El Mago de Oz. Capítulos 21 y 22

«Un coro de estruendosas carcajadas salió de las otras rocas y Dorothy vio sobre la montaña a cientos de mancos Cabezas de Martillo, uno detrás de cada piedra.» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.

Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010

Capítulo 21
El León se convierte en Rey de los Animales

Después de bajar del muro los viajeros se encontraron en un sitio desagradable, lleno de pantanos y ciénagas y cubierto de maleza. Era difícil dar muchos pasos sin caer en los fangosos agujeros, pues la maleza era tan apretada que los ocultaba. No obstante, avanzando con mucho cuidado, lograron sortear los peligros hasta que llegaron a tierra firme. Pero allí el paisaje era más salvaje que nunca, y después de una larga y pesada caminata, se metieron en otro bosque, donde los árboles eran más altos y viejos que todos los que habían visto hasta el momento.

—Este bosque es verdaderamente encantador —declaró el León, mirando alrededor con alegría—; nunca había visto un sitio tan bonito.

—A mí me parece tenebroso —dijo el Espantapájaros.

—Es todo lo contrario —respondió el León—; me gustaría pasar aquí el resto de mi vida. Mira qué suaves son las hojas secas que pisas, y qué verde y exuberante es el musgo que crece en esos viejos árboles. Ningún animal salvaje encontraría un sitio más agradable.

—Quizá haya animales salvajes en el bosque ahora mismo —dijo Dorothy.

—Supongo que sí —contestó el León—; pero no veo ninguno.

Caminaron por el bosque hasta que se volvió demasiado oscuro para seguir avanzando. Dorothy, Totó y el León se acostaron a dormir, mientras el Leñador y el Espantapájaros montaban guardia, como de costumbre.

Al llegar la mañana reanudaron la marcha. No habían caminado mucho cuando oyeron un apagado estruendo, como el gruñido de muchos animales salvajes. Totó lanzó un gemido pero ninguno de los otros se asustó, y siguieron por el sendero hasta que llegaron a un claro donde estaban reunidos cientos de animales de todo tipo. Había tigres y elefantes, osos, lobos y zorros y todos los demás animales de la historia natural, y por un momento Dorothy sintió miedo. Pero el León les explicó que esos animales estaban celebrando una reunión y que, por los chillidos y los gruñidos, parecían debatir un serio problema.

Mientras hablaba el León lo vieron algunos de los animales y de pronto, como por arte de magia, se hizo el silencio en la asamblea. El tigre más grande se acercó al León y se inclinó diciendo:

—¡Bienvenido, oh Rey de los Animales! Has llegado a tiempo para combatir a nuestro enemigo y traer paz a todos los animales del bosque.

—¿Qué problema tenéis? —preguntó el León, con voz pausada.

—Estamos todos amenazados —respondió el tigre— por un feroz enemigo que hace poco entró en este bosque. Es un tremendo monstruo, parecido a una enorme araña, de cuerpo tan grande como un elefante y patas tan largas como el tronco de un árbol. Tiene ocho de esas largas patas, y al andar por el bosque atrapa animales, se los lleva a la boca y se los come como una araña a una mosca. Ninguno de nosotros estará seguro mientras viva tan feroz criatura, y habíamos iniciado esta reunión para decidir cómo defendernos cuando llegaste tú.

El León pensó durante un momento.

—¿Hay más leones en este bosque? —preguntó.

—No; había algunos pero a todos se los comió el monstruo. Y además ninguno era tan grande ni tan valiente como tú.

—Si acabara con ese temible enemigo, ¿os inclinaríais ante mí y me obedeceríais como Rey del Bosque? —preguntó el León.

—Con mucho gusto —le contestó el tigre, y todos los demás rugieron a coro—: ¡Lo haremos!

—¿Dónde está ahora esa gran araña? —preguntó el León.

—Allá lejos, entre los robles —dijo el tigre, señalando con la pata.

—Cuidad a estos amigos míos —dijo el León, y yo iré enseguida a luchar contra el monstruo.

Se despidió de sus compañeros y se alejó orgulloso a enfrentarse con el enemigo.

La gran araña estaba dormida cuando la encontró el León, y tenía un aspecto tan feo que su enemigo apartó la nariz, asqueado. Las patas eran tan largas como había dicho el tigre, y el cuerpo estaba cubierto por un vello negro y áspero. Tenía una enorme boca, con una hilera de dientes afilados de casi medio metro de largo; pero la cabeza estaba unida al cuerpo regordete por un cuello tan delgado como la cintura de una avispa. El León comprendió cuál era la mejor manera de atacar a la criatura, y como sabía que era más fácil luchar contra ella dormida que despierta, dio un gran salto y aterrizó en el lomo del monstruo. Luego, con un golpe de la pesada zarpa armada de afiladas garras, separó la cabeza de la araña del cuerpo. Saltó al suelo y miró hasta que las largas patas dejaron de moverse, y entonces supo que estaba bien muerta.

El León regresó al claro donde lo esperaban las bestias del bosque y dijo, con orgullo:

—Ya no tendréis que temer al enemigo.

Las bestias se inclinaron entonces ante el León, reconociéndolo como Rey, y el León les prometió volver y gobernar en cuanto Dorothy estuviera sana y salva camino a Kansas.

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Capítulo 22
El País de los Quadlings

Los cuatro viajeros atravesaron sin problemas el resto del bosque, y cuando salieron a la luz vieron una escarpada montaña, cubierta desde el pie hasta la cima por enormes piedras.

—No va a resultar fácil escalarla —dijo el Espantapájaros—, pero debemos pasar al otro lado de cualquier manera.

