Cuentos populares rusos: “La zarevna rana”

«Hubo tres bodas en el palacio del zar: la del hijo mayor con la hija del boyardo, la del mediano con la hija del mercader y la de Iván con la rana.» Comenzamos aquí la publicación de una serie de cuentos populares rusos, seleccionados por Marcela Carranza. La presentación de estos cuentos está en la sección Lecturas de este número. Ilustraciones de Ivan Bilibin. (También en formato PDF.)

La zarevna rana (1)

Ilustraciones de Ivan Bilibin
Selección de Marcela Carranza
Traducción de Pepín Cascarón

(Versión en PDF)

Érase una vez cierto reino en el que vivía un zar que tenía tres hijos. Cuando se hicieron mayores, el zar los reunió y les dijo:

—Mis queridos hijos, quisiera casaros antes de hacerme viejo, deseo tener nietos y entretenerme con ellos.

Los hijos le respondieron:

—Si es así, padre, danos tu bendición. ¿Con quién quieres casarnos?

—Tomad cada uno una flecha, salid al campo y disparadla. Allí donde caiga vuestra flecha, allí tendréis que buscar esposa.

Los hijos se inclinaron profundamente ante el padre, tomaron cada uno una flecha, salieron al campo, tensaron sus arcos y dispararon.

La flecha del hermano mayor cayó en el palacio de un boyardo (2), cuya hija la levantó. La flecha del segundo hermano fue a parar al espacioso patio de un mercader, y la recogió una hija de éste.

La flecha del hermano menor, el zarévich Iván, ascendió muy alto y se perdió de vista. El zarévich tuvo que partir en su búsqueda y, tras de andar y andar sin descanso, llegó a un pantano. Había allí una rana, que saltaba de piedra en piedra y sostenía la flecha entre sus patas palmeadas.

El zarévich le dijo:

—Rana, ranita, dame mi flecha.

La rana le respondió:

—Cásate conmigo.

—¿Qué dices? ¿Acaso puedo yo casarme con una rana?

—Cásate conmigo, esa es tu suerte.

El zarévich Iván quedó triste y cabizbajo, pero ¿qué podía hacer? Tomó la rana y se la llevó a casa.

Hubo tres bodas en el palacio del zar: la del hijo mayor con la hija del boyardo, la del mediano con la hija del mercader y la de Iván con la rana.

Un buen día, el zar hizo llamar a sus hijos y les dijo:

—Quisiera saber cuál de vuestras mujeres tiene mejores manos para la costura. Decidles que, para mañana, deben hacerme una camisa cada una.

Los hijos se inclinaron ante el padre y salieron para cumplir su deseo.

Llegó el zarévich Iván a sus aposentos con el corazón apesadumbrado y la cabeza baja. La rana, dando saltos por el piso, le preguntó:

—¿Por qué te veo tan cabizbajo Iván Zarévich? ¿Qué pena te acongoja?

—¡Tengo un buen motivo para estar triste! Mi padre, el zar, ha ordenado que le hagas para mañana una camisa.

—¡No te preocupes Iván Zarévich! Vete tranquilo a dormir. Mañana será otro día.

El zarévich Iván se acostó, y la rana saltó a la terraza del palacete, se desprendió de su piel y se convirtió en Vasilisa la Sabia. Era tan bella que ni en los cuentos tenía igual.

Batió palmas Vasilisa la Sabia y llamó con voz sonora:

—¡Madrecitas, ayas mías, acudid sin dilación! Haced, para mañana por la mañana, una camisa como la de mi padre.

Temprano, cuando el zarévich Iván se despertó, la rana seguía saltando por el palacete, pero en la mesa había una camisa envuelta en un fino lienzo. Muy contento, el zarévich Iván le llevó la camisa a su padre. Sus hermanos ya estaban allí.

El hermano mayor desenvolvió la camisa, el rey la tomó en sus manos y dijo:

—Esta camisa no es para llevarla en palacio.

Desenvolvió la camisa el mediano, y el rey dijo:

—Esta camisa no vale más que para ir al baño.

Desenvolvió el zarévich Iván su camisa con bellos bordados de oro y plata, y el rey exclamó nada más verla:

—¡Esta camisa es para lucirla en las fiestas!

Los hermanos mayores regresaron a sus aposentos comentando:

—Sí, está visto que no debimos reírnos de la mujer de Iván. No es una rana, sino una bruja.

El zar nuevamente hizo llamar a sus hijos y les pidió:

Veamos cuál de vuestras mujeres es la mejor ama de casa. Que cada una me cueza para mañana un pan blanco y tierno.

