HUMOR
La página de Douglas,
por Douglas Wright
Experimento transgenérico
Bookman se encontraba en el medio de un espacio blanco, luminoso. Miles de lectores de Imaginaria (unos doce mil, a esta altura) lo miraban atentos, esperando para ver qué iba a hacer esta vez.
Miró hacia la izquierda y vió, entre bambalinas, los circuitos del monitor de una computadora. A la derecha, un poco más allá (y también entre bambalinas), la caja metálica de una CPU.
Desde el fondo, detrás de la superficie blanca que hacía de espacioso y luminoso telón, le llegaban las voces (nerviosas y apagadas) de dos personas, Eduardo y Roberto.
¿Qué está haciendo? ¿Qué va a hacer?
No sé. Parece que nada.
Bookman pensó. Cada vez que pensaba, unos globos (generalmente celestes) se iban formando arriba de su cabeza (arriba del par de alitas --sospechosamente parecidas a las de Asterix, pensará alguno-- que coronaban la capucha de su traje de superhéroe). Y lo que pensaba se iba haciendo visible. ¡Un peligro! Y una enorme responsabilidad.
Enseguida (y defensivamente) pensó en libros. En libros gordos. En libros con grandes lomos (con punteras metálicas de bronce claveteado) y con un señalador como una lengua bifurcada (generalmente verde).
¿Por qué? Porque es más fácil pensar en libros de este modo. En libros arquetípicos y atemporales, de una fuerte materialidad. (O tal vez porque era un poco anticuado en sus gustos y en sus lecturas. No lo sabía.)
Los libros en que Bookman pensaba habían empezado a formar una escalera ascendente cuyos peldaños aparecían justo cuando él daba su siguiente paso. (Como una escalera babeliana, pensó demasiado rebuscadamente para ser un personaje de comic.)
La escalera muy alta y acaracolada (como aquellas por las que descienden eternamente las --también eternas-- divas de Hollywood) conducía a algo que parecía una puerta (y que seguramente funcionaba como tal) pero que, por supuesto, no era otra cosa que un libro, una vez y media más alto que Bookman, colocado verticalmente y listo para ser abierto (como todo libro, salvo algunas biblias muy antiguas con cerradura y candado).
¿Qué otra cosa podía hacer si no abrirlo? Muchas, en realidad, aunque de todos modos, inevitablemente, lo abrió.
Traspuso (de un paso) la entrada-tapa de la puerta-libro y se introdujo en una de las ilustraciones, desde donde Arfo lo llamaba con un plato en la mano (la pata, en realidad) en el que relucía una tentadora porción de pizza (arquetípicamente dibujada).
Ésta, y no la literatura, era el alimento preferido del superhéroe de novela. (¿Debía ser rebautizado como Pizzaman?)
En ese momento la tapa del libro se cerró sobre una onomatopeya que decía ÑAM, ÑAM.
Pensó que él no no era buen imperovisador (como Charlie Parker o Lenny Bruce) y que no volvería a salir al "aire" de los monitores (del expectante público de Imaginaria) sin un guión.
FIN
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