Cuentos populares rusos: “Aliónushka e Ivánushka”

«Luego, la hechicera adoptó la imagen de Aliónushka, se puso sus vestidos y regresó a palacio. Todo el mundo cayó en el engaño, ni siquiera el zar se dio cuenta de nada. Pero en los jardines las flores se marchitaron, los árboles y la hierba se secaron. El cabrito, que sabía la verdad, dejó de comer, dejó de beber y se instaló a orillas del mar sin dejar de llorar.» Ilustraciones de Ivan Bilibin. Selección de Marcela Carranza.
Aliónushka e Ivánushka (*)

Ilustraciones de Ivan Bilibin
Selección de Marcela Carranza
Traducción de Pepín Cascarón

(Por razones técnicas, todavía no disponemos de la habitual versión en formato PDF. La publicaremos aquí en cuanto sea posible.)

Había una vez dos ancianos que tenían una hija y un hijo, llamados Aliónushka e Ivánushka. Los ancianos murieron, los hijos se quedaron solos y echaron a andar por el mundo. Cruzaron un prado y luego un vasto campo, e Ivánushka, el menor de los hermanos, tuvo sed.

—Aliónushka, hermanita —dijo el niño—, tengo sed.

Espera, hermanito —le aconsejó Aliónushka—, a que lleguemos al pozo.

Siguieron caminando. El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron un estanque. A su alrededor pastaban unas vacas.

—Aliónushka, hermanita —dijo el niño—, voy a beber agua de este estanque.

—No bebas, hermanito —le aconsejó Aliónushka—, que te convertirás en un ternero.

Ivánushka obedeció a su hermana, y siguieron caminando.

El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron un río. Junto al río andaba una tropilla de caballos.

—Aliónushka, hermanita —dijo el niño—, voy a beber agua de este río.

—No bebas, hermanito —le aconsejó Aliónushka—, que te convertirás en un potrillo.

Ivánushka dejó escapar un suspiro, y siguieron andando.

El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron un lago, al borde del lago pastaban unas cabras.

—Aliónushka, hermanita, no puedo más, voy a beber el agua del lago —dijo Ivánushka.

—No bebas, hermanito —le previno Aliónushka—, que te convertirás en un cabrito.

Pero Ivánushka no pudo resistir más, desobedeció a su hermana y bebió de aquella agua.

En cuanto hubo saciado su sed, el niño quedó convertido en un cabrito que saltaba delante de Aliónushka balando:

—Be-e-e… Be-e-e…

Aliónushka le puso al cuello su cinturón de seda, y así lo condujo con ella, llorando amargas lágrimas.

Un día el cabrito correteando a su antojo, se metió en los jardines del zar. Aliónushka quiso atraparlo y fue tras él. Los criados los vieron y fueron a informar a su señor que en los jardines había un cabrito y con él una muchacha muy hermosa.

El zar ordenó que trajeran a la muchacha y al cabrito.

—¿Quiénes son? ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? —preguntó el zar.

—Nuestro padre y nuestra madre murieron —respondió Aliónushka—, mi hermano Ivánushka y yo partimos a la aventura. Ivánushka tuvo sed y bebió agua del lago a cuyo alrededor pastaban unas cabras. Por ello se convirtió en un cabrito.

Al zar tanto le agradó la muchacha que decidió casarse con ella. Al poco tiempo se celebró la boda. Vivían felices,  el cabrito correteaba por los jardines y compartía la mesa del zar y su esposa.

Un día, mientras el zar estaba de caza, se presentó ante Aliónushka una hechicera, y sin que la zarina lo notara, le echó un maleficio, de modo que la joven cayó enferma. Al día siguiente, se presentó nuevamente la hechicera y preguntó a la zarina enferma:

—¿Quieres sanarte? No tienes más que ir al mar a la hora del crepúsculo y beber allí agua.

Cuando atardeció, la zarina fue al mar. La hechicera se abalanzó sobre ella, le echó al cuello una cuerda con una piedra y la arrojó a las aguas profundas. Aliónushka se fue al fondo. El cabrito acudió detrás y se puso a llorar amargamente.

Luego, la hechicera adoptó la imagen de Aliónushka, se puso sus vestidos y regresó a palacio. Todo el mundo cayó en el engaño, ni siquiera el zar se dio cuenta de nada. Pero en los jardines las flores se marchitaron, los árboles y la hierba se secaron. El cabrito, que sabía la verdad, dejó de comer, dejó de beber y se instaló a orillas del mar sin dejar de llorar.