El zarévich Iván regresó a casa muy entristecido. La rana le preguntó:

—¿Por qué te veo tan cabizbajo Iván Zarévich? ¿Qué pena te acongoja?

¡Tengo una buena razón para estar triste! Mi padre, el zar, quiere que para mañana le cuezas un pan blanco y tierno.

—No te aflijas Iván Zarévich. Vete tranquilo a dormir. Mañana será otro día.

Las mujeres de los hermanos mayores se rieron primero de la rana y luego enviaron a una vieja criada a que mirase cómo cocía el pan.

La rana era muy lista y se lo figuró. Hizo la masa y la echó por un agujero que había abierto en lo alto del horno. La vieja criada corrió a contarlo a las mujeres de los hermanos, y ambas hicieron, punto por punto, lo mismo que la rana.

Mientras, la rana salió a la terraza, se despojó de su piel y se transformó en Vasilisa la Sabia.

Batió palmas Vasilisa la Sabia y llamó con voz sonora:

—¡Madrecitas, hayas mías, acudid sin dilación! Cocedme un pan esponjoso y blanco como el que comía yo en casa de mi padre.

Temprano, cuando el zarevich Iván despertó, encontró un pan blanco y dorado, relleno de pasas y decorado con torres y palacios.

Se alegró el zarévich Iván, envolvió el pan y lo llevó a su padre. El zar estaba recibiendo los panes de los hijos mayores. Sus mujeres habían vertido la masa en el horno, como les dijera la vieja criada, y les había salido el pan quemado y negro como un tizón. El zar tomó el pan del hijo mayor, lo miró y dijo que lo dieran a la servidumbre. Lo mismo hizo con el pan del mediano. Pero cuando el zarévich Iván le entregó su pan, exclamó:

—¡Este pan es para ser comido en los días de fiesta!

Aquel mismo día el zar ordenó a sus hijos que a la tarde siguiente acudieran con sus esposas a una gran fiesta que iba a celebrar.

Otra vez regresó el zarévich Iván a sus aposentos con el corazón apesadumbrado, el rostro sombrío, gacha la cabeza. La rana, saltando por el piso, le preguntó:

—Croac-croac, Iván Zarévich ¿Qué pena te acongoja? ¿Es que tu padre no ha sido cariñoso contigo?

—Tengo una buena razón para atormentarme. Ha ordenado mi padre que vaya contigo a su fiesta. Dime, ¿puedo, acaso, mostrarte delante de la gente?

La rana respondió:

—No te apenes Iván Zarévich, ve solo a la fiesta, yo iré después y me reuniré allí contigo. Cuando oigas ruidos y truenos diles a los invitados: “Es mi renacuajo que llega en su carruaje”.

El zarévich Iván fue solo a la fiesta. Los hermanos mayores acudieron acompañados de sus esposas, muy engalanadas, con toques de colorete en las mejillas, vestidas de brocado, adornadas con perlas y pedrería. Y se burlaban de Iván diciéndole:

—¿Por qué has venido sin tu mujer? Podrías haberla traído envuelta en el pañuelo. ¿Dónde has encontrado a esa beldad? ¡Seguro que tuviste que hurgar en fangosos pantanos y apestosos ríos para dar con ella!

El zar, sus hijos, las dos esposas y los invitados se sentaron a las mesas de roble con blancos manteles y empezaron el festín. De repente se oyeron ruidos y truenos. Las paredes se tambalearon, los invitados palidecieron y se levantaron de sus asientos. Pero Iván Zarévich les dijo:

—No teman, queridos invitados, sólo es mi renacuajo que llega en su carruaje.

Ante la puerta del palacio se detuvo una carroza de oro tirada por seis caballos blancos, y de ella descendió Vasilisa la Sabia vistiendo un traje azul cuajado de estrellas, la luna clara lucía sobre sus cabellos. Era tan bonita, que parecía salida de un cuento. Descansó Vasilisa su brazo en el del zarévich Iván y se dirigió con él hacia las mesas de roble cubiertas de blancos manteles.

Los invitados se pusieron a comer y beber entre alegres bromas. Vasilisa mojó sus labios en uno de los vasos y echó en su manga izquierda el resto del vino. Luego tomó un alón de cisne, lo comió y echó los huesos en la manga derecha.

Las mujeres de los hermanos mayores vieron aquello y se apresuraron a imitarla.

Terminado el festín empezó el baile. Vasilisa la Sabia tomó de la mano al zarevich Iván y se puso a danzar con tanta gracia que todos quedaron boquiabiertos. Luego sacudió la manga izquierda, y ante ella apareció un lago; sacudió la derecha, y por la superficie del lago se deslizaron unos cisnes de plumaje blanco como la nieve. El zar y sus invitados no cabían en sí del asombro.

