores trabajaban, pero Emelia se pasaba el día tumbado en el rellano de la estufa.

En cierta ocasión, los hermanos listos marcharon a otras ciudades a realizar ciertas compras. Antes de partir, le dijeron a Emelia:

—Obedece a nuestras esposas y respétalas como se respeta a una madre. Nosotros te compraremos unas botas rojas, un kaftán (1) rojo y una camisa roja.

—Está bien. Así lo haré —contestó Emelia.

Los hermanos emprendieron la marcha e inmediatamente el tonto se tumbó a descansar en el rellano de la estufa.

—¿Qué haces ahí, tonto? —Se indignaron las cuñadas— Trae unos baldes de agua por lo menos.

Emelia les respondió desde lo alto de la estufa:

—No tengo ganas.

—Tus hermanos te han dicho que si te portas bien te traerán regalos. Eso es lo que han dicho, y no que estés tumbado sin hacer nada —le recriminaron las cuñadas.

—Bien, iré —accedió Emelia.

Bajó Emelia de la estufa, se calzó, se puso el abrigo, tomó dos baldes y un hacha, y se dirigió al río.

Una vez allí, Emelia abrió un agujero en el hielo, llenó los baldes y se puso a mirar por el boquete. De pronto, vio un sollo (2). Emelia lo atrapó y se dijo:

—¡Qué buena sopa de pescado va a salir de aquí!

Pero en esto oyó que le decía el sollo con voz humana:

—Suéltame Emelia, y haré por ti todo lo que me pidas.

—Está bien, te soltaré, pero antes demuéstrame que no me engañas —dijo el tonto.

—Dime, Emelia —preguntó el sollo—, ¿qué deseas en este momento?

—Quiero —contestó Emelia— que los baldes vayan solos a casa y que ni una gota de agua se derrame por el camino.

—Siempre que quieras algo debes decir estas palabras: “Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo…”, y luego expresas tu deseo.

Emelia se apresuró a pronunciar:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… vuelvan solos a casa, baldes, y pónganse en su sitio sin derramar una sola gota.

En cuanto pronunció el tonto estas palabras, los baldes salieron solos del cauce del río. Emelia echó el sollo al agua y corrió detrás.

Los baldes iban solos por la aldea, la gente los miraba llena de asombro, y Emelia los seguía, riéndose a carcajadas. Entraron en la casa y se colocaron en su sitio. Emelia se tumbó en el rellano de la estufa.

Al cabo de un rato, las cuñadas le dijeron:

—¿Qué haces ahí tumbado, Emelia?¿Por qué no sales al patio a partir leña?

—No tengo ganas —respondió el tonto.

—Si no partes la leña, tus hermanos no te harán ningún regalo cuando regresen.

Emelia bajó muy a disgusto de la estufa. Se acordó de lo que le había dicho el sollo y pronunció:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… ve hacha a partir leña; una vez partida, que la leña venga a la isba (3) y se meta ella misma en la estufa.

El hacha salió rápidamente al patio y se puso a partir la leña, que entraba por sí sola en la isba y se metía en la estufa.

Al cabo de un buen rato las cuñadas arremetieron otra vez y dijeron a Emelia:

—Emelia, se nos ha terminado la leña. Tienes que ir al bosque a cortar más.

Emelia respondió desde lo alto de la estufa:

—¿Y para qué están ustedes?

—¿Crees que es cosa de mujeres ir por leña al bosque?

—Yo no tengo ganas de ir.

—Pues te quedarás sin regalos.

El tonto bajó de la estufa, se calzó, se puso el abrigo, tomó una cuerda y el hacha, salió al patio y se montó en el trineo.

—¡Mujeres —gritó-, abrid el portón!

Las cuñadas le dijeron:

—¿Por qué, tonto?, ¿has montado en el trineo y no has enganchado el caballo?

—No lo necesito —respondió Emelia.

Las cuñadas se encogieron de hombros y abrieron el portón. Emelia murmuró:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… vamos al bosque, trineo.

El trineo se deslizó tan rápido como si tirase de él alguna caballería. Para ir al bosque había que cruzar la ciudad, y el trineo atropelló allí a mucha gente.

—¡A ése, a ése! —gritaban desde todas partes, pero sin lograr darle alcance.

El tonto llegó al bosque, se apeó del trineo y se sentó en un tronco caído. Luego, dijo:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… corta, hacha, troncos secos; y los troncos, cárguense y sujétense en el trineo.

El hacha se puso a talar árboles secos, y los leños saltaban al trineo y se sujetaban ellos mismos con la cuerda.

Luego Emelia ordenó al hacha que le cortara una estaca. La estaca llegó junto al trineo y se montó en él. El tonto también se subió al trineo y emprendió el camino de regreso por la ciudad, pero se encontró con que la gente se había juntado y estaba acechándole hacía ya mucho tiempo.

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… —dijo el tonto—, mídeles las costillas, estaca.

La estaca saltó del trineo y se puso a descargar golpes a diestro y siniestro. La gente huyó espantada, y Emelia llegó a casa, ordenó a la leña que se apilara en la leñera, y él se subió al rellano de la estufa.

Las gentes de la ciudad elevaron al zar una querella contra el tonto, y el zar envió a casa de Emelia a su más alto dignatario, a quien dijo:

—Trae a palacio al tonto de Emelia o despídete de tu cabeza.

El dignatario compró pasas, ciruelas secas, rosquillas y se dirigió a la aldea. Una vez allí entró en casa de Emelia y preguntó a las cuñadas qué era lo que más le gustaba al tonto.

