25 | AUTORES/LECTURAS | 17 de mayo de 2000

Portada de "La aventura en América", de Germán CáceresGermán Cáceres

 

Aproximación a la aventura

Texto extraído, con autorización de su autor, del libro La aventura en América. Buenos Aires, Editorial La Palabra Mágica, 1999.

"...yo sigo invariablemente fiel al mundo narrativo
de la infancia, a las historias que fundaron los
objetos primarios de mi subjetividad."
Fernando Savater
La infancia recuperada

Habría que intentar acotar el concepto de relato de aventuras, ya que es demasiado amplio y abarcador. Así suele afirmarse que La Odisea, de Homero, es una novela de aventuras, que también lo son los textos de caballería de Chrétien de Troyes y Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.

En este libro se considerará narración de aventuras la que se encasille dentro de la noción de género, la destinada al entretenimiento y que usualmente proviene de la industria cultural: un ejemplo actual sería el personaje Indiana Jones. De este modo no cumplirían con estos requisitos los milenarios poemas de la India El Ramayana y el Mahâbhârata, salvo en la versión historietística que bajo el título de A la conquista de Jastinapur realizaron Leonardo Wadel (guión) y Emilio Cortinas (dibujo). Tampoco tendrían cabida las hazañas legendarias de Amadís de Gaula y de Beowulf, ni la gesta marinera de Moby Dick, ya que en esta obra maestra de Melville la obsesión del capitán Ahab alude a un planteo metafísico.

La narrativa aventurera nace con el romanticisimo, con su repudio a las exigencias sociales que coartaban la libertad del individuo, con su exaltación de la antigüedad y las zonas remotas, el culto del heroísmo, de las inmensidades oceánicas y la fascinación experimentada por los ámbitos exóticos. Esta perspectiva hay que enlazarla con la expansión del imperialismo que tuvo lugar en el siglo XIX. El escritor inglés Rudyard Kipling ensalzaba la gesta de las tropas coloniales británicas y despreciaba a los nativos por su inferioridad física e intelectual. No obstante esta visión retrógrada —propia de la época—, la destreza literaria de Kipling elaboraba bellas historias, entre las que se destacan Nuevos cuentos de las colinas, Tres soldados, El libro de la selva y Kim. Son famosas las versiones cinematográficas que de estas dos últimas (bajo la responsabilidad de Alexander Korda y Victor Saville, respectivamente), y de Gunga Din, adaptación de unos de sus cuentos que dirigió George Stevens y protagonizaron Gary Grant, Douglas Fairbanks, jr., y Victor McLaglen. Otras grandes películas fueron Las cuatro plumas, de Zoltan Korda, sobre textos de Alfred E. Woodley, y Beau Geste, de William Wellman, sobre la novela de Percival Christopher Wren.

Tal vez el mejor ejemplo de relato aventurero —y colonialista— sea el que forjó Rider Haggard con su personaje Allan Quatermain. En Las minas del rey Salomón, la búsqueda de las míticas riquezas enfrenta al cazador y a su grupo con el pueblo perdido de Kukuanaland. Se debe recordar que detrás de la figura glorificada del explorador intrépido hay un rastreador de regiones económicamente ventajosas, cuya acción precede a una intervención militar. Ella y Ayesha son célebres por el mito de la mujer fatal, trituradora de hombres: la heroína era tan bella que debía cubrirse con un velo para que los hombres no enloquecieran. José Luis Salinas aportó antológicas adaptaciones gráficas de las citadas novelas de Haggard, como asimismo de El capitán Tormenta y La costa de marfil, de Salgari, Miguel Strogoff, de Verne, El último de los mohicanos, de Fenimore Cooper, El libro de las selvas vírgenes, de Kipling, y La Pimpinela Escarlata, de la baronesa Orczy. El dibujo de Salinas es un arquetipo de la figuración que en el noveno arte privilegiaba la vertiente realista procedente de la ilustración, y que tenía en el Harold Foster de El Príncipe Valiente su máximo exponente.

Una irresistible fruición produce la lectura del Alejandro Dumas de Los tres mosqueteros, cuya continuación prosiguió en Veinte años después y El vizconde de Bragelonne. En primer lugar, Dumas fue un precursor de la literatura de consumo, pues tenía un taller de escritores que le permitieron concretar varios centenares de novelas por entrega. Se hace la salvedad que no consideramos menor ni perférica esta vertiente popular, pues a través de ella el lector puede identificarse con el héroe y evadirse de la aplastante realidad que debe soportar. Es su posibilidad de soñar y proyectarse hacia un futuro y una vida más dignos. Además, el sortilegio y el encantamiento que emanan de los relatos de aventuras son únicos e irremplazables, y para dotar a la historia de ritmo, intriga, suspenso y misterio se necesita poseer una maestría superior en el arte de narrar. Según Savater, la épica preserva la memoria y se apropia del acontecer para evitar su desaparición.