Las mujeres de los hermanos mayores salieron también a bailar. Sacudieron una manga y mojaron a los invitados, sacudieron la otra y los huesos volaron en todas direcciones. Uno le dio en un ojo al zar, que indignado echó a sus dos nueras del palacio.

Mientras tanto, el zarevich Iván salió sin ser visto, corrió a sus aposentos, encontró la piel de la rana y la arrojó al fuego.

Regresó a casa Vasilisa la Sabia y vio que la piel había desaparecido. Se dejó caer en un banco y reprochó a su esposo con tristeza:

—¡Ay, Iván Zarévich! ¿Qué has hecho? Si hubieras esperado tres días más, habría sido tuya para siempre. Ahora tendremos que separarnos. Búscame más allá de los veintinueve países, en el trigésimo reino, en los dominios de Koschéi el Inmortal, esqueleto sin carne, cuerpo sin alma.

Vasilisa la Sabia se transformó en un cuclillo gris y salió volando por la ventana. El zarévich Iván lloró amargas lágrimas, se inclinó profundamente mirando a los cuatro puntos cardinales para despedirse de su tierra amada, y se fue en busca de su mujer. Nadie sabe cuánto anduvo, pero lo que sí se sabe es que sus botas quedaron sin suelas, sus ropas se hicieron jirones y su gorro quedó destrozado por las lluvias. Un buen día se encontró con un viejo en mitad de un camino.

—¡Buenos días joven! ¿A dónde vas, qué camino llevas?

El zarévich le contó sus penas y el anciano le dijo:

—¡Ay, Iván Zarévich! ¿Por qué quemaste la piel de la rana? No se la habías puesto tú, y no eras tú quien debía quitársela. Vasilisa la Sabia nació más lista, más inteligente que su padre. Enfadado por eso, él le ordenó que viviera tres años transformada en rana. En fin, quiero ayudarte. Toma este ovillo de hilo, déjalo rodar y síguelo adonde quiera que te lleve.

El zarévich Iván dio las gracias al viejo y echó a andar en pos del ovillo. Mientras éste rodaba por un bosque, salió un oso de la espesura. Iván echó mano de su arco, dispuesto a matar a la fiera, pero el oso le dijo con voz humana:

—No me mates Iván Zarévich, que algún día te prestaré un buen servicio.

Se compadeció el zarévich del oso, bajó el arco y siguió su camino. De pronto vio un ánade volando sobre su cabeza. Aprestó el joven su arco, pero el ánade le dijo con voz humana:

—No me mates Iván Zarévich, que algún día te prestaré un buen servicio.

Se compadeció el zarévich del ánade, bajó el arco y siguió su camino. De súbito vio una liebre que corría veloz. El zarévich Iván aprestó rápido el arco, dispuesto a disparar, pero la liebre le dijo con voz humana:

—No me mates Iván Zarévich, que algún día te prestaré un buen servicio.

Y también a ella le perdonó el zarévich la vida.

Siguiendo el ovillo, llegó a la orilla del mar. Un sollo agonizaba boqueando sobre la arena.

—¡Ay, Iván Zarévich, compadécete de mí, échame al mar azul! —suplicó el sollo con voz humana.

El zarévich echó el sollo al mar y prosiguió su camino.

Pasado cierto tiempo, nadie sabe cuánto, llegó el ovillo a un bosque. Había allí una pequeña isba (3) sobre patas de gallina que daba vueltas y más vueltas.

—Isba, isba, detente con la pared trasera mirando al bosque y con la puerta hacia mí.

La isba se detuvo con la pared trasera mirando al bosque y con la puerta hacia el zarévich. Iván entró y vio durmiendo en la novena hilera de ladrillos de la estufa a la bruja Yagá Pata de Palo, los dientes sobre un estante y la nariz clavada en el techo.

—¿Qué vienes a hacer aquí, zarévich? ¿Qué vientos te traen? —preguntó la bruja ¿Vas en busca del destino o huyes de él sin tino?

El zarévich Iván le respondió:

—¿Es forma ésta de acoger a un forastero? Primero hay que ofrecerle un baño, darle de comer hasta saciar su hambre y darle de beber hasta apagar su sed. Luego, cuando haya descansado, se le puede interrogar, antes no.

La bruja Yagá Pata de Palo preparó un baño al zarévich, le dio de comer y de beber y le hizo luego la cama.

