Eduardo Ferro (1917-2011)

En la madrugada del 4 de marzo de 2011 falleció el dibujante Eduardo Ferro, gran historietista y humorista gráfico argentino. Ferro fue el creador de entrañables personajes que dejaron una impronta muy fuerte en la cultura popular de los argentinos: “Langostino”, “Tara Service”, “Pandora”, “Bólido” y “Chapaleo”, entre muchos otros. Como homenaje, publicamos una serie de pequeños artículos relacionados con su vida y su obra. Informe realizado por César Da Col y Roberto Sotelo.

In Memoriam

“Ferrito”. Caricatura realizada por Andrés Cascioli (2008).

Informe realizado por César Da Col y Roberto Sotelo

En la madrugada del 4 de marzo de 2011 falleció el dibujante Eduardo Ferro, gran historietista y humorista gráfico argentino. Ferro fue el creador de entrañables personajes que dejaron una impronta muy fuerte en la cultura popular de los argentinos: “Langostino”, “Tara Service”, “Pandora”, “Bólido” y “Chapaleo”, entre muchos otros.

Comenzó su carrera profesional desde muy joven, cuando a los 16 años debutó en la revista El Purrete, del periódico Buenos Aires Herald. Pasó luego a colaborar en la revista La Cancha, donde nació su personaje «Don Pitazo». Y más adelante, sus historietas y chistes gráficos poblaron las páginas de Patoruzito, Patoruzú semanal y sus Libros de Oro que se publicaban anualmente.

En 2006, la Universidad de Alcalá (España), lo distinguió con el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos, un importante galardón que en ediciones anteriores había sido entregado a prestigiosos artistas del humor gráfico: Antonio Mingote (1988), Joaquín Salvador Lavado (Quino) (2000), José María González Castrillo (Chumy-Chumez) (2002), y Andrés Rábago García (El Roto) (2004).

Como homenaje al maestro Ferro, publicamos una serie de pequeños artículos relacionados con su vida y su obra:

Y para complementar este informe, en nuestra sección “Links”, listamos los principales sitios en la web con información y trabajos de Eduardo Ferro.


Ferro por Eduardo Ferro

Autobiografía publicada en la contratapa de Lo que el vento devolvió. Antología de Eduardo Ferro (Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones, 1988. Colección Grandes Humoristas Argentinos), el único libro que reunió una mínima parte de sus trabajos publicados en diarios y revistas.

¡Oh, mi lápiz humorígeno! ¡Cuánto te deben mi ego y mi bolsillo! ¡Dios me ama! Grité a los 16: ya que de cadete de oficina salté a dibujante “profesional”. Si dibujaba mal no me daba cuenta porque cobraba bien.

Debuté en una revista del Buenos Aires Herald: “The Purrete”, perdón, “El Purrete”. Después la querida La Cancha de López Pájaro donde me nació “Don Pitazo”.

Al tiempo volví a gritar: ¡Dios me ama! Fue cuando ingresé a Patoruzú donde me eternicé porque en esa revista que fue boom durante décadas, tuve todas las chances y todas las gratificaciones, igual que en sus “Libros de Oro” y la posterior Patoru-Zito. Muchas páginas importantes, carátulas, más la posibilidad de lanzar mis personajes: “Bólido”, “Langostino”, “Pandora” y “Tara Service”, entre otros de menor repercusión. Entretanto en La Razón saqué a flote al buzo “Chapaleo”, tira que distribuí bastamente en América Latina; “Langostino” se proyectó a Francia, donde lo rebautizaron “Moulinet” ¡Cochons! Sería muy largo enumerar cuántas satisfacciones me dieron los personajes en publicidad y otras derivaciones.

Fuera de Patoruzú publiqué poco y nada, a raíz de un convenio de exclusividad. Fue excepcional una incursión que hice en El Hogar; lo que sí llevé a cabo fue una apertura radial con numerosos ciclos de Dibujos en el aire, por (las radios) Splendid y Belgrano. También varias cosas por TV Canal 7. La más original: Micro Loco, en dúo con Oscar Blotta hijo. Cerrada Patoruzú inauguré algunos personajes: “Chicle Bang” en Meteoro, “Cacho Pan” en Pibes y “Girólamo” en Super Humor.

Al pasar, un grato recuerdo: cuando en la Feria de Milán, dibujé gauchos para visitantes de todas las razas a la Muestra de Humor en el stand argentino.

“El gaucho Lencina (al que ninguno le pone un pie encima)”. Humor gráfico de Eduardo Ferro para el Libro de Oro Patoruzú (1954).

