El hombre que divirtió a un pueblo

| Reseñas de libros | 24/6/08 | Comentarios desactivados en El hombre que divirtió a un pueblo

Por Mariana Enriquez. «La publicación de los Cuentos completos de Mark Twain en cinco tomos por Editorial Claridad es un importante esfuerzo editorial, con nuevas traducciones. La lengua oral, la picaresca y el gusto por el absurdo, pero sobre todo el oído sensible hacia la vida del pueblo, resurgen con fuerza y vitalidad en estos cuentos humorísticos que se van tornando más y más oscuros.» (Artículo extraído, con autorización de los editores, de Radar Libros, suplemento literario del diario Página/12 (Buenos Aires, 25 de mayo de 2008.)

por Mariana Enriquez

Cuentos completos 1 (1865-1879)
Mark Twain
Traducción de Elizabeth Casals.
Buenos Aires, Editorial Claridad, 2007. Colección Clásicos.

Cuentos completos 2 (1880-1889)
Mark Twain

Traducción de Susana Cella.
Buenos Aires, Editorial Claridad, 2008. Colección Clásicos.

Cuentos completos 3 (1890-1899)
Mark Twain

Traducción de Daniel Gigena, con la colaboración de Fernando T. Ruggiero.
Buenos Aires, Editorial Claridad, 2008. Colección Clásicos.

Próximos títulos:

Cuentos completos 4 (1900-1905)
Mark Twain

Traducción de Guadalupe Marei.

Cuentos completos 5 (1906-1916)
Mark Twain

Traducción de Susana Cella.

La publicación de los Cuentos completos de Mark Twain en cinco tomos por Editorial Claridad es un importante esfuerzo editorial, con nuevas traducciones. La lengua oral, la picaresca y el gusto por el absurdo, pero sobre todo el oído sensible hacia la vida del pueblo, resurgen con fuerza y vitalidad en estos cuentos humorísticos que se van tornando más y más oscuros.

Mark Twain empezó a trabajar a los 12 años, en una imprenta, después de que su padre, un comerciante de Missouri, muriera de neumonía. Aprendió el oficio en el pueblo de Hannibal, a orillas del Mississippi, el mismo que serviría como inspiración para el St. Petersburg donde transcurren las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los niños protagonistas de sus dos obras mayores. En 1851, a los 16, ya publicaba artículos en el diario de su hermano, el Hannibal Journal. A los 18 años arrancó su vida viajera, y trabajó en imprentas de Nueva York, Filadelfia, Cincinnati, St. Louis. Como muchos de los padres fundadores de la literatura de Estados Unidos, vivió intensamente y escribió mucho. Sus relatos cortos y artículos estuvieron siempre relacionados con los viajes y el trabajo: a Twain los editores le pedían textos como cronista, que a veces terminaban formando parte de libros de relatos, y otras sencillamente se perdían, porque aparecían en oscuros periódicos de pequeños pueblos. Hasta hoy siguen apareciendo textos de Twain, a casi cien años de su muerte.

La edición de los Cuentos completos de Mark Twain, que incluye relatos publicados entre 1865 y 1916 (seis años después de su muerte) y está separada en cinco tomos por lo extensa, es un trabajo bienvenido, por el cuidado y el respeto del proyecto. A muchos escritores clásicos cuya obra está librada de derechos les suele tocar el destino, en castellano, de la traducción en serie, anacrónica y desanimada: aquí lo han traducido Susana Cella, Daniel Gigena y Elizabeth Casals, entre otros, y la diferencia se nota mucho, sobre todo porque Twain demanda un traductor dedicado; era un especialista en coloquialismo, hizo un verdadero estudio de la lengua oral y fue uno de los pioneros en llevar el habla del pueblo a la literatura. Esa jerga, esos acentos propios del Sur requieren la paciencia de una adaptación que no traicione su primer sentido, pero tampoco resulte que ininteligible. Y en la edición de estos Cuentos completos (que va por el tercer volumen y se completará en pocos meses con la edición de dos más), la tarea está cumplida.

