La decisión de Teodoro
Irene Singer (texto e ilustraciones)
Edición de Judith Wilhelm.
Buenos Aires, Calibroscopio Ediciones, 2006. Colección Líneas de
arena.
Jugar plásticamente una retórica del miedo
En la infancia hay noches... y noches. Y hay unas peores que otras. Algunas de las más inquietantes son esas en que los fantasmas acechan desde los objetos más familiares, como le sucede a Teodoro que, al igual que todo niño, echa mano a sus recursos de vástago desesperado (viajar hasta la cama de los padres, acostarse en el medio, llevarse a mamá al cuarto) con la esperanza de mitigar las exasperantes y pertinaces fantasías nocturnas. En este sentido, no sería nada extraño que La decisión de Teodoro convocara a la restitución de un mundo por el que todo lector ha pasado alguna vez, ese universo real que le hace de fondo a la ficción, como diría Umberto Eco (1).
Por eso, a pesar de que su protagonista no es el niño feliz y elemental de algunos libros infantiles, no podemos decir que La decisión de Teodoro presente un hecho infrecuente, pues el miedo es un tópico literario en sí mismo (2). No es entonces el tema elegido por Irene Singer lo que llama tanto la atención de este sugestivo libro ilustrado, sino la forma de poner en juego el temor cotidiano, a través de diferentes recursos que parecen admitir que los niños son personas capaces de interpretar signos complejos, como la literatura.
En efecto, en esa sucesión de imágenes se descubre que el temor de Teodoro va creciendo; y es justamente esa escalada retórica puesta en la ilustración —y combinada con una tipografía mostrando cuán bajito habla Teodoro— que la obra adquiere cierto espesor de sentido al recordarnos que no solo la escritura puede reflexionar o tratar determinados temas.
En verdad, si uno compara las palabras pronunciadas por Teodoro (esbozadas en pequeñas e inseguras letras), y pone en relación esa voz con la voz que se manifiesta en las imágenes —como proyectores de terror— advierte que el decir del niño es un sistema de simulación que por las noches procura reprimir el pánico. Todo ello prueba, sutilmente, la complejidad del mundo de los niños que ya está anunciada en la tapa, es decir mucho antes del beso quimérico de la primera página.
Una complejidad que se confirma en los datos narrativos de la imagen —así sean objetos sueltos, sombras— que actúan como señales, pero son también elementos evaluativos que nos aportan datos fehacientes sobre el personaje. Y también fijan sus percepciones de tal manera que, como lectores avezados, vamos comprendiendo que en ese contexto del cuarto a oscuras un títere puede ser lo más peligroso del mundo. Un ejemplo es la escena del cuarto de baño donde el lector podrá comprobar, gracias a esos datos puestos en la imagen, que el niño tiene miedo mucho antes de quedarse solo en su dormitorio.
También es interesante recorrer la figura del narrador que, como una potente cámara, proyecta su foco en el personaje infantil habilitando (le) mirada y voz de niño, y cediéndole la función narrativa hasta el final. En las imágenes y en su especial, particular combinatoria el narrador nos hace ver la acción por los ojos del personaje, pues el suceso principal de la historia —el terror del niño— no podría sostenerse si no se utilizara ese tono que transfiere a todas luces el estado espiritual de Teodoro.
Muchas veces los libros para niños —cuanto más pequeños son los niños peor— padecen de un despojo de palabras, o de sentido, o de reflexiones. Un despojo que termina siendo ideológico, pues, como bien sabemos, los hechos están presentados tan anodinamente y los personajes son tan esperables que a nadie se le ocurriría contradecir, dudar o polemizar, aquello que parece estar "tan bien resuelto". La decisión de Teodoro, a diferencia de los libros infantiles que eligen como tema el miedo de los niños, se destaca por una estética, que abre varios sentidos, pues también se puede leer el libro pensando que gracias a la mamá los miedos se van para siempre.
A lo mejor La decisión de Teodoro nos está diciendo que para producir una literatura para niños acaso haya que ir complejizando la cuestión; por ejemplo, se podría pensar que la buena literatura nos da ganas de leerla de nuevo, que permite más de una lectura, que no siempre cierra bonito, que aporta nuevos sentidos a través de la imagen, que juega con la música de las palabras; y que nos incita a encender todas nuestras luces, esas que ayudan a mitigar los miedos nocturnos.
1) Nos referimos al ensayo "Los bosques posibles", de Umberto Eco, incluido en su libro Seis paseos por los bosques narrativos (Barcelona, Lumen, 1996).
2) De los relatos sobre el miedo a la noche, el más famoso es de Ray Bradbury, un escritor norteamericano muy conocido. Su cuento se llama "La niña que iluminó la noche". Se trata de un nene que le tiene miedo a la oscuridad, y finalmente descubre que para no asustarse lo que hace falta es iluminar la noche. ¿Y cómo?, se pregunta el lector. Apagando las luces, pues si apagamos las luces se enciende la noche. Nota de Imaginaria: Mencionamos dos ediciones de este cuento como libro unitario: La niña que iluminó la noche, con ilustraciones de Juan Marchesi, publicada por Ediciones de la Flor (Buenos Aires, 1972; colección Libros de la Florcita) y Encender la noche, con ilustraciones de Noemí Villamuza, publicada por Kókinos (Madrid, 2006).
Mirta Gloria Fernández (titiludu@fibertel.com.ar) es egresada de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y Especialista en Procesos de Lectura y Escritura (UNESCO). Se desempeña como profesora de Semiología y Didáctica en Letras en la UBA e imparte Taller de Escritura en el ingreso de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. También es tutora del Postítulo de Literatura Infantil en la Escuela de Capacitación (CePA), de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y colabora —desde el área de literatura y alfabetización— con escuelas del país con necesidades prioritarias. Hace cuatro años comenzó a leer poesía y libros-álbum con grupos de chicos temporalmente detenidos en el Instituto de Minoridad "José de San Martín". En 2004 dictó para los alumnos de Artes de la UBA el seminario de grado "Literatura y sujetos en situación social de riesgo", que reúne material sobre esa experiencia. Actualmente escribe su tesis de Maestría que lleva por título "Apropiación y representación en los textos producidos por grupos de jóvenes eventualmente recluidos". Publica artículos y participa como expositora en congresos cuyos temas son la literatura infantil, la alfabetización y los efectos de la literatura en diferentes grupos de lectores. Es autora del libro ¿Dónde está el niño que yo fui? Adolescencia, literatura e inclusión social (Buenos Aires, Editorial Biblos, 2006).
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