La princesa viene a las cuatro
Una historia de amor
Wolfdietrich Schnurre (texto) y Rotraut Susanne Berner (ilustraciones)
Salamanca, Lóguez Ediciones, 2000. Colección Rosa y Manzana.
Si usted, apreciable lectora, me contara que su recién estrenada pareja suele ostentar insectos detrás de las orejas, gusta de engullir la totalidad de la comida que yace en la mesa, tiene el fatal hábito de inundarse la boca de alimentos, y encima huele y apesta tanto que es acechada por moscas y moscardones... Todo al ritmo de pequeños hilos de baba escapados de una lengua colorada y serpenteantemente generosa.
Si usted, querida lectora, me contara esa historia yo pensaría que su pareja es un tanto repulsiva. Y si, de pronto, usted se levantara de la silla del bar en que está sentada frente a mí y saliera corriendo a tomar del brazo a la tan mentada pareja que tanto ha deslucido, yo me quedaría pensando mucho en el defasaje entre su discurso y sus sentimientos.
La princesa viene a las cuatro nos sorprende y nos deja pensando pues no es un solo sentido el que se puede leer en su propuesta plástico-narrativa. Por suerte hay un subtítulo aclaratorio, entonces es desde allí que el lector puede anclar en el género. Quizás sea por eso que los lectores —después de leer el libro completo— vuelven a la tapa y confirman aliviados que se trata de "una historia de amor".
La propuesta de edición comienza por una tapa —mixtura de papel y tela— que le otorga al objeto cierta calidad artesanal provocadora. Efectivamente, dan ganas de tocar esa extraña y acaso antigua textura. En este mismo sentido, se destaca la labor exhaustiva de la ilustradora cuya técnica de trabajo evoca, nostálgica, una niñez antigua. Pero no a la manera del dibujo infantil tradicional —de trazos irregulares, garabatos y monigotes—, sino como si se tratara de un niño obsesivo, meticuloso y genial. Un niño con una gran caja de lápices de colores que adora los escenarios de líneas rectas, paralelas, recuadros, y que concede a sus personajes una especie de mundo armoniosamente geométrico.
Un joven algo rellenito, de mejillas redondas y rosadas, gafas y gorrita extraña, cámara fotográfica en cuello, nos cuenta su visita al zoológico y su encuentro con una hiena que le revelará el gran secreto de su vida a expensas de ser invitada a tomar el té. El joven accede y ahora lo vemos en su casa, acicalado, de corbata y dueño de una gran ansiedad aguardando el arribo de su nueva amiga. Todo está dispuesto en la mesa: el té, la vajilla, los alimentos y un enorme jarrón con rosas para la invitada. A las cuatro en punto sucede el encuentro y la siguiente escena nos muestra a la hiena que engulle sin parar, bebe y eructa ruidosamente ante la mirada estupefacta de nuestro protagonista.
Mientras tanto las acciones se suceden en un escenario que no deja de convocar significados pues tiene alguna implicancia en la historia que nuestro personaje tenga su casa saturada de adornos pertenecientes al reino animal, o que sean tan claramente expuestos en su biblioteca los libros de Borges, Kipling, Orwell, London, Melville, Calvino, Humbolt, Cousteau, y muchos más. Como también genera sentido que de su sombrero penda una especie de cola de animal impensadamente idéntica a las rayas de nuestra hiena.
Recorrer esta obra es poner en duda si se trata de un libro-álbum o de un libro ilustrado. A simple vista, el texto parece apoyarse en la imagen. Por ejemplo, el texto que reza "Puntualmente, a las cuatro, suena el timbre. Abro, es la hiena.", tiene un relato que lo corrobora transparentemente.
También hay correspondencia imagen-texto cuando el narrador en primera persona dice "Uno puede coger miedo de lo que engulle. Bocadillo tras bocadillo desaparecen; también la lata de carne está vacía."
Es decir, hay una relación de equivalencia en varias escenas.
