65 | AUTORES | 28 de noviembre de 2001

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Opiniones

I

(Fragmentos de "Las pavadas de los adultos", entrevista de Elena Massat. Diario Clarín, Suplemento Cultura y Nación; Buenos Aires, 15 de julio de 1993.)

—¿Qué efecto le causa leer sus primeros textos?

—Me gustaría tener la posibilidad de Borges de retomar esas primeras publcaciones y corregirlas. Me parece un acto de gran humildad. Son cosas que ahora escribiría de otra manera, pero también se corre el riesgo de equivocarse: hay algunos poemas, por ejemplo, que a mí no me gustan nada y que son el caballito de batalla en las escuelas, entonces no sé hasta qué punto soy una buena jueza.

—¿Qué leía de chica?

—Aparte de Dickens, Alcott o Lewis Carroll, a quien adoraba en particular, leía de todo y muy especialmente los libros que mamá escondía en segunda fila, y forrados, en uno de los estantes de la biblioteca: Ana Karenina o el famoso El matrimonio perfecto, para llevar información a la escuela. Por eso yo creo que lo más efectivo para que un chico lea es decirle ‘esto no’.

—Una de las características más evidentes de su escritura es el manejo de códigos infantiles y juveniles de moda. ¿No le preocupa que ese uso derive en que en pocos años el texto se sienta pasado de moda?

—Es un riesgo que corro pero que no me preocupa porque yo escribo para el aquí y ahora y me interesa que el texto sea recibido así. Lo prefiero en un lenguaje más neutro. Incluso cuando mis libros son editados en España, doy la autorización para que esos términos sean sustituidos por el equivalente local y que no suceda lo que pasa aquí con cuentos muy lindos de autores españoles que los chicos no disfrutan o leen con dificultad. Para mí lo importantees que los chicos lean.

—Usted ha escrito sobre la muerte, el aborto, la guerra, los desaparecidos. Esto parece indicar que, según su criterio, no habría —al menos en lo que respecta a temáticas— diferencias entre la literatura para adultos y para chicos. ¿Ese límite existe en algún otro lado?

—Creo que no. Por lo pronto me animo a que un cuento de terror temine de una manera tan angustiante como concluían algunos libros que yo leía de chica y que seguramente no podía elaborar de inmediato. Por lo demás sé, porque estoy en contacto con especialistas, que muchos de esos cuentos les han servido para trabajar con chicos con problemas. Además creo que, comparada con la profusión de imágenes violentas que los chicos reciben por televisión, la letra siempre tiene una vía de llegada más lenta que la imagen, que es más perturbadora.


II

(Fragmentos de "La historieta estimula la imaginación", revista Flushman; Buenos Aires, octubre de 1993.)

—¿Qué significa para vos escribir para chicos y no tanto?

—Creo que no exagero al afirmar que para mí es una especie de "monomanía". Casi todas mis energías está volcadas en ese género de la escritura que, de algún modo, le dio sentido a mi vida. Me parece asombroso el que mis libros contribuyan a desarrollar el amor por la lectura, que sean los primeros peldaños de la infinita escalera que conduce hacia la literatura en general.

—Como experta en el mundo imaginario de los chicos, ¿qué opinás de la historieta, qué les aporta?

—Dejando de lado los análisis ideológicos de ciertas historietas, que no vienen al caso, tengo la mejor de las opiniones con respecto a este género. Requiere una verdadera y particular decodificación por parte de los pequeños lectores, porque se enfrentan a una rápida sucesión de imágenes y textos que tienen que procesar mentalmente. Por otra parte, la historieta apela a un notable poder de concentración y abstracción del lector y no dudo que obra como un fuerte estímulo para su imaginación.

—¿Te gustaba leer historietas?

—Fui una apasionada lectora de historietas hasta alrededor de mis doce años. Y nunca se me ocurrió que esas lecturas dificultaran otras que hacía de manera simultánea y con identico fervor. Quiero decir, poemas, cuentos, novelas...