—Si se lo trata con astucia y mesura y se le prometen prendas rojas: botas, camisa y kaftán, hará todo lo que se le pida —respondieron las mujeres.

El dignatario agasajó a Emelia con pasas, ciruelas secas y rosquillas y le dijo:

—¿Qué haces tumbado en la estufa, Emelia? Vamos a ver al zar.

—Me encuentro muy a gusto aquí —respondió Emelia.

—Escucha, Emelia, el zar te regalará un kaftán, una camisa y unas botas rojos.

El tonto murmuró entonces:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… vamos, estufa, al palacio del zar.

Los ángulos de la isba crujieron, el tejado osciló, una de las paredes se vino abajo y la estufa corrió por la calle en dirección al palacio.

El soberano estaba mirando por la ventana y quedó maravillado.

—¿Qué prodigio es éste? —exclamó.

El dignatario le dijo:

—Es Emelia, que viene a verte montado en su estufa.

—Tengo muchas quejas de ti, Emelia. Has atropellado a un montón de gente con tu trineo.

En aquellos instantes, María, la hija del zar, estaba mirando por la ventana. Emelia la vio y dijo en voz muy baja:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… enamórate de mí, hija del zar.

Luego, añadió:

—¡Ea, estufa, vámonos a casa!

La estufa dio la vuelta, corrió a la casa, se metió en ella y se detuvo donde estaba antes. Emelia seguía tumbado en lo alto.

Mientras, en palacio sólo se escuchaban gritos y lágrimas. La zarevna María echaba de menos a Emelia y pedía a su padre que la casara con el tonto. El zar, enfurecido, dijo a su dignatario:

—Si no traes a Emelia vivo o muerto, puedes despedirte de tu cabeza.

Compró el dignatario vinos dulces y delicados manjares y se fue en busca de Emelia. Entró en la isba y se puso a agasajar al tonto.

Emelia bebió y comió por tres, pero el vino se le subió a la cabeza y se tendió en la estufa. El dignatario aprovechó la ocasión, lo llevó dormido a su carreta y se dirigió con él a palacio.

El zar ordenó que le trajeran un barril con aros de hierro. Hizo meter en él a Emelia y a la zarevna María. Calafatearon el barril y lo arrojaron al mar.

Al cabo de un tiempo, Emelia despertó y vio que lo rodeaba una oscuridad impenetrable.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

Le respondió una voz:

—¡Qué desesperación, Emelia! Nos metieron en un barril y nos arrojaron al mar.

—¿Quién eres? —inquirió el tonto.

—Soy la zarevna María —dijo la voz.

Emelia murmuró:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… sacad el barril a la seca orilla, a la arena amarilla, vientos desatados.

Soplaron con fuerza los vientos. El mar se agitó y arrojó el barril a la seca orilla, a la arena amarilla. Emelia y la zarevna María salieron de su prisión.

—¿Dónde vamos a vivir, Emelia? —preguntó la zarevna—. Haz una choza, por mala que sea.

—No tengo ganas —dijo el tonto.

Como la zarevna insistiera, Emelia pronunció:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… que aparezca un palacio de mármol con el tejado de oro frente al palacio del zar.

Su deseo quedó cumplido al instante. La zarevna María y Emelia entraron en el palacio y se sentaron a la ventana.

—Emelia —dijo la zarevna— ¿no puedes convertirte en un joven apuesto?

Emelia sin pensarlo más, recitó:

Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo… seré de hoy en adelante un apuesto galán.

Emelia quedó convertido al instante en un joven tan hermoso que ni en los cuentos puede encontrarse uno igual.

Por la mañana, cuando el zar, asombrado, vio aquel palacio de mármol con el tejado de oro, frente al suyo, mandó preguntar quién lo habitaba. Los criados llegaron al pie de la ventana de Emelia y preguntaron.

Emelia les respondió:

—Decidle al zar que venga a visitarme y yo mismo se lo diré.

El zar entró en el palacio. Emelia lo recibió y lo invitó a sentarse a la mesa. Dio comienzo el festín. El zar comía, bebía y preguntaba intrigado.

—¿Quién eres?

—¿Te acuerdas del tonto Emelia, que fue a verte montado en su estufa y a quien hiciste meter junto con tu hija en un barril que arrojaron al mar? Pues yo soy ese mismo Emelia. Si me viene en gana puedo incendiar tu reino y arrasarlo.

El zar se llevó un susto de muerte e imploró perdón, diciendo:

—¡Cásate con mi hija, Emelia, y toma mi reino si quieres!

En fin, Emelia se casó con la zarevna y se puso a gobernar el reino. Desde entonces vivieron juntos y felices en la opulencia.



Notas

(1) Un kaftán (o caftán) es una túnica de algodón o seda abotonada por delante, con mangas, que llega hasta los tobillos y que se viste con una faja. Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.

(2) El sollo o esturión es un pez del hemisferio norte, que habita en grandes sistemas fluviales, lagos, aguas costeras y mares internos en Azerbaiyán, Bulgaria, China, Federación de Rusia, Kazajstán, República Islámica del Irán, Rumania, Turkmenistán, Turquía, Ucrania y otros países de Europa y América del Norte. Con sus huevas no fecundadas se prepara el caviar, un manjar exquisito.

(3) Isba o isbá es una típica vivienda campesina rusa; construida con troncos, constituía la residencia habitual de una familia campesina rusa tradicional. Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.

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