Sin embargo, si observamos con detenimiento una serie de imágenes y las cotejamos con el texto vamos a encontrar que no está todo dicho, menos con palabras. Por ejemplo, ¿por qué el león, el mono, el cocodrilo, la tortuga, la jirafa y el avestruz se muestran enojados, o temerosos, o extrañados con el personaje principal?
Sobre estas expresiones, es importante detenerse también en la anteúltima escena y veremos que esos animales están representados en cuadros en la pared de la casa, en los que manifiestan ira o extrañamiento o miedo. Pero lo más asombroso de este libro sea acaso la historia misma y sobre todo el final, en el que el protagonista reconoce haber sabido desde un principio que su invitada, la hiena, jamás mutaría en princesa. El lector asiste atónito a un desenlace inesperado al verlos alejarse, como en zoom, de la mano, cual recién estrenada pareja.
¡Pero si hasta hace un momento el protagonista manifestaba repudio hacia el comportamiento inmundo de la hiena! Además, si sabía que jamás se convertiría en princesa, ¿por qué la invitó a su casa?
En rigor, el final es sorprendente. Quizás por eso uno se detiene en la forma en que se cuenta esta historia pues el personaje parece estar genuinamente sorprendido de que la hiena quiera ir a su casa y genuinamente asqueado de su conducta de hiena. ¿Cómo el narrador nos hizo creer a todos estas sensaciones del personaje? Ni siquiera sabemos ahora si estuvo tan asqueado como lo demostró durante la merienda. ¿Es hipócrita o esa repulsión se tornó amor en un rato nomás? Además nuestro querido narrador le confiesa a la hiena: "Hace tiempo que lo sabía". El logro entonces parece estar en la voz del personaje, y en la instalación muy sutil de un marco humorístico. ¿A quién no le causa gracia que, con tanta naturalidad, el narrador y la hiena se alejen de la mano?
Luego, ya instalados los lectores en ese marco, la idea de un personaje que se pueda enamorar de cualquier ser ordinario que se le cruza en el mundo resulta sugestiva para la des-idealización del amor, al que por lo general se le otorga un trato dramático y cursi tanto en el cine como en la literatura infantil. ¿Por qué no enamorarse de cualquiera? A lo mejor, el amor no es un acontecimiento tan solemne, sino un incidente más fortuito y divertido. La cara de sujeto común y corriente del personaje, y el mundo de sencillez que lo rodea, cobran interés en el interior de un universo plástico y narrativo minimalista, donde nada es portentoso y toda la ilustración va en ese sentido. Como si nada extraordinario fuera a suceder. Pero pasa.
Mirta Gloria Fernández
Mirta Gloria Fernández (titiludu@fibertel.com.ar) es egresada de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y Especialista en Procesos de Lectura y Escritura (UNESCO). Se desempeña como profesora de Semiología y Didáctica en Letras en la UBA e imparte Taller de Escritura en el ingreso de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. También es tutora del Postítulo de Literatura Infantil en la Escuela de Capacitación (CePA), de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y colabora —desde el área de literatura y alfabetización— con escuelas del país con necesidades prioritarias. Hace cuatro años comenzó a leer poesía y libros-álbum con grupos de chicos temporalmente detenidos en el Instituto de Minoridad "José de San Martín". En 2004 dictó para los alumnos de Artes de la UBA el seminario de grado "Literatura y sujetos en situación social de riesgo", que reúne material sobre esa experiencia. Actualmente escribe su tesis de Maestría que lleva por título "Apropiación y representación en los textos producidos por grupos de jóvenes eventualmente recluidos". Publica artículos y participa como expositora en congresos cuyos temas son la literatura infantil, la alfabetización y los efectos de la literatura en diferentes grupos de lectores. Es autora del libro ¿Dónde está el niño que yo fui? Adolescencia, literatura e inclusión social (Buenos Aires, Editorial Biblos, 2006).
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