84 | BOLETÍN DE ALIJA (Asociación de Literatura Infantil de la Argentina) | 28 de agosto de 2002

Contextos y diversidades: la literatura infantil argentina en el punto de la crisis

por María Elena Almada

Texto de la ponencia presentada por la autora en la mesa redonda "Libros diversos, diversas lecturas. La frontera entre lo que se escribe desde la idea de diversidad y aquello que se publica dentro de las colecciones editoriales. La elección del lector infantil condicionada por los mediadores (docentes, padres, bibliotecarios, libreros, especialistas). ¿Existe la diversidad cultural en la escritura y en la lectura?", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Libros infantiles y juveniles. Libros diversos, múltiples lecturas" de la 13ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2002).

El temario de esta mesa ha sido formulado a través de una serie de interrogantes y pienso que es una buena forma de encarar problemas. Las preguntas poseen la capacidad de apertura, de búsqueda, aunque no siempre esas búsquedas nos permitan situarnos en el cómodo espacio de las seguridades. Y en este caso concreto, pienso que mi intervención intentará alejarse de cualquier matiz asertivo para abordar con entusiasmo al universo de las reflexiones, a mi entender, mucho más productivo, ya que nos permitirá seguir pensando sobre la problemática de la diversidad sobre la que tanto se ha escrito en las décadas pasadas y, sin duda, se lo seguirá haciendo en estos confusos años que nos toca vivir.

El problema de cómo nos movemos en un mundo diverso, se ha vuelto un interrogante acuciante, posiblemente porque nunca como ahora se nos impone necesario tratar de entender el mundo en que vivimos, quizás porque nos hallamos sumergidos en el lugar de la falta de seguridad, en el reino de lo incierto.

Sin dudas, estas inseguridades son consecuencias de una ruptura en la cosmovisión del mundo occidental, básicamente el ideario de la modernidad: el progreso como norte. Y el estado benefactor, la posibilidad de una marcha hacia una sociedad más libre y mejor conformada, se ha hecho trizas frente a nuestros propios ojos. Hoy no tienen vigencia ni la fe en el progreso, ni las luchas libertarias, ni la búsqueda de utopías colectivas. Es más, estamos carentes de una de las capacidades fundantes de la sociedad como lo es la de generar su propio imaginario, unas ciertas ideas que la cohesionen de alguna manera satisfactoria para sus integrantes. La idea de la "polis" para los griegos o de "la trascendencia" para la Edad Media, por poner ejemplos claros.

Debemos ahora preguntarnos cuáles pueden ser esas ideas cohesivas en la sociedad mundial contemporánea y tropezaremos con el huidizo concepto de "globalización".

Globalización es una idea que se asocia a una sociedad planetaria, sin fronteras, ni barreras arancelarias, ni diferencias étnicas o religiosas ni variantes políticas o culturales. O, dicho de otra manera, los ciudadanos hemos pasado de la subordinación a los Estados Nacionales —construcciones de la modernidad—, claro, a la dictadura de los Mercados, de las fluctuaciones monetarias y de los movimientos especulativos de capital, productos todos de las condiciones generadas por una situación inédita: la uniformidad de modelo económico de los países dominantes que responden a diversas fases del capitalismo avanzado. Fueron esos países los inventores de la globalización, presentándola como una entidad de sistemas sociales abiertos e interdependientes, sujetos a la libertad del mercado. O por decirlo de otra forma, el mercado genera la globalización, de forma tal que todo el mundo se visualiza como un campo para la ampliación de los negocios. El mercado entonces responde a intereses concretos de corporaciones cuyas casas centrales, cuyos accionistas, cuyos propietarios viven en cualquier punto del mundo desarrollado. Es obvio decir que el poder monetario de esas corporaciones transnacionales supera en mucho al PBI de muchas de nuestras naciones.

Definitivamente quebrados los grandes relatos de la religión, del progreso, de la revolución, la humanidad, sin consulta previa, ha pasado a manos de unos pocos —cada vez menos— individuos que son los dueños del planeta. Y cuando digo, los dueños, digo literalmente eso: quienes deciden sobre la vida y la muerte de millones de personas.

Así, con la brutalidad desfachatada que da el poder económico que no reconoce límites, el magnate Soros termina de informar al mundo que Brasil no vota. No interesa que vote, en realidad el destino de Brasil está en otras manos, fuera del alcance de los millones de brasileros o colombianos o argentinos que "harán como si" el día que concurran a las urnas. Obviamente, rige lo mismo para cualquier país dependiente de los mercados que se nos ocurra imaginar. Así estamos frente a un tipo de agresión a los valores de la modernidad como nunca fue visto o vivido por la civilización. No se trata ya de la guerra, impuesta al mundo disfrazada de ideales o de justificaciones sino de una devastación sistemática, de unas intervenciones extranacionales que rompen todos los contratos sociales al interior de las naciones que son atacadas. Valen como ejemplos, Filipinas, Colombia y nuestro propio país, por cierto. Y no estoy aludiendo a una fantasía paranoica, sino tratando de entender por qué es casi imposible generar procesos identificatorios con tal sociedad.

