161 | Foto de Silvia SchujerLECTURAS | 17 de agosto de 2005

Las librerías y yo

por Silvia Schujer

Si hay un olor de esta ciudad contaminada que me gusta es el de las librerías. Por épocas, como a muchos, me estaba vedado comprar aquellas novedades que se encendían ante mis ojos como un semáforo verde. Entraba igual. Porque me daba la sensación de estar en un lugar donde algunos amigos secretos me seguirían esperando.

Entre tanto, con los otros amigos, los corporizados, poníamos a disposición nuestras respectivas bibliotecas —esos rincones que atraen como un imán cuando vamos por primera vez a una casa y queremos descubrir quién vive en ella— y así compartíamos nuestra sed.

Cada vez que repaso mis lecturas, mi formación heterodoxa como la de tantos lectores porteños, también rindo un íntimo homenaje al Centro Editor de América Latina que me permitió aliviar la comezón. Y no con cualquier cosa: le agradezco haber sabido de Cortázar, Flaubert, Dostoievsky, Abelardo Castillo, Carson Mc Cullers, Rivera...

Le agradezco además haber podido salir de la Feria del Libro con una bolsita de libros para mí y otra de tamaño algo más grande con el Chiribitil para mi hijo.

En esta realidad convulsionada, las librerías siguen siendo para mí una especie de templo donde alguien me quiere decir algo que puede ayudarme a vivir.

Palpitar la ciudad hoy, ir al cine o al teatro con amigos y terminar la velada en una pizzería no estaría completo si no incluyera una entrada para ver qué hay de nuevo (y de siempre) en una librería.

Texto extraído de NotiColihue, boletín de novedades de Ediciones Colihue (Buenos Aires, mayo de 2002).


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