74 | RESEÑAS DE LIBROS | 3 de abril de 2002

Yo, el Gran Fercho
Yo, el Gran Fercho, y el ladrón
Yo, el Gran Fercho, y la lista perdida

Marjorie Weinman Sharmat
Ilustraciones de Marc Simont.
Traducción de María Paz Amaya.
Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1993 (el primero) y 1995 (los dos siguientes). Colección Torre de Papel, serie Torre Naranja.

Portada de "Yo, el Gran Fercho"  Portada de "Yo, el Gran Fercho y el ladrón"  Portada de "Yo, el Gran Fercho, y la lista perdida"

Fercho es un chico serio, de pocas palabras y muy seguro de sí mismo. Pero, por sobre todas las cosas, Fercho —el Gran Fercho— es un "duro".

Ya en las primeras líneas de los libros nos enteramos que ser "duro" es un requisito indispensable para el buen ejercicio de su "profesión": "Me llamo el Gran Fercho. Soy detective y trabajo por mi cuenta".

¿Y quiénes son los "clientes" de este pequeño émulo de Philip Marlowe?

Su amiga Ana (a quien Fercho ama secretamente), su vecino Oliverio (un fastidioso al que todos le escapan), Rosa ("una chica muy extraña", según el mismo Fercho) o su amigo Claudio (al que siempre se le pierde algo).

El Gran Fercho está preparado para la resolución de cualquier caso: "Tenía la esperanza de que me necesitaran para ir en busca de diamantes, perlas o un millón de dólares". Pero las necesidades de sus "clientes" son otras, tal vez más domésticas: encontrar un dibujo extraviado o descubrir a un ladrón de basura. De todas maneras, para el Gran Fercho todos los casos son importantes y está dispuesto a afrontarlos con dignidad.

Así son las aventuras de Fercho, simples y cotidianas, casi triviales. Ahora bien, apenas inmersos en la lectura comenzamos a respirar en una atmósfera densa, típica del género policial, y sentimos una tensión que el mismo protagonista se encarga de alimentar. Todo esto, por supuesto, expresado con la sencillez y economía que necesita un buen relato para niños pequeños.

En los tres libros la estructura argumental es casi la misma: Fercho, narrando en primera persona, nos cuenta su último caso. Los relatos comienzan generalmente cuando alguien interrumpe su pasión gastronónica —comer panqueques— para solicitar sus servicios. Parsimonioso y con la mejor "cara de poker", el Gran Fercho deja todo de lado y se entrega a la resolución del problema. Eso sí, como un buen chico, nunca olvidará escribir una nota a su madre: "Querida mamá, volveré pronto. Me puse mis zapatos de caucho. Besos, el Gran Fercho." o "Querida mamá: voy a dormir fuera de casa. Me llevo una manta y unos panqueques. Regresaré mañana. Con cariño, el Gran Fercho."

Y como no podría ser de otro modo, el Gran Fercho —con perseverancia y grandes dosis de lógica deductiva— sabrá llevar a buen puerto sus investigaciones y los casos se resolverán con final feliz. Pero no siempre la vida le sonreirá. Fercho tendrá que sortear incómodas situaciones, como quedar cubierto con pintura roja de los pies a la cabeza, pasar una noche adentro de un cubo de basura o tener que probar unos insólitos panqueques para gato. Sin titubear, el Gran Fercho enfrentará lo que sea (para eso es un "duro" y todo un "profesional").

Otro rasgo a destacar sobre este personaje es su lenguaje: sobrio, seguro y cargado de una simpática mezcla de sarcasmo e ironía.

En el terreno gráfico, las ilustraciones de Marc Simont recrean muy bien al personaje que describe el texto. Los dibujos —en lápiz, blanco y negro en algunas páginas y color aplicado en otras— son abundantes y se intercalan a lo largo de las historias. Esta sencillez del Fercho dibujado concuerda con la personalidad que imaginamos a partir de la lectura. Además, el acertado diseño permitió una fusión exitosa entre el texto y las imágenes que se mantiene al mismo nivel en los tres libros.

Recomendado a partir de los 6 años.

Roberto Sotelo


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