—¿Cuáles fueron tus personajes preferidos?

—Bueno, de olvido imposible son la Pequeña Lulú (que lo tenía "zumbando" al tontón de Tobi); Superman y su soledad sideral; Madrake, el mago que me deslumbraba; Charlie Brown y su barra, tan parecida a la que formábamos los chicos de cualquier barrio; Daniel, el travieso (justamente porque lo era); la recia Lucila Dinamita; Archie y su grupo de jovencitos; Fúlmine, como buen antecedente de cualquier "mufa" actual; el poco dotado Bólido; Ramona y sus ocurrencias, acaso parangonables con las de la cinematográfica Catita; don Fulgencio; Mafalda, más tarde... También (y gracias a que me los hizo conocer mi papá, ya que no circulaban sus aventuras por nuestros pagos) me enfrascaba en las andanzas de Max y Moritz, dos "enfants terribles" surgidos de la genial creación de Wilhelm Busch, un artista del norte de Alemania al cual el mismo Walt Disney reconoció haber tomado como modelo cuando iniciaba su carrera.


III

(Fragmentos de "Miedos que ayudan a crecer", entrevista de Gabriela Saidon. Diario Clarín, Suplemento Cultura y Nación; Buenos Aires, 12 de mayo de 1994.)

—Alguna vez dijo que los chicos le pedían cuentos de terror. ¿Por qué piensa que les atrae tanto este género?

—Los motivos son múltiples y complejos. Pero destaco algo que está directamente relacionado con el libro: las historias escritas les permiten elaborar los miedos, hablar de ellos con sus pares y con los adultos, enterarse de que son compartidos y —en ocasiones— esta familizarización con un aspecto tan desdichado de la realidad los ayuda a empezar a superarlos. Saben que se trata de ficciones, no importa su verosimilitud, y suelen leer varias veces los cuentos que más los atemorizan.

—En materia de temas, en su momento usted pasó de El libro de los chicos enamorados a ¡Socorro! En Los desmaravilladores, amor y terror se alternan. ¿Cuál es la relación entre uno y otro?

—El amor, el humor, el horror, forman parte de la vida cotidiana y no nos piden permiso para irrumpir. Siempre digo que cualquier tema puede integrar un texto dedicado a los chicos y que depende de cómo se lo enfoque y para qué. El escritor que destina su producción al público infantil no puede olvidar el perfil psicológico de sus lectores, de acuerdo a las diferentes edades. Es claro que lo que puede producir temor a un chico de siete años no es exactamente lo mismo que lo que perturba a otro de once. Orientada por estos conceptos es como escribí algunos cuentos "de miedo" para los más chiquitos ("Lobo rojo", "Caperucita Feroz" o "Cuento con miedo", para citar sólo algunos botones de muestra). Básicamente, creo que se trata de tomar en cuenta a los niños como genuinos interlocutores.


IV

(Fragmentos de "El elefante que ocupaba mucho espacio", entrevista de Laura Isola. Diario Página/12, Suplemento Radar Libros; Buenos Aires, 9 de julio de 2000.)

—A pesar de que sus libros son muy leídos, ¿qué opina sobre la afirmación de que los chicos no leen?

—Creo que desde que apareció el libro, el lector aficionado no es mayoría. No me parece que ahora se lea menos que durante mi infancia. Yo recuerdo que moría por la lectura y no ha pasado lo mismo con mis hermanos o con la mayoría de los chicos del barrio. Creo que la lectura no es multitudinaria.

—Es interesante..., porque se puede hacer la historia de la lectura en base a malos entendidos, por haber leído cosas antes de tiempo...

—Claro, por lo que no hay que hacer censura dentro de una biblioteca familiar poque cada uno va a entender hasta donde pueda. En casa, mi mamá, que era muy ingenua, forraba de blanco los libros que ella consideraba que no correspondían a mi edad. Lo primero que hacía cuando me quedaba sola era leer esos libros. Así fue que leí a Safo, El matrimonio perfecto y otros relatos "adultos". La vida diaria es mil veces más perturbadora que cualquier libro que se te ocurra y puede dañar mil veces más que una lectura que depende de la posibilidad imaginativa que tenga el lector. Entonces yo creo que no habría que preocuparse tanto.