Mientras no seamos capaces de suturar de alguna forma esa identificación es poco probable que seamos capaces, como sociedad, de aceptar lo diverso, puesto que la quiebra de idearios comunes afecta a la totalidad de significaciones imaginarias sociales. Esto indica que nuestra sociedad no puede reconocerse en los feroces sistemas de exclusión, ni puede reconocerse en los limitados espacios de inclusión, cada hora, cada minutos más estrechos, más mezquinos y más inestables.

Esto significa que el país —no solo el estado— que es su representación política, está inhibido por el momento de confiar en el sistema de delegaciones simbólicas, en un colectivo imaginario que se encargare de distribuir la riqueza producida por el conjunto, de negociar los conflictos, de proteger a los miembros más débiles del conjunto social (los enfermos, los ancianos y los niños, por ejemplo), de proveer la infraestructura tanto material como cultural que generen y posibiliten la vida tal como la entendemos en nuestra tradición cultural.

Al fallar el sistema de delegaciones simbólicas, la vida de las personas concretas se ve fuertemente asolada. La sociedad argentina, ha asistido en la última década al proceso más contundente de empobrecimiento colectivo, en tanto millones de personas se vieron privadas de trabajo, educación, salud, justicia. En referencia a esas expropiaciones me parece importante recordar lo que dice Ricardo Sidicaro:

"La desintegración del sistema de educación pública tiene ya varias décadas y hoy no faltan los proyectos que la quieren seguir ampliando con argumentos de emergencias contables. La mercantilización de los distintos niveles de enseñanza profundizó las divisiones sociales y contribuyó a desintegrar la cohesión social. Se multiplicaron las ofertas educativas privadas que buscaron sus diferentes targets con graciosas publicidades. La crisis del sistema de protección público de la salud de la población fue igualmente registrada por la información estadística y, de tanto en tanto, entró en la prensa diaria bajo la forma de reclamos humanitarios o de denuncias de casos puntuales de extremas carencias. Allí surgieron las empresas que ofertaban medicina para los pudientes, y los índices de ‘esperanza de vida’ manifestaron su habitual reflejo de las desigualdades sociales".

Pero lo que es más grave, en mi opinión, todos los aparatos estatales, las burocracias nacionales que participaban de la administración de los servicios básicos, de educación, salud, trenes, teléfonos, petróleo..., fueron racionalizadas, jubiladas, o lo que es peor, corrompidas. Estamos por lo tanto, carentes de un estado previsible, de un estado capaz de generar ciertos consensos, administrar las disidencias, proponer planes a futuro, invitar a los ciudadanos a una tarea en común. Nuestros administradores, los que han quedado, no son los más capaces, ni los más calificados. Como diría un conocido periodista, son "lo que hay".

A estas alturas, parecería que esta descripción se está alejando demasiado del tema de la Mesa, pero en realidad, sólo le está dando algún contexto, a la pregunta sobre la diversidad y la literatura para niños y jóvenes, cómo se presenta en nuestro país este fenómeno, que fue primeramente un problema europeo. En las sociedades postindustriales el ideario post moderno: el relativismo cultural, la fragmentación, la expresión de las minorías, fue acompañado por el ingreso de un número creciente de inmigrantes provenientes del Tercer Mundo. Así como la globalización produjo empobrecimiento masivo en Latinoamérica en Europa hizo que la diversidad cobrara entidad de problema social. Y esto constituye un rasgo diferenciador que no deberíamos perder de vista: nuestro problema social acuciante no es por el momento la diversidad, sino la pobreza, la indigencia, la exclusión.

Y es dentro de este marco en que debemos situarnos para abordar el aspecto de la diversidad en la literatura para los niños y jóvenes que tuvo su momento expansivo, su momento fundacional en la década del ‘80. No porque naciera allí, sin duda ya había antecedentes, obras y autores muy importantes, todo un camino recorrido. Pero fue con la vuelta de la democracia, con el optimismo de salir de la dictadura más sangrienta de las muchas que nos tocó vivir, cuando se produjo en este país el surgimiento contundente de escritores, editoriales, público lector y aun crítica. O sea, se comenzó a constituir el campo. Y ese campo se delineó con autores argentinos, que trabajaron un registro específico de nuestra lengua nacional, no porque todos usaran regionalismos, sino simplemente porque la lengua literaria es antes que nada un lenguaje que nos representa, donde podemos reconocernos. Generáronse fundamentalmente, textos narrativos y en menor cantidad —de obras y de autores— poesía mientras que el teatro siguió siendo casi inexistente.

Se constituyó una narrativa predominantemente, urbana, centrada en lo maravilloso, lo humorístico, lo fantástico junto con una nutrida reescritura de cuentos folklóricos, y por otra parte se intentó la difusión de las formas folklóricas breves.