También tengo variados trofeos para acariciar, pero entre todos aprecio mucho uno particular: un “Bólido” que dibujó y me dedicó cariñosamente Jorge Porcel. ¡Cuántas cosa lindas! ¿No? Y toda gracias a que nací.

¿Dónde nací? Muy cerca de la cancha de mi amado Racing, amor este que no me obliga a odiar a Boca, y menos aún al genial Hugo Gatti, que cumple años el 19 de agosto lo mismo que yo, aunque claro está, él no debe ser de 1917.

¿Mi mamá? Apenas gallega porque vino siend0 tan chiquita, que más hubiera valido que la trajeran directamente en cigüeña. ¿Y el viejo? Bueno; porteño, también de agosto, pero qué pena, no heredé ni su pintón ni su cross.

Eduardo Ferro durante el homenaje organizado por el Museo de la Caricatura “Severo Vaccaro” (2004).


Discurso de Eduardo Ferro al recibir el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos 2006

Candidateado por el Museo de la Caricatura “Severo Vaccaro”,  con el apoyo de un centenar de dibujantes y entidades relacionadas con el dibujo, Eduardo Ferro fue el ganador de la quinta edición del Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos, convocado por los Ministerios de Cultura, Asuntos Exteriores y Cooperación de España, y promovido por la Fundación General de la Universidad de Alcalá.

Ferro no puedo viajar a recibir el Premio pero envió un discurso que fue leído en la ceremonia de entrega, el jueves 18 de octubre de 2007, en la Universidad de Alcalá.

A la Fundación General de la Universidad de Alcalá
A los Ministerios de Asuntos Exteriores y Cooperación y de Cultura de España
Al Museo Argentino de Caricatura Severo Vaccaro
A mis colegas
Al Público en general

Muy respetuosamente os pido indulgencia si desentono en lo protocolar. No es mi fuerte, aunque respeto profundamente las reglas que hacen al debido orden de las instituciones, principalmente las de la cultura.

Os doy mis más sinceras gracias, no sin antes aclarar que no le concedo otra importancia a mi ausencia que la que le otorga vuestro importantísimo premio, en honor al cual estimo que debo justificarla. Me entristece, claro, pero mi alma jubilosa estará en todos los actos, para quienes la quieran notar.

Ahora bien, la verdad quiero decirla con lo que me queda del corazón, que cada día más claramente viene diciéndome: “no me exijas más esfuerzos”… y terminé escuchándolo. Entonces: sería muy romántico “Morir en Madrid” pero me aterra imaginar con cinta de luto al brillante trofeo Quevedos. Con esto doy por concluida la parte triste.

Rápidamente paso a lo que atenúa mi taquicardia: ensoñar la sonrisa indulgente de todos vosotros.

Sentir en mi espalda cariñosas palmadas de mis notables antecesores en el premio, diciéndome: “Tranquilo, Ferrito… estáis disculpado. Dibujaremos un viejo con vuestra facha, para que aparezcais en las fotos.”

A estas imágenes se suma la alegría de que sea el gran Mordillo, quien reciba el trofeo en mi nombre. ¿Quién mejor que este amigo del alma, exquisito humorista, ético caballero y… (permitidme que esto, lo diga en “gaucho”) generoso “al mango”?

Continuando, y para ampliar un poco el placer de estar con vosotros aunque sólo sea virtualmente, os describiré de qué manera el célebre Quevedo signó mi vida.

Esto comenzó en los años 30, cuando repentinamente cundió por Buenos Aires una onda de cuentos pícaros llamados “de Quevedo” que atrapó hasta a los chicos como yo, que a la sazón tenía poco más de trece años. Ya no me conformaba con mirar por la ventana el suburbio en que vivíamos y buscaba mezclarme en la “universidad de la calle”. Mamá, que no dejaba de vigilarme, me sorprendió relatando uno de esos cuentos en el cual, por una urgencia física repentina, Quevedo está “ensuciando” el artístico jardín de una condesa que exclama horrorizada al descubrirlo:

“—¡¿Qué vedo?!”—, provocando la famosa conclusión del susodicho:

“—¡Hasta por el culo me conocen!”