—Sin embargo su planteo no anula que sea bueno leer...

—Creo que la lectura es algo bueno, sobre todo para el estímulo de la imaginación, incluso hasta cuando el chico no entienda lo que está leyendo. Por eso digo siempre que si un chico de 7 años elige un libro para 11, hay que dejar que lo lea, porque él va a entender lo que necesite, lo que quiera. Por otra parte me parece terrible obligar a leer. También respetar al chico que no le gusta leer. El panorama de actividades que se nos ofrece es tan amplio, que si no le gusta él se lo va a perder.

—¿Hasta dónde le parece que es cierto que la literatura infantil va a dar lectores en el futuro?

—Depende. Si un chico ha tenido buenas experiencias, es muy probable que aunque no se convierta en un lector apasionado le guste la lectura. Si han sido malas experiencias, como libros obligatorios de la escuela, es probable que no le guste. Yo digo siempre que hay tanta cantidad de libros, tanto para chicos como para adolescentes, que si no les gusta un libro, siempre hay otro. Siempre hay libros para el gusto de cada lector.


V

(Fragmentos de "Un elefante censurado", entrevista de Ángela Pradelli. Diario Página/12, Suplemento Las/12; Buenos Aires, 25 de agosto de 2000.)

—En algunos libros suyos, Nada de tucanes, Cuadernos de un delfín, por ejemplo, aparece el tema del lenguaje como imposibilidad para comunicarse, como la necesidad de descifrar un universo de señales, ¿cuál es su relación con el lenguaje?

—Creo que el valor de la palabra es fundamental. En mi caso particular, muchas veces un remedio no me ha hecho tanto efecto como las palabras de una persona querida. Tengo con el lenguaje la misma relación que con las caricias. Pero, aunque para mí las dos cosas son irremplazables, creo que tanto las palabras como las caricias se están perdiendo bastante. Quizá porque éste es un tiempo dominado por la imagen. He tenido un vínculo muy rico con las palabras desde siempre. Cuando yo era chica, mi madre acompañaba a mis dos hermanas mayores en sus salidas y yo me quedaba con mi padre. Él me leía o me contaba los cuentos en alemán y nunca quiso traducirlos porque me decía que, si prestaba atención, iba a poder entenderlos. Creo que ésa fue una puerta de entrada a la literatura y también a los idiomas. Fue una buena gimnasia para mi imaginación. Muchos años después, cuando leí las traducciones de aquellos cuentos que mi padre me contaba me di cuenta de que no tenía nada que ver con lo que yo había entendido.

—Sus libros tienen cifras de ventas muy elevadas y sostenidas. La mitad de sus obras ha superado los 100.000 ejemplares cada una. Usted no puede adherir entonces a la queja adulta de que los chicos no leen.

—No, claro que no, para nada. Mi experiencia en ese sentido es maravillosa no sólo en este país, sino también en muchos países americanos y también en Estados Unidos, donde la comunidad de hispanoparlantes es muy numerosa en los últimos años. También en España mis libros circulan bastante bien. A raíz de la escritura yo tuve que dejar otra pasión en mi vida que es la docencia y la enseñanza de la literatura. Fui maestra de jardín de infantes y de primaria, profesora en el secundario y en la universidad. Paralelamente coordiné talleres literarios. Fue una decisión muy difícil para mí. La docencia me gusta muchísimo y me costó dejarla, pero pensé: si yo estuviera en una isla desierta, ¿qué haría? Y... escribiría, aunque sea mentalmente o en una hoja de una planta. En una isla desierta no podría tener alumnos, tendría que salir adelante con la escritura.

Informe biográfico y selección de fragmentos de entrevistas preparados por Roberto Sotelo.


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