Al verlo así, la hechicera enloqueció de rabia y empezó a hostigar al zar:

—¡Manda que degüellen al cabrito! ¡Estoy cansada de él, no quiero verlo más!

El zar no salía de su asombro ¿Cómo su esposa, que tanto amaba al animalito, pedía ahora su muerte? Pero la malvada mujer tanto insistió en el asunto que acabó por arrancarle al zar la autorización para degollar al cabrito.

La hechicera dispuso que los criados encendieran altas hogueras, calentaran agua en grandes calderas y afilaran cuchillos largos.

El cabrito se enteró de que sus horas estaban contadas y dijo al zar:

—Antes de mi muerte, déjame que vaya hasta el mar a beber un poco de agua y a lavarme las patitas.

El zar le permitió que fuera. El cabrito corrió hasta la orilla del mar, donde se puso a llamar lastimeramente:

Aliónushka, hermana mía:
ven nadando hasta la orilla.
Ya está la lumbre encendida,
ya están hirviendo las ollas,
con los cuchillos que afilan
quieren quitarme la vida…

Y Aliónushka le contestó desde el fondo del mar:

¡Ay, Ivánushka, hermanito!
Me lleva al fondo la piedra,
cubre la arena mi pecho,
mis piernas traba la hierba.

El cabrito se alejó entre sollozos. Al mediodía le pidió de nuevo al zar:

—Señor, antes de mi muerte, déjame que vaya hasta el mar a beber un poco de agua y a lavarme las patitas.

El zar le permitió que fuera. El cabrito corrió hasta la orilla del mar, donde se puso a llamar lastimeramente:

Aliónushka, hermana mía:
ven nadando hasta la orilla.
Ya está la lumbre encendida,
ya están hirviendo las ollas,
con los cuchillos que afilan
quieren quitarme la vida…

Y Aliónushka le contestó desde el fondo del mar:

¡Ay, Ivánushka, hermanito!
Me lleva al fondo la piedra,
cubre la arena mi pecho,
mis piernas traba la hierba.

El cabrito se echó a llorar y regresó al palacio. A todo esto, el zar se preguntaba extrañado, a qué se deberían las idas y venidas del animalito al mar.

En esto llegó el cabrito a pedir por tercera vez:

—Señor, antes de mi muerte, déjame que vaya hasta el mar a beber un poco de agua y a lavarme las patitas.

El zar se lo permitió, pero fue detrás de él. Así llegó hasta la orilla del mar y oyó que el animalito llamaba a su hermana:

Aliónushka, hermana mía:
ven nadando hasta la orilla.
Ya está la lumbre encendida,
ya están hirviendo las ollas,
con los cuchillos que afilan
quieren quitarme la vida…

Y ella le contestó desde el fondo del mar:

¡Ay, Ivánushka, hermanito!
Me lleva al fondo la piedra,
cubre la arena mi pecho,
mis piernas traba la hierba.

El cabrito llamó nuevamente a su hermana con voz desgarradora, y esta vez Aliónushka emergió a la superficie en medio de las olas. El zar se precipitó hacia ella, arrancó la piedra de su cuello, la sacó de las aguas profundas y la llevó hacia la orilla. La muchacha contó al zar todo lo sucedido.  El cabrito se puso a retozar loco de alegría, dio tres volteretas y se convirtió en el pequeño Ivánushka.

Cuando los tres regresaron a palacio, vieron cómo en los jardines reverdecían los árboles y la hierba, las flores brotaban nuevamente.

El zar ordenó que quemaran a la hechicera en la misma hoguera que ella había preparado para el cabrito.

Aliónushka, y su hermanito Ivánushka, vivieron contentos y felices hasta el fin de sus vidas.


Nota de Imaginaria

(*) En algunas de las versiones consultadas este cuento aparece titulado como “Hermanita y hermanito”.


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4 comentarios sobre “Cuentos populares rusos: “Aliónushka e Ivánushka””

  1. Graciela Logarzo dice:

    Bello cuento maravilloso.


  2. Mariana dice:

    Muy bonito:)


  3. natalia dice:

    Muy lindo cuento. Me encanta la página.


  4. Cristina dice:

    Muy lindo cuento. Que bueno es para los niños conocer leyendas y cuentos de los pueblos de nuestro continente y los populares anónimos de distintos lugares del mundo. La estructura puede ser mas o menos la misma, pero las diferentes sensibilidades son fascinantes.
    Cristina