Desenlace escandaloso por aquellos por aquellos tiempos, que me costó el único sopapo que me propinó mi madre en toda mi vida, y que no olvido. Un primo culto, que fue testigo del momento, me preguntó algo más tarde: “—¿Sabes quién fue el célebre Quevedo?”. Me encogí de hombros, claro. Para mí era lo que para todo el pueblo: el personaje de los cuentos picantes y ¡Chau! Pero no terminó con su pregunta la intervención de mi primo culto. Me alcanzó un libro de Quevedo. “Léelo —me dijo—, “y después me dices qué te pareció”.

El haber motivado la indignación de mi madre me hizo dudar de que pudieran ser de un genio famoso aquellos cuentillos de Quevedo que divertían al grueso de la gente. Pero gracias al libro de mi culto primo pude leer este fragmento de la Pavura de los Condes de Carrión:

“¡Guarda: el león!,
Y en esto entró por la sala.
apenas Diego y Fernando
le vieron tender la zarpa
cuando hicieron sabedoras
de su temor a las bragas.
El mal olor de los dos
al pobre león engaña,
y por cuerpos muertos deja
los que tal perfume lanzan.”

Allí comprobé que en el mismo asquete de mi cuento censurado volvía a encontrar la inspiración el gran Quevedo.

Pensé en llevarle a mi madre el libro que recibí prestado para que me disculpara, pues llegué a comprender que el humor es digno y propio de los grandes estrados ya que existe en cada Hombre y en su propia y sencilla felicidad.

Que la última risa sea gracias al genio que nos abrió el camino a este Paraninfo.

¡Hasta siempre, Alcalá de Henares!

Muchas gracias.


Una deidad acuática

por Germán Cáceres

Texto preparado para el “Homenaje a Eduardo Ferro”, organizado por el Museo de la Caricatura “Severo Vaccaro”, realizado en la Universidad de Palermo el 3 de diciembre de 2004.

En Langostino, el navegante independiente, Eduardo Ferro despliega un dibujo humorístico virtuoso y una composición de viñetas impecable: la historieta es un auténtico primor plástico. Además, narra con destreza y emplea todo un arsenal de recursos gráficos para obtener ritmo y movimiento. Así, hay líneas cinéticas, múltiples metáforas visuales y creativas onomatopeyas que a veces no sólo ocupan un cuadrito completo, sino que por sí solas representan un paisaje o un suceso.

El humor no sólo está en el trazo, sino en los ocurrentes monólogos del personaje, que hasta le dirige la palabra a su Corina, un barco tan singular, pequeño y estrafalario, que si se lo observa con atención no podría navegar ni el marino entrar en su cabina. Asimismo, están los resúmenes al principio de cada página y la interrogación al final, textos en los cuales Ferro comenta irónicamente su historieta, como si le quisiera indicar al lector que no crea lo que le ocurre a Langostino, que sólo se trata de una fabulación. Pero esta ficción alude a un mundo propio y único, donde impera el desborde, la desmesura y los actos descabellados, y en el cual interviene el azar para rescatar al navegante de situaciones sin salida.

La historieta es un universo lunático, ajeno a las leyes naturales, una instancia onírica a mitad de camino entre la pesadilla y el ensueño, que remite, a través de un sesgo popular —propio de un piloto de remolcador del Riachuelo— a lo mejor de Little Nemo in Slumberland. También Langostino es capaz de estirarse como el célebre Plastic Man (el hombre de goma), aunque él no sea un superhéroe sino apenas un modesto marinero que, sin proponérselo, se mete sorpresivamente en aventuras y territorios tan fantásticos como desconocidos.

Langostino es un optimista pleno, más allá de su soledad y de su melancolía, un tipo que apuesta por la vida. Y su creador también, pues está planteando que leer historietas es una de las tantas maneras de alcanzar la felicidad.

Langostino forma con Corina un todo inseparable, está unido a ella en cuerpo y alma: Ferro ha logrado el milagro de crear un nuevo ser fabuloso, una deidad acuática que se unirá a las sirenas y tritones que andan por ahí.


Nuevos mares para Langostino

Homenaje de Liniers

El dibujante Liniers también rindió homenaje a Eduardo Ferro en su blog (http://macanudoliniers.blogspot.com/).

(Click en la imagen para verla más grande)


Arte de ultimar Ferro

por Juan Sasturain

Artículo publicado en homenaje a Eduardo Ferro en la contratapa del diario Página/12 (Buenos Aires, lunes 7 de marzo de 2011).