Entonces, Iván Zarevich le contó que iba en busca de su mujer, Vasilisa la Sabia.

—Ya estaba enterada —le dijo la bruja—. Tu mujer vive ahora en el palacio de Koschéi el Inmortal. Difícil te va a ser quitársela, vencer a Koschéi no es coser y cantar.

La muerte de Koschéi se encuentra en la punta de una aguja, la aguja está encerrada en un huevo, el huevo en el interior de un pato, el pato vive dentro de una liebre, la liebre está encerrada en un cofre de piedra, y el cofre se halla en la copa de un alto roble del que cuida Koschéi como de las niñas de sus ojos.

Hizo noche el zarévich Iván en la isba de la bruja, y a la mañana siguiente reanudó el camino. Mucho anduvo el zarevich Iván; cuánto, nadie lo sabe, pero por fin vio un alto y rumoroso roble en cuya copa descansaba el cofre de piedra. Resultaba imposible sacudirlo, imposible trepar por él.

De pronto apareció un oso que arrancó de cuajo el roble. El cofre cayó y se hizo añicos. Salió de él una liebre que echó a correr como alma que lleva el diablo. Pero otra liebre le dio alcance y la mató a patadas. De la liebre muerta salió un pato que voló alto en el cielo. Pero un ánade se precipitó sobre él y le dio un terrible aletazo. El pato dejó caer un huevo, y el huevo se hundió en las profundidades del mar.

El zarévich Iván estalló en amargo llanto ¿Cómo iba a encontrar el huevo en el fondo del mar? Pero, de pronto, un sollo nadó hacia la orilla, llevando en la boca el huevo. El zarévich cogió el huevo y con él fue en busca de Koschéi.

Al ver el huevo, Koschéi se echó a temblar. Iván Zarevich no dijo nada, hacía saltar el huevo de una de sus manos a la otra y, con sólo ese juego, Koschéi se retorcía de dolor. Entonces el zarévich cascó el huevo, sacó de dentro la aguja y le rompió la punta. Y éste fue el fin de Koschéi el Inmortal, esqueleto sin carne, cuerpo sin alma.

Vasilisa la Sabia salió corriendo al encuentro de su esposo y le besó en los labios.

Regresaron el zarévich Iván y Vasilisa la Sabia a su hogar, y en él vivieron felices y contentos hasta el fin de los tiempos.



Notas de Imaginaria

(1) En algunas de las versiones consultadas este cuento aparece titulado como “La princesa rana”.

(2) Boyardo: es el título de los nobles terratenientes eslavos, aunque se emplea sobre todo en el ámbito ruso, serbo, búlgaro y rumano (incluyendo Moldavia). Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.

(3) Nota de Imaginaria: Isba o isbá es una típica vivienda campesina rusa; construida con troncos, constituía la residencia habitual de una familia campesina rusa tradicional. Fuente de la información: Wikipedia. La enciclopedia libre.


Artículos relacionados:

Reseñas de libros: Babayaga, de Taï-Marc Le thanh (texto) y Rébecca Dautremer (ilustraciones y diseño).

Reseñas de libros: El adivino (cuento popular).

Lecturas: Alexandr Afanásiev y los cuentos populares rusos.

Galería: Iván Bilibin (1876-1942).

Lecturas: Los cuentos populares rusos en Imaginaria.

7 comentarios sobre “Cuentos populares rusos: “La zarevna rana””

  1. grecia dice:

    este es el mejor cuento del mundo no lo niego jamás


  2. jorge dice:

    hermoso cuento. Por favor sigan publicando cuentos populares rusos. muchas gracias


  3. Maritza Diaz dice:

    Que emocion y nostalgia me da volver a leer este cuento dspues de mas de 30 años, muchas gracias por publicarla!


  4. cristine elizabeth pacheres dice:

    Hermoso libro . Grscias por publicarlo . :-) publiquen mas asi ok


  5. Florencia dice:

    Hace más de 20 años que tengo un libro con esta historia, y cada vez que la leo, la disfruto más, y más…


  6. Wendy dice:

    Después de 30 años estoy volviendo a leer estos cuentos rusos, gracias.
    Recuerdo q con estos cuentos aprendí esta frase: como por arte de birlibirloque.
    Sigan publicando, gracias.


  7. Marcos Camacaro dice:

    Con esta selección de cuentos rusos creció toda mi familia, la edición del Pájaro de Fuego, el cual llegó a nuestras manos por el Partido Comunista, del cual eramos los niños pioneros, también leíamos muchos el Sputnik, estoy buscando un cuento de su sección de libros, el cual se llamaba: Shursiamga, El Lobo Joven.