Se puso entonces a la cabeza del grupo, y los demás lo siguieron. Casi habían llegado a la primera piedra cuando oyeron una voz ronca que gritaba:

—¡Alto!

—¿Quién eres? —preguntó el Espantapájaros. Y entonces apareció una cabeza por detrás de la piedra, y la misma voz dijo:

—Esta montaña nos pertenece, y no permitimos que nadie la atraviese.

—Pero debemos atravesarla —dijo el Espantapájaros—. Vamos al País de los Quadlings.

—¡No, no iréis! —respondió la voz, y del otro lado de la roca salió el hombre más extraño que habían visto jamás.

Era más bien bajo y gordo y tenía una cabeza grande, achatada en la parte superior y sostenida por un grueso cuello lleno de arrugas. Pero no tenía brazos, y al ver eso el Espantapájaros no creyó que tan desvalida criatura pudiera impedirles el ascenso a la montaña, así que dijo:

—Siento no acatar tus deseos, pero debemos pasar por tu colina te guste o no te guste. —Y echó a andar osadamente.

Rápida como un rayo, la cabeza del hombre saltó hacia adelante y el cuello se estiró hasta que la parte chata golpeó al Espantapájaros en el medio del cuerpo y lo hizo rodar y rodar montaña abajo. Casi con la misma rapidez con que saltó, la cabeza volvió al cuerpo y el hombre lanzó una ronca carcajada y dijo:

—¡No es tan fácil como piensas!

Un coro de estruendosas carcajadas salió de las otras rocas y Dorothy vio sobre la montaña a cientos de mancos Cabezas de Martillo, uno detrás de cada piedra.

El León se enfureció mucho al oír las risas provocadas por la desgracia del Espantapájaros, y lanzando un potente rugido que retumbó como un trueno echó a correr montaña arriba.

La cabeza volvió a saltar con la misma rapidez de antes, y el enorme León bajó rodando por la ladera como si hubiera sido golpeado por una bala de cañón.

Dorothy corrió montaña abajo y ayudó al Espantapájaros a levantarse, y el León se le acercó, bastante lastimado y dolorido, y dijo:

—Es inútil luchar contra personas con cabezas que se disparan; nadie puede resistir.

—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó la niña.

—Llamemos a los Monos Alados —sugirió el Leñador de Hojalata—; todavía tienes derecho a hacerles cumplir una orden.

—Muy bien —dijo Dorothy, y se puso el Bonete de Oro y pronunció las palabras mágicas. Los monos llegaron con la rapidez de siempre, y en unos pocos instantes tuvo delante a toda la banda.

—¿Qué nos ordenas? —preguntó el Jefe de los Monos, con una reverencia.

—Llevarnos por encima de la montaña hasta el País de los Quadlings—respondió la niña.

—Así se hará —dijo el jefe, y enseguida los monos levantaron a los cuatro viajeros y a Totó en brazos y emprendieron vuelo. Mientras iban por encima de la montaña los Cabezas de Martillo les lanzaron gritos de rabia, y dispararon las cabezas hacia el aire, pero no pudieron alcanzar a los Monos Alados, que llevaron a Dorothy y a sus compañeros al otro lado de la colina y los depositaron en el País de los Quadlings.

—Ésta es la última vez que nos puedes llamar —dijo el jefe de la banda a Dorothy—, así que adiós y buena suerte.

—Adiós, y muchas gracias —le contestó la niña; y los Monos subieron en el aire y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.

El País de los Quadlings parecía rico y feliz. Había campos y campos de trigo maduro, separados por bien pavimentados caminos, y hermosos arroyos atravesados por seguros puentes. Las cercas, las casas y los puentes estaban pintados de un rojo intenso, como habían estado pintados de amarillo en el País de los Winkies y de azul en el País de los Munchkins. Los quadlings, que eran de corta estatura, gordos y bonachones, estaban vestidos de rojo, que contrastaba con el césped verde y el trigo amarillo.

Los Monos los habían dejado cerca de una granja, y los cuatro viajeros caminaron hasta allí y llamaron a la puerta. Abrió la mujer del granjero, y cuando Dorothy pidió algo de comer la mujer les ofreció a todos una buena cena, con tres clases de pastel y cuatro clases de bizcocho, y un cuenco de leche para Totó.

—¿Está muy lejos el Castillo de Glinda? —preguntó la niña.

—No mucho —respondió la mujer del granjero—. Tomad el camino que va hacia el sur y pronto llegaréis.

Después de dar las gracias a la buena mujer, echaron a andar renovados por los campos y los bonitos puentes hasta que vieron ante ellos un castillo muy hermoso. Delante de las puertas había tres niñas con vistoso uniforme rojo, adornado por galones dorados. Al acercarse Dorothy una de las niñas dijo:

—¿A qué habéis venido al País del Sur?

—A ver a la Bruja Buena que gobierna aquí —respondió Dorothy—. ¿Nos llevarás ante ella?

—Decidme vuestros nombres y preguntaré a Glinda si os recibe.

Le dijeron quiénes eran, y la niña soldado entró en el castillo. Después de un momento volvió para decir que Dorothy y los demás serían recibidos inmediatamente.


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4 comentarios sobre “El Mago de Oz. Capítulos 21 y 22”

  1. Roo Martinez dice:

    Cada vez que leo dos capitulos nuevos de este cuento me deja con mas intriga de lo que pasara!
    la verdad que esta muy bueno e interesante!


  2. MARCELA dice:

    En el próximo número de Imaginaria van a salir los dos últimos capítulos de «El mago de OZ»


  3. Mariano dice:

    Buenísimo marcela los esperamos ansiosos!!


  4. Elsa dice:

    Muy bonito, lo unico que no se es si Dorothy muere