La semana pasada (4 de marzo) se murió, muy viejito y glorioso, Eduardo Ferro. Uno de los mejores humoristas gráficos y creadores de historietas que ha dado este país. Y de los más queridos. Las crónicas recordaron que había nacido en 1917 en Avellaneda, que empezó a publicar a los 17 y que trabajó siempre, hasta que ya no pudo. Aunque hizo tiras en los diarios —la más famosa fue el Chapaleo (sólo él podía hacer una tira diaria con el personaje de un buzo), que estuvo años en la contratapa de La Razón—, su obra está ligada indisolublemente a las revistas, a los semanarios de Dante Quinterno: Patoruzú —desde los años treinta— y Patoruzito, a partir de la década siguiente. Y publicó siempre ahí —recordaron las crónicas— prácticamente hasta que desaparecieron. Calculemos: lo de Ferro son más de cincuenta años haciendo chistes, ilustraciones y, sobre todo, creando personajes inolvidables. Una barbaridad.

El buzo Chapaleo.

Ya en términos más personales, me parece que el apogeo creativo y el mejor momento —en cuanto a repercusión popular— de Ferro debe estar entre los años cincuenta y el primer tramo de los sesenta. Si tuviera que elegir por el dibujo, por ejemplo, pocas cosas suyas me gustaron más que los pesados gauchos (más los perros y esos caballos de vasos anchos) de la sección “Pampa bárbara” —un clásico del anuario de Patoruzú— o las ilustraciones camperas para los cuentos del bolacero Don Rosa, escritos por Mariano Juliá. También dibujaba muy lindos guapos de barbijo y escenas orilleras. Bah: dibujaba todo bien, Ferro.

De sus personajes de historieta —propios de la época: tipos marcados por una única característica siempre repetida en tres o cuatro cuadritos autoconclusivos—, todos ellos publicados en Patoruzú, el que más pegó, al principio, fue el gordito Bólido. De párpados a media asta y jopito y labio inferior algo caídos, el lento cadete adolescente fue marca registrada, se convirtió en apodo, apelativo popular. Hoy sería absolutamente incorrecto.

Bólido.

De esa primera época son también Cara de Ángel y El Fantasma Benito (que le “regaló” Quinterno), de largo recorrido pero menos originales. Con el tiempo, ya alrededor de los sesenta y en el mismo semanario, Ferro crearía, junto a la loquita Pandora, otro personaje perdurable ya desde la figura: Tara Service. Ese gordo de holgado mameluco, oso grandote de ojitos juntos y manos torpes como rodillas, icono de los técnicos que arreglan todo con alambre y que no dejaba televisor o electrodoméstico sin destrozar, tuvo y tiene la presencia de un clásico.

Sin embargo, la memoria colectiva y el juicio de la crítica —si cabe— asociará por siempre el nombre de Eduardo Ferro al de su máxima creación: Langostino. No cabe duda de que es lo mejor que hizo, acaso porque es lo más libre y loco, donde mejor se expresó. Se publicó desde el número inicial de Patoruzito, en la primavera de 1945, y llegó hasta el final del semanario como tal, hacia 1962. El hecho de que Langostino –a diferencia de sus otros personajes– se publicara en una revista de historietas de aventuras con estructura folletinesca de “continuará” y al ritmo de una página por entrega, fue acaso determinante de su originalidad.

Langostino, “navegante independiente”, según la definición que le impondría Ferro, nace paradójicamente condicionado. Sugerido por el jefe Quinterno para medrar en la estela de la fama del histórico Vito Dumas, navegante solitario y héroe nacional de la época, Langostino Mayonesi (tal su nombre completo) es en el principio un grotesco barquero del Riachuelo que sólo aspira a comprarse su propia lancha —la bella Corina— y salir a recorrer el mundo. Hay cierta rigidez en el dibujo inicial —esa mandíbula inferior prominente le serviría, como al pelícano, para pescar— que se afloja con el correr de las páginas y las aventuras, cuando finalmente Corina pone proa al mar abierto, metáfora de la libertad en todos los sentidos.

Así, Langostino, como sucedía con la otra obra maestra que publicaba Patoruzito en la página de al lado, Don Pascual (antes Mangucho & Meneca), del increíble Roberto Battaglia, se irá transformando, con el tiempo, en un ámbito propicio para la invención narrativa absoluta, un espacio libre para la creatividad y el saludable, poético, disparate.