Cabe ahora preguntarnos: ¿hay diversidad en la producción? Yo diría que una respetable diversidad, si tomamos en cuenta que estamos hablando de un campo que surge en el siglo XX y que hoy invita al lector a reflexionar sobre la variedad de tipos de familia existente, sobre la papel de la mujer en la familia, sobre la soledad, la desocupación, la discapacidad, la enfermedad, la muerte, el poder, sólo por mencionar algunos de los temas que están presentes en la literatura infantil y juvenil. Existen, lo que no quiere decir que sean abundantes y que no haya ausencias como el tratamiento de la sexualidad que apenas aparece en alguna novela juvenil.

Quizás el peligro de caer en la uniformidad pueda provenir de distintos lados, uno de ellos es que los autores obedezcan a las demandas del mercado, que impone textos cortos, de mucha acción, con un registro general; otro es que los editores dejen de apostar a las voces nuevas y a las escrituras innovadoras, y el tercero es que ganada la batalla contra el didactismo, la literatura infantil y juvenil de nuestro país tiene que luchar contra sus propios límites y aventurarse en nuevas propuestas tanto temáticas como escriturarias. Quizás en las próximas décadas esta literatura ofrezca rupturas genéricas mayores, se aventure en espacios no urbanos, incluya el imaginario de los pueblos originarios, y dé cabida a una mayor reflexión sobre la historia de nuestro país, por ejemplo.

Es claro que me estoy refiriendo a la producción de autores nacionales. No tengo nada contra otros autores, pero cuando uno trabaja en el campo de la cultura, hace opciones justificadas por otro lado. Mi opción es que debemos leer y brindar a nuestros chicos autores argentinos y latinoamericanos. Esto no es desconocer que existen grandes, enormes autores que no lo son. Bien, pero si estoy obligada a jugar las leyes del mercado promocionaré, enseñaré, analizaré autores y obras que hablen nuestra lengua y sus registros, nuestros problemas y nuestros sueños. Porque creo que el mundo global de los sistemas abiertos es una construcción que beneficia al zorro colocado como guardián del gallinero.

No pienso que sea la uniformidad de la producción lo que debe preocuparnos hoy por hoy, sino más bien que el público lector será cada día más escaso, también más condenado a leer lo mismo.

Porque si este fenómeno social de la literatura infantil y juvenil, surgió asociado a la escuela, y la escuela contribuyó a la conformación de un público, hoy es la escuela la que casi no puede dar respuesta a su propio rol de enseñar, atareada en la ímproba tarea de contención social, como se denomina académicamente al trabajo de sostener a chicos en indigencia.

Creo modestamente, que el destino de la literatura infantil se juega no en el binomio uniforme/diverso sino en escolarizado/analfabeto, por lo menos en lo que atañe al enorme caudal de chicos que viven los sistemas de exclusión.

Y esa tarea de incluir a los excluidos es la tarea que nos tocará hacer en las próximas décadas. Muchos de ustedes estarán pensando que la literatura infantil, la literatura juvenil, la literatura en general y la formación de lectores son casi un lujo de un pensamiento pequeño burgués, que existen otras tareas más urgentes, que comprometen en mayor medida a los seres humanos. Y eso es parcialmente verdadero: la desnutrición, la no atención a la salud no se sustituyen con literatura. Hay un cierto orden en las prioridades humanas. Pero, somos humanos, precisamente porque podemos atribuir sentido a las cosas, a la vida y a la muerte, y si acordamos con Lotman, son los sistemas modelizadores los que nos constituyen como tales. La lengua en su rol de modelizador primario, ya que cuando uno incorpora una lengua incorpora también una visión del mundo que se le hará propia y particular. Mientras que el mito, la religión y los sistemas artísticos son los modelizadores secundarios, ya que proponen sentidos a la vida de los individuos y de las sociedades. En el caso específico de la literatura, que se sirve de la lengua como material, propone "no sólo la representación de ciertos objetos, sino también la proyección de la estructura de la conciencia que percibe esos objetos", esto es, un texto literario es siempre una construcción de sentidos en su origen y ese ciframiento, un campo de generación de sentidos para los lectores.

Y en esta golpeada sociedad, toda posibilidad de la construcción de alternativas para la diversidad, pasa por la construcción de una comunidad imaginada que contenga a la mayoría, por redefinirnos como sociedad, por pensar qué tipo de país deseamos. Y en ese pensar qué tipo de país, el arte, la literatura en particular deberá tener lugar. Porque la literatura nació con el primer narrador que inventó una historia, quizás para deslumbrar a sus oyentes. Quizás simplemente porque mientras duran las historias, los seres humanos trampeamos al tiempo implacable, y como Sherazada, le sacamos crédito a la vida, o sea, postergamos por un rato, el final.


María Elena Almada (mleiza@yahoo.com) es Profesora Titular de Lengua y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Comahue; Investigadora Categorizada de Literatura Infantil y Juvenil y Directora del Centro de Propagación Patagónico de Literatura Infantil y Juvenil (Ce.Pro.Pa.L.I.J). Es autora de numerosos trabajos de la especialidad.


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