El verdadero nombre de Mark Twain era Samuel Langhorne Clemens, y eligió ese seudónimo después de pasar varios años como piloto de un buque a vapor que recorría el Mississippi: significa, en la jerga de los hombres de río, «dos brazas de profundidad», es decir, la medida de calado necesario para que el buque pueda pasar y no quede encallado, algo vital en un río como el Mississippi cuyo lecho es, dicen los expertos, uno de los más tramposos del mundo. Esa experiencia acabó en libros como Vida en el Mississippi, que es lo que hoy se llamaría una memoir, tan moderno que ya entonces jugueteaba con los hechos reales ficcionalizados con toda soltura. Pero en 1861 la Guerra Civil lo obligó a dejar el barco, y comenzó su carrera de viajero y escritor. Su primer relato importante, y el que abre esta colección, fue «La célebre rana saltarina del condado de Calaveras». Se publicó en el periódico New York Saturday Press por casualidad: iba a ser parte de un libro de relatos sobre el Oeste, pero llegó tarde para editarlo ahí. Lo cierto es que la historia de la rana gustó mucho, y lo convirtió en un escritor popular. El cuento reproduce una historia que le habría contado a Twain un anciano llamado Simon Wheeler, y esa técnica de enmarcar el relato en otro, y en ocasiones en otro adicional, es típica del concepto de storyteller y de hombre preocupado por recopilar historias populares y narrarlas con buen humor y un dejo de ironía que se profundizaría casi hasta llegar a la amargura (aunque jamás hasta las profundidades de su contemporáneo Ambrose Bierce). Los relatos de Twain se pueden inscribir en la picaresca, ésa que nutre los episodios más desopilantes de Las aventuras de Tom Sawyer, y con esto seguramente respondía al gusto de su público. Hay un dato muy curioso: gran parte de estos relatos están protagonizados por estafadores y artistas de la mentira: algunos son apenas sketches, y otros obras maestras, como «Una experiencia curiosa» (1881), sobre un joven espía que se infiltra en el ejército de la Unión y, cada noche, reza y canta hasta hacer llorar y enloquecer a los soldados; o «La confesión de una agonizante» (1883), un relato rarísimo que seguramente disparó el haber conocido las macabras «casas de la muerte» en Alemania. En aquella época, antes del entierro, se dejaba a los muertos por unos días en una especie de hospital, con cables atados a los dedos de los pies, que se enganchaban a una campana. Si la campana sonaba, quería decir que el muerto no lo estaba tanto. En fin: Twain presumiblemente las habría conocido y con ese espeluznante escenario como punto de partida escribió un thriller violento que de alguna manera anticipa la novela negra norteamericana.

Otro tema que emerge todo el tiempo en los cuentos de Twain es la sátira. Le toma el pelo a la policía, la vida en las redacciones, los periodistas de pueblo, las nuevas maravillas de la ciencia y la técnica (y esto último lo hace no por retrógrado, ya que el propio Twain era inventor, amigo de Nicolas Tesla y gastaba fortunas en laboratorios, sino porque detestaba a los vendedores de baratijas, a quienes conocía en profundidad por haber compartido hoteluchos en todo el Oeste de los Estados Unidos durante los años en la ruta). De estos cuentos satíricos, que se proyectan pronto hacia el disparate e incluso el nonsense, el mejor es «Periodismo en Tennessee» (1869), con un editor que les dispara a los colaboradores, a los que pasan por la calle, y todo entra en una escalada que incluye granadas y cueros cabelludos voladores.

A partir del tercer tomo, los cuentos de Twain conservan ese ritmo ágil tan delicioso y el lenguaje sencillo, popular. Pero el clima está enrarecido. Los próximos tomos, a editarse en junio y julio, prometen «un creciente pesimismo». La veta oscura, hay que decir, se le notó siempre, aunque estuviera enterrada entre elefantes blancos robados y periódicos de provincia.

Artículo extraído, con autorización de los editores, de Radar Libros, suplemento literario del diario Página/12 (Buenos Aires, 25 de mayo de 2008.)


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