Todo puede pasar en las aventuras de Langostino cada vez que, cantando y trepado a Corina —cada vez más chiquita, casi una palangana saltarina alrededor de sus pies y sobre las olas que apenas toca— alguien se cruza, un pájaro hablador se posa, un submarino emerge, una tormenta lo deposita en ínsula extraña, alguien lo pesca con red, una frontera con inesperado guardia anfibio lo detiene. Lo notable es que, cada semana, en el cuadrito final de abajo a la derecha, el autor participaba al lector (o “con el lector”, mejor) de la incertidumbre por lo que se venía: “¿Y ahora? ¿Quién será éste?” o, si no: “¡Pobre Lango! ¿Cómo zafará de ésta?”. Y hoy no nos cabe duda de que el propio Ferro, creador sin red, iba saludablemente descubriendo las aventuras con su propio personaje y frente a los deslumbrados, cómplices lectores.

Langostino no era un héroe, ni siquiera un antihéroe: sólo estaba ahí, a lo que venga. Bonachón, suspicaz e ingenuo a la vez, con arranques de ira, debilidades múltiples y una nobleza básica, a menudo caía —como en las invenciones de un Jonathan Swift sin acidez— en países extraños de idiomas o costumbres singulares, pretexto para finas ironías; se veía envuelto (por confusión, por torpeza, por tonta codicia) en los delirios de gobernantes megalómanos, reinas locas y casaderas o tribus delirantes que permitían la sátira liviana. Al principio y al final estaba, siempre, la bendita libertad; el ideal del vagabundeo sobre un mar cuyas olas, perfiladas limpiamente y con trazo a veces tembloroso, nadie dibujó mejor.

El hermoso dibujo que acompaña esta nota no es de Ferro. Es un homenaje que le hizo hace un tiempo el gordo Oscar Grillo, notable, incombustible dibujante argentino que vive famosamente en Londres desde hace mucho pero que no se olvida de dónde viene. No sabría, no podría, no querría hacerlo. Grillo (re)dibujó al Langostino de Ferro junto al Popeye de Segar —“El cuento de dos marinos”— como quien deja constancia y rinde tributo a la belleza, la inteligencia y el arte que nos tocó vislumbrar ya de pibes, diseminado, disimulado en las páginas hoy amarillentas de las revistas de historietas.

Eduardo Ferro es parte definitiva de ese memorioso patrimonio que agradecemos.

“The Tale of Two Sailors” (“El cuento de dos marinos”). Dibujo de Oscar Grillo.


Artículos relacionados:

Eventos: El humorista gráfico Eduardo Ferro ganó el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos 2006 (Argentina-España).

Links: Eduardo Ferro en la web.

5 comentarios sobre “Eduardo Ferro (1917-2011)”

  1. Chinca Salas dice:

    El talento no tiene precio, los dibujos son extraordinarios como los colores, lei brevemente y me gusto algunos pasajes que nos muestran verdades con imaginacion y chispa, muy comun en los caricaturistas, nos llena por dentro y por un momento nos perdemos en la verdad de «lo que el vento devolvio».-Chinca Salas-


  2. juan dice:

    q es eso dios mio es es talento……….


  3. Alejandro Weiss dice:

    mis recuerdos más antiguos (y mágicos)


  4. Ricardo Elizalde dice:

    Gracias AMIGO y MAESTRO!. Es verdad, los grandes como vos nunca mueren en el corazòn de aquellos que te amaron, te aman y te amaràn siempre. Gracias por dejarme lecciones de tu universidad de la calle. Compartimos momentos inolvidables en la Escuela de Carlos Garaycochea, fuera ella comiendo y en tu casa. Tengo esas matrices de plomo que me regalastes de tus geniales personajes. Viviràs por siempre en nuestros corazones y en los dìas que tenga «el bajòn», acurdirè a la memoria de tu nombre en mi corazòn, para que sea borrado con un chiste o una frase del GRAN FERRITO!. Te admirèe y te seguirè admirando siempre, tanto a tì como a tu hermosa familia (Carmen, Pichi, y todos los demàs). Un abrazo eterno de un alumno y amigo que nunca te olvidarà. Dios te proteja a su lado y te bendiga siempre. Ricardo Elizalde. (23-4-2014)


  5. Enrique F. Correa dice:

    Yo empecé a vender diarios, aquí en Maldonado, el 20 de mayo de 1944, hice ese trabajo hasta el 2 de mayo del 2014, es decir tuve entre mis manos, una buena parte de la vida de esos personajes.
    Pero como dice J.M. Serrat, no cambiaría por nada del mundo mi admiración, mi envidia, por Langostino y por Corina. Preferentemente.
    Si en alguna dimensón fuera posible robársela, yo se la robaría.
    Voy a pensar cómo, porque si alguna vez me muero, tengo que estar preparado. Nací en 1935, tengo 80 años.