Las novelas de Dumas ofrecían un aliciente didáctico: la historia de Francia durante los reinados de Luis XIII y Luis XIV —pletórica en adulterios y amoríos palaciegos— es descripta espléndidamente por el autor a pesar de tomarse libertades. El mosquetero D'Artagnan, que busca aventuras para saciar sus ideales juveniles de frenesí y vértigo emocional, se erige en el prototipo del aventurero desinteresado. A estas virtudes, Los tres mosqueteros añade la creación de un personaje mítico: Milady de Winter, otra mujer irresistible, cuyo vampirismo erótico no perdona a ningún hombre. Su imagen va asociada a la seducción cegadora que le brindó Lana Turner en el filme de George Sidney.

La constante mención de películas nos lleva a la circunstancia de que la narración cinematográfica ha desplazado a la literaria en el relato aventurero por cuanto puede expresar con mayor fuerza y encanto las acciones trepidantes que desarrollan los argumentos. Al cine se le ha agregado la televisión en esta civilización visual que nos toca transitar. Es posible, asimismo, que jamás se vuelvan a leer los clásicos libros de aventuras. La transposición a otros lenguajes haría que se olviden los autores: el hombre común puede llegar a saber que Scaramouche fue un famoso espadachín y que el capitán Blood era un pirata romántico que interpretó Errol Flynn en el filme de Michael Curtiz, pero desconocer por completo que ambos personajes fueron creados por Rafael Sabatini. El cine y la televisión —y ahora también el video— se fagocitarían a los escritores.

Este cambio de soporte técnico admite también otra lectura: el Tarzán que interpretó Johnny Weissmuller tiene poco que ver con el de Edgar Rice Burroughs. La versión televisiva con Wolf Larson en el papel del hombre mono, en lugar de remontarse al motín del barco que se dirigía a Freetown, y que obligó a los padres del héroe a recalar en la costa africana, los hace víctimas de un accidente de aviación. Las histoiras se van aggiornando para acomodarse al mercado.

Este proceso de evolución de los personajes se da en las transposiciones que tienen lugar dentro del mismo medio expresivo. El Dark Knight, de Frank Miller, y el Killing Joke, del tándem Alan Moore y Brian Bolland, están bastante distanciados del Batman de Bob Kane. Y esta lejanía es abismal en la versión en que éste queda inválido en un accidente, y lo reemplaza un enigmático Azrael, cuyos orígenes misteriosos se vinculan con una antigua y esotérica Orden de Saint-Dumas.

Este enfoque de la narración aventurera se vuelve problemático si tratamos de trazar su perfil en nuestro continente. Salvo los Estados Unidos y el caso de Oesterheld en la Argentina, no hay auténticos escritores de género en América. No sólo existen razones de mecado y de tradición cultural, sino también el hecho de que este tipo de relatos es propio de los países cuyo desarrollo económico y tecnológico les permite asumir actitudes de poder internacional. En estos lares predominan el subdesarrollo y el atraso, y por esas razones históricas el latinoamericano se ve como perdedor frente al europeo o al norteamericano.

Sin embargo, esta condición otorga variedad y riqueza de matices al análisis. Porque a la literatura norteamericana y la singular empresa acometida por Oesterheld —con sus novelas de Bull Rockett y del Sargento Kirk—, se adosan las obras de ilustres europeos como Salgari y Verne, que ubicaron varias de sus producciones en América del Sur. Estas tierras fueron para los conquistadores españoles las fantaseadas regiones abundantes en tesoros de todo tipo, en ellas se llevó a cabo la aventura luego reflejada en crónicas y ficciones. Ilustres viajeros como Darwin (Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Autobiografía) registraron sus observaciones científicas, pero además sus hondas emociones. Y hubo aventureros locales que dejaron la impronta de sus hazañas en excelentes textos (caso Vito Dumas y Los cuarenta bramadores), o fueron recogidas en biografías, de las que Newbery, el conquistador del espacio, de Raúl Larra, es un paradigma. No faltó a los argentinos un narrador nato de folletines autóctonos, y éste fue Eduardo Gutiérrez.

El género suele comenzar con un viaje que aleja al héroe de su medio. Pero muchas veces ese viaje es la misma aventura, como sucede en Las aventuras de Arturo Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, y ha devenido en una especie de vertiente.

Ocurre que con el turismo el viaje se ha tornado realidad, y en las recientes décadas el individuo puede vivir su propia aventura. La industria turística le permite acceder a insólitos y paradisíacos países, conocer extrañas razas y costumbres respecto a su cosmovisión, atravesar océanos y surcar el espacio, por lo cual ya no necesitaría leer libros ni ver filmes aventureros.

Este eventual eclipse de la narrativa aventurera podría seguir acentuándose con el perfeccionamiento de los videojuegos. Con ellos el jugador se convierte en una especie de protagonista e interviene en múltiples aventuras: puede bombardear un objetivo, tener un duelo en el lejano Oeste, manejar un automóvil por peligrosísimas rutas, ser boxeador, abismarse en la fantasía heroica, y muchas otras cosas más. Ello seguramente se catalizará con el desarrollo de la "realidad virtual". De esa manera el individuo será capaz de sumergirse en imágenes alucinantes y las podrá modificar a su antojo. ¿Será el fin definitivo del relato de aventuras? Entendemos que no, porque esos mismos paisajes oníricos de los videojuegos y de la "realidad virtual" están poblados por los mismos héroes que habitan en los múltiples libros. Es que forman parte de un imaginario colectivo que se ha grabado en forma indeleble